jueves, 5 de septiembre de 2013

Repensando el destino




Los demás no existen. Ellos son los asesinos de su existencia, sus propios cadáveres, los muertos de toda la eternidad. Sí, en ellos mismos está su cárcel...

Ideaba herramientas para aserrar esos barrotes, señalizaba anárquicamente los esquemas ínfimos hacia la libertad, en la esperanza de conseguir mezclarme con las escasas simientes de futuro de algunos, caídos estrepitosamente por el pozo hondo y abandonado por el que se lanzaban los cuerpos inútiles que el cáncer de la sociedad iba engendrando.

Hacia allí fui, para tratar de identificarlos entre ruinas y esqueletos humanos, entre desperdicios radioactivos que magullaron por completo sus cerebros. Dejando, con cierta impotencia y dolor, que se consumieran los que por voluntad férrea aceptaban intransigentemente su destino. Asímismo, devolver la vida y la luz a los más resistentes, sanarlos, limpiarlos de los tóxicos que empaquetaban sus sentidos e inteligencia. 
Había que confiar en que se afanarían por desincrustar sus dagas, y disponerse a una tarea ingente de sucesivos pasos individuales, colaborando con ellos a desenquistar sus organismos. Volver a la vida sana y heredada en nuestro ser profundo, luchando a muerte hacia la conquista de hombres y mujeres plástico.



He oído antes, dentro de mi cabeza, a un conjunto de charlatanes iniciando una disputa sobre el poder personal, sobre las maravillas recónditas del cuerpo que señalan nuevos preceptos, como títeres sin cabeza, sin manos, sin corazón. Muchas manifestaciones mías, descontroladas y confusas que me asaltaban sin cesar, desembocaban en palabras sin consistencia, me impulsaban a desenlaces insospechados. No sé qué mano mágica hechizaba mi ya natural aturdimiento y me arrojaba por senderos incomprensibles del lenguaje... !qué fatal sensación verse envenenado con frases perdidas en la vorágine del olvido!

Me lancé a prisiones electrificadas; en sus cavernas, voces resonando en mi mente, fiel carcelera de la que no puedes escapar. Estoy dentro y fuera igualmente obsesionado. !Todo es en vano! Salgo de una condena y entro en otra. Desde esta mazmorra de aparente libertad que es la mente, donde nos encerramos los humanos, parece que el mejor destino en la vida es encaminarse ciegamente a conseguirlo todo de la sociedad a cambio de la vida. El fruto sigue siendo amargo e inservible. Esta Sociedad, como cualquier otra por inventar, es un monopolio clasista y financiero oprimente; nos conduce hasta que nos engañamos de que posee senderos verdaderos y posibles de felicidad. Pero están basados en la encadenación material...

Esto es un magno y horrible presidio, enorme y estratificado hasta el más pequeño matiz, con fuertes barrotes que separan al hombre de su auténtico destino: hay que huir. Esta vida, en el sepulcro del absurdo, tiene una losa pesada que dice: día tras día volvemos al principio y nunca veremos el fin. Allá fuera de esta tumba, está la revolución vital, de objetivos ciertamente confusos, pero algo real. Aquí se deposita lo que no se comprende y es pura ilusión, todo lo que tiene un sustento soñador, las ideas. La consecuencia es un natural aturdimiento.



¿Quién puede imaginar sentirse un reloj y ver latir en su ser una impasible cuenta atrás?

Todos los que nos sentimos descontentos, encontraremos siempre un apoyo. Después, a un gran promontorio podremos escalar y, una vez allí, gritar, gritar con todas nuestras fuerzas...

A ti, al leal, te espera el peligro. Te pisotean, te humillan, te aplastan, te embadurnan con sus vicios... !disponte a observar el delirio humano!
Hacia ti elevan sus miradas tanto los borrachos como los buscadores de paz. A veces, lograrás salir de la depresión que produce la adversidad incombatible, sin llegar a saber si debe prevalecer el hombre sin rastro de civilización o el hombre inserto y empedrado en las galerías productivas de la gran máquina.

Muchos en la historia emprendieron caminos en sentido contrario; de brújula, la naturaleza, hacia lo que debe ser totalmente una vida natural, rigiendo cada uno sus propios instintos y capacidades sin coacción alguna, en unión real con el Todo. Hay que otear e ir en búsqueda de nuestra primera Madre, la que se enseña buscándola, hasta que se reintroduce uno en ella (comprender que el Todo es Uno que se define).



Todas las formas creadas de componentes artificiales, útiles mágicos de cemento, dinero, humo, rascacielos, facturas, electricidad..., efectos de la humanidad sin vida, tienen una cotidianidad que me asquea por completo. Aquí nos azotan, nos oprimen con sus anuncios engañosos, con el empalago de sus ofertas, con falsas reglas y consejos. Han maltratado nuestra integridad sin que nos sea posible culpar a nadie. Somos, en fin, todos los asesinos, todos los que esgrimen armas en vez de sentimientos; artificios metálicos y plásticos en lugar de pureza de espíritu. Todos aquellos que elogian y protegen sus posesiones, sus frutos obtenidos en robos lícitos, mediante la explotación de otros, una inocente plebe masificada, estructurada de por vida en estamentos productivos aniquiladores de la conciencia.

Todo un mundo, una civilización pasando por encima, viviendo, destruyéndose, reproduciéndose a su vez en otros miles de habitantes, más consumidores y aún más destructores, cerca del fin y a la vez conectados con el principio de una nueva era, de la regeneración, de la fusión de cuerpos en una única mente, intemporal de vida superior, indestructible hasta por su propio deseo.



La respuesta está en la búsqueda de la razón de ser partiendo de nuestro interior innato y medio dormido que espera ser avivado.

De todos modos hay que alejar la angustia a la fuerza, deshacerla hasta dejarla herida de muerte  en cualquier parte del camino. Hay que hacerlo ya. Cargar con ella es absorber su debilidad, su descomposición, convertirse en sustancia moribunda.  La sucia humanidad puede desvariar tu destino aunque estuviera predeterminado por uno mismo, puede hacernos explotar sin mecha previa, morir sin haber nacido, vivir sin haber muerto. Quizá no haya respuesta a esta aniquilación, pero debemos recuperar la libertad para arrasarlo todo.

Estamos uniéndonos y la fuerza resultante va tensando los nervios, va desbordándose la ira contenida, nos va levantando del polvo de la ignorancia. Sí, levantándonos con firmeza, sin que la tierra pueda abrirse entonces, sin que nada pueda detenernos.


Manuel Cintado - La Llamada del Destino (1980); Citas revisadas y repensadas: 2013


No hay comentarios:

Publicar un comentario