lunes, 24 de octubre de 2011

Hades... ¿voz de la Tradición?

Es este un resumen textual de las primeras treinta páginas del libro de Hades (Alain Yaouanc) "Su Salud por la Astrología" atendiendo al contenido ex/sotérico de sus afirmaciones:



En nuestra actual Era de Hierro (kali-yuga) el cuerpo físico ha sufrido una degeneración. No sabemos alimentarnos, ni establecer una vida positiva de relaciones con los otros o con nuestro “yo”, es decir, con nuestra voluntad según las leyes de la verdad y el amor, caracteres que llaman a la paz. Lo queramos o no obedecemos a nuestros instintos y nuestras emociones, en lugar de gobernarlos y calmarlos. El hombre moderno, el hombre sin Dios, ignora sus propios límites, lo que le impide definirlos, ya sea para respetarlos o superarlos.


Solo uno mismo puede modificar el determinismo de los acontecimientos que le afectan, pero no puede modificar ese determinismo mas que por una contracción de los sentidos, con la intención de una Unión con la única voluntad Eterna. El cuerpo no posee ninguna existencia propia. La “Maya”, el mundo ilusorio en el que todos estamos sumergidos representa en general la mentira, el inconsciente y el espejismo. Estas mentiras forman nuestro inconsciente, son las formas que toman nuestros deseos que se dirigen a otro cuerpo, a un alimento, a una distracción o a una adquisición, conjunto de espejismos que persiguen otros espejismos.


Las enseñanzas tradicionales son la única agua que puede apagar nuestra sed. Esta agua divina existe en la piedad y el amor, la sangre recogida en el Grial de la tradición medieval.Toda iniciación es el camino que va del caos al orden, del inconsciente al consciente y del deseo a su extinción.




El cuerpo sutil, cuyo vehículo es la sangre, está tejido con nuestros sueños y deseos. Hace de vehículo para todo lo que se nutre de nuestro inconsciente, y en la muerte, antes de ser disueltos, nos situará delante de las formas ilusorias nacidas de nuestros actos. Estas formas nos acompañan hacia otro estado del ser, a menos que en vida nos hayamos ya liberado de las tentaciones nacidas del inconsciente, que tienden a encarnarse, a precipitarse en actos, encadenándonos siempre, ya que es propio del deseo el ser insaciable.


Nuestras acciones tienen una tremenda importancia para nuestro porvenir, ellas han forjado este cuerpo sutil que es nuestro actualmente. No existe otro paso al estado humano, otra encarnación, nuestros actos nos llevan a otros estados, hacia una serie indefinida de posibilidades. Este mundo, con las limitaciones del estado humano, no es mas que uno entre todos los estados posibles.


Este cuerpo sutil nos enseña que todas nuestras acciones nos acompañan; para liberarse de ellas es indispensable por lo tanto emanciparse de la acción. Una de las técnicas que lo favorecen es el yoga, la supresión de los estados de conciencia.


En la mente, un pensamiento sigue a otro de forma continua, hasta la interrupción provisional del sueño. El hombre moderno está bajo la entera dependencia de sus pensamientos, incluso la soledad es devorada por ideas inútiles, se hace imposible permanecer a solas consigo mismo. De aquí el recurso incesante de las “distracciones”, que vuelven a poner al hombre frente a la nada, imágenes ilusorias que despiertan o halagan sus apetitos.


El hombre moderno se abandona así en el centro de una gigantesca tela de araña donde su frustración le inmoviliza sin esperanza. Sin embargo, los pensamientos en movimiento del cuerpo sutil harán nacer la insatisfacción. Para expulsarla, el hombre se enreda en las vías de distracción que significan tanto diversión como atolondramiento. En el plano de lo cotidiano este movimiento es el del hombre que quiere “distraerse”, es decir, salir de sí mismo, simplemente porque todo, y en primer lugar él mismo, se le hace intolerable. Esta salida de sí mismo constituye una ruptura del equilibrio, una enfermedad.


Otro movimiento va del exterior al interior, de lo que está fuera hacia el corazón, centro del yo. Es lo que se llama iniciación, acción de dar y recibir los primeros elementos de lo que permanecía hasta entonces escondido y misterioso.
Para el pensamiento tradicional, todo hombre que esté inmerso en el placer o en el dolor es un esclavo. Las limitaciones del mundo, las del tiempo y las del espacio multiplican y anulan el efecto de los deseos. Esto ocurre en el más fuerte éxtasis como en la más grande desesperación; pero más vale que el hombre se encuentre en el fondo de la desesperación, así los encantos del cuerpo sutil reciben el más formal de los desaires.


¿Por qué pararse? Porque durante esta pausa y gracia a ella tratamos de comprender el plan divino y la unión con lo invisible. Todo lo visible debe penetrar lo invisible. Este es el camino de lo espiritual, camino de la extinción del yo, es decir de las pasiones y al mismo tiempo del final del sufrimiento.


El paraíso y el infierno son mitos que corresponden a los estados superiores del ser humano. Realizan su existencia aquí y ahora; para empezar es suficiente con cerrar los ojos y suprimir el mundo prójimo y sus encantamientos.
La pausa es la de todo ser que cumple con su deber, tratando de separarse de los frutos unidos a la actividad, único medio de volver a la pureza. La experiencia sensual, la del mundo, carece de provecho para el hombre que quiere liberarse.

El tercer estado, el del espíritu, no tiene nada que ver con el mundo sutil, que se desvanece en la muerte con todas nuestras experiencias. Está situado más allá del mundo y de los mundos, unidad perfecta, que comprende a la vez todas posibilidades de lo manifestado y lo no-manifestado. El Universo tiene una unidad, esta unidad toma la forma de lo que no muere, de lo Eterno. Así el hombre es Eterno, sólo mueren el cuerpo físico y el cuerpo sutil, es decir, que se transforman.


El núcleo verdadero del Ser está más allá de todas las transformaciones que para el cuerpo son naturales o accidentales.

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