viernes, 14 de marzo de 2014

El Amor trasciende siempre (María Zambrano)




Una de las indigencias de nuestros días es la que al amor se refiere. No es que no exista, sino que su existencia no halla lugar, acogida en la propia mente de quien es visitado por él. En el limitado espacio que en apariencia la mente de hoy abre a toda realidad, el amor tropieza con barreras infinitas. Y ha de justificarse y dar razones sin término, y ha de resignarse por fin a ser confundido con la multitud de los sentimientos, o de los instintos, o ser tratado como una enfermedad secreta, de la que habría que liberarse. La libertad, todas las libertades no parecen haberle servido de nada; la libertad de conciencia menos que ninguna, pues a medida que el hombre ha creído que su ser consistía en la conciencia y nada más, el amor se ha ido encontrando sin espacio vital donde alentar, como pájaro asfixiado en el vacío de una libertad negativa.

Vida en la negación, es la que se vive en la ausencia del amor. Cuando el amor se retira, no parece perderse nada de momento, y aún parecen emerger con más fuerza y claridad cosas como los derechos del hombre independiente. Al amor de nada le sirve aparecer bajo la forma de una arrebatadora pasión, para dejarlo convertido en un suceso, en el ejercicio de un humano derecho y nada más. En un episodio de la necesidad y de la justicia.

La ausencia del amor no consiste en que no aparezca en episodios, en pasiones, sino en su confinamiento en esos estrechos límites de la pasión individual descalificada en hecho, en raro acontecer. El amor está siendo juzgado por una conciencia donde no hay lugar para él, ante una razón que se le ha negado. Está como enterrado vivo, viviente, pero sin fuerza creadora. El amor no tiene espacio para su trascender cuando la vida humana le ha rechazado en ese movimiento de querer librarse de lo divino, al mismo tiempo que quiere absorberlo dentro de sí, que es una forma de querer librarse de ello. Y entonces no queda espacio para el trascender del amor, puente sin orillas en que tenderse. No tiene nada entre que mediar, realidad e irrealidad, ser y no ser, lo que ya es con el futuro sin término. La pretendida divinización total del hombre y de la historia produce la misma asfixia que debió haber cuando, en tiempos remotos, el hombre no lograba un lugar bajo el espacio lleno de Dioses, semidioses, de demonios. Tampoco entonces existía el amor.



El amor trasciende siempre. Abre el futuro, esa apertura sin límite, a otra vida que se nos aparece como la vida de verdad. El amor es el agente de destrucción más poderoso, porque al descubrir la inanidad de su objeto, deja libre un vacío, una nada aterradora al principio de ser percibida. Es el abismo en que se hunde no solo lo amado, sino la propia vida, la realidad misma del que ama. Es el amor el que descubre el no-ser y aún la nada. El Dios creador creó al mundo de la nada por amor. Y todo el que lleva en sí una brizna de este amor descubre algún día el vacío de las cosas, porque toda cosa y ser aspira a más de lo que realmente es. Y el que ama queda prendido en esta realidad no lograda.

Y así, el amor hace transitar, ir y venir entre las zonas antagónicas de la realidad, se adentra en ella y descubre su no-ser, sus infiernos. Descubre el ser y el no-ser, porque aspira a ir más allá del ser, de todo proyecto.
   Mas no existe engaño alguno en el amor, pues aquello que se ha amado, lo que en verdad se amaba, cuando se amaba, es verdad. Es la verdad, aunque no esté enteramente realizada y a salvo: la verdad que espera en el futuro. Pues el amor que integra la persona, la conduce a su entrega; exige hacer del propio ser una ofrenda, un sacrificio. Y este abatimiento que hay en el centro mismo del sacrificio anticipa la muerte. El que de veras ama, aprende a morir. Es un verdadero aprendizaje para la muerte.



El amor aparecerá ante la mirada del mundo como amor-pasión. Pero esas pasiones serán los episodios de su gran historia semiescondida. Estaciones necesarias para que pueda dar el amor su fruto último, para que pueda actuar como fuego que depura y como conocimiento; un conocimiento inexpresable. No es más valedero el amor que se expresa directamente, el que arrebata en un episodio. La acción del amor, se carácter de agente de lo divino en el hombre, se conoce sobre todo en ese afinamiento del ser que lo sufre y lo soporta. Y aún en un desplazamiento del centro de gravedad, que se ha trasladado a la persona amada, y cuando la pasión desaparece, quedará ese movimiento, el más difícil de estar “fuera de sí”. Vivir fuera de sí, por estar más allá de sí mismo.

Vivir dispuesto al vuelo, es el futuro inimaginable, el inalcanzable futuro de esa promesa de vida verdadera que el amor insinúa en quien lo siente. El futuro que consuela del presente haciendo descreer de él, de donde brota la creación, lo no previsto. Ese fuego sin fin que alienta en el secreto de toda vida. Lo que unifica con el vuelo de su trascender vida y muerte, como simples momentos de un amor que renace siempre de sí mismo. Lo más escondido del abismo de la divinidad. Lo inaccesible que desciende a toda hora.


María Zambrano – Dos fragmentos sobre el Amor (Andalucía, sueño y realidad)


2 comentarios:

  1. Una pena que sea toda una desconocida para muchos. Merece un buen reconocimiento, no ya por ser de Vélez-Málaga (la sangre tira, jejeje) sino por lo que supuso, tanto para el mundo de la literatura como para el de la filosofía.
    Un besote, mi niño

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  2. Pero, como opuesta al régimen y exiliada, su enorme dimensión humana fue ferozmente ensombrecida; no solo por poseer un lenguaje fino, demoledor, y hasta cierto punto difícil, sino porque en este país solemos olvidar a los mejores.

    Saludos!

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