martes, 15 de enero de 2013

El Lenguaje del Paraíso (Manuel Ferrand)




Un verdadero placer la lectura de esta selección de artículos periodísticos de Manuel Ferrand bajo el título “Las Campanas perdidas”, en los que dibuja a la perfección y brevemente muchos símbolos del alma de Sevilla con una lucidez y elegancia envidiables, como en “Los pájaros de la Giralda”, “Aprenda Sevilla en quince días”, “Azucenas en Sevilla”, etc. Mejor define su obra su hijo, Manuel Ignacio Ferrand, en la introducción: “Fue mi padre creador de una nueva mitología sevillana. Mitología imaginada bajo los auspicios de la sabiduría más fecunda e integral, pero respetando cautelosamente los dictados del azar, de la libre asociación, de la imaginación novelesca y la creatividad del sueño…”  

En otros trata temas dispares siempre interesantes, con una postura sensata y a la vez apasionada, sin doctrinalismo y con humor. Traigo aquí un par de ellos que muestran algunas de sus inquietudes vitales.








Buscaré el lenguaje de los pájaros

Para los iniciados en herméticas sabidurías el lenguaje de los pájaros es el primigenio, el más simple y el más completo, el que vale para comunicarse con hombres de cualquier lengua y con animales de cualquier especie. Era lo que hablaban Adán y Eva, lo que le enseñaron a Melampo las serpientes, lo que llegó a dominar Roger Bacon, según recogen algunos escritos. Bacon, el que dejó dicho, allá por el siglo XIII, “se verán coches sin caballos y aparatos que llevarán al hombre por los aires”, dicen que encontró en el lenguaje de los pájaros la clave de todos los idiomas y que por eso enseñaba el griego y el hebreo en el transcurso de seis días.

El lenguaje de los pájaros venía a ser –o sigue siendo, que yo no lo sé– la antítesis de lo confuso, lo contrario de lo babélico: la formula feliz para que alguna vez fuera verdad eso de que hablando se entienda la gente.

Hace unos años se hablaba y escribía mucho sobre uno de los dramas que aqueja al hombre, el de la incomunicación. Un mal agravado por las prisas, por las tensiones, por cuanto circunda y atosiga a la vida del ciudadano. Se acabaron las tertulias, que no hay tiempo para eso; se limita la posibilidad de charlas hasta en los hogares, se recela del prójimo. Y cuando al fin conversamos no es raro que se interponga un velo sutil o una muralla de reservas, como si cada frase fuera ambivalente y cada palabra con distinto sentido. El escritor sabe que de lo que piensa, de lo que siente, solo logra hacerse entender en una pequeña parte, porque su medio expresivo, la palabra, es recurso limitado lleno de connotaciones imprevisibles, sujeto a interpretaciones dispares y subjetivas. Haría falta un esperanto genial donde cada vocablo reflejara exactamente un solo concepto y con tal claridad que no hubiera equívoco para nadie. Haría falta encontrar ese utópico, maravilloso lenguaje de los pájaros.

Yo no sé si esta lengua añorada está formada por trinos, por vocablos rotundos y diáfanos, por onomatopeyas, por silbidos como los de los lugareños de La Gomera o si prescinde de sonido y, se bastan con la transmisión del pensamiento, como aseguran los ufólogos que se comunican con los extraterrestres. A lo mejor es eso, un idioma sin palabras, sensacional hallazgo que nos libraría de los habladores sin tregua que nos aturden, del discurso parlamentario que nos sonroja, del impertinente que nos enfada, del repetidor de tópicos que nos aburre y desespera. Y del que habla pero no escucha, que es caso frecuente de engreimiento infundado.

Dialogando en el lenguaje de los pájaros, a lo mejor lográbamos entender a los fanáticos, a los que escriben sin que se les entiendan, a los que mienten por norma, a los que suspiran por las guerras, que los hay, y a los que se pasan la vida haciendo la pascua. Serviría para conocernos mejor, para librarnos de la confusión que significa ir sumido en perplejidades.

El lenguaje de los pájaros. Voy a ver si me determino a buscarlo por entre tantos libros raros que me quedan por leer. Aunque tal vez me den una pista los niños, que entre ellos se entienden de maravilla, o los pájaros mismos, quien sabe. Donde sea, urge encontrar el lenguaje con el que todos podamos entendernos.





A la búsqueda del paraíso perdido


Subiendo rampas o escaleras se llega a lo alto de la torre. Bueno es subir de vez en cuando, para sentirse cerca de nubes y bandadas, para abarcar confines, para recobrar la certidumbre de que hay algo más que aquello que vemos cada día.

Dicen nuevos investigadores que existe otro mundo y que está aquí, con nosotros, que no lo sabemos ver. Esto ya lo adivinaron los artistas, los poetas y algún raro pensador que otro; lo sabía Papini, que aseguró que la pérdida del Paraíso consistió en no poder disfrutarlo, aunque siguiéramos en él. Porque el Paraíso es la Creación y sigue en pie, con árboles y riachuelos, pájaros, brillos, flores, sonidos del agua y del viento, arreboles y noches de constelaciones.

Subir a lo alto de la torre es reeencontrar –eso sí, el que quiera y pueda–, ese otro mundo prodigiosamente sencillo, tan rico en sensaciones de plenitud, de color y de sosiego. Abajo queda la ciudad sin horizontes; enferma de rutinas y de contaminaciones; calles que son cauces de estrépitos, de humos y de prisas, plazas convertidas en garages a la intemperie. El escenario de cada día, el que encontramos al bajar, al que miramos con ternura y pesadumbre y con amor también por ser ámbito de nuestro dolor y de nuestras ilusiones.

Desde la torre se contempla lo eterno como si estuviera recién creado, porque recuperamos el don de descubrimientos, el que perdimos al dejar de ser niño. Y se sueña con que, algún día, el hombre recobre este cielo, este horizonte, este aire libre y limpio, no contaminado de hedores, ruidos, ambiciones y falacias. Si la Humanidad volviera a tener la mirada limpia, y limpios el corazón y la mente, recobraría el Paraíso perdido.


Manuel Ferrand – Las Campanas Perdidas


2 comentarios:

  1. Me gusta especialmente lo que escribe sobre el lenguaje de los pájaros. Cierto es que no nos entendemos y no lo digo por los diferentes idiomas, sino porque no somos sinceros, porque a veces queremos callar lo que hace daño al otro, otras decimos precisamente lo que sabemos que va a dolerle, porque, aunque lo diga en el texto del paraíso perdido y no en el de los pájaros, no somos limpios, prejuzgamos, queremos ir siempre por delante y no sabemos tampoco perdonar.

    Un fuerte abrazo, Manu. Siempre es un placer ver nuevas entradas en tu blog.

    ResponderEliminar
  2. !Fenomenal comentario, Marisa! No se me ocurre mucho que añadir a lo que dices con tanta razón. Si tratáramos a la vida y a los demás con más amor, porque todo es Uno, estaríamos en el camino correcto y no haríamos del lenguaje un arma arrojadiza.

    Saludos

    ResponderEliminar