jueves, 7 de noviembre de 2013

El corazón no engaña; la mente, casi siempre (Annie Besant)





La única forma de ayudar eficazmente es mirar las cosas según ese hermano las mira, con sus limitaciones, sus prejuicios, su visión desfigurada, y viéndolas así, y siendo así afectados por ellas en nuestra naturaleza inferior, ayudando según su sentir y no el nuestro, porque solamente así puede darse ayuda verdadera. He aquí el entrenamiento oculto. Aprendamos a separarnos de nuestra naturaleza inferior, a estudiarla, a sentir sus sentimientos sin ser afectados por ellos, y así, en tanto que emocionalmente experimentamos, intelectualmente juzgamos.

Debemos desear compartir lo que tenemos de mejor, no es el retener sino el dar lo que es la vida del espíritu.

Solamente aquel que no tiene sus propios afanes es suficientemente libre para mostrar perfecta benevolencia a los otros. No necesitando cosa alguna, puede darlo todo. No amándose a sí mismo, vuélvese la encarnación del amor para los otros.

La vida espiritual y el amor no se acaban por el hecho de gastarlos. El gasto tan solo aumenta el acopio y lo hace más rico y más intenso. Tratad de ser tan felices y contentos como podáis, porque en el gozo se halla la real vida espiritual. La tristeza es solamente el resultado de nuestra ignorancia y de la ausencia de una visión clara. Recordad que en el mismo corazón del universo está la Beatitud.

Nada me duele más que el ciego y frenético empeño con el cual una gran mayoría de nuestros hermanos del género humano se dedican a la búsqueda del placer de los sentidos, y la vista errónea y eternamente vacía que tienen de la vida. El espectáculo de esta ignorancia y locura me toca el corazón mucho más tiernamente que las penalidades físicas que las gentes padecen.

Podríamos desear que todo el sufrimiento y toda la miseria del mundo fueran nuestros a fin de que el resto de nuestros semejantes pudieran ser liberados y ser felices.

En todo el curso de la evolución hay una ley según la cual todo cuanto sea digno de adquirirse no ha de obtenerse sin el sacrificio correspondiente.

Aquel que hace de sí mismo un instrumento para que con él trabajen las Divinas manos, no debe temer las tribulaciones y dificultades del riguroso mundo.



Si miramos en lo más hondo todo parece bello y armonioso, y el corazón se llena de alborozo y alegría, y con liberalidad abre sus tesoros al universo circundante.

Tan pronto como vivamos en el espíritu para comprender la naturaleza ilusoria de la existencia externa, el carácter cambiante de todo organismo humano y la inmutabilidad de la vida interna, sentiremos calma interna y despreocupación en este mundo de sombras.

Debemos amar a la Verdad y vivir la Verdad, solamente así se puede ver la Divina Luz, la que es en Verdad Sublime.

El progreso espiritual no es siempre el resultado de actos de bondad y de sacrificio.

El amor en el más elevado de los planos reposa solo en las serenas alturas del júbilo, y nada puede echar sombras sobre su nívea eminencia.

Piedad y Compasión son los sentimientos apropiados que debemos abrigar respecto de la humanidad que yerra.

A medida que crecemos espiritualmente nuestros pensamientos crecen increíblemente en poder dinámico, aun un pensamiento pasajero halla forma objetiva.

Hay gran diferencia entre quien sabe que la vida espiritual es una realidad y el hombre que solamente balbucea acerca de ella sin percibirla, que intenta asirla sin lograrlo, y no inhala su fragante aliento ni siente el tacto de ella.

En el sereno sol de la paz toda flor del Alma sonríe y crece, rica en su radiante color peculiar.

En la quietud del Alma reside el verdadero conocimiento y de la divina tranquilidad del corazón proviene la fuerza.



Annie Besant – La Doctrina del Corazón

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