lunes, 15 de febrero de 2016

Los ancianos tienen derecho a participar en la sociedad (Ramón Bayés)



La visión que tiene nuestra sociedad de los jubilados los reduce a personas que se encuentran al margen de los intereses dominantes, a individuos poco competentes que han entrado ya en una vía muerta esperando, fatigados e incluso exhaustos, el previsible final de la película y que, en todo caso, no participan en la sociedad como sujetos activos sino pasivos, susceptibles tan solo de recibir las atenciones y buena voluntad de familiares, médicos, enfermeros, psicólogos, filósofos o sacerdotes, o de constituirse en un auténtico filón de oro para la industria farmacéutica.

Un gran número de personas llega a la edad de jubilación en unas condiciones de salud excelentes, y este fenómeno se va a acentuar en los próximos años, cuando comience a llegar a esta edad una generación numerosa nacida entre finales de la década de los cuarenta y principios de los setenta, con pautas de salud mucho mejores de las que pudieron disfrutar sus padres y abuelos. ¿Qué va a hacer la sociedad con esta multitud de jubilados que ya no responden ni al estereotipo del viejecito adormilado en un sillón orejero ante el televisor ni al de aquel que, en temporada baja, dedica su tiempo a trasladarse de un lugar a otro de España en las excursiones del Inserso? ¿Qué van a hacer estas personas con su tiempo? Se trata de personas muchas de las cuales desean permanecer activas –aunque, en gran parte, no sepan cómo, con un acervo de conocimientos, habilidades y experiencia, que no debería menospreciarse y que han llegado a la jubilación sin manual de instrucciones para su uso.



Muchas personas mayores, después de la jubilación, queremos seguir viviendo. Y vivir significa hacer, vivir significa actuar. Existen, ciertamente, jóvenes con alma de viejo que tienen miedo a la vida por lo que supone de cambio e inseguridad; existen también viejos que, cada año con menor éxito, se empeñan en engañarse a sí mismos e intentar vivir como jóvenes tratando de disfrazar su cuerpo, en el salón de belleza, en el gimnasio, la farmacia o el quirófano. Pero cada vez somos más los que, sin maquillar las cicatrices de la edad, creemos que existe un futuro no solo después de los sesenta y cinco años, sino también después de los ochenta. Queremos participar en la sociedad; como seres humanos conscientes y con experiencia, los ancianos tenemos derecho a participar.

Las cosas están cambiando, ciertamente, pero no con la suficiente rapidez. Los que envejecen no son los cuerpos, son las personas. Y muchas de ellas están acercándose a la muerte en el seno de una sociedad llena de prejuicios que las condena prematuramente a una pasividad repetitiva sin posibilidad de cambio, a formar un todo permanente con la mesa camilla, a una especie de electroencefalograma plano.
    En lugar de limitarnos a aceptar pasivamente los achaques y deterioros de la vejez, o de sufrir en silencio como tantas personas mayores, ¿por qué no tratamos de abordarla como una especie de problema que es preciso resolver, incrementando así las probabilidades de explorar, descubrir, seleccionar, aceptar y aprovechar lo que nos ofrece?



Es importante que las instituciones faciliten y no dificulten en todos los ciudadanos que se encuentran motivados y capacitados para ello, una jubilación activa que, por una parte, ayude a preservar su salud y, por otra, les permita continuar enriqueciendo a la sociedad con la experiencia y conocimientos adquiridos a lo largo de toda una única e insustituible vida.

Algunos consejos prácticos para alcanzar el bienestar y, tal vez, algo parecido a la felicidad en las últimas etapas de la vida, son:

-         Simplifique su entorno.
-         Explore, busque, insista, encuentre y practique una actividad que consiga absorberle completamente y en la que la vivencia del tiempo que transcurre desaparezca.
-         Enriquezca su vida a través de contactos con colegas, amigos, jóvenes, niños, viajes, lecturas, nuevos aprendizajes, cambios, etc., que le hagan sentirse vivo e incrementar el número y calidad de sus interacciones y de sus recuerdos.
-         Introduzca en su vida momentos de lentitud e intente saborear el ahora.
-         Regálese momentos de distanciamiento en los que vea transcurrir su vida, sin sentirse implicado en ella, como si fuera la de otra persona.
-         Tenga siempre proyectos o sueños realistas pendientes. Salidas con amigos, vacaciones, escribir, aprender idiomas, etc.
-         Permitir, si le gustan, momentos de distracción superficial, pero sepa que el tiempo consumido de esta forma se convertirá, una vez terminado, en un tiempo vacío, sin nada tangible que recordar.
-         Haga ejercicio regularmente, aunque sea solo andar. Excepto en ocasiones especiales, como frugalmente.
-         Sea generoso y trate de amar a sus semejantes. Comparta, regale su tiempo, regale su vida, sea compasivo, trate de hacer felices a los demás. El que se enriquecerá es usted.

Y, sobre todo, intente encontrarle un sentido. Aunque sea viejo, aunque se sienta débil, su vida sigue siendo única, valiosa, insustituible. En cualquier momento, puede surgir el milagro. Tal vez lo difícil sea comprender que el sentido de la vida no se aprende: cada uno tiene que descubrirlo. Haga un esfuerzo, apasionadamente.

    Siempre debemos aprestarnos a luchar por la vida, la nuestra y la de los demás, aunque a veces, en el fondo, creamos que todo es una gran mentira… El mundo de las hadas está, tal vez, a la vuelta de la esquina.


Ramón Bayés – Vivir. Guía para una jubilación activa

2 comentarios:

  1. El segundo punto suele fallar.

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    1. La buena salud es la clave de todo ello, y que las personas que te rodeen propicien y alienten esa segunda juventud. Creo también que esos consejos son extrapolables para cualquiera a partir de los cuarenta.

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