miércoles, 21 de noviembre de 2012

Serenidad es lo mismo que transparencia (Rafael Navarrete)





La felicidad parece ser más bien el resultado de la aceptación gozosa de cuanto nos ofrece la vida, cuando nos decidimos a sentirnos satisfechos con nuestro destino. El hombre feliz comprende que la vida tiene sentido. Por unos momentos la vida deja de pesarnos y se vuelve leve, como si alguien hubiera tomado sobre sus hombros nuestra carga.
La felicidad es un rayo de luz que nos viene de otro mundo, y que se quiebra en mil colores en el corazón de cada ser humano. La felicidad es una decisión de la voluntad, no entregues a nadie la llave de tu felicidad. No existe una felicidad total.

Puedes aprender a sembrar las semillas de la felicidad y hacerlo consciente de cuáles son las raíces de tu propia infelicidad. Cada uno tiene que responsabilizarse de su propia felicidad; para que sea posible y duradera puedes buscarla por dos caminos esenciales: la serenidad y el control de la mente. Si no fuéramos felices desde nosotros mismos, nunca podríamos conseguirlo; nada ni nadie puede dárnosla.

Serenidad es lo mismo que transparencia, apertura, dejar que se haga presente lo que somos, y vivir gozosamente en esa conciencia. Nunca conseguirás una serenidad permanente si no logras controlar tu mente. En realidad se trata más bien de “descontrolar” la mente de tantos pensamientos y creencias erróneas que distorsionan tu mirada y tu encuentro con la vida. Hablar de control de la mente es hablar de limpieza interior.
La serenidad que buscamos no es ni una abstracción, ni el fruto de un esfuerzo; es el resultado de un ser en armonía, íntegro, que comprende la realidad, se relaciona acertadamente: por eso es difícil conseguirla. (Ya que…) ¿Dónde estás tú? ¿Quién eres tú? ¿Qué buscas?

Hemos dejado de creer en las posibilidades ocultas de la persona humana, en nuestros propios recursos, y hemos puesto nuestras esperanzas en la técnica. El conflicto somos nosotros mismos. Solo cuando el hombre se comprenda a sí mismo podrá encontrar el hilo brillante que le saque de su laberinto. La reconstrucción interior se inicia amándonos a nosotros mismos y sabiendo perdonar los propios errores.
Situarse dentro de nosotros mismos quiere decir iniciarse en un nuevo estilo de vida, en un trabajo incesante, alerta, que debes realizar contigo hasta conseguir la re-construcción de tu intimidad; es darte cuenta de tu modo de reaccionar ante los estímulos que llegan hasta ti desde el exterior y desde tu propia interioridad. Cuando aprendas a vivir dentro de ti mismo se te abre un camino nuevo que te sitúa a un punto desde el cual es posible el cambio.

La transformación del ser humano nunca es el resultado de un largo discurso, comienza en el mismo momento en que nos volvemos conscientes de nosotros mismos y nos liberamos de los conceptos. Darse cuenta no es juzgar, comparar, reprender o alabar. Es una mirada que informa de lo que es, de cómo son las cosas y de cómo mantengo mi relación con ellas. Es el comienzo de una toma de decisiones desde mí mismo.
El hombre y la mujer que inician el cambio saben lo que sienten, y eligen vivir desde ellos mismos cuando lo creen conveniente. Han descubierto que ellos son “alguien” frente al ambiente, frente a los demás, y deciden vivir desde su propio centro. 

Vivir es aprender a vivir gozosamente en cualquier circunstancia, basta con vivir conscientes para ser felices. Con frecuencia no podrás cambiar algunas circunstancias; todavía te queda un recurso: ¡cámbiate a ti mismo!. Comprende dónde está la fuente de tu sufrimiento y habrás dado un paso decisivo para superarlo y ser un poco más feliz. Puesto que la causa de nuestros sufrimientos está en la mente del hombre, es también ahí donde hay que poner los cimientos de su superación.

¡Qué difícil es ser libre desde dentro, y emprender un camino nuevo, más allá de lo que ha sido hasta ahora nuestro territorio familiar! No hay mayor victoria que la hazaña de liberarse de uno mismo, de nuestras viejas filosofías para reestructurar de un modo más acertado nuestra mente.

La causa de nuestros sufrimientos es nuestro modo equivocado de pensar y relacionarnos con la realidad. Mientras que nuestra mente permanezca condicionada por tantas fantasías, sin comprender cómo son las cosas, el acceso a la tierra virgen de la realidad primera es imposible. Para Buda, la realidad, todo cuanto existe, la vida es dhuka, sufrimiento, porque nada permanece, porque todo es insustancial, imperfecto, nada tiene consistencia en sí mismo. La vida fluye sin descanso; aprender a fluir, a soltar, a separarse de todo, a vivir desapegado y libre de todo, es el gran acierto de la vida misma. Sin el dolor – ¡qué duro es reconocerlo!–, el hombre se vuelve superficial, absorto en el juego de sus frivolidades. Parece que solo en los momentos de sufrimiento aprendemos a traspasar dignamente el umbral de nuestro destino.



Hay un camino para conseguir este estado de conciencia que nos haga posible la concienciación y desidentificación de los contenidos fluctuantes de la conciencia: mediante la concentración en la respiración y las sensaciones del propio cuerpo. (Ello nos hace posible...) el control del pensamiento, que empieza siempre dede el mismo punto de salida: la concentración. Concentrarse es involucrarse totalmente en cada actividad, con atención absoluta y con clara conciencia de lo que hacemos -al principio te das cuenta de que estás “dormido” y que eres inconsciente en gran parte de todo lo que sucede en ti-, (con una práctica constante) se baja al nivel “alfa” de vibración. (Un pasito más allá...), durante la meditación, nos sentimos quietos, relajados, sin pensar en nada, sin deseos de conseguir nada. Desde ese no-pensar, brota otro tipo de conciencia más amplio que nos ilumina mostrándonos nuevos horizontes.
 
Solo existe una postura acertada frente a los pensamientos negativos: sé constante en el empeño de mantener una alerta interior que te haga posible impedir que se apodere de ti cualquier pensamiento negativo. Dice Sivananda: “Sepárate de esos pensamientos negativos e identifícate con el Ser Supremo”.

La fe no es un mero pensamiento o sentimiento, es algo más profundo que toca al hombre en lo más íntimo y que lo transforma convirtiéndolo en un hombre nuevo. Mediante la fe construimos un mundo, pero, a su vez, ese mundo nos crea a nosotros, aumenta o reduce nuestras posibilidades según el mundo ancho o estrecho que nosotros mismos hayamos creado. Con la fe todo es posible; cuando se pierde la fe, los límites de nuestro mundo se estrechan hasta las fronteras de nuestras nuevas creencias.

Somos lo que ahora creemos ser, en virtud del condicionamiento que, desde el cerebro profundo, ejercen sobre nosotros las imágenes que rigen nuestra existencia. Siempre es la imagen quien condiciona el subconsciente y la existencia toda. Pero la mente es más que todo cuanto pueda limitar una imagen. La visualización de una imagen desde el estado alfa hace posible el acceso a la realidad espiritual simbolizada en la imagen; no somos seres aislados, abandonados a la debilidad de nuestro ego asustado. De un modo desconocido para nosotros vivimos inmersos en la totalidad; todo es uno, y nuestros límites siempre están en contacto con otras orillas del mar imenso de la energía total.

El zen insiste una y otra vez en la misma necesidad de matar al yo (que desaparece al cesar los pensamientos). No se trata de diluirse en una actitud irresponsable, pasiva. Pero sí es necesario renunciar a cualquier forma de apego. No se trata de la negación del mundo, sino de la superación del apego a él. El ego nos encierra en un espacio estrecho, fabricado de estructuras mentales y creencias, que nos ahogan y nos hacen caer en el gran error de vivir como seres estáticos, al margen del fluir de la vida. Matar el yo es aprender a dejar, a soltarlo todo, sin que nada quede entre las manos.

El día que un hombre, o una mujer, dice desde lo hondo de su ser: “yo no soy mi cuerpo, que se seca como una laguna en verano; yo no soy mis pensamientos, ni mis sentimientos, no soy lo que hago ni nada de todo cuanto tengo…” y se queda en silencio, sin angustiarse, sin intentar de nuevo aferrarse a nada, está en el inicio del paso definitivo.
Muy pronto su corazón oirá la gran noticia: “yo soy tú”. El ego se desvanece y un mundo nuevo se abre ante él, como una tierra virgen que ha existido desde siempre, pero que solo ahora se desnuda de sus sombras.




Rafael Navarrete – El Aprendizaje de la Serenidad. Para un control de la mente



2 comentarios:

  1. Lo principal es siempre, y hablo por mí, quererse a uno mismo, aceptar las propias carencias o errores para avanzar en el camino de cometer los menos posibles e intentar que esas carencias que tenemos no lo sean tanto.

    Ahora ando en el camino de la concentración porque me inicié en el mundillo del yoga, pero debo decir con toda la sinceridad del mundo, que de momento no consigo concentrarme porque ando más pendiente de no meter mucho la pata en los ejercicios, jejeje, pero todo se andará.
    Buena entrada, Manu. Provechosa!!!
    Besitos

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    1. Si, creo que nos pasa a todos al principio, jaja... aunque también el estar concentrado en los movimientos y la respiración nos hace olvidarnos por momentos de todos nuestros problemas, y empezamos a descubrir un mundo interior que hasta entonces desconocíamos. Cuando lleguemos a hacerlos con soltura es cuando notaremos más sus beneficios, y lo mejor es que se pueden trasladar a nuestra vida diaria. Aunque eso de matar el yo y conseguir esa perfecta serenidad y transparencia se nos antoja lejísimos, las técnicas que se van aprendiendo en cuanto a respiración, control del propio cuerpo tanto externa como internamente, relajación y meditación tienen un valor aplastante y muy beneficioso.

      Me alegro de nuestras coincidencias, un abrazo.

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