jueves, 15 de noviembre de 2012

La felicidad es una mariposa, según Anthony de Mello




¡Cuidado con las palabras!, solía decir el Maestro. En cuanto te descuidas, adquieren vida propia; te deslumbran, te hipnotizan, te aterrorizan…, te hacen perder de vista la realidad que representan y te hacen creer que son reales.
El mundo que vemos no es el Reino que ven los niños, sino un mundo fragmentado, roto en mil pedazos por la palabra. Es como si viéramos cada una de las olas como algo distinto e independiente del conjunto del océano.
Cuando se silencian palabras y pensamientos, el Universo –real, entero y uno– se muestra en todo su esplendor, y las palabras son lo que deben ser: la partitura, no la música; el menú, no la comida; el poste indicador, no el final del viaje.


Todo el mundo hablaba del líder religioso que había perdido la vida en una acción suicida. Y, aunque nadie en el monasterio lo aprobaba, no faltó quien afirmara que admiraba su fe.
- ¿Fe?, dijo el Maestro.
- Hombre, al menos tuvo el valor de defender sus convicciones hasta el final, ¿no crees?
- Eso no es fe, sino fanatismo. La fe exige un valor aún mayor, el de reconsiderar las propias convicciones y rechazarlas si no cuadran con los hechos.


-¿Cuál es el secreto de la serenidad?, preguntó el discípulo.
- Cooperar incondicionalmente con lo inevitable, respondió el Maestro.


Cuando le preguntaron a qué se parecía la Iluminación, el Maestro respondió: es como adentrarse en el desierto y de pronto, tener la sensación de estar siendo observado.
- ¿Por quién?
- Por las rocas, los árboles y las montañas.
- Una sensación incómoda…
- No. Una sensación reconfortante. Pero por ser también una sensación desacostumbrada, uno siente la necesidad de regresar cuanto antes al mundo habitual de las personas –con sus ruidos, sus palabras y sus risas- que nos ha alejado de la Naturaleza y de la Realidad.



En cierta ocasión, hablaba el Maestro de la idea hindú de que toda la creación es un juego de Dios, y de que el universo es su patio de recreo. Y decía también que el fin de la espiritualidad es convertir toda la vida en juego.
Aquello le pareció demasiado frívolo a su puritano visitante, que preguntó: Entonces, ¿no hay lugar para el trabajo?
- ¡Por supuesto que lo hay! Pero el trabajo solo se hace espiritual cuando se transforma en juego, respondió el Maestro.


A los discípulos que confiaban ingenuamente en que no había nada que no pudieran lograr si se ponían a ello con decisión, el Maestro solía decirles: las mejores cosas de la vida no pueden lograrse por la fuerza.
Puedes obligar a comer, pero no puedes obligar a tener hambre; puedes obligar a alguien a acostarse, pero no puedes obligarle a dormir; puedes obligar a que te elogien, pero no obligar a sentir admiración; puedes obligar a que te cuenten un secreto, pero no obligar a inspirar confianza; puedes obligar a que te sirvan, pero no puedes obligar a que te amen.


El Maestro, aunque le fascinaba la tecnología moderna, se negaba a darle el nombre de “progreso”.
El verdadero progreso para él era el progreso del corazón, el progreso de la felicidad, no el progreso del cerebro o el progreso de los cacharros.
- ¿Qué piensa usted de la civilización moderna?, le preguntó una vez un periodista.
- Creo que sería una buenísima idea, fue su respuesta.


Lo que no le gustaba al Maestro de los activistas sociales era que buscaban la reforma, no la revolución. Y solía narrar este cuento:
“Érase una vez un rey muy sabio y bondadoso que, al enterarse de que había una serie de personas inocentes en las mazmorras de su prisión, mandó construir una prisión más confortable para aquellos inocentes”.



Una creencia religiosa, dijo el Maestro, no es una afirmación de la Realidad, sino un indicio, una pista de algo que es un Misterio y que queda fuera del alcance del pensamiento humano. En suma, una creencia religiosa no es mas que un dedo apuntando a la luna; algunas personas religiosas no van más allá del estudio del dedo.
Otras se dedican a chuparlo.
Y otras usan el dedo para sacerse los ojos. Estos son los fanáticos a quienes la religión ha dejado ciegos.
En realidad, son poquísimas las personas religiosas lo bastante objetivas como para ver lo que el dedo está señalando. Y a estas personas, que han superado la creencia, se las considera blasfemas.


El Maestro sostenía que lo que todo el mundo tiene por verdadero es falso; por eso el pionero se encuentra siempre en absoluta minoría. Y decía: “Pensáis en la Verdad como si fuera una forma que podéis sacar de un libro. Pero la Verdad exige pagar el precio de la soledad. Si quieres seguir a la Verdad, has de aprender a caminar solo.


Cada vez que salía a colación el tema de Dios, el Maestro insitía en que Dios excede la capacidad de comprensión del ser humano, es decir, que Dios es un Misterio y que, por consiguiente, cuanto digamos de Dios no tiene nada que ver con Él, sino con la idea que tenemos de él.
De hecho, los discípulos nunca comprendieron las consecuencias de ello hasta el día en que el Maestro decidió mostrárselas:
- No es exacto decir que Dios creó el mundo o que Dios nos ama, o que Dios es grande…, porque de Dios no puede afirmarse nada. Por tanto, para ser exactos, deberíamos decir: “Nuestro concepto de Dios creó el mundo, nuestro concepto de Dios nos ama, nuestro concepto de Dios es grande…”
- Si es así, ¿no tendríamos que abandonar cualquier concepto que tengamos de lo divino?
- No tendríais que abandonar vuestros ídolos si no los hubierais construido primero, dijo el Maestro.


- ¿En qué consiste la Iluminación?
- En ver.
- ¿En ver qué?
- La superficialidad del éxito, la vaciedad de nuestros logros, la insignificancia del esfuerzo humano…, dijo el Maestro.
El discípulo quedó horrorizado: ¡Pero es pesimismo y desesperación!
- No. Es la emoción y la libertad del águila que planea sobre un barranco sin fondo.



- Ando buscando el sentido de la existencia, dijo el visitante.
- Naturalmente, das por supuesto que la existencia tiene un sentido…, le dijo el Maestro.
- ¿Es que no lo tiene?
- Cuando experimentes la existencia tal como es –no como tú piensas que es–, descubrirás que tu pregunta no tiene sentido, dijo el Maestro.


- ¡Qué alegre parece el Maestro!, observó un visitante.
- Uno siempre camina con paso alegre cuando se ha librado de esa carga que llamamos “ego”, dijo un discípulo.


Un discípulo se quejaba de la costumbre que tenía el Maestro de echarle abajo sus más preciosas creencias. Y le dijo el Maestro:
- Lo que hago es prenderle fuego al templo de tus creencias para que, cuando haya quedado destruido, tengas una perfecta visión del cielo inmenso y sin límites.


Mi sufrimiento es insoportable, dijo alguien. Y le replicó el Maestro:
- El momento presente nunca es insoportable. Lo que te hace desesperar es lo que piensas que va a suceder en los próximos cinco minutos o en los próximos cinco días. ¡Deja de vivir en el futuro!


- ¿Cómo puedo cambiarme a mí mismo?
- Tú eres tú mismo; consiguientemente, tú no puedes cambiarte a ti mismo, de la misma manera que tampoco puedes alejarte de tus pies.
- ¿No tengo, pues, nada que hacer?
- Puedes comprenderlo y aceptarlo.
- Pero, ¿cómo voy a cambiar si me acepto a mí mismo?
- ¿Y cómo vas a cambiar si no lo haces? Lo que no aceptas no puedes cambiarlo, simplemente, te las ingenias para reprimirlo.


El arrepentimiento no consiste en afligirse por el pasado. El pasado ha muerto y no merece un solo momento de aflicción. Arrepentirse es cambiar de mente; es ver la realidad de un modo radicalmente distinto.


- ¿Por qué estás siempre rezando?, preguntó el Maestro.
- Porque la oración alivia mi mente de una enorme carga.
- Desgraciadamente, eso es lo que la oración suele hacer…
- ¿Y qué tiene de malo?
- En primer lugar, que te impide ver quién puso allí esa carga, dijo el Maestro.



Lo que tú necesitas es Consciencia, dijo el Maestro a un discípulo con una mentalidad religiosa. Consciencia, consciencia y consciencia.
- Ya te entiendo, debo intentar ser consciente de la presencia de Dios…
- La consciencia de la presencia de Dios es pura fantasía, porque no tienes ni idea de cómo es Dios. Lo que necesitas es consciencia de ti mismo. Más tarde diría: “Si Dios es Amor, entonces la distancia que hay entre Dios y tú ¿no es la misma que hay entre tú y tu consciencia de ti mismo?


La felicidad es una mariposa, dijo el Maestro. Si la persigues, se escapa. Si te sientas y esperas tranquilamente, se posa en tu hombro.
- Entonces, ¿qué debo hacer para alcanzar la felicidad?
- Dejar de perseguirla.
- ¿Y no puedo hacer nada más?
- Sí. Puedes tratar de sentarte y esperar tranquilamente… ¡si te atreves!



Dijo el Maestro: “Cuando estabas en el seno materno estabas en silencio. Luego naciste y empezaste a hablar, hablar y hablar, hasta el día en que te llevan a la tumba. Entonces, volverás a estar en silencio. Trata de capturar ese silencio que conociste en el seno materno, que volverás a conocer en la tumba, y que incluso ahora subyace a este ruidoso intervalo que llamamos “vida”, porque ese silencio es tu más profunda esencia.




Anthony de Mello – Un minuto para el absurdo

3 comentarios:

  1. Hola, Manu. Comparto prácticamente todas las cosas que dice el maestro a sus discípulos, pero me voy a quedar con esta que me parece de lo más sabia:

    - ¿Cómo puedo cambiarme a mí mismo?
    - Tú eres tú mismo; consiguientemente, tú no puedes cambiarte a ti mismo, de la misma manera que tampoco puedes alejarte de tus pies.
    - ¿No tengo, pues, nada que hacer?
    - Puedes comprenderlo y aceptarlo.
    - Pero, ¿cómo voy a cambiar si me acepto a mí mismo?
    - ¿Y cómo vas a cambiar si no lo haces? Lo que no aceptas no puedes cambiarlo, simplemente, te las ingenias para reprimirlo.
    Un abrazote ;-D

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  2. Muy bien, Marisa, y es lo que nos ocurre: "lo que no aceptas no puedes cambiarlo". Lo primero es comprendernos, que no es fácil, y tomar conciencia, o consciencia, que si no es lo mismo es igual, de uno mismo y de lo que ocurre en tu cuerpo y en tu mente, hay que trabajar en ello.

    Ahora me doy más cuenta de la importancia de esto al apuntarme a unas "clases" semanales compendio de relajación, respiración, yoga, tai-chi, chi-kung, etc., que imparte ya desde hace muchos años una amiga y gran experta. Es escalofriante darse cuenta de la poca conciencia que tenemos de nosotros mismos, y el asombroso mundo interior que puedes ir descubriendo y "regenerando".

    Un abrazo, amiga.

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  3. Esta frase me gusto muchísimo, porque siempre nos desesperamos por perseguir la felicidad:

    La felicidad es una mariposa, dijo el Maestro. Si la persigues, se escapa. Si te sientas y esperas tranquilamente, se posa en tu hombro.
    - Entonces, ¿qué debo hacer para alcanzar la felicidad?
    - Dejar de perseguirla.
    - ¿Y no puedo hacer nada más?
    - Sí. Puedes tratar de sentarte y esperar tranquilamente… ¡si te atreves!

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