Perlas varias
Me parece oportuno distinguir entre libertad subjetiva y libertad objetiva. Si como libertad objetiva entendemos su posibilidad en un entorno social es evidente que nunca será completa, no somos autosuficientes, necesitamos de los otros; la libertad de expresión, de acción, de ubicación en el mundo, de ir y venir, está supeditada de forma indisoluble con la de los demás, las acciones de uno repercuten en todos. Luego la libertad objetiva sería la suma de libertades individuales destinadas a alcanzar un orden social justo e igualitario, donde no haya ricos ni pobres, amos y esclavos, ni superiores ni inferiores. Mi libertad no comienza donde acaba la tuya, no puedo alcanzarla sin ti, no puedo sentime libre si estoy rodeado de personas encadenadas.Pero la libertad subjetiva, interior, sí es posible. Empieza a serlo cuando me responsabilizo de mi vida, cuando me adueño de mi futuro y, siguiendo a Jorge Bucay, cuando me concedo el permiso de estar y de ser quien soy, de decir lo que siento, de pensar lo que pienso, el derecho de decirlo o callarlo, sin esperar a que los demás me lo concedan. Para ello debemos reconocer quién somos realmente, rastrear dentro hasta encontrar nuestra esencia inmutable, parando la mente.
Recuerdo ahora una caso que cuenta el investigador sobre la espiritualidad oriental Ramiro A. Calle: ”Un día, en un ashram, se congregaba el guru con sus discípulos y estos le preguntaron: maestro, ¿qué tenemos que hacer para conseguir la iluminación? Y aquel les respondíó: haced como yo, cuando quiero comer, como, cuando quiero hablar, hablo, cuando quiero dormir, duermo, y cuando quiero morir, muero… y se murió en ese mismo momento”.
Creo que el dinero es la principal causa de la infelicidad del ser humano. La sociedad basada en el dinero sólo crea discriminación y desigualdad, ambición y pobreza, tanto material como espiritual. No por ser una utopía dejo de pensar en ello. Actualmente hay muchos pueblos de raíces ancestrales que están abandonando el dinero y volviendo al más equitativo y justo trueque. Incluso muchas personas del mundo desarrollado han adoptado ese estilo de vida, en contra de toda la tradición que desembocó en el capitalismo, el único gran y verdadero problema del mundo.
Todos tenemos derecho a rectificar cuando nos saltamos las reglas del juego.
No debemos condenar ni expulsar sin ofrecer la mano abierta para restablecer la paz.
Es difícil mantener presas a las ideas, mezcladas con emociones, recuerdos, estado anímico en general, hasta que explotan sin poder evitarlo, descargando todo el peso en una sola persona. Sabemos las reglas, pero somos humanos y las olvidamos a veces
¿Alguno de ustedes ha hecho el camino acompañando a una hermandad? Yo lo hice un año en plan reportaje fotográfico, y por supuesto antes pensaba que la diversión era lo único que importaba. Esa idea cambió rotundamente, hay gente con una fe incondicional, con peticiones y promesas a su Virgen, y demostraciones hasta el fanatismo. Diría de todas formas que sólo una minoría lo siente como una verdadera peregrinación de fe, y se escandalizan de lo que después ocurre en la aldea, con lo que hacen el camino, visitan a la Virgen y regresan a casa. Conozco algunos, no beben alcohol ni saben bailar, van a pie todo el tiempo a más de 30 grados en una polvareda tremenda mientras cantan y rezan. Verdaderamente indescriptible es la misa de romeros que se celebra justo antes de amanecer, sólo con la luz de las velas se oye la Salve. No soy creyente ni en dioses ni en imágenes aparecidas de santos, pero la devoción y pureza que desbordan algunos tiene todo el valor necesario como para minimizar la parafernalia que se monta a su alrededor. No podemos negar a la ligera las experiencias de carácter místico personales de ese pequeño porcentaje por que existan excesos del resto que manchen su credibilidad. Es como juzgar a Jesús analizando nada más que el comportamiento del cristianismo posterior. ¿Qué culpa tenía él?
Lo que se constata es que el culto a lo físico y a los placeres sin más está dinamitando cualquier escala de valores actual, y se llegue a confundir vivir el presente y la maravilla de la vida como única cosa a considerar, los caballos se desbocan, perdemos las riendas, y coche y cochero se precipitan en un abismo donde quizá ya no podamos encontrar nuestro verdadero yo.
!Bienvenidas las desavenencias, ellas son el germen de nuestro progreso! !Bienvenidas las malinterpretaciones, porque ellas nos amplian muchas veces nuestra estrechez de miras! !Bienvenida la disputa sana, el despertar de emociones y sentimientos, el que nos fuercen a ser nosotros mismos!
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viernes, 17 de diciembre de 2010
martes, 14 de diciembre de 2010
Sobre Genética y sus repercusiones
Una comparación del ADN mitocondrial de distintas etnias de diferentes regiones, sugiere que todas las secuencias de este ADN tienen envoltura molecular en una secuencia ancestral común. Asumiendo que el genoma mitocondrial sólo se puede obtener de la madre, estos hallazgos implicarían que todos los seres humanos descienden en última instancia de una sola mujer, cuando ya habrían existido los primeros y más primitivos Homo sapiens, tales como el "Homo sapiens idaltu".
Se sabe de esta Eva a causa del genoma contenido en las mitocondrias (orgánulo presente en todas las células) que sólo se transmite de la madre a la prole. Cada mitocondria contiene ADN mitocondrial, y la comparación de las secuencias de este ADN revela una filogenia molecular. Aunque no se puede descartar que la Eva mitocondrial haya sido el único ancestro femenino que vivió en su época, es probable que haya habido mujeres anteriores a la Eva mitocondrial y también otras pertenecientes a aquella época que hayan tenido descendencia hasta cierto momento en el pasado. Sin embargo, sólo la Eva mitocondrial produjo una línea completa de hijas hasta nuestros tiempos; por lo cual es el ancestro femenino del cual proviene toda la población actual.
El fundamento del linaje de la Eva mitocondrial, es que al revisar el árbol genealógico de los seres humanos que viven en la actualidad _a través de la genética_, al seguir una línea de cada individuo a su madre _y si estas líneas se continúan desde cada una de esas madres a sus respectivas madres_ se estará retrocediendo en el tiempo, todas las líneas convergerán en un punto en que todas las hijas comparten la misma madre. En este seguimiento, se observa que las ramas más antiguas comprueban una ascendencia mitocondrial africana y cuanto más se retroceda en el tiempo, menos linajes quedarán hasta que quede sólo uno; el cual correspondería al de la Eva mitocondrial.Por ello, cuanto más pequeña es una población, más rápidamente converge el ADN mitocondrial; las migraciones de pequeños grupos de personas derivan (en lo que se llama deriva genética) luego de unas pocas generaciones hacia un ADN mitocondrial común. Esto sirve como sustento a la teoría del origen común (en inglés, Single-origin hypothesis). Esta teoría plantea que los seres humanos modernos (Homo sapiens) se originaron en África hace entre 100.000 y 200.000 años, aunque la presencia de genoma masculino no se detecta hasta mucho después.
Así como las mitocondrias se heredan por vía materna, los cromosomas Y se heredan por vía paterna. Por lo tanto es válido aplicar los mismos principios con éstos. El ancestro común más cercano por vía paterna ha sido apodado Adán cromosómico-Y, y éste Adán parece algo posterior _lo que nos recuerda los mitos de un primer estado matriarcal sin intervención masculina en la procreación bastantes miles de años_.
Por lo tanto es válido aplicar los mismos principios con el masculino que con el femenino, y el ancestro común más cercano por vía paterna, de acuerdo a lo que la ciencia actual es capaz de explicar, no habría vivido en la misma época que la Eva mitocondrial, sino que sería unos 50.000 años más reciente, hacia el -65.ooo.
La confluencia de esos dos datos son importantes. Esto podría aclarar otros estudios sobre el origen, no ya del homo sapiens, sino de nuestra raza actual, tras un periodo glaciar y/o la erupción de un supervolcán en el Pacífico, que se dataría también en unos 65.000 a.C.; según todo ello nuestra raza actual debería de provenir del cruce de unas 1.000 parejas como punto de partida al menos con esa antigüedad... ¿fuimos creados?
Una comparación del ADN mitocondrial de distintas etnias de diferentes regiones, sugiere que todas las secuencias de este ADN tienen envoltura molecular en una secuencia ancestral común. Asumiendo que el genoma mitocondrial sólo se puede obtener de la madre, estos hallazgos implicarían que todos los seres humanos descienden en última instancia de una sola mujer, cuando ya habrían existido los primeros y más primitivos Homo sapiens, tales como el "Homo sapiens idaltu".
Se sabe de esta Eva a causa del genoma contenido en las mitocondrias (orgánulo presente en todas las células) que sólo se transmite de la madre a la prole. Cada mitocondria contiene ADN mitocondrial, y la comparación de las secuencias de este ADN revela una filogenia molecular. Aunque no se puede descartar que la Eva mitocondrial haya sido el único ancestro femenino que vivió en su época, es probable que haya habido mujeres anteriores a la Eva mitocondrial y también otras pertenecientes a aquella época que hayan tenido descendencia hasta cierto momento en el pasado. Sin embargo, sólo la Eva mitocondrial produjo una línea completa de hijas hasta nuestros tiempos; por lo cual es el ancestro femenino del cual proviene toda la población actual.
El fundamento del linaje de la Eva mitocondrial, es que al revisar el árbol genealógico de los seres humanos que viven en la actualidad _a través de la genética_, al seguir una línea de cada individuo a su madre _y si estas líneas se continúan desde cada una de esas madres a sus respectivas madres_ se estará retrocediendo en el tiempo, todas las líneas convergerán en un punto en que todas las hijas comparten la misma madre. En este seguimiento, se observa que las ramas más antiguas comprueban una ascendencia mitocondrial africana y cuanto más se retroceda en el tiempo, menos linajes quedarán hasta que quede sólo uno; el cual correspondería al de la Eva mitocondrial.Por ello, cuanto más pequeña es una población, más rápidamente converge el ADN mitocondrial; las migraciones de pequeños grupos de personas derivan (en lo que se llama deriva genética) luego de unas pocas generaciones hacia un ADN mitocondrial común. Esto sirve como sustento a la teoría del origen común (en inglés, Single-origin hypothesis). Esta teoría plantea que los seres humanos modernos (Homo sapiens) se originaron en África hace entre 100.000 y 200.000 años, aunque la presencia de genoma masculino no se detecta hasta mucho después.
Así como las mitocondrias se heredan por vía materna, los cromosomas Y se heredan por vía paterna. Por lo tanto es válido aplicar los mismos principios con éstos. El ancestro común más cercano por vía paterna ha sido apodado Adán cromosómico-Y, y éste Adán parece algo posterior _lo que nos recuerda los mitos de un primer estado matriarcal sin intervención masculina en la procreación bastantes miles de años_.
Por lo tanto es válido aplicar los mismos principios con el masculino que con el femenino, y el ancestro común más cercano por vía paterna, de acuerdo a lo que la ciencia actual es capaz de explicar, no habría vivido en la misma época que la Eva mitocondrial, sino que sería unos 50.000 años más reciente, hacia el -65.ooo.
La confluencia de esos dos datos son importantes. Esto podría aclarar otros estudios sobre el origen, no ya del homo sapiens, sino de nuestra raza actual, tras un periodo glaciar y/o la erupción de un supervolcán en el Pacífico, que se dataría también en unos 65.000 a.C.; según todo ello nuestra raza actual debería de provenir del cruce de unas 1.000 parejas como punto de partida al menos con esa antigüedad... ¿fuimos creados?
lunes, 13 de diciembre de 2010
Sobre el Sentido de la Vida
El hombre, una vez cubiertas sus necesidades primarias, creerá, no sin razón, que el sentido de su vida es alcanzar la felicidad, en todos los órdenes, para ello exige su libertad, tanto interna como externa, procura disponer para sí de los placeres mundanos, defender y proteger a los que ama, adquirir conocimientos y reconocimiento, atrapar su sitio en el mundo, porque sólo se vive una vez y la vida no se puede desperdiciar.
Hay otra posibilidad la cual, sin menoscabar el fin antes mencionado y pudiendo acaecer al mismo tiempo, estriba en creer que el sentido de la vida es conocerse a uno mismo, que debemos buscar algo más fuera de nuestro ego, de nuestra existencia mortal y puntual, del dolor y del placer, de la muerte como fin de la existencia. El que se encuentra en este estado, después de comprobar su ignorancia sobre casi todo, de entender que los ideales del ser humano, como felicidad, libertad, etc., son sólo instantes en los que degustamos, o mejor, olfateamos ese Bien, vislumbra que hay algo más profundo y recóndito. Cuando este hombre descubre su origen dependiente o, mejor dicho, que hemos sido creados por una entidad superior, se pregunta por qué y para qué en otra dirección; si hemos sido creados, y el acto de creación no es sólo el resultado del azar evolutivo ¿cuál será el sentido de nuestra vida? Todo lo creado tiene una finalidad ¿qué propósito tendría ese creador? ¿No podría ser que, a la par de ser felices, se nos hubiera encomendado purificar cuerpo y mente para poder despertar la chispa divina que coexiste con ellos, pero que tiene en pequeña escala todos los atributos de la perfección, para liberarla de las limitaciones de la materia?
En el lado opuesto, la agresividad y la violencia son el resultado de la inteligencia desequilibrada; eso puede corregirse según expresa el Dalai Lama con la superación, primero, de la ignorancia (origen del sufrimiento) sobre la verdadera naturaleza del ser, después aprender a vivir sin la marca de la culpabilidad, y, por fin, cultivar los estados positivos. De esa manera, reduciendo la presencia de los estados negativos, que sólo son obstáculos transitorios, nos daríamos cuenta de que todos venimos al mundo con la misión inexcusable de ser felices.
Pero nadie puede dejar de ser egoísta, excepto los hipócritas. El egoísmo es natural. Sí, siendo egoísta llega un momento en el que estás compartiendo. Lo fundamental es amarte a ti mismo tanto que ese amor rebose y alcance a los demás: “si una sociedad se sustenta en la ley, esa sociedad está dominada por el miedo. Cuando se sustenta en el amor, el miedo desaparece y no es necesaria la ley. El hombre no ha cambiado debido al castigo, sino que, en realidad, lo ha vuelto más corrupto”.
¿Qué es lo que entendemos por bondad ó compasión? Decía OSHO que: “significa aceptar los fallos y debilidades de los demás, sin esperar a que se comporten como si fueran perfectos. La compasión sólo surge cuando puedo ver que todo el mundo está relacionado conmigo; todo el proceso de la sociedad es una especie de hipnosis. Hay que volver a la mente natural, como un niño, deshacerse del odio, la rabia, la envidia. Una vez en este tramo nos iluminará la compasión, que no es sinónima de bondad. La bondad es algo que podemos ejercitar, pero la compasión sólo es posible cuando el ego ha desaparecido del todo”.
Y según el Dalai Lama: "Al generar compasión, en cambio, el asumir el sufrimiento de otro, también se puede experimentar inicialmente un cierto grado de incomodidad, una sensación de que aquello es insoportable. Pero, el sentimiento es muy diferente porque, por debajo de la incomodidad, hay un grado muy alto de alerta y determinación, ya que se asume voluntaria y deliberadamente el sufrimiento del otro con un propósito elevado. Aparece un sentimiento de conexión y compromiso, la voluntad de abrirse a los demás, una sensación de frescura en lugar de desánimo."
Olvidemos un poco el amor perfecto y valoremos esas pequeñas cosas que nos pasan desapercibidas por hábito ó costumbre, o porque estamos demasiado ensimismados en nuestro ego pero que, reconociéndolas, dan sentido continuo a nuestro existir.
Sabemos que todos somos interdependientes y, sin embargo, luchamos por ser autodependientes. Decía Bucay que el camino de la autodependencia que devolviera el sentido a la vida, que habíamos perdido, empezaba por contestarse en este orden tres preguntas básicas: quién soy, adónde voy y con quién. El Amar da por sí mismo sentido a nuestra vida, sin esperar a que seamos correspondidos en ello; pero, como el amor perfecto lo consideraríamos imposible, cualquier grado que alcancemos participa en su justa medida de ese ideal. Aunque parcial e incompleto, siempre genera una fuerza capaz de mejorarnos a nosotros mismos y alcanzar a los demás, cualquier gesto, mirada, intención, etc. hacia cualquier ser vivo que origina un canal para transmitir y recibir.
Es necesaria la desacralización de lo divino y su búsqueda en nuestro interior, una vez eliminados los obstáculos que se interponen, estructuras mentales y sociales sobre todo. Tenemos que renovar el concepto de Dios y conocer en qué medida somos también dioses, pero sabiendo de qué hablamos.¿Quizá la fe y las obras no se refieren a uno mismo?, ¿ó deberíamos decir: "Ama a Dios, al prójimo y a todas las cosas como a ti mismo”?, ¡no más ni sobre todo!
Si presuponemos la Creación en su conjunto como obra de un acto de Amor, como lo es la Música, la Pintura, las Artes en general, cuyo impulso que las genera en lo profundo creo que está basado en el amor al sonido puro, el amor a la imagen pura y perfecta, la construcción de objetos en un intento de asemejarnos a lo que un día fue la construcción perfecta, aunque no lleguemos nunca a tal nivel y sean copias imperfectas, ¿no genera esa producción felicidad, no se acerca a la plenitud, es irreal, es mala, es innecesaria? ¿no producen felicidad y amor a los que las disfrutan? ¿no irradian lo mejor del ser humano? Esa intención, ¿cómo la llamaríamos? No será que pretendiéramos con ese acto creativo inundar lo existente por Amor a la vida?
Si pudiéramos ponernos en el lugar de un hipotético Dios, creado o no a sí mismo, para el que la Vida es la consecuencia lógica, ya que la nada es absurda, no es nada ni puede crear nada, ¿no quisiéramos hacer extensiva la existencia a una multiplicidad de seres para hacer patente ese amor, para multiplicarlo, para perpetuarlo? ¿No sería un gozo observar tan solo la belleza del Universo, y no sería egoísta quedárselo para sí, en soledad? ¿Habría un objetivo más puro y loable que esta pretensión?
Admitiendo la existencia del espíritu individual, de algún lado tiene que haber salido ¿quién los creó? ¿son todos iguales? ¿o es sólo un único espíritu extendido por todas partes? ¿es ilimitadamente extenso e intemporal? ¿se puede decir que para ese espíritu no existen ni el espacio ni el tiempo? Puede que esos dos conceptos sólo sean convenciones útiles y válidas para los seres corpóreos, finitos y mortales que somos.
No somos perfectos, y dejando un poco de lado el acto creativo de dudosas causas y fines, ¿podemos afirmar que por el hecho de no ser perfectos ello nos induzca a pensar que no deberían existir otros seres que si lo fueran? Si hemos sido creados ó manipulados genéticamente en un remoto pasado, pero no con el fin de que estuviéramos al mismo nivel de partida de quien o qué lo hizo, sino sólo dándonos unas herramientas para que lo consiguiéramos por nosotros mismos, en un plazo abierto, con infinitas vidas por delante… ¡el Universo no tiene prisa!
Comparto la idea de la ausencia de un rumbo claro en nuestra sociedad actual, bajo mi punto de vista creo que no se ha hecho más que retroceder en lo referente al verdadero sentido de la vida y que en un comienzo se disponía de ese bagaje, que al parecer ante la amenaza evidente que tales poderes y conocimientos fueran utilizados de forma negativa, sus defensores los encerraron bajo el epígrafe de esotérico, podría decirse que sólo debían revelarse tras duras pruebas de iniciación a aquellos dignos de recibirlos. Ese lógico ocultamiento está desapareciendo y debe difundirse ese caudal como medio de encaminar al hombre a otro nivel de conciencia.
¿No parece utópico hoy día, cuando estamos controlados casi del todo por esos poderes oscuros que no tienen ningún interés en perder su dominio? Quizá tengamos todos pendientes de llevar a cabo el “conócete a ti mismo”, sencilla frase pero poderosa, compatible con el vivir aquí y ahora con toda su intensidad, puede que en esa labor encontráramos la grandeza escondida del ser humano, nuestra conexión manifiesta con todo lo existente, que sigo pensando que tiene como eje absoluto el Amor y la consecución de la Felicidad para nosotros y para los demás.
Así que vive con amor, intenta limpiar el lastre del pasado, desconfía de la mente y permanece atento a un cambio de conciencia que está a punto de llegar y que producirá un ser humano distinto, vibrando en otra dimensión donde sólo habrá sitio para el amor.
El hombre, una vez cubiertas sus necesidades primarias, creerá, no sin razón, que el sentido de su vida es alcanzar la felicidad, en todos los órdenes, para ello exige su libertad, tanto interna como externa, procura disponer para sí de los placeres mundanos, defender y proteger a los que ama, adquirir conocimientos y reconocimiento, atrapar su sitio en el mundo, porque sólo se vive una vez y la vida no se puede desperdiciar.
Hay otra posibilidad la cual, sin menoscabar el fin antes mencionado y pudiendo acaecer al mismo tiempo, estriba en creer que el sentido de la vida es conocerse a uno mismo, que debemos buscar algo más fuera de nuestro ego, de nuestra existencia mortal y puntual, del dolor y del placer, de la muerte como fin de la existencia. El que se encuentra en este estado, después de comprobar su ignorancia sobre casi todo, de entender que los ideales del ser humano, como felicidad, libertad, etc., son sólo instantes en los que degustamos, o mejor, olfateamos ese Bien, vislumbra que hay algo más profundo y recóndito. Cuando este hombre descubre su origen dependiente o, mejor dicho, que hemos sido creados por una entidad superior, se pregunta por qué y para qué en otra dirección; si hemos sido creados, y el acto de creación no es sólo el resultado del azar evolutivo ¿cuál será el sentido de nuestra vida? Todo lo creado tiene una finalidad ¿qué propósito tendría ese creador? ¿No podría ser que, a la par de ser felices, se nos hubiera encomendado purificar cuerpo y mente para poder despertar la chispa divina que coexiste con ellos, pero que tiene en pequeña escala todos los atributos de la perfección, para liberarla de las limitaciones de la materia?
En el lado opuesto, la agresividad y la violencia son el resultado de la inteligencia desequilibrada; eso puede corregirse según expresa el Dalai Lama con la superación, primero, de la ignorancia (origen del sufrimiento) sobre la verdadera naturaleza del ser, después aprender a vivir sin la marca de la culpabilidad, y, por fin, cultivar los estados positivos. De esa manera, reduciendo la presencia de los estados negativos, que sólo son obstáculos transitorios, nos daríamos cuenta de que todos venimos al mundo con la misión inexcusable de ser felices.
Pero nadie puede dejar de ser egoísta, excepto los hipócritas. El egoísmo es natural. Sí, siendo egoísta llega un momento en el que estás compartiendo. Lo fundamental es amarte a ti mismo tanto que ese amor rebose y alcance a los demás: “si una sociedad se sustenta en la ley, esa sociedad está dominada por el miedo. Cuando se sustenta en el amor, el miedo desaparece y no es necesaria la ley. El hombre no ha cambiado debido al castigo, sino que, en realidad, lo ha vuelto más corrupto”.
¿Qué es lo que entendemos por bondad ó compasión? Decía OSHO que: “significa aceptar los fallos y debilidades de los demás, sin esperar a que se comporten como si fueran perfectos. La compasión sólo surge cuando puedo ver que todo el mundo está relacionado conmigo; todo el proceso de la sociedad es una especie de hipnosis. Hay que volver a la mente natural, como un niño, deshacerse del odio, la rabia, la envidia. Una vez en este tramo nos iluminará la compasión, que no es sinónima de bondad. La bondad es algo que podemos ejercitar, pero la compasión sólo es posible cuando el ego ha desaparecido del todo”.
Y según el Dalai Lama: "Al generar compasión, en cambio, el asumir el sufrimiento de otro, también se puede experimentar inicialmente un cierto grado de incomodidad, una sensación de que aquello es insoportable. Pero, el sentimiento es muy diferente porque, por debajo de la incomodidad, hay un grado muy alto de alerta y determinación, ya que se asume voluntaria y deliberadamente el sufrimiento del otro con un propósito elevado. Aparece un sentimiento de conexión y compromiso, la voluntad de abrirse a los demás, una sensación de frescura en lugar de desánimo."
Olvidemos un poco el amor perfecto y valoremos esas pequeñas cosas que nos pasan desapercibidas por hábito ó costumbre, o porque estamos demasiado ensimismados en nuestro ego pero que, reconociéndolas, dan sentido continuo a nuestro existir.
Sabemos que todos somos interdependientes y, sin embargo, luchamos por ser autodependientes. Decía Bucay que el camino de la autodependencia que devolviera el sentido a la vida, que habíamos perdido, empezaba por contestarse en este orden tres preguntas básicas: quién soy, adónde voy y con quién. El Amar da por sí mismo sentido a nuestra vida, sin esperar a que seamos correspondidos en ello; pero, como el amor perfecto lo consideraríamos imposible, cualquier grado que alcancemos participa en su justa medida de ese ideal. Aunque parcial e incompleto, siempre genera una fuerza capaz de mejorarnos a nosotros mismos y alcanzar a los demás, cualquier gesto, mirada, intención, etc. hacia cualquier ser vivo que origina un canal para transmitir y recibir.
Es necesaria la desacralización de lo divino y su búsqueda en nuestro interior, una vez eliminados los obstáculos que se interponen, estructuras mentales y sociales sobre todo. Tenemos que renovar el concepto de Dios y conocer en qué medida somos también dioses, pero sabiendo de qué hablamos.¿Quizá la fe y las obras no se refieren a uno mismo?, ¿ó deberíamos decir: "Ama a Dios, al prójimo y a todas las cosas como a ti mismo”?, ¡no más ni sobre todo!
Si presuponemos la Creación en su conjunto como obra de un acto de Amor, como lo es la Música, la Pintura, las Artes en general, cuyo impulso que las genera en lo profundo creo que está basado en el amor al sonido puro, el amor a la imagen pura y perfecta, la construcción de objetos en un intento de asemejarnos a lo que un día fue la construcción perfecta, aunque no lleguemos nunca a tal nivel y sean copias imperfectas, ¿no genera esa producción felicidad, no se acerca a la plenitud, es irreal, es mala, es innecesaria? ¿no producen felicidad y amor a los que las disfrutan? ¿no irradian lo mejor del ser humano? Esa intención, ¿cómo la llamaríamos? No será que pretendiéramos con ese acto creativo inundar lo existente por Amor a la vida?
Si pudiéramos ponernos en el lugar de un hipotético Dios, creado o no a sí mismo, para el que la Vida es la consecuencia lógica, ya que la nada es absurda, no es nada ni puede crear nada, ¿no quisiéramos hacer extensiva la existencia a una multiplicidad de seres para hacer patente ese amor, para multiplicarlo, para perpetuarlo? ¿No sería un gozo observar tan solo la belleza del Universo, y no sería egoísta quedárselo para sí, en soledad? ¿Habría un objetivo más puro y loable que esta pretensión?
Admitiendo la existencia del espíritu individual, de algún lado tiene que haber salido ¿quién los creó? ¿son todos iguales? ¿o es sólo un único espíritu extendido por todas partes? ¿es ilimitadamente extenso e intemporal? ¿se puede decir que para ese espíritu no existen ni el espacio ni el tiempo? Puede que esos dos conceptos sólo sean convenciones útiles y válidas para los seres corpóreos, finitos y mortales que somos.
No somos perfectos, y dejando un poco de lado el acto creativo de dudosas causas y fines, ¿podemos afirmar que por el hecho de no ser perfectos ello nos induzca a pensar que no deberían existir otros seres que si lo fueran? Si hemos sido creados ó manipulados genéticamente en un remoto pasado, pero no con el fin de que estuviéramos al mismo nivel de partida de quien o qué lo hizo, sino sólo dándonos unas herramientas para que lo consiguiéramos por nosotros mismos, en un plazo abierto, con infinitas vidas por delante… ¡el Universo no tiene prisa!
Comparto la idea de la ausencia de un rumbo claro en nuestra sociedad actual, bajo mi punto de vista creo que no se ha hecho más que retroceder en lo referente al verdadero sentido de la vida y que en un comienzo se disponía de ese bagaje, que al parecer ante la amenaza evidente que tales poderes y conocimientos fueran utilizados de forma negativa, sus defensores los encerraron bajo el epígrafe de esotérico, podría decirse que sólo debían revelarse tras duras pruebas de iniciación a aquellos dignos de recibirlos. Ese lógico ocultamiento está desapareciendo y debe difundirse ese caudal como medio de encaminar al hombre a otro nivel de conciencia.
¿No parece utópico hoy día, cuando estamos controlados casi del todo por esos poderes oscuros que no tienen ningún interés en perder su dominio? Quizá tengamos todos pendientes de llevar a cabo el “conócete a ti mismo”, sencilla frase pero poderosa, compatible con el vivir aquí y ahora con toda su intensidad, puede que en esa labor encontráramos la grandeza escondida del ser humano, nuestra conexión manifiesta con todo lo existente, que sigo pensando que tiene como eje absoluto el Amor y la consecución de la Felicidad para nosotros y para los demás.
Así que vive con amor, intenta limpiar el lastre del pasado, desconfía de la mente y permanece atento a un cambio de conciencia que está a punto de llegar y que producirá un ser humano distinto, vibrando en otra dimensión donde sólo habrá sitio para el amor.
martes, 30 de noviembre de 2010
Sobre la Vida Eterna
Sólo podremos conseguir aquello en que creemos, independientemente de lo imposible que parezca, a pesar de que no haya pruebas tangibles. Si conseguimos sintonizar aunque sea fugazmente con el origen de todo, empezamos a vislumbrar la banalidad de nuestra vida, comienza a parecer absurdo que la vida termine con la muerte, y a tener certezas íntimas de que es precisamente todo lo contrario, que la muerte solo cierra una etapa de mayor o menor progreso tras la cual se acabó el sufrimiento, el lamento y el deseo propios de los seres materiales, para entrar en otra dimensión, la espiritual, pura energía que se reorganiza y que prepara sin prisas su próxima vida, con nuevos retos y objetivos.
Si lo que estamos cuestionando es la posibilidad de la vida eterna, es imposible creo captarlo desde la óptica de afirmar de que no hay nada más allá de la muerte. ¿Qué podemos perder si creemos que existe la reencarnación, de que disponemos de infinitas materializaciones buscando la purificación de la chispa divina que se instaló en un comienzo, con el fin de que, ya limpiados de toda impureza, aspiremos a la disolución en lo absoluto? Como mínimo le daría un nuevo sentido a nuestra vida, la situaría en una espiral de intemporalidad.
La creencia en lo que de vida eterna tiene la reencarnación tiene como consecuencia que valoremos aún más nuestra existencia actual, única, irrepetible, con unos objetivos previos ocultos que tenemos que desentrañar y conseguir, ineludiblemente, distintos para cada uno, porque quedan muchos escalones que subir y no nos podemos permitir el lujo de malgastarla, no aprovecharla como parte de nuestra evolución. También me parece trágico saber que nos puede estar esperando un premio gordo, que sería conseguir en vida la liberación, el nirvana ó cielo o como queramos llamarlo, y no tener el valor ni capacidad suficiente para emprender ese camino, ni siquiera para aceptarlo.
¿Traemos condicionamientos y huellas dejadas por vidas anteriores que pueden haber motivado la elección de nuestro nacimiento en un momento y lugar determinados, con unas metas a superar? Ciertamente nos son desconocidas, pero no por ello menos importantes, ya que determinarán nuestro rumbo y qué experiencias debemos sufrir en nuestro proceso evolutivo. Visto así, es probable que necesitemos vivir el odio, la injusticia, el crimen, la maldad tanto como el amor, la justicia, la compasión, el Bien. Entonces, el propósito en nuestra vida será buscar la felicidad mediante el entrenamiento del intelecto y de los sentimientos. Las personas felices son más sociables, flexibles y creativas, más capaces de tolerar las frustraciones; esa felicidad está determinada más por el estado mental que por los acontecimientos externos. Tenemos que aprender que las emociones y comportamientos negativos son nocivos, primero para nosotros mismos y luego para los demás. Hay que apartarlos y cubrir ese hueco con estados mentales positivos. Sucumbamos a lo que nos ofrece la vida, sin perder de vista que todo lo que vivimos tiene un por qué profundo, hasta diríamos prediseñado por nuestra entidad para dar cumplimiento a sus objetivos de perfeccionamiento.
Decía Sri Aurobindo:
" El alma del hombre es una chispa de la conciencia divina que descendió hasta la materia, y desde entonces ha tratado de liberarse a través del proceso ascendente de evolución; puede crecer lo suficiente como para poder salir a la superficie y dirigir y modelar su propia conciencia. Es también el canal a través del cual la conciencia divina puede llegar hasta los niveles inferiores de la naturaleza humana. El alma está, por un lado, en contacto directo con el Divino y con la conciencia superior, y por otro lado es el fundamento de la conciencia inferior, el núcleo escondido en torno al cual se construyen y organizan el cuerpo, la mente y la vida del individuo”.
" El alma del hombre es una chispa de la conciencia divina que descendió hasta la materia, y desde entonces ha tratado de liberarse a través del proceso ascendente de evolución; puede crecer lo suficiente como para poder salir a la superficie y dirigir y modelar su propia conciencia. Es también el canal a través del cual la conciencia divina puede llegar hasta los niveles inferiores de la naturaleza humana. El alma está, por un lado, en contacto directo con el Divino y con la conciencia superior, y por otro lado es el fundamento de la conciencia inferior, el núcleo escondido en torno al cual se construyen y organizan el cuerpo, la mente y la vida del individuo”.
Por todo ello no me gusta llegar a ningún trato con la vida, intento que no me trate; yo, en cambio, a ella, suelo tratarla muy mal, no le doy tregua; que no se quede quieta y estancada, que siga cada uno por su lado, que no me contamine, que no inquiete a mi muerte, que también camina a mi lado. Prefiero no encontrarme con las dos en el mismo punto y tener que optar por una de ellas. Tengo todo lo que necesito para vivir y aún muy poco de lo que necesito para morir!
Mi muerte me da risa, sin embargo mi vida me pone serio. Sólo bromeo con la vida cuando me desvinculo de ella, y la veo desde más arriba advirtiendo su precariedad, su insuficiencia, su sarcástico patetismo, su fragilidad transitoria; entonces me río de ella y de su común banalidad, incluso la aplaudo a veces. Después, voy a su camerino y, tras felicitarla, comienzo a criticarle todo lo que está mal, sin piedad. Más tarde, ya en paz, me voy conmigo mismo a disfrutar de la vaciedad.
Pero... ¿qué he dicho este año?
Sobre Dios
A la hora de discernir por qué los dioses parecen demostrar comportamientos que para nuestro sentido ético son como mínimo incomprensibles ó reprobables, deberíamos delimitar claramente de qué dioses hablamos y de su relación con el hombre.
En todas las religiones y mitologías del mundo todo lo que existe se atribuye a un Dios eterno, innombrable, incognoscible, etc. que es el CREADOR del universo. En la mitología griega se le denomina Caos (vaciedad), en la hindú Vishvakarman, en el Popol Vuh maya de le denomina Tzakol, para los sumerios era Anu, en el mito babilónico de la creación es Marduk, en Egipto es Atum el que se libra del caos que le atenazaba y crea lo existente, y para terminar (porque la lista sería larguísima), en la Torah judía es YHVH, en la Biblia cristiana es Dios, y en el Corán Allah.
Bueno, digo esto porque casi exclusivamente en estas tres últimas, se adora al "dios" creador como el UNICO "dios", el mismo que aparece de principio a fin en sus textos oficiales y a él se atribuyen los máximos honores, omnipotente, omnisciente, eterno, suprema bondad y demás, y por todo eso no admite ninguna valoración ética posible por parte del hombre, está completamente fuera de nuestro alcance y lo único que puede hacerse es alabarle, adorarle y amarle sin resquicios, entregándose a él en cuerpo y alma.
En el resto _la mayoría_ de las mitologías, el Dios creador desaparece de escena, no se le adora en absoluto, se desentiende del mundo tras encargar su mantenimiento y desarrollo a otros dioses, y éstos a su vez a otros dioses menores. Por ejemplo, la mitología griega más antigua, Caos crea a Urano -el cielo_ y a Gea _la tierra_, posteriormente a Erebo _las tinieblas_, Tártaro _el oeste del oeste_, Nicta _la noche_ y otros más. Como eran muy promiscuos, de las incesantes relaciones entre ellos nacen los demás: Cronos, Titanes, Atlas, y una larga lista de dioses, que adoran porque controlan el destino humano, son los que arbitrariamente envían epidemias, provocan terremotos, inundaciones, deciden la suerte de las batallas, etc. Se les adora porque se les teme, se les invoca para que desistan de sus actos caprichosos respecto al hombre porque, al parecer, consideraban al ser humano como una creación perfecta y superior.
Pero, ¿en qué podemos ser superiores a esos dioses? ¿No será porque tenemos Moral , sentimientos y la capacidad de amar?
Creo que el Dios que se nos muestra en el AT. parece muy diferente al menos, desde mi visión, al Dios que nos presentan otras alternativas y el NT., en su comportamiento ético y con unos fines ciertamente oscuros. Para ellos elige a un grupo, en detrimento de los demás coetáneos, y les presenta un nuevo formato de Redención para cuya consecución no tiembla al regalar un código moral y social meticuloso en el que, su cumplimiento, garantiza la salvación, y una tecnología muy superior a la época para llevarlo a cabo al precio necesario.
Pero ese Dios se sirve continuamente de una cohorte de intermediarios y armas letales para conseguir sus fines. ¿O es que los Elohim actúan por su cuenta disfrazados de un falso Dios y abandonan caprichosamente a su pueblo cuando ya no les son necesarios? ¿Quiénes son y qué quieren del ser humano?
No he encontrado equidad entre dioses y hombres, excepto en las sociedades primitivas que han llegado hasta hoy sin apenas contagio de las culturas desarrolladas. Para el hombre religioso de estas culturas, el espacio no es homogéneo, hay un espacio sagrado, el único que es real, que existe desde el momento en que lo sagrado se manifiesta; entonces el mundo viene a la existencia, proyecta un Centro en el Caos y se abre comunicación con lo trascendente. Para este hombre, si el mundo y el hombre existen es porque los seres sobrenaturales han desplegado una actividad creadora en los comienzos; el hombre de hoy es el resultado directo de los acontecimientos míticos; es mortal porque algo ha pasado “in illo tempore”, la humanidad fue creada como un modelo de perfección, pero cayó, es decir, fue propulsada hasta un mundo y un cuerpo cada vez más físicos.
Entonces, este hombre ancestral, para restaurar la igualdad perdida, reproduce exacta y periódicamente mediante ciertos ritos ese tiempo sagrado. Reintegrar el Tiempo Sagrado del origen significa hacerse contemporáneo de los dioses, y emular sus poderes. Los mitos les enseñan como repetir los gestos creadores y, al hacerlo se ponen a su altura. Por ejemplo, hacer fuego, fabricar un arma de caza o construir una cabaña, son para ellos actos sagrados porque así lo hicieron por vez primera sus dioses y lo enseñaron a sus antepasados. En ese momento, el hombre recupera su esencia original y se hace igual a los dioses.
Generalmente, en estas sociedades primitivas, aunque con diferencia entre ellas, se distingue en primer lugar un Dios creador del universo, todopoderoso, pero que no es quien crea al ser humano. Supuestamente, este Dios delega el mantenimiento y conservación de lo creado en unos demiurgos. Es más fácil de entender este concepto en el induísmo (cuyos textos se remontan a miles de años de antigüedad) y aquí se dividen en tres: Brahma, el que organiza la materia y "duerme", Visnú, el que conserva, enjuicia y salva, y Shiva, encargado de la disolución, éstos son los que crean a otros dioses menores y al hombre.
Muchas de estas sociedades primitivas aseguran que en un momento determinado, bajaron del cielo unos seres que les entregan a sus antecesores su sabiduría y todos los elementos de la civilización, astronomía, escritura, confección de ropas y armas, etc. Para estos hombres no hay historia ni evolución, porque consideran que ya en un principio se les entregó todo lo que había que saber; así, este hombre, no cambia nada de aquello, y la forma de mantener intactos sus poderes y conocimientos es actualizar permanentemente ese momento primordial e idílico mediante sus ritos Es esta línea de actuación la que los hace iguales a sus ascendientes y a los dioses que los enseñaron.
viernes, 12 de noviembre de 2010
Frases y proverbios para detenerse ...
Aquello que somos hoy procede de nuestros pensamientos de ayer, y nuestros pensamientos del presente forman nuestra vida del mañana. Nuestra vida es la creación de nuestra mente.
El pasado está muerto, el futuro es imaginario, la felicidad sólo puede existir en el Momento Eterno de Ahora.
La intuición no se piensa, se escucha; pensar es buscar y escuchar es encontrar; el que busca no suele encontrar. El proceso pasa por relajarse y dejarse llevar; cualquier cosa que se te ocurra en el instante que te haces la pregunta, por absurda que parezca, te da la clave para encontrar la respuesta.
Las circunstancias difíciles (...) parecen ser altamente desfavorables para la práctica del crecimiento espiritual. Sin embargo, para quienes están transformando sus puntos de vista, especialmente si lo hacen mediante el cultivo de la mente despierta, esas situaciones se convierten en un estímulo para la consecución de la práctica.
Aunque una persona sea muy inteligente y poderosa, si no ama a los demás tarde o temprano tendrá dificultades para satisfacer sus deseos.
Gueshe Kelsang Gyatso.
Gueshe Kelsang Gyatso.
Somos miembros de una vasta orquesta cósmica en la que cada instrumento viviente es esencial para la interpretación armoniosa y complementaria de todos.
J. Allen Boone.
Las personas con las que tenemos una relación siempre son un espejo que refleja nuestras propias creencias, y de forma simultánea nosotros somos un espejo que refleja sus creencias.
Así pues, las relaciones son la herramienta más poderosa para crecer... si observamos honestamente nuestras relaciones podemos ver mucho sobre cómo las hemos creado.
Shakti Gawain
Así pues, las relaciones son la herramienta más poderosa para crecer... si observamos honestamente nuestras relaciones podemos ver mucho sobre cómo las hemos creado.
Shakti Gawain
Eso que me oprime, ¿es mi alma intentando salir al exterior o el alma del mundo llamando a mi corazón para poder entrar?
Rabindranath Tagore.
Rabindranath Tagore.
Si caminas de la mano de los sentimientos, unificas tus estados emocionales, mentales y corporales. Cuando intentas luchar contra ellos o negarlos te separas de la realidad de tu ser.
Jane Roberts.
Jane Roberts.
Si dependes de alguien para tu felicidad te conviertes en un esclavo, en alguien dependiente que crea ligaduras. ¡Y tú dependes de tanta gente! Todos ellos se convierten en sutiles maestros que a cambio te explotan.
Bhagwan Shree Rajneesh.
Bhagwan Shree Rajneesh.
El sufrimiento sólo duele porque le temes. El sufrimiento sólo duele porque te quejas de él. Te persigue sólo porque te alejas de él. No debes huir, no debes quejarte, no debes temer. Debes amar ya que sabes muy bien que dentro de ti existe una magia única, un poder único, una salvación única y una felicidad única, y a eso se le llama Amor. Así pues, ama tu sufrimiento. NO te resistas, no huyas de él. Saborea lo dulce que es en esencia, abandónate a él, no lo recibas con aversión. Es sólo tu aversión lo que te hace sufrir, nada más.
Herman Hesse.
Herman Hesse.
No temas ser excéntrico en opinión, pues cada opinión aceptada hoy, fue una vez excéntrica.
Bertrand Russell
Bertrand Russell
El verdadero coraje es tranquilo y relajado. El más valiente de los hombres es el menos brutal e insolente, y en un momento de peligro es el más sereno y libre.
Shaftesbury III
Shaftesbury III
Si persigues el mal con placer, el placer pasará y el mal quedará, si persigues el bien con esfuerzo, el esfuerzo pasará pero el bien quedará.
Cicerón
Cicerón
La mayor felicidad del hombre... es haber probado lo cognoscible y reverenciado tranquilamente lo incognoscible.
Goethe
Goethe
"Mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, cambiará la faz de la Tierra”
"Cuando hayas de elegir entre varios caminos, elige siempre el camino del corazón. Quien elige el camino del corazón no se equivoca nunca"
Proverbio sufí
Proverbio sufí
Bendito aquel que lleve un dios en su interior, un ideal, al que obedezca.
Louis Pasteur
Louis Pasteur
Las palabras, lisa y llanamente, fuerzan y dominan el conocimiento y lo sumen todo en la confusión, y arrastran al hombre hacia innumerables e inanes controversias y fantasías.
Francis Bacon
Francis Bacon
Cuando estés triste, mira de nuevo en tu corazón y verás que, en verdad, estás llorando por aquello que fue tu placer.
Khalil Gibran
Khalil Gibran
Cuando la mente está poseída por la realidad, se siente tranquila y feliz, aunque no suene la música de una canción, y produce una fragancia pura, aunque no haya incienso ni té.
Hung-tzu-Ch'eng
Hung-tzu-Ch'eng
No hay nada mejor que descansar después de no hacer nada; la pereza es descansar antes de no hacer nada.
Proverbio Chino
Proverbio Chino
No digas todo lo que sabes
No hagas todo lo que puedes
No creas todo lo que oyes
No gastes todo lo que tienes
porque...
El que dice todo lo que sabe
El que hace todo lo que puede
El que cree todo lo que oye
El que gasta todo lo que tiene
muchas veces...
Dice lo que no conviene
Hace lo que no debe
Juzga lo que no ve
Gasta lo que no tiene.
Proverbio árabe.
No hagas todo lo que puedes
No creas todo lo que oyes
No gastes todo lo que tienes
porque...
El que dice todo lo que sabe
El que hace todo lo que puede
El que cree todo lo que oye
El que gasta todo lo que tiene
muchas veces...
Dice lo que no conviene
Hace lo que no debe
Juzga lo que no ve
Gasta lo que no tiene.
Proverbio árabe.
Hay hombres que luchan un día y son buenos; hay otros que luchan un año y son mejores; hay otros que luchan muchos años y son muy buenos. Pero están los que luchan toda la vida, y esos son imprescindibles.
Bertolt Brecht
Bertolt Brecht
Bueno es ir a la lucha con determinación,
abrazar la vida y vivir con pasión,
perder con clase y vencer con osadía,
porque el mundo pertenece a quien se atreve y
LA VIDA ES MUCHO para ser insignificante".
abrazar la vida y vivir con pasión,
perder con clase y vencer con osadía,
porque el mundo pertenece a quien se atreve y
LA VIDA ES MUCHO para ser insignificante".
Cuando joven alégrate de la tranquilidad del anciano.
Por grande que sea tu gloria, sé indulgente en tus maneras. No presumas de lo que sabes, no estés orgulloso.
Nagarjuna
Debes ser el cambio que quieres ver en el mundo.
Todo pensamiento inteligente ya ha sido pensado; lo único que hace falta es intentar pensarlo de nuevo.
Goethe
Cuando no se piensa lo que se dice es cuando se dice lo que se piensa.
Jacinto Benavente
Perdona rápido, besa lento, sin prisa y con suavidad, ama de verdad, no dejes de sonreír, no prometas imposibles, ten compasión del desvalido, busca el murmullo de los bosques, contempla los atardeceres, huye del bullicio insustancial, cierra tus oídos a lo intrascendente, vuela en tus sueños, pero ten tus pies firmes en la tierra… ¡qué corta es la vida, pero cumple con ella!
miércoles, 13 de octubre de 2010
PALABRAS: Tiempos de Adolescencia; Conversación entre Tinieblas; La Liberación.
TIEMPOS DE ADOLESCENCIA
Fue hace tiempo, en un campo joven y destellante de cálidas luces, allí donde brotan los olivos de tierra roja, donde crecen las zarzas en las orillas de los caminos, donde la carretera hace una curva y se pierde en la arboleda. Por el mismo sitio por donde pasaban las aceituneras a la vuelta del trabajo. Aún recuerdo sus penetrantes voces y sus canciones y baladas por el amor de un joven. No olvido los rostros de los hombres del pueblo, curtidos por el sol, ni el olor penetrante del alquitrán que pusieron por primera vez, ni las verdes lomas perdiéndose en el horizonte, ni aquellos pájaros reposando confiados en el tendido eléctrico. Pueden pasar años que no olvido el lugar donde encontrar de nuevo las matas de poleo, detrás de las junqueras que ya tampoco están, y la triste imagen de ver la margarita recién cortada marchitándose poco a poco. Me dijeron por qué ataban las patas delanteras a un potro joven, cómo hacer que la mula no se cansara de acarrear tanto peso, mientras notaba el nerviosismo de las hormigas al cogerlas entre los dedos. Pude saborear el pimiento de la huerta recién cogido, después de lavarlo con agua de pozo, distinguir las hierbas aromáticas escondidas, el olor a azúcares de un amanecer de verano, el saludo alegre de la espiga, el empuje del viento que hace tambalear el naranjito de mi casa. No quiero que de mi mente se borre ese pasado de sensaciones pueriles, ¿Cómo dejar a un lado la frescura del azahar, la fragancia de la rosa, el arrebato de la madreselva? ¡Cuánto vale el aroma del campo mojado, la mirada inocente de las reses, los ladridos lejanos de los perros de caza, la bandada de patos que pasó!
¡Que aventura el paseo silencioso por esos caminos, con una cuarta de polvo! Cualquier cosa me hacía sonreír: aquellos descarados lagartos atravesando presurosos la senda para desaparecer en un segundo entre las matas, confundidos con su verdor, observándome por si les resultaba peligroso; sorteando las grandes piedras o los troncos de olivo podridos que impedían el paso; a cada momento, el zumbido grave de una abeja que te curioseaba mientras evitaba aplastar una mariposa. Pero en estos caminos, la huella del hombre no pasaba desapercibida, largas e interminables alambradas, oxidadas y desafiantes, y decididas arañas tejiendo sus telas entre ellas; en los postes, extensos racimos de caracoles hacían su vida en cada una de las hendeduras de las estacas, compartían su existencia con las orugas, las crisálidas, las moscas de caballo… y no se preguntaban como nosotros la razón de su existir, sino que vivían con intensidad sin desperdicio y eternizaban su memoria en millares de descendientes.
No lejos había un cruce de caminos, siempre tomaba el que iba en dirección sur porque rebosaba de vida, lo atravesaban pequeños hilillos de agua en los que crecían cañaverales y culantrillos, chumberas y moreras, y toda una variada gama de insectos multicolor, de pequeños y graciosos pajarillos. Cuando quería ir más lejos cogía la bicicleta… sorteando los charcos me caí muchas veces. Descansaba después a la sombra del eucalipto y estrujando una hoja aspiraba su perfume, más allá había almendros y me acopiaba de almendras crudas, también membrillos y ciruelos, todo lo probaba quizá por primera vez. Allí, casi a escondidas, encendí mis primeros cigarrillos celtas, seguía a las hormigas hasta su cueva hasta casi toparme con una abubilla que no había visto. Pasado el verano, días después de llover íbamos a veces con un bote a coger alúas que, junto con los grillos los usábamos como cebo para las costillas con las que después, al amanecer, intentábamos capturar alcaudones y zorzales, casi siempre con mala fortuna. Me conmovió la mirada de uno distraído que cacé, tanto que nunca más puse las trampas.
El sendero que iba hacia el este era muy seco, tenía marcado como a fuego el dibujo de las ruedas de los tractores; entre ellas se adivinaban pisadas de bueyes y excrementos de burro: se dirigían a los cortijos. Aún era más seco el camino que iba al oeste, con un polvo amarillento, fino e intenso que flotaba en el aire tras removerlo, como del más inhóspito desierto, que atascaba la nariz y se metía en los ojos, ponía el pelo blanco y te hacía toser, no se podía respirar. Por allí se iba a la “verea”, un verdadero bosque junto a la vía del tren con toda clase de frutales, allí nos confeccionábamos nuestros tirachinas de olivo, seleccionábamos las ramas que nos servirían para los arcos, nos fabricábamos las flechas con un tapón de cerveza aplastado en su punta y unas cuantas plumas de paloma en el extremo, si no teníamos tabaco, nos fumábamos las raíces porosas y los puros de las aneas, para quitarnos el mal sabor buscábamos alguna sandía olvidada… reíamos por todo, éramos casi libres, cuando fuimos felices.
¿Puedo olvidar todo esto, ahora, en mis años de libre reclusión, lo que significó esa libertad? ¿Podré pisar de nuevo esos caminos aunque la acción del hombre los haya borrado? ¿Puedo ser hombre y olvidarme de que fui niño?
CONVERSACIÓN ENTRE TINIEBLAS
_¿Que te pasa, Manuel? ¿estás mal? ¿por qué estás tan serio? ¡Por favor, dime algo! ¿puedes hablar?
_No sé la fecha, jamás podré saberla.
_!Vamos! ¿Qué dices? ¡Venga, levántate hombre! N o seas así, olvídate de todo eso. No me hagas esto, soy tu amiga… ¿lo soy? Si necesitas hablar, dime lo que te pasa. No soy nada ahora, ¡escúchame! Figúrate un espejo, yo soy ese espejo; compórtate como si hablaras con él. Haz lo que quieras, habla, ríe, llora, pero ¡aleja esa expresión de tus ojos! Esa frialdad… ¡apártala! ¡levántate! Por favor, debes decírmelo, yo también tengo problemas, ¿sabes? Es tu egoísmo que debes olvidar, tu problema es la soledad; no tiene otra solución que la confianza, ¡compártelo conmigo! ¡no te destruyas así! ¿confías en mí?
_No sé la fecha de mi suicidio, eso es lo que me preocupa. No sé cuándo he de hacerlo ni en qué situación. Ese es mi temor y mi ansiedad, amiga, el no pode definir el día de mi muerte. ¿no comprendes? No seré libre si no puedo fijar esa fecha. Lo he intentado ya y nada ha ocurrido… ¿sabes por qué? Porque no me conozco, soy más imperfecto que nunca, no soy nada, pura posibilidad, no puedo ahora morir si quiero… ¿es eso libertad? ¿la tendré alguna vez? ¿Tendré la suficiente fuerza para ser rígido y no como un papel, para precipitar el fin sin que haya motivos para que me parezca absurdo? Este es otro temor: que la llegada a mi personalidad sea definitiva.
_Pero, ¿no comprendes que siempre tendrás causas por las que vivir, nuevas cosas que conocer, gente a la que amar? ¿cómo puedes despreciar todo eso? No puedo verte así, dime que se te pasará, ¿puedo salir de aquí sabiendo que te veré mañana?
_Quizá, pero te digo que nada de mí puede decirse con seguridad; que soy la hoja de un árbol que cae y que nadie sabe dónde lo hará, que soy como la lluvia, no se sabe cuándo aparecerá; o como un animal herido y moribundo al que le restan minutos de vida y que busca desesperadamente su lecho definitivo; o como aquel ave de rapiña que se aleja hacia otros horizontes donde la visión sea más clara… y a ninguno de ellos les basta su tiempo. Necesitan continuamente nuevas oportunidades, otras opciones de accionar pulsadores en computadoras que den resultados ciertos. Mi inseguridad es como el trazo del dibujo de un niño, a veces torpe y torcido, y no sé apreciar esa maravilla. No ostento la caída firme de un felino, ni la perfección de la ninfa, ni el olfato del ciervo, ni la determinación de la hormiga; son cualidades que no poseo para poder llamarme hombre, ni el niño ni yo las tenemos.
Cabizbaja, ella se fue; me quedé sentado en aquel banco, en un aire ocioso, cargado de monotonía, rodeado de muros y paredes revestidas de lacónicas capas de pintura. Anduve, y ya cansado del andar silencioso, me introduje de nuevo en la esfera elíptica de la vida cotidiana, saboreando con disgusto el agrio sabor de las palabras mal expresadas, de los gritos contaminados, de los techos que ocultan el ocaso, del vano mundo de frivolidades y esperas sin tiempo.
LA LIBERACIÓN
El ojo del gran volcán permanece abierto para la salida de la presión, gases calientes, rojas erupciones, lava despeñándose. Todo es destrucción, calor, actividad y regeneración. Sin embargo, hay un sitio helado entre tanto fuego, entre esos miles de grados emerge la existencia de un minúsculo bloque de hielo, empeñado en no dejar su sitio a la viscosidad ardiente. Permanece allí para que todo no sea caos y fusión, quiere mantener su temperatura bajo cero aun rodeado de fuegos permanentes; porque todo estaría perdido, no puede faltarle a la vida ese contrapunto de mesura y paz que irradia, sería una esperanza decepcionada, a pesar de encontrarse entre toneladas de masa en ebullición. De ese hielo no se funde una sola gota, no pierde su imagen y pureza por más tiempo que pase, aun estando solo.
Ese frío me penetra más que todas las llamas juntas, me hace pensar que todo ese escenario de destrucción no sirve para darme calor. No es como el viejo brasero que me calienta los pies en los días de invierno, soy insensible a él, está lejano y tras una gruesa pared. Cuchichean entre ellas las explosiones y cierro mis oídos para escapar de su embrujo y destrucción, no fuera que me conviertan en escoria sin vida.
No obstante, ese trozo de hielo es mi aliado, mi amigo frente al mundo. Hasta puedo fundirme e introducirme en él aumentando su potencia. Sólo mis ropas quedan fuera de tal conversión, no las necesitaré ni tampoco los objetos que me acompañaban. Ya no estarán a mi despertar, donde habrá que irrumpir desnudo y volátil. Mi alma mortal aún se quedará conmigo un poco más, la inmortal me esperará en otro lugar. Pasarán el alma que quisieron imponerme, la que aprendí a alimentar, la que olvidé en mi infancia, la que viene de mis padres, todas sucumbirán y me dejarán reposar; morirán porque ya no las deseo. Sólo ésta mortal, que también soy yo, no me abandonará hasta que fallezca la última célula de mi cuerpo, en ese momento se sentirá débil y dormida, no podrá pasar a otra dimensión, ni ir al cielo, ni permanecer flotando en el futuro; este alma mortal será tragada por los gusanos, los mismos que devorarán mi corazón, mi cabeza, mi inútil cuerpo. Y no habrá recuerdo de ella, no se la buscará entre las tumbas, su nombre se habrá esfumado, ya no podrán clasificarla como me hicieron a mí.
Una vez unidos, saldremos mi alma inmortal y yo del trozo de hielo derretido, ya liberados, sin temor al castigo perpetuo, sin represión, sin tener que reprimir mis palabras, sin tener que esconder mi amor. Entonces, ya nunca será frío insensible, será agua limpia desbordada, como un torrente de montaña en el deshielo. Ese antiguo trozo de hielo recuperará su nombre, honrará al hombre puro, aunque pueda luego convertirse de nuevo en un número, una anotación, una hipótesis, ¡qué más da!
Fue hace tiempo, en un campo joven y destellante de cálidas luces, allí donde brotan los olivos de tierra roja, donde crecen las zarzas en las orillas de los caminos, donde la carretera hace una curva y se pierde en la arboleda. Por el mismo sitio por donde pasaban las aceituneras a la vuelta del trabajo. Aún recuerdo sus penetrantes voces y sus canciones y baladas por el amor de un joven. No olvido los rostros de los hombres del pueblo, curtidos por el sol, ni el olor penetrante del alquitrán que pusieron por primera vez, ni las verdes lomas perdiéndose en el horizonte, ni aquellos pájaros reposando confiados en el tendido eléctrico. Pueden pasar años que no olvido el lugar donde encontrar de nuevo las matas de poleo, detrás de las junqueras que ya tampoco están, y la triste imagen de ver la margarita recién cortada marchitándose poco a poco. Me dijeron por qué ataban las patas delanteras a un potro joven, cómo hacer que la mula no se cansara de acarrear tanto peso, mientras notaba el nerviosismo de las hormigas al cogerlas entre los dedos. Pude saborear el pimiento de la huerta recién cogido, después de lavarlo con agua de pozo, distinguir las hierbas aromáticas escondidas, el olor a azúcares de un amanecer de verano, el saludo alegre de la espiga, el empuje del viento que hace tambalear el naranjito de mi casa. No quiero que de mi mente se borre ese pasado de sensaciones pueriles, ¿Cómo dejar a un lado la frescura del azahar, la fragancia de la rosa, el arrebato de la madreselva? ¡Cuánto vale el aroma del campo mojado, la mirada inocente de las reses, los ladridos lejanos de los perros de caza, la bandada de patos que pasó!
¡Que aventura el paseo silencioso por esos caminos, con una cuarta de polvo! Cualquier cosa me hacía sonreír: aquellos descarados lagartos atravesando presurosos la senda para desaparecer en un segundo entre las matas, confundidos con su verdor, observándome por si les resultaba peligroso; sorteando las grandes piedras o los troncos de olivo podridos que impedían el paso; a cada momento, el zumbido grave de una abeja que te curioseaba mientras evitaba aplastar una mariposa. Pero en estos caminos, la huella del hombre no pasaba desapercibida, largas e interminables alambradas, oxidadas y desafiantes, y decididas arañas tejiendo sus telas entre ellas; en los postes, extensos racimos de caracoles hacían su vida en cada una de las hendeduras de las estacas, compartían su existencia con las orugas, las crisálidas, las moscas de caballo… y no se preguntaban como nosotros la razón de su existir, sino que vivían con intensidad sin desperdicio y eternizaban su memoria en millares de descendientes.
No lejos había un cruce de caminos, siempre tomaba el que iba en dirección sur porque rebosaba de vida, lo atravesaban pequeños hilillos de agua en los que crecían cañaverales y culantrillos, chumberas y moreras, y toda una variada gama de insectos multicolor, de pequeños y graciosos pajarillos. Cuando quería ir más lejos cogía la bicicleta… sorteando los charcos me caí muchas veces. Descansaba después a la sombra del eucalipto y estrujando una hoja aspiraba su perfume, más allá había almendros y me acopiaba de almendras crudas, también membrillos y ciruelos, todo lo probaba quizá por primera vez. Allí, casi a escondidas, encendí mis primeros cigarrillos celtas, seguía a las hormigas hasta su cueva hasta casi toparme con una abubilla que no había visto. Pasado el verano, días después de llover íbamos a veces con un bote a coger alúas que, junto con los grillos los usábamos como cebo para las costillas con las que después, al amanecer, intentábamos capturar alcaudones y zorzales, casi siempre con mala fortuna. Me conmovió la mirada de uno distraído que cacé, tanto que nunca más puse las trampas.
El sendero que iba hacia el este era muy seco, tenía marcado como a fuego el dibujo de las ruedas de los tractores; entre ellas se adivinaban pisadas de bueyes y excrementos de burro: se dirigían a los cortijos. Aún era más seco el camino que iba al oeste, con un polvo amarillento, fino e intenso que flotaba en el aire tras removerlo, como del más inhóspito desierto, que atascaba la nariz y se metía en los ojos, ponía el pelo blanco y te hacía toser, no se podía respirar. Por allí se iba a la “verea”, un verdadero bosque junto a la vía del tren con toda clase de frutales, allí nos confeccionábamos nuestros tirachinas de olivo, seleccionábamos las ramas que nos servirían para los arcos, nos fabricábamos las flechas con un tapón de cerveza aplastado en su punta y unas cuantas plumas de paloma en el extremo, si no teníamos tabaco, nos fumábamos las raíces porosas y los puros de las aneas, para quitarnos el mal sabor buscábamos alguna sandía olvidada… reíamos por todo, éramos casi libres, cuando fuimos felices.
¿Puedo olvidar todo esto, ahora, en mis años de libre reclusión, lo que significó esa libertad? ¿Podré pisar de nuevo esos caminos aunque la acción del hombre los haya borrado? ¿Puedo ser hombre y olvidarme de que fui niño?
CONVERSACIÓN ENTRE TINIEBLAS
_¿Que te pasa, Manuel? ¿estás mal? ¿por qué estás tan serio? ¡Por favor, dime algo! ¿puedes hablar?
_No sé la fecha, jamás podré saberla.
_!Vamos! ¿Qué dices? ¡Venga, levántate hombre! N o seas así, olvídate de todo eso. No me hagas esto, soy tu amiga… ¿lo soy? Si necesitas hablar, dime lo que te pasa. No soy nada ahora, ¡escúchame! Figúrate un espejo, yo soy ese espejo; compórtate como si hablaras con él. Haz lo que quieras, habla, ríe, llora, pero ¡aleja esa expresión de tus ojos! Esa frialdad… ¡apártala! ¡levántate! Por favor, debes decírmelo, yo también tengo problemas, ¿sabes? Es tu egoísmo que debes olvidar, tu problema es la soledad; no tiene otra solución que la confianza, ¡compártelo conmigo! ¡no te destruyas así! ¿confías en mí?
_No sé la fecha de mi suicidio, eso es lo que me preocupa. No sé cuándo he de hacerlo ni en qué situación. Ese es mi temor y mi ansiedad, amiga, el no pode definir el día de mi muerte. ¿no comprendes? No seré libre si no puedo fijar esa fecha. Lo he intentado ya y nada ha ocurrido… ¿sabes por qué? Porque no me conozco, soy más imperfecto que nunca, no soy nada, pura posibilidad, no puedo ahora morir si quiero… ¿es eso libertad? ¿la tendré alguna vez? ¿Tendré la suficiente fuerza para ser rígido y no como un papel, para precipitar el fin sin que haya motivos para que me parezca absurdo? Este es otro temor: que la llegada a mi personalidad sea definitiva.
_Pero, ¿no comprendes que siempre tendrás causas por las que vivir, nuevas cosas que conocer, gente a la que amar? ¿cómo puedes despreciar todo eso? No puedo verte así, dime que se te pasará, ¿puedo salir de aquí sabiendo que te veré mañana?
_Quizá, pero te digo que nada de mí puede decirse con seguridad; que soy la hoja de un árbol que cae y que nadie sabe dónde lo hará, que soy como la lluvia, no se sabe cuándo aparecerá; o como un animal herido y moribundo al que le restan minutos de vida y que busca desesperadamente su lecho definitivo; o como aquel ave de rapiña que se aleja hacia otros horizontes donde la visión sea más clara… y a ninguno de ellos les basta su tiempo. Necesitan continuamente nuevas oportunidades, otras opciones de accionar pulsadores en computadoras que den resultados ciertos. Mi inseguridad es como el trazo del dibujo de un niño, a veces torpe y torcido, y no sé apreciar esa maravilla. No ostento la caída firme de un felino, ni la perfección de la ninfa, ni el olfato del ciervo, ni la determinación de la hormiga; son cualidades que no poseo para poder llamarme hombre, ni el niño ni yo las tenemos.
Cabizbaja, ella se fue; me quedé sentado en aquel banco, en un aire ocioso, cargado de monotonía, rodeado de muros y paredes revestidas de lacónicas capas de pintura. Anduve, y ya cansado del andar silencioso, me introduje de nuevo en la esfera elíptica de la vida cotidiana, saboreando con disgusto el agrio sabor de las palabras mal expresadas, de los gritos contaminados, de los techos que ocultan el ocaso, del vano mundo de frivolidades y esperas sin tiempo.
LA LIBERACIÓN
El ojo del gran volcán permanece abierto para la salida de la presión, gases calientes, rojas erupciones, lava despeñándose. Todo es destrucción, calor, actividad y regeneración. Sin embargo, hay un sitio helado entre tanto fuego, entre esos miles de grados emerge la existencia de un minúsculo bloque de hielo, empeñado en no dejar su sitio a la viscosidad ardiente. Permanece allí para que todo no sea caos y fusión, quiere mantener su temperatura bajo cero aun rodeado de fuegos permanentes; porque todo estaría perdido, no puede faltarle a la vida ese contrapunto de mesura y paz que irradia, sería una esperanza decepcionada, a pesar de encontrarse entre toneladas de masa en ebullición. De ese hielo no se funde una sola gota, no pierde su imagen y pureza por más tiempo que pase, aun estando solo.
Ese frío me penetra más que todas las llamas juntas, me hace pensar que todo ese escenario de destrucción no sirve para darme calor. No es como el viejo brasero que me calienta los pies en los días de invierno, soy insensible a él, está lejano y tras una gruesa pared. Cuchichean entre ellas las explosiones y cierro mis oídos para escapar de su embrujo y destrucción, no fuera que me conviertan en escoria sin vida.
No obstante, ese trozo de hielo es mi aliado, mi amigo frente al mundo. Hasta puedo fundirme e introducirme en él aumentando su potencia. Sólo mis ropas quedan fuera de tal conversión, no las necesitaré ni tampoco los objetos que me acompañaban. Ya no estarán a mi despertar, donde habrá que irrumpir desnudo y volátil. Mi alma mortal aún se quedará conmigo un poco más, la inmortal me esperará en otro lugar. Pasarán el alma que quisieron imponerme, la que aprendí a alimentar, la que olvidé en mi infancia, la que viene de mis padres, todas sucumbirán y me dejarán reposar; morirán porque ya no las deseo. Sólo ésta mortal, que también soy yo, no me abandonará hasta que fallezca la última célula de mi cuerpo, en ese momento se sentirá débil y dormida, no podrá pasar a otra dimensión, ni ir al cielo, ni permanecer flotando en el futuro; este alma mortal será tragada por los gusanos, los mismos que devorarán mi corazón, mi cabeza, mi inútil cuerpo. Y no habrá recuerdo de ella, no se la buscará entre las tumbas, su nombre se habrá esfumado, ya no podrán clasificarla como me hicieron a mí.
Una vez unidos, saldremos mi alma inmortal y yo del trozo de hielo derretido, ya liberados, sin temor al castigo perpetuo, sin represión, sin tener que reprimir mis palabras, sin tener que esconder mi amor. Entonces, ya nunca será frío insensible, será agua limpia desbordada, como un torrente de montaña en el deshielo. Ese antiguo trozo de hielo recuperará su nombre, honrará al hombre puro, aunque pueda luego convertirse de nuevo en un número, una anotación, una hipótesis, ¡qué más da!
domingo, 10 de octubre de 2010
PALABRAS 2ª PARTE "El aprendiz de ignorante"
Nota a esta edición.
He estado tentado a no incluir aquí algunos de los relatos que siguen, si se les puede llamar así, porque al paso inexorable del tiempo hay que añadir un alto grado de bisoñería e inmadurez. Pero no sería justo conmigo ni con aquellas personas con las que disfruté de momentos inolvidables, vivencias que dieron pie a esos escritos, todos basados en experiencias reales. Por ello pido a los posibles lectores que no juzguen su calidad literaria, ni la mediocridad de la técnica, ni el indeciso curso de su desarrollo; en todo caso, valoren la idea de fondo que subyace, o la intención y la causa que las provocan. Ninguno de ellos pasará a la historia, pero están en “mi” historia, especialmente el más largo de ellos con estructura de cuento: “La historia del bolso que nadie quiso”; es más valioso que una parte de mi cuerpo, significó un punto y aparte en mi pensamiento y en mi forma de ver el mundo.
10 de Octubre de 2.010
EL APRENDIZ DE IGNORANTE
El aprendiz de ignorante era un tipo raro. Pensaba y pensaba creyendo que eso era lo más importante. Y ahí, en esa vida preguntona y ensimismada asentaba los cimientos de todos sus actos. Ni los que le conocían sabían nada de él; muchos renegaban de su presencia como si estuvieran ante un perro maloliente. Nunca supo lo que opinaban de su imagen ni qué juicios emitían sobre su personalidad. No creyó que consiguiera alguna vez un amigo de verdad, porque en los turbios terrenos de su mente no cabía completamente tal posibilidad. Siempre dudó qué hacer, qué le convenía, cuál era el paso decisivo. Tampoco estuvo seguro de su piel por algunos años. A veces se confundió con el aire, con el suelo, con las telarañas intactas de una casa abandonada; se identificó con todo para así renegar de sí mismo. Sabía que en alguna parte todas sus experiencias quedaban grabadas, y le obsesionaba no poder recordarlas cuando era necesario. Alguna vez tuvo ira, alguna vez gritó y protestó; en esas ocasiones tan escasas y distantes concentraba toda su indolencia.
Poco más se puede decir de él, era alguien tímido que esquivaba las aglomeraciones de gente, especulaba sobre su propia imagen a pesar de no tener jamás comprador. No hablaba si no se le pulsaba la tecla adecuada, no cantaba para nadie a pesar de tener buen oído y voz; amaba la música, y una de sus obsesiones era su dificultad para tocar algún instrumento. Ocultaba de esa manera todo aquello que los demás hubieran apreciado y mostraba, al contrario, su terco silencio, su alejamiento del mundo, la vanidad y el orgullo que pudiera tener; en fin, sólo lo negativo, no gustaba de satisfacer a nadie con sus virtudes ocultas y calladas. Era desconfiado, incluso egoísta, pero a veces generoso en extremo, tan cambiante que ni conocían sus puntos débiles. Simulaba pasividad, indiferencia, frialdad. Temía ser el centro de atención o llegar a ser el mejor en algo, se sentía a gusto siendo un segundón, con la cabeza baja tras los hombros del primero. A veces, cuando su estatura le hacía sobresalir de alguien, se encorvaba o se sentaba. Su aspecto era desaliñado, su color era el gris; era un amante de los números, sabía hacer rápidos cálculos pero no era un calculador prodigio. Tremendo aficionado a la soledad, pasaba sus ratos más amargos en ese estado, y también sus ratos más felices. En su intimidad solitaria se sentía seguro, pero nervioso, inquieto, tremendamente laborioso. Sentía pánico al sentir sus latidos, porque esto le hacía suponer que llevaba demasiado tiempo oyéndolos, y no tardaría mucho en sucumbir. Era un poco idólatra de sus cosas, las confundía consigo mismo, y le causaba gran dolor prestarlas y perderlas. Por eso mismo, daba lo que tenía, para combatir ese egoísmo.
Tremendo espectador, consumía su tiempo en ver, observar los actos de todos, sus reacciones y debilidades, los movimientos de las plantas, de los pájaros, de las nubes, todo lo que su vista formidable podía captar; asímismo, su gran deseo hubiera sido la de ser ciego a voluntad. Era pura contradicción, apreciaba tanto lo malo como lo bueno, y lo atribuía a su deprimente indiferencia por decidirse, seguro en su vida cautelosa de la que pendía su independencia. Todo lo basaba en la no impulsividad. Viajaba a menudo más allá de lo real, o de lo que parecía real, investigaba las causas de las cosas; se convertía así en un ente metafísico un poco brujo, que argumentaba con preguntas los por qué de los demás, dejándolo todo latente. Amante de lo inhóspito hasta el masoquismo, tan acostumbrado a estar solo que él mismo se producía su dolor.
Todas estas explicaciones son tema inerte si no se comprende cual era su vocación: no era tanto un devorador de libros como in intruso pesado en los caminos de la razón; su ciencia, no era objetiva, era la subjetividad que provoca el repliegue interno, las definiciones sin lógica, las respuestas imposibles de averiguar. Ahondaba en los senderos de su callada imaginación, superando el diálogo, iba más allá de toda conversación infructuosa. Aun así, era práctico, eludía las palabras innecesarias y al no poder encontrar las justas y apropiadas, pocas veces se encontraba en disposición de exponer su opinión.
Intentaba saber más y más de sí mismo, pues en principio se lo propuso como única tarea de utilidad. Pero al tiempo comprendió que el conocimiento de sí mismo lo impulsaba cada vez más lejos de los demás, siempre imprescindibles para comparar. Dudaba de la idoneidad del saber, de lo negativo de la ignorancia. Entonces recordaba el proceso de su juventud, aquellos años que con saber dos cosas creía poseer el mundo, con dos cosas estimaba abarcar todas las soluciones, después de desarrollarlas y deducir los conceptos y misterios por los que se rige el mundo. ¡Qué fácil era entonces! Con una sola idea podía abarcar todo lo sensorial y lo material. Con la otra recorría los esquemas de su cerebro, era psicólogo y filósofo a la vez. Se creía satisfecho de tener al mundo atrapado suponiendo haber llegado al conocimiento no explicado, desconocido, frente aquel impuesto después de tantos siglos.
Ahora, todo se había complicado, su confusión respecto al mundo trascendía a todo, su ansia espiritual conducía a un lamentable estado de impotencia, negación del saber, renegar de la comunicación… pero ¿cómo lograr no saber? ¿cómo llegar a ignorarlo todo? Así declaraba entonces: “Seguí un camino para apropiarme del mundo, y ese camino consistía en tener algo seguro. Ese camino me trajo fracasos, contradicciones, empequeñecimiento de mi naturaleza, disminución de mi persona. Mientras más creía saber más ignoraba, todo era inquietud”. La única alternativa era aprender a ser ignorante, llegar a no saber nada, a olvidarlo todo; no saber para no desear saber más, empezar desde cero cada minuto.
El aprendiz de ignorante no era un genio ni un idiota, ni un letrado ni un analfabeto, ni un monstruo ni un ángel, ni un héroe ni un cobarde, ni hombre ni mujer. Sólo un ser vivo repleto de nada. Más bien era un malentendido, una mente prostituida, un paranoico de la indiferencia, un amigo de la demencia, refugiado en el absurdo, en lo incomprensible, en lo ingenuo, en lo innecesario. Se había convertido en virtuoso de la frustración.
He estado tentado a no incluir aquí algunos de los relatos que siguen, si se les puede llamar así, porque al paso inexorable del tiempo hay que añadir un alto grado de bisoñería e inmadurez. Pero no sería justo conmigo ni con aquellas personas con las que disfruté de momentos inolvidables, vivencias que dieron pie a esos escritos, todos basados en experiencias reales. Por ello pido a los posibles lectores que no juzguen su calidad literaria, ni la mediocridad de la técnica, ni el indeciso curso de su desarrollo; en todo caso, valoren la idea de fondo que subyace, o la intención y la causa que las provocan. Ninguno de ellos pasará a la historia, pero están en “mi” historia, especialmente el más largo de ellos con estructura de cuento: “La historia del bolso que nadie quiso”; es más valioso que una parte de mi cuerpo, significó un punto y aparte en mi pensamiento y en mi forma de ver el mundo.
10 de Octubre de 2.010
EL APRENDIZ DE IGNORANTE
El aprendiz de ignorante era un tipo raro. Pensaba y pensaba creyendo que eso era lo más importante. Y ahí, en esa vida preguntona y ensimismada asentaba los cimientos de todos sus actos. Ni los que le conocían sabían nada de él; muchos renegaban de su presencia como si estuvieran ante un perro maloliente. Nunca supo lo que opinaban de su imagen ni qué juicios emitían sobre su personalidad. No creyó que consiguiera alguna vez un amigo de verdad, porque en los turbios terrenos de su mente no cabía completamente tal posibilidad. Siempre dudó qué hacer, qué le convenía, cuál era el paso decisivo. Tampoco estuvo seguro de su piel por algunos años. A veces se confundió con el aire, con el suelo, con las telarañas intactas de una casa abandonada; se identificó con todo para así renegar de sí mismo. Sabía que en alguna parte todas sus experiencias quedaban grabadas, y le obsesionaba no poder recordarlas cuando era necesario. Alguna vez tuvo ira, alguna vez gritó y protestó; en esas ocasiones tan escasas y distantes concentraba toda su indolencia.
Poco más se puede decir de él, era alguien tímido que esquivaba las aglomeraciones de gente, especulaba sobre su propia imagen a pesar de no tener jamás comprador. No hablaba si no se le pulsaba la tecla adecuada, no cantaba para nadie a pesar de tener buen oído y voz; amaba la música, y una de sus obsesiones era su dificultad para tocar algún instrumento. Ocultaba de esa manera todo aquello que los demás hubieran apreciado y mostraba, al contrario, su terco silencio, su alejamiento del mundo, la vanidad y el orgullo que pudiera tener; en fin, sólo lo negativo, no gustaba de satisfacer a nadie con sus virtudes ocultas y calladas. Era desconfiado, incluso egoísta, pero a veces generoso en extremo, tan cambiante que ni conocían sus puntos débiles. Simulaba pasividad, indiferencia, frialdad. Temía ser el centro de atención o llegar a ser el mejor en algo, se sentía a gusto siendo un segundón, con la cabeza baja tras los hombros del primero. A veces, cuando su estatura le hacía sobresalir de alguien, se encorvaba o se sentaba. Su aspecto era desaliñado, su color era el gris; era un amante de los números, sabía hacer rápidos cálculos pero no era un calculador prodigio. Tremendo aficionado a la soledad, pasaba sus ratos más amargos en ese estado, y también sus ratos más felices. En su intimidad solitaria se sentía seguro, pero nervioso, inquieto, tremendamente laborioso. Sentía pánico al sentir sus latidos, porque esto le hacía suponer que llevaba demasiado tiempo oyéndolos, y no tardaría mucho en sucumbir. Era un poco idólatra de sus cosas, las confundía consigo mismo, y le causaba gran dolor prestarlas y perderlas. Por eso mismo, daba lo que tenía, para combatir ese egoísmo.
Tremendo espectador, consumía su tiempo en ver, observar los actos de todos, sus reacciones y debilidades, los movimientos de las plantas, de los pájaros, de las nubes, todo lo que su vista formidable podía captar; asímismo, su gran deseo hubiera sido la de ser ciego a voluntad. Era pura contradicción, apreciaba tanto lo malo como lo bueno, y lo atribuía a su deprimente indiferencia por decidirse, seguro en su vida cautelosa de la que pendía su independencia. Todo lo basaba en la no impulsividad. Viajaba a menudo más allá de lo real, o de lo que parecía real, investigaba las causas de las cosas; se convertía así en un ente metafísico un poco brujo, que argumentaba con preguntas los por qué de los demás, dejándolo todo latente. Amante de lo inhóspito hasta el masoquismo, tan acostumbrado a estar solo que él mismo se producía su dolor.
Todas estas explicaciones son tema inerte si no se comprende cual era su vocación: no era tanto un devorador de libros como in intruso pesado en los caminos de la razón; su ciencia, no era objetiva, era la subjetividad que provoca el repliegue interno, las definiciones sin lógica, las respuestas imposibles de averiguar. Ahondaba en los senderos de su callada imaginación, superando el diálogo, iba más allá de toda conversación infructuosa. Aun así, era práctico, eludía las palabras innecesarias y al no poder encontrar las justas y apropiadas, pocas veces se encontraba en disposición de exponer su opinión.
Intentaba saber más y más de sí mismo, pues en principio se lo propuso como única tarea de utilidad. Pero al tiempo comprendió que el conocimiento de sí mismo lo impulsaba cada vez más lejos de los demás, siempre imprescindibles para comparar. Dudaba de la idoneidad del saber, de lo negativo de la ignorancia. Entonces recordaba el proceso de su juventud, aquellos años que con saber dos cosas creía poseer el mundo, con dos cosas estimaba abarcar todas las soluciones, después de desarrollarlas y deducir los conceptos y misterios por los que se rige el mundo. ¡Qué fácil era entonces! Con una sola idea podía abarcar todo lo sensorial y lo material. Con la otra recorría los esquemas de su cerebro, era psicólogo y filósofo a la vez. Se creía satisfecho de tener al mundo atrapado suponiendo haber llegado al conocimiento no explicado, desconocido, frente aquel impuesto después de tantos siglos.
Ahora, todo se había complicado, su confusión respecto al mundo trascendía a todo, su ansia espiritual conducía a un lamentable estado de impotencia, negación del saber, renegar de la comunicación… pero ¿cómo lograr no saber? ¿cómo llegar a ignorarlo todo? Así declaraba entonces: “Seguí un camino para apropiarme del mundo, y ese camino consistía en tener algo seguro. Ese camino me trajo fracasos, contradicciones, empequeñecimiento de mi naturaleza, disminución de mi persona. Mientras más creía saber más ignoraba, todo era inquietud”. La única alternativa era aprender a ser ignorante, llegar a no saber nada, a olvidarlo todo; no saber para no desear saber más, empezar desde cero cada minuto.
El aprendiz de ignorante no era un genio ni un idiota, ni un letrado ni un analfabeto, ni un monstruo ni un ángel, ni un héroe ni un cobarde, ni hombre ni mujer. Sólo un ser vivo repleto de nada. Más bien era un malentendido, una mente prostituida, un paranoico de la indiferencia, un amigo de la demencia, refugiado en el absurdo, en lo incomprensible, en lo ingenuo, en lo innecesario. Se había convertido en virtuoso de la frustración.
lunes, 4 de octubre de 2010
CARTA ENCONTRADA
CARTA ENCONTRADA (1.982)
Hay días en que hubiera sido mejor quedarse en la cama, a todos nos ocurre, te invade una sensación de ahogo y ansiedad cuando todo empieza a ir mal y se precipitan los acontecimientos, no sabes qué pasa. Tienes que arreglarlo lo antes posible, por lo que suele funcionar buscar una tarea que exija concentración. Entre los apuntes y temas de estudio, y con la intención de archivarlos o eliminar aquellos ya sin interés, encontré esta carta o, más bien, “declaración de amor”, no me acordaba en absoluto de ella desde aquel día, me dejó sorprendido la convicción y sinceridad que emanaba, independiente de su parca técnica y lo sencillo del lenguaje ¿Pensamos el sentimiento? Si el sentimiento es fuerte puede llega a ser aún más real que el pensamiento, más indeleble y menos pasajero… ¿tiene otro origen y otra función en la vida?.
“Quisiera decirte lo que pienso, tantos recuerdos y visiones que me inundan. Te veo en todas partes, creo que te encontraré en cualquier lugar: todo me recuerda a ti. Paso por los sitios en que tantas veces hemos estado, recuerdo todas tus cosas, tus ideas, tus manías, tu inmenso cariño siempre esperando lo mejor de mí, siempre esforzándote por comprenderme. Y yo, desgastado como un papel viejo, tan despistado de todo lo que significas para mí, enmarañado en una red de contradicciones abstractas, vagando en un no existir incomprensible.
Te sigo viendo, necesitando tu ser entero en todo momento, oírte hablar mientras sé que me quieres, mientras construíamos una vida. Pero yo, aislado en mi tumba no sé por qué capricho endemoniado, quizá negándome a mí mismo ignorante de mi tesoro, temiendo cuando nada tengo que temer, cuando sólo la sinceridad y la entrega son válidas, ahora sabiendo qué maravilloso es ser tu amigo, qué feliz hecho fue encontrarte, aprender de ti como aún hoy… ¿qué es sentir la vida sino amarla junto con su libertad para amar?... porque no hay barreras, no puede haberlas entre nosotros.
Me siento decepcionado, haber perdido aunque hayan sido segundos de tu amor, de la unión contigo en cuerpo y alma. Quiero luchar por conseguirte de nuevo, para restablecer la paz y la felicidad, intentar desnudar los sentimientos, la verdad y la ilusión para ti.
Hay días en que hubiera sido mejor quedarse en la cama, a todos nos ocurre, te invade una sensación de ahogo y ansiedad cuando todo empieza a ir mal y se precipitan los acontecimientos, no sabes qué pasa. Tienes que arreglarlo lo antes posible, por lo que suele funcionar buscar una tarea que exija concentración. Entre los apuntes y temas de estudio, y con la intención de archivarlos o eliminar aquellos ya sin interés, encontré esta carta o, más bien, “declaración de amor”, no me acordaba en absoluto de ella desde aquel día, me dejó sorprendido la convicción y sinceridad que emanaba, independiente de su parca técnica y lo sencillo del lenguaje ¿Pensamos el sentimiento? Si el sentimiento es fuerte puede llega a ser aún más real que el pensamiento, más indeleble y menos pasajero… ¿tiene otro origen y otra función en la vida?.
“Quisiera decirte lo que pienso, tantos recuerdos y visiones que me inundan. Te veo en todas partes, creo que te encontraré en cualquier lugar: todo me recuerda a ti. Paso por los sitios en que tantas veces hemos estado, recuerdo todas tus cosas, tus ideas, tus manías, tu inmenso cariño siempre esperando lo mejor de mí, siempre esforzándote por comprenderme. Y yo, desgastado como un papel viejo, tan despistado de todo lo que significas para mí, enmarañado en una red de contradicciones abstractas, vagando en un no existir incomprensible.
Te sigo viendo, necesitando tu ser entero en todo momento, oírte hablar mientras sé que me quieres, mientras construíamos una vida. Pero yo, aislado en mi tumba no sé por qué capricho endemoniado, quizá negándome a mí mismo ignorante de mi tesoro, temiendo cuando nada tengo que temer, cuando sólo la sinceridad y la entrega son válidas, ahora sabiendo qué maravilloso es ser tu amigo, qué feliz hecho fue encontrarte, aprender de ti como aún hoy… ¿qué es sentir la vida sino amarla junto con su libertad para amar?... porque no hay barreras, no puede haberlas entre nosotros.
Me siento decepcionado, haber perdido aunque hayan sido segundos de tu amor, de la unión contigo en cuerpo y alma. Quiero luchar por conseguirte de nuevo, para restablecer la paz y la felicidad, intentar desnudar los sentimientos, la verdad y la ilusión para ti.
jueves, 23 de septiembre de 2010
PALABRAS X y XI
X
Puedes verme, puedes sentirme; espérame si quieres hacerlo. No soy como un objeto de museo, ni una estampa que miramos para ver si ya se puso amarilla. Soy como otros que pueden sentir como el más indefenso animal. Y como tal ser de vida intuitiva, oigo las pisadas a hombre y temo por mi fragilidad. Ni estoy pasado del tiempo que me ha tocado, ni quiero anticiparme a lo que no conozco. Pretendo actuar como tal ser humano, pero sin prejuicios universales que lleguen a perturbar mi camino.
Sin embargo, no cantéis alabanzas, ni temáis por mí muerte, porque ya lo haríais con retraso; estoy casi sin vida ya y todo lazo que intente atarme aquí podré disolverlo sin esfuerzo. Tendedme, sí, un lazo eterno al que pueda aferrarme para siempre. Entonces, pisad sobre mi tumba, para dar por terminadas mis ansias de expansión. Ya no estoy sustentado por mis ideas, que no fueron sino cables entrelazados que se desataron y se perdieron por el espacio, para ahora volver a mí y llorar por mi inutilidad. Los que me desearon encontrar de frente observaron cómo desaparecía sorteando sin rumbo fijo los obstáculos. Como animal acorralado, no estoy seguro sino en mi soledad, aún cuando proliferen ideales externos, que asumiré en otro momento. Canté sin saber de canciones, hablé sin conocer las palabras, ¡qué desdicha!, oí sólo lo que por dentro acontecía.
Y no puedo asegurar que estoy escribiendo ahora, no soy el dueño de mi mano que va formando frases. Los dedos hacen movimientos, surgen signos, no me fijo en como lo hacen. Así que cogemos un lápiz o un artefacto con tinta y, ya está, no sabemos cómo, pero al final vemos un montón de garabatos que no sabemos para qué llegaron allí. Prefiero no preocuparme de este misterio, aun sabiendo de que somos capaces de escribir como queramos, pero no lo que queremos. No deberíamos titular una obra escrita con nuestro nombre o pseudónimo. Sería más justo decir que tal mano dispuso los elementos a su antojo confabulándose con el papel, nuestro ser consciente y pensante no ha tenido nada que ver. ¿Quién puso las ideas? ¿Quién dotó a la mano de poder?
Lo peor del exceso de escritura es que ya no cabemos en tanta profusión de libros, en un ejército de manos distintas, incansables y ávidas de perfeccionarse, de conseguir una belleza de estilos sin considerar demasiado el fondo. Aún así, deberíamos establecer cada uno una póliza de seguros que amparara su deformación, basta una herida para producir resultados distintos, como se hace con las piernas de un bailarín, la voz de un cantante, incluso el cerebro de un jugador de ajedrez.
¡Tantas palabras hay formando frases que no dicen nada! Al revisarlas, a veces desisto en mis deseos de garabatear, creyendo que todas las necedades están escritas ya, que todo es una pura copia de lo que ya existe. ¡Ojalá no sea verdad!, en mi mente danza la idea de que el mundo es una gran máquina, cuya función es la de fabricar copias más o menos perfectas de distintos tipos de hombres, lanzarlos por todas partes y llenar el mundo de gente generando diferencias a partir del mismo patrón, generando una serie de embriones deformados de lo que fue en su día un molde perfecto: el primer espécimen de raza humana.
Después, en un arrebato de orgullo, titulamos una obra con nuestro nombre, cuando sólo son seguros y diferentes nuestros hechos, que jamás serán bien explicados en los libros, porque todo se debe al trabajo autómata de esas manos, tarea que nos es absolutamente ajena.
XI
Nos debatimos de forma inconsciente entre el aire que respiramos y su proceso de absorción, para purificar levemente la suciedad acumulada, que pide a gritos su renovación. No conozco el alcance de mi pensamiento, ni siquiera si existe algo distinto y profundo. Quizá seamos puras y simples apariencias, justo lo que los demás saben de nosotros. Es dudoso llegar al conocimiento de nosotros si resulta que no poseemos nada. Pero nos comprometemos con el pensamiento intentando detectar los cambios, profundizamos para no caer en la sensación de desencanto. Pienso lo que hago, no al revés; este constante actuar no sigue una línea fija, meditada y preexistente a la que obedezca la acción.
A veces me dicen que mis escritos son tan raros como mis actos, que son tan genuinamente míos que ningún otro podría emularlo. ¡Qué extraño les parezco! ¡Si supieran que es falso! Yo creo todo lo contrario, soy demasiado simple y común, o a mí me lo parece, y esa misma simplicidad me obliga e explicarla con conceptos ambiguos, dando una apariencia irreal. Puede que me camufle sinceramente en una hipotética personalidad que quisiera obtener, pero que de ninguna forma existe, sólo como posibilidad. Quizá sea debido al ansia perpetua de no pasar totalmente desapercibido, de que mi flexible incongruencia tiene un límite al que no sé llegar. En este trecho angustioso hay una actividad interna que desea hacer más ligero al cuerpo, de convertir en inexistentes a su vez al espacio y al tiempo, mientras me transporto a confines en los que las ideas dirigidas a ese yo que quedó detrás, y que anda a un paso tras de mí, ya no se desean asimilar.
Por otro lado, me convierto en una poderosa grabadora muda e inaccesible, que como tal no pregunta, ni responde con acento propio, ni siquiera puedo verla aunque soy yo, no puedo atravesar con la mirada para observar, sumidos en un movimiento eterno, esos engendros acumulados que parecen copias de algo natural. Entonces se me hace precisa la huida, sin ningún límite previsto, sin llegar a definir esos otros mundos a los que llego impulsado y que temo por desconocidos, aún ligados estrechamente al pasado y engendrados por él.
Cuando te sientes con algo duro al cuello que va apretando cada vez más, el instinto te ayuda a deshilacharlo aminorando su presión. Si logras soltarte momentáneamente y huyes sin rumbo buscando nuevas defensas que sirvan para repeler otros nuevos lazos, empiezas a creer en el futuro y te ríes a carcajadas del pasado fastidioso. Es así como consigues la fuerza para sacar provecho a los nuevos mundos por conquistar, y sientes una especie de felicidad porque el esfuerzo no fue en vano, incluso te asalta una inusual sensación de seguridad y tranquilidad, justo con el mismo cuerpo con el que antes manejabas peligrosamente armas mortales. Te sientes así dueño del mundo.
Puedes verme, puedes sentirme; espérame si quieres hacerlo. No soy como un objeto de museo, ni una estampa que miramos para ver si ya se puso amarilla. Soy como otros que pueden sentir como el más indefenso animal. Y como tal ser de vida intuitiva, oigo las pisadas a hombre y temo por mi fragilidad. Ni estoy pasado del tiempo que me ha tocado, ni quiero anticiparme a lo que no conozco. Pretendo actuar como tal ser humano, pero sin prejuicios universales que lleguen a perturbar mi camino.
Sin embargo, no cantéis alabanzas, ni temáis por mí muerte, porque ya lo haríais con retraso; estoy casi sin vida ya y todo lazo que intente atarme aquí podré disolverlo sin esfuerzo. Tendedme, sí, un lazo eterno al que pueda aferrarme para siempre. Entonces, pisad sobre mi tumba, para dar por terminadas mis ansias de expansión. Ya no estoy sustentado por mis ideas, que no fueron sino cables entrelazados que se desataron y se perdieron por el espacio, para ahora volver a mí y llorar por mi inutilidad. Los que me desearon encontrar de frente observaron cómo desaparecía sorteando sin rumbo fijo los obstáculos. Como animal acorralado, no estoy seguro sino en mi soledad, aún cuando proliferen ideales externos, que asumiré en otro momento. Canté sin saber de canciones, hablé sin conocer las palabras, ¡qué desdicha!, oí sólo lo que por dentro acontecía.
Y no puedo asegurar que estoy escribiendo ahora, no soy el dueño de mi mano que va formando frases. Los dedos hacen movimientos, surgen signos, no me fijo en como lo hacen. Así que cogemos un lápiz o un artefacto con tinta y, ya está, no sabemos cómo, pero al final vemos un montón de garabatos que no sabemos para qué llegaron allí. Prefiero no preocuparme de este misterio, aun sabiendo de que somos capaces de escribir como queramos, pero no lo que queremos. No deberíamos titular una obra escrita con nuestro nombre o pseudónimo. Sería más justo decir que tal mano dispuso los elementos a su antojo confabulándose con el papel, nuestro ser consciente y pensante no ha tenido nada que ver. ¿Quién puso las ideas? ¿Quién dotó a la mano de poder?
Lo peor del exceso de escritura es que ya no cabemos en tanta profusión de libros, en un ejército de manos distintas, incansables y ávidas de perfeccionarse, de conseguir una belleza de estilos sin considerar demasiado el fondo. Aún así, deberíamos establecer cada uno una póliza de seguros que amparara su deformación, basta una herida para producir resultados distintos, como se hace con las piernas de un bailarín, la voz de un cantante, incluso el cerebro de un jugador de ajedrez.
¡Tantas palabras hay formando frases que no dicen nada! Al revisarlas, a veces desisto en mis deseos de garabatear, creyendo que todas las necedades están escritas ya, que todo es una pura copia de lo que ya existe. ¡Ojalá no sea verdad!, en mi mente danza la idea de que el mundo es una gran máquina, cuya función es la de fabricar copias más o menos perfectas de distintos tipos de hombres, lanzarlos por todas partes y llenar el mundo de gente generando diferencias a partir del mismo patrón, generando una serie de embriones deformados de lo que fue en su día un molde perfecto: el primer espécimen de raza humana.
Después, en un arrebato de orgullo, titulamos una obra con nuestro nombre, cuando sólo son seguros y diferentes nuestros hechos, que jamás serán bien explicados en los libros, porque todo se debe al trabajo autómata de esas manos, tarea que nos es absolutamente ajena.
XI
Nos debatimos de forma inconsciente entre el aire que respiramos y su proceso de absorción, para purificar levemente la suciedad acumulada, que pide a gritos su renovación. No conozco el alcance de mi pensamiento, ni siquiera si existe algo distinto y profundo. Quizá seamos puras y simples apariencias, justo lo que los demás saben de nosotros. Es dudoso llegar al conocimiento de nosotros si resulta que no poseemos nada. Pero nos comprometemos con el pensamiento intentando detectar los cambios, profundizamos para no caer en la sensación de desencanto. Pienso lo que hago, no al revés; este constante actuar no sigue una línea fija, meditada y preexistente a la que obedezca la acción.
A veces me dicen que mis escritos son tan raros como mis actos, que son tan genuinamente míos que ningún otro podría emularlo. ¡Qué extraño les parezco! ¡Si supieran que es falso! Yo creo todo lo contrario, soy demasiado simple y común, o a mí me lo parece, y esa misma simplicidad me obliga e explicarla con conceptos ambiguos, dando una apariencia irreal. Puede que me camufle sinceramente en una hipotética personalidad que quisiera obtener, pero que de ninguna forma existe, sólo como posibilidad. Quizá sea debido al ansia perpetua de no pasar totalmente desapercibido, de que mi flexible incongruencia tiene un límite al que no sé llegar. En este trecho angustioso hay una actividad interna que desea hacer más ligero al cuerpo, de convertir en inexistentes a su vez al espacio y al tiempo, mientras me transporto a confines en los que las ideas dirigidas a ese yo que quedó detrás, y que anda a un paso tras de mí, ya no se desean asimilar.
Por otro lado, me convierto en una poderosa grabadora muda e inaccesible, que como tal no pregunta, ni responde con acento propio, ni siquiera puedo verla aunque soy yo, no puedo atravesar con la mirada para observar, sumidos en un movimiento eterno, esos engendros acumulados que parecen copias de algo natural. Entonces se me hace precisa la huida, sin ningún límite previsto, sin llegar a definir esos otros mundos a los que llego impulsado y que temo por desconocidos, aún ligados estrechamente al pasado y engendrados por él.
Cuando te sientes con algo duro al cuello que va apretando cada vez más, el instinto te ayuda a deshilacharlo aminorando su presión. Si logras soltarte momentáneamente y huyes sin rumbo buscando nuevas defensas que sirvan para repeler otros nuevos lazos, empiezas a creer en el futuro y te ríes a carcajadas del pasado fastidioso. Es así como consigues la fuerza para sacar provecho a los nuevos mundos por conquistar, y sientes una especie de felicidad porque el esfuerzo no fue en vano, incluso te asalta una inusual sensación de seguridad y tranquilidad, justo con el mismo cuerpo con el que antes manejabas peligrosamente armas mortales. Te sientes así dueño del mundo.
miércoles, 1 de septiembre de 2010
PALABRAS VII, VIII y IX
VII
Pasear, pasear por las calles modernas, de grandes aceras, me pierdo en ellas. Árboles colocados geométricamente a la misma distancia, con la cabeza fija en el suelo, sólo levanto la vista para no tropezar con nada ni nadie, cada cierto número de metros, escondido tras robustas señoras y etiquetados hombres, siempre con la sensación de huir de algo, con el temor de que me acusen de algún delito. Ese es mi paseo, temeroso de no sobresalir entre la gente.
Mientras, el alma del diablo que llevo dentro, escondido hace años, tan familiar, alimentándose continuamente de mis tropiezos, sale a veces de su oscuro escondrijo, sin importarle en absoluto que las formas de mi personalidad sufran el daño potente de la inactividad. Un diablo astuto y enfadado que no sabe del carácter y sí de la vulgaridad del arisco ser humano, que sólo entiende las palabras de su propia ley. Va matando como la poesía mal escrita, como grafismos presuntuosos sobre papel cartón, que no sabe de emociones, ni de advertencias, ni comprende que yo, hombre por nacer, quiera ir resolviendo los actos de mi ingenua compostura humana, ni aprecia que lo oculte cuando su herida, que no cicatriza, va ensanchándose para llegar a destruirme. Ese diablo desapacible, que llamo con cualquier nombre, tal vez el mío, que le doy la mano y saludo, le hago muecas de sonrisa olvidando lo que tengo que achacarle, que voy a verle y visitarle cuando no sale de mí, hasta me molesta que haya un momento en que pare su negatividad. Ya significa para mí un inevitable vicio que tengo que sufrir, que no haya lugar en que crea que desaparece y le venza. Ya no temo su monstruosidad, soy tan monstruo como él, su huella acaso no se extinga, dentro del paso del alma eterna.
Su mugrienta misión tendrá larga vida, como un viejo parásito adherido. De todos modos, nunca llegará a confundirse conmigo, es un ente aparte que tiene completa libertad de acción, y esa libertad supone la base de mi esperanza.
VIII
Nunca conocí a nadie libre de preocupaciones, a nadie encontré que no estallara a veces, que se alejara furioso del mundo y le injuriara, a su vida misma, a sus padres por procrearlo. A nadie vi exento de tal arrebato, por más gente que observé y estudié, por más diversas que fueran sus ideologías. Si no lo manifestaban en público, por defensa hacia su imagen, lo hacían en su soledad, despreciándolo todo.
No hay método ni punto de vista más aceptable que cualquier otro, cada uno entraña una afirmación ó una negación, un parecido porcentaje de fracaso ó de éxito. El error ó la verdad están en la mente del hombre, de ahí su imperfección. Entonces, ¿para qué defender ó despreciar determinada doctrina? ¿No será más útil dejar atrás el propio pensamiento, para manejarnos según nuestra voluntad? Si toda idea está predestinada a dejar de ser cierta ¿dónde está el orgullo necesario para hacer fuerte la nuestra, sin complejos, frente a la de nuestros semejantes? El hecho de defender una postura es ya un problema, implica tener una seguridad que no tenemos.
Es evidente la uniformidad que envuelve al ser humano. Si somos capaces de razonar, aunque de forma vaga y principiante, si estamos en la vida y no en otro estrato más lejano… ¿no tendrá cualquiera su orgullo, sus ilusiones, sus alegrías, sus decepciones? ¿puede decirse que la fama, el dinero, la aparente felicidad de algunos no es comparable a la del mísero e ignorado? ¿podemos negar que cada uno ansía más de lo que tiene, que nadie se conforma con su situación por envidiable que parezca? ¿cuando dejaremos de destruirnos por los momentos de desolación, ignorando que todos padecen periódicamente la misma frustración? Olvidamos que mientras más ricos, más pobres somos.
La vida es una riqueza en sí misma, por más esclavos o señores que seamos, por más indiferentes o absurdos que sean nuestros actos. No debemos creer en la predestinación, ni en el fatalismo, ni en un deseo constante por lograr un más allá más generoso. La vida se nos ha dado a todos por igual, el más discriminado puede ser el más feliz, cuando sueña algún día salir de su opresión; puede que la felicidad radique en la ilusión y no en la consecución de lo deseado. El más libre no está exento de ser manejado, el más pobre aspira a ser rico, el más rico… ¿a qué aspirará? Quizá la imperfección es lo perfecto, y el fracaso, la victoria. Si nos quejamos de nuestra situación es porque nuestra naturaleza nos lo exige, siempre más, siempre insatisfechos, en la lucha conseguimos el equilibrio.
El pensamiento implica esa libertad, exponer lo que se cree aún sabiendo que es difícil de probar. Aceptamos la palabrería y el conocimiento de los que nos precedieron, y tranquilamente nos conformamos y tragamos, añadiéndole algunos datos para que parezca personal. Cualquier idea puede existir ya en nosotros sin saberlo, y no fuera de nuestro alcance, aunque hayan sido ya expuestas, porque cada uno está lleno de originalidad. Dentro caben todas las posibilidades del pensamiento, toda cualidad, todo defecto, toda desgracia, cualquier bien o mal siempre tendrán oportunidad de surgir, ya que esa uniformidad tan dispar nos engloba a todos, y cada uno de los matices de lo humano nos iguala seamos grandes o pequeños.
IX
El fantasma de nuestras identidades no debe ser concebido como expresión única de nuestro ser, pero su tumulto confunde a la voz verdadera que te habla, la cual no quieres callar a toda costa... ¿dónde estás, amistad? ¿dónde acabo yo y empiezan los demás? ¿en qué lugar de mí se encuentra la gente? ¿cual es el camino para hallar el verdadero camino? ¿o sólo hay un camino? ¿quién se siente seguro con otra persona?... La amistad, pero ¡que palabra! A veces, se utiliza tan mal. Juguete desconocido, pero arma imprescindible.
¡Tanta palabra y tan poco hecho! ¡tanta ilusión y esperanza en un futuro mejor! Y, ¿qué hacemos en el presente? ¿naufragamos, nos evadimos con sensaciones superficiales? ¿Qué es lo que realmente lanza hacia la felicidad? Amigos, ¿qué debo pediros? ¿qué debe haber entre nosotros para considerarnos sin temor amigos fieles? Sin embargo, miento, os llamo amigos, y no lo siento. Mi inseguridad y recelo disloca mis pensamientos, transforma en hipocresía mis defectos más evidentes. Mentiría si os pidiera que alejarais la falsa idea que tenéis de mí. Me confundo y camino hacia la torpeza, la indigencia, la indiferencia y hasta la crueldad, pero son falsas. No sé por qué hago de mí una imagen tan retorcida, incoherente, inestable, inasible. Desprecio todo eso, pero lo hago, continúo confundiendo, como si me sintiera muy alejado de todos y hundido en mi abismo particular, cubierto con una capa engañosa. Esa lámina opaca me aplasta y se convierte en mi propia máscara.
¿Dónde está la alegría que necesito, por que no se marcha la preocupación? Habrá que intentar tener las puertas abiertas, salir de uno, buscar algo que nos integre de nuevo, confiar en alguien, superar la inmadurez grupal, reconocer mi ignorancia de lo perfecto en el ser humano y renunciar a su crítica. Últimamente, he mantenido una postura de mínima relación de cordialidad, quizá un saludo expresivo, un adiós lacónico, un gesto en silencio, ¡y sólo con eso pretendía ser entendido!
Luego, una escueta conversación con un desconocido fue descorriendo un visillo que mostraba una vida distinta, se veía todo un mundo en nosotros abandonado, fascinante y posible que podía y pedía renovarse, tenía como eje la convivencia, el trabajo en grupo, dejados a un lado anteriormente…, quizá merezca la pena intentarse. Pero… ¿cómo?
Pasear, pasear por las calles modernas, de grandes aceras, me pierdo en ellas. Árboles colocados geométricamente a la misma distancia, con la cabeza fija en el suelo, sólo levanto la vista para no tropezar con nada ni nadie, cada cierto número de metros, escondido tras robustas señoras y etiquetados hombres, siempre con la sensación de huir de algo, con el temor de que me acusen de algún delito. Ese es mi paseo, temeroso de no sobresalir entre la gente.
Mientras, el alma del diablo que llevo dentro, escondido hace años, tan familiar, alimentándose continuamente de mis tropiezos, sale a veces de su oscuro escondrijo, sin importarle en absoluto que las formas de mi personalidad sufran el daño potente de la inactividad. Un diablo astuto y enfadado que no sabe del carácter y sí de la vulgaridad del arisco ser humano, que sólo entiende las palabras de su propia ley. Va matando como la poesía mal escrita, como grafismos presuntuosos sobre papel cartón, que no sabe de emociones, ni de advertencias, ni comprende que yo, hombre por nacer, quiera ir resolviendo los actos de mi ingenua compostura humana, ni aprecia que lo oculte cuando su herida, que no cicatriza, va ensanchándose para llegar a destruirme. Ese diablo desapacible, que llamo con cualquier nombre, tal vez el mío, que le doy la mano y saludo, le hago muecas de sonrisa olvidando lo que tengo que achacarle, que voy a verle y visitarle cuando no sale de mí, hasta me molesta que haya un momento en que pare su negatividad. Ya significa para mí un inevitable vicio que tengo que sufrir, que no haya lugar en que crea que desaparece y le venza. Ya no temo su monstruosidad, soy tan monstruo como él, su huella acaso no se extinga, dentro del paso del alma eterna.
Su mugrienta misión tendrá larga vida, como un viejo parásito adherido. De todos modos, nunca llegará a confundirse conmigo, es un ente aparte que tiene completa libertad de acción, y esa libertad supone la base de mi esperanza.
VIII
Nunca conocí a nadie libre de preocupaciones, a nadie encontré que no estallara a veces, que se alejara furioso del mundo y le injuriara, a su vida misma, a sus padres por procrearlo. A nadie vi exento de tal arrebato, por más gente que observé y estudié, por más diversas que fueran sus ideologías. Si no lo manifestaban en público, por defensa hacia su imagen, lo hacían en su soledad, despreciándolo todo.
No hay método ni punto de vista más aceptable que cualquier otro, cada uno entraña una afirmación ó una negación, un parecido porcentaje de fracaso ó de éxito. El error ó la verdad están en la mente del hombre, de ahí su imperfección. Entonces, ¿para qué defender ó despreciar determinada doctrina? ¿No será más útil dejar atrás el propio pensamiento, para manejarnos según nuestra voluntad? Si toda idea está predestinada a dejar de ser cierta ¿dónde está el orgullo necesario para hacer fuerte la nuestra, sin complejos, frente a la de nuestros semejantes? El hecho de defender una postura es ya un problema, implica tener una seguridad que no tenemos.
Es evidente la uniformidad que envuelve al ser humano. Si somos capaces de razonar, aunque de forma vaga y principiante, si estamos en la vida y no en otro estrato más lejano… ¿no tendrá cualquiera su orgullo, sus ilusiones, sus alegrías, sus decepciones? ¿puede decirse que la fama, el dinero, la aparente felicidad de algunos no es comparable a la del mísero e ignorado? ¿podemos negar que cada uno ansía más de lo que tiene, que nadie se conforma con su situación por envidiable que parezca? ¿cuando dejaremos de destruirnos por los momentos de desolación, ignorando que todos padecen periódicamente la misma frustración? Olvidamos que mientras más ricos, más pobres somos.
La vida es una riqueza en sí misma, por más esclavos o señores que seamos, por más indiferentes o absurdos que sean nuestros actos. No debemos creer en la predestinación, ni en el fatalismo, ni en un deseo constante por lograr un más allá más generoso. La vida se nos ha dado a todos por igual, el más discriminado puede ser el más feliz, cuando sueña algún día salir de su opresión; puede que la felicidad radique en la ilusión y no en la consecución de lo deseado. El más libre no está exento de ser manejado, el más pobre aspira a ser rico, el más rico… ¿a qué aspirará? Quizá la imperfección es lo perfecto, y el fracaso, la victoria. Si nos quejamos de nuestra situación es porque nuestra naturaleza nos lo exige, siempre más, siempre insatisfechos, en la lucha conseguimos el equilibrio.
El pensamiento implica esa libertad, exponer lo que se cree aún sabiendo que es difícil de probar. Aceptamos la palabrería y el conocimiento de los que nos precedieron, y tranquilamente nos conformamos y tragamos, añadiéndole algunos datos para que parezca personal. Cualquier idea puede existir ya en nosotros sin saberlo, y no fuera de nuestro alcance, aunque hayan sido ya expuestas, porque cada uno está lleno de originalidad. Dentro caben todas las posibilidades del pensamiento, toda cualidad, todo defecto, toda desgracia, cualquier bien o mal siempre tendrán oportunidad de surgir, ya que esa uniformidad tan dispar nos engloba a todos, y cada uno de los matices de lo humano nos iguala seamos grandes o pequeños.
IX
El fantasma de nuestras identidades no debe ser concebido como expresión única de nuestro ser, pero su tumulto confunde a la voz verdadera que te habla, la cual no quieres callar a toda costa... ¿dónde estás, amistad? ¿dónde acabo yo y empiezan los demás? ¿en qué lugar de mí se encuentra la gente? ¿cual es el camino para hallar el verdadero camino? ¿o sólo hay un camino? ¿quién se siente seguro con otra persona?... La amistad, pero ¡que palabra! A veces, se utiliza tan mal. Juguete desconocido, pero arma imprescindible.
¡Tanta palabra y tan poco hecho! ¡tanta ilusión y esperanza en un futuro mejor! Y, ¿qué hacemos en el presente? ¿naufragamos, nos evadimos con sensaciones superficiales? ¿Qué es lo que realmente lanza hacia la felicidad? Amigos, ¿qué debo pediros? ¿qué debe haber entre nosotros para considerarnos sin temor amigos fieles? Sin embargo, miento, os llamo amigos, y no lo siento. Mi inseguridad y recelo disloca mis pensamientos, transforma en hipocresía mis defectos más evidentes. Mentiría si os pidiera que alejarais la falsa idea que tenéis de mí. Me confundo y camino hacia la torpeza, la indigencia, la indiferencia y hasta la crueldad, pero son falsas. No sé por qué hago de mí una imagen tan retorcida, incoherente, inestable, inasible. Desprecio todo eso, pero lo hago, continúo confundiendo, como si me sintiera muy alejado de todos y hundido en mi abismo particular, cubierto con una capa engañosa. Esa lámina opaca me aplasta y se convierte en mi propia máscara.
¿Dónde está la alegría que necesito, por que no se marcha la preocupación? Habrá que intentar tener las puertas abiertas, salir de uno, buscar algo que nos integre de nuevo, confiar en alguien, superar la inmadurez grupal, reconocer mi ignorancia de lo perfecto en el ser humano y renunciar a su crítica. Últimamente, he mantenido una postura de mínima relación de cordialidad, quizá un saludo expresivo, un adiós lacónico, un gesto en silencio, ¡y sólo con eso pretendía ser entendido!
Luego, una escueta conversación con un desconocido fue descorriendo un visillo que mostraba una vida distinta, se veía todo un mundo en nosotros abandonado, fascinante y posible que podía y pedía renovarse, tenía como eje la convivencia, el trabajo en grupo, dejados a un lado anteriormente…, quizá merezca la pena intentarse. Pero… ¿cómo?
martes, 24 de agosto de 2010
PALABRAS IV, V y VI
IV
No hay remedio posible para la indiferencia del hombre. Ese concepto, que tanto me asustaba, se hacía presa de mí y me ataba, me sojuzgaba en un pacto informe. No sólo era ya producto de una crisis, sino que además la alimentaba con elementos de mi propio hastío. Si hay un peligro mayor para el ser humano es la desconfianza en sí mismo, y eso formaba ahora la parte oxidada de mi existencia. No había salida razonable de este engaño, ni una dosis calculada de sonrisas era capaz de aplastar por completo esta vida vacía. Si me inventaba cien y una formas de explicar mi ansiedad ante mí y en voz baja casi imperceptible, por otra parte me resultaba problema enorme el exponerla ante mis amigos. No encontraba soluciones ni imaginaba caminos de salvación; hasta eso lo consideraba ya como lo más anodino e insustancial. Pasaba las horas observando, instigando en todo lo exterior como si allí se encontrara la vacuna contra mi mal. Días enteros vagando solo por las calles, sin ninguna ambición satisfactoria, sin ningún anhelo de felicidad. Era un ente corrupto y disminuido, falto de energía y plasticidad, sustentado entre invisibles filamentos de actividad. Ante el mundo, era un muerto; ante mí, un caos, un extraño. Pasaba por ser alguien con cierto estilo, rechazando todo lo arbitrario, todo lo que, por un impulso dado, obtenía una respuesta exacta. Estaba furioso con ese rutinario mecanismo hacia el cual el espectro del mundo me lanzaba, odiaba tener algún día la madurez de los demás hombres. Era un niño completamente maduro, al que de un solo golpe querían quitarle toda su juventud y convertirlo en un número encajable en una lista. A cada paso deseaba quedarme muerto y dejar como testamento a mis amigos toda mi confusión plasmada en papel. Pero era incapaz de prever mi suicidio; quería dejar de existir, pero sin que yo hiciera nada por aligerarlo.
Ahora, tumbado en la hierba, me parece todo muy lejano, con la sólida sensación de que todo pasó hace un año, cuando hasta pocos minutos antes tenía una mente agonizante. Reclinado aquí, la vida se parece a una fruta amarga, y no sólo la mía, sino que creo ver lo mismo en todos los demás. Sin esperar algún suceso trascendental que fuera la fórmula de salir del abismo, sin hablar ni lo necesario y callando así el fuego interno. Sólo imaginar la salida inmediata, la que ningún desgate mental puede provocar, la que satisface por momentos.
El reposo, al igual que Dios, es perceptible pero no fiable. Por los sentidos nos figuramos que conocemos ciertos objetos que permanecen en completa quietud, pero no podemos fiarnos de ellos, porque vivimos, jugamos y alucinamos. Este tránsito vivaz nos prefigura el fluir móvil y juguetón de todo lo que aparenta estar inerte, ya que si somos nosotros y no otros los que juzgamos los hechos, éstos deben ser activos, inaccesibles para ellos mismos, inconstantes, inquietos, aún si sólo fuera por aparentar el movimiento del hombre. Dios, ó el Todo lo tenemos como ejemplo de valoración interna, regido por el corazón, espiado por el cerebro, cegado por la vista, guiado por la necesidad. Podemos atribuirle cualidades y modos, intemporalidad y perfección, pero sólo porque está escrito que llegaremos a confundirnos con eso. Dios existe en potencia en cada uno, y su coeficiente aumenta en cada generación, en cada siglo, en cada descubrimiento; si existiera ya debiera ser tan simple como nosotros. ¿Cómo podemos acotar lo que nos afirman de un dios imaginado cuando ni siquiera podemos asegurar el hecho de ser, cuando no hay seguridad absoluta de que existimos?
V
Cierto día me pasaron una bandeja con distintos tipos de desesperación, apetitosos informes de amigos sin esperanza, buenos a la vista, incitando su captura resuelta, todos con un toque personal. Uno de ellos soportaba una inmensa guinda, casi tapando todo lo demás: así quería demostrar cuál era su tipo de depresión. Fui examinándolos todos, pero me fijé expresamente en uno; era como un pastel gris y sencillo, sin ningún atractivo aparente, sin ningún adorno expuesto en su superficie que incitara a paladearlo. Parecía estar allí medio olvidado, con manchas diversas y numerosas de otros compañeros ya liberados, sin marcar un sitio importante en todo el espacio posible, sin aparentar otra cosa que su sinceridad y transparencia, su tranquilidad y cordura manifiesta ante otros más pegajosos y exquisitos. Sin importarle si su minimalismo daba un toque feo al cuadro general. Sólo absorto en sí mismo, preguntando y resolviendo sus por qué. Callado y ausente en su propia maravilla de conocer nada y dudar de todo, de cantar a la gente por permitirle por permitirle apreciar y enjuiciar todo lo que se siente. Esperando quieto, reposando del largo momento que ha iniciado con los pasos contados. Sobrecogiéndose ante su búsqueda infructuosa de lo que es posible conocer, sabiendo que ningún acto es el último, que ninguna palabra es la primera. Que entre sus amigos no hay escalas de menor a mayor satisfacción y admiración, seguro de no estar por delante ni por detrás de ninguno. Sintiendo la preocupación de ser orgulloso, de hacer lo que debe hacer, de pensar lo necesario, de estar en el sitio idóneo. Con el temor de un presente menos duradero que el anterior, de un futuro más nefasto que el pasado, con ambiciones de poca probabilidad y la utopía de querer volver a la niñez.
Si me fijé en él más que en ningún otro no fue por un sentimiento de lástima, ni por una curiosidad caprichosa, ni por un impulso de superioridad que me llevara a degustar el manjar más extraño. Era como si una cadena atara repentinamente los dos cuerpos sin saber ninguno la causa de tal ligazón. Como si hubiéramos nacido juntos, y la historia de uno evocara necesariamente la del otro. Pero, como en toda cadena, siempre hay eslabones que separan y diferencian un elemento de otro, siempre hay un bloque macizo que no deja ver el otro lado, sólo suponer y plantearse como posible lo que en uno es irremediable.
Y su presentación ante mí no forzaba una diferencia de rango, ni una evasión, ni siquiera el atisbo de que eso pueda ser cierto. No obstante, entre dos personas no puede existir ni una identidad ni una oposición absoluta, ni un punto intermedio entre uno y otro. Sólo hay una característica esencial: lo distinto, lo semejante, y no está en nuestras manos establecer clases, simplemente porque no existen.
Del mismo modo, no tomaré de él como si fuera un destino a elegir, por más claro que me lo presenten, sino que, como alternativa contradictoria, me adentraré más en su forma para ver más cerca mi profundidad, me introduciré más en su carácter para, a fin de cuentas, saborear más gustosamente mi propia personalidad. Si aquellas primeras opiniones son equivocadas, jamás conoceré estas últimas, ese muro se tornará fortaleza, la cadena, escudo; el hombre, insaciable; el hombre, perdedor; el hombre, fugitivo.
Para Alfonso, un día, en un pequeño parque.
VI
El dios ese, aquel que vivía allá lejos en la nada, sumido imperturbable en su amplia conciencia, me observaba cada mañana cuando yo abría los ojos. Esperaba que mis reacciones y pesadillas matutinas fueran las habituales de cada día para acecharme sin piedad, preso de un oscuro egoísmo; su arma favorita era la de desaparecer y esfumarse como un gas, antes de que yo empezara a tomar conciencia de ello. Pasé unos días muy amargos con él. No podía verle ni tocarle, ya lo sabía y no lo intentaba. Ni me odiaba ni me hablaba acerca del envenenamiento lento que me estaba profiriendo, era él la causa de toda mi angustia y frustración, de mi delirio y de mi locura, cuando ni siquiera le vi ni palpé, ni estuve seguro jamás de su real existencia. Pero le despreciaba, de la misma forma que me producía repulsa ó indiferencia un ser cualquiera de la tierra que no conociera. Me incitaba, sin embargo, a que pensara en todo en su justa medida y que no me sobresaltara ante nada ni nadie; que caminara ocioso, que vagara por calles desiertas, que dejara mi embriaguez en estúpidas losetas. Me insultaba a cada momento por cada paso dado, corrigiéndome inmediatamente por no haber dado tal otro, casi le tomé vicio a la incógnita grave de sus morbosos planes. ¡Cuánto me refregó aplastándome contra el aire espeso! ¡Que sutiles amenazas caían sobre mi inocente velo! ¡Como se resecaba el botín de hipocresías conseguidas años antes! ¡Cuanta hambre y sed pasé teniendo todos los manjares y bebidas a mi alcance!
Supuse que él tenía un borrador en la mano, como el que utilizan en las escuelas para destruir grafismos inútiles. Su empuñadura de nervios de raíz, su parte destructora de negro algodón. Era un artefacto de proporciones fantásticas e intangibles, casi suspendido en un éter opaco, hubiera supuesto cosa de brujas. Pero no, ahí estaría él y su inmenso y difuso aniquilador, desfigurando lo existente. No veía su cuerpo, ni mi diminuta mente obtenía información adicional que esclareciera su esencia. Me resultaba tan inasequible describir mi imagen de él como explicarle a un ciego las tonalidades del color.
De repente, desaparece la imagen, ignorando cuando aparecerá de nuevo. Este juego suyo no me permite captarlo, ni traducir la idea al pensamiento, me siento atenazado. Pero su mano no podrá servirle para empuñar la balanza, ni sopesar la validez de lo extinguido; esa mano tendida no puede existir, sólo es un alargamiento provisional de un supuesto ser multidimensional, caído a tierra, ahí mismo, cerca de mí. Esta negación no puede ser tomada en mi contra, a la hora de registrar mis logros, después de atender a especulaciones de carácter banal.
Quizá todo responde a un objetivo más puro, más propio de un dios, una grandeza desinteresada. Al igual que su lisa y extensa materia, también nos propaga esa energía capaz de formar cuerpos útiles, energía constante, que nunca desaparece, una fuerza sutil de la que tomamos una parte, y a la que cada uno aportamos nuestra ración. Es la misma que se confunde con su ser, sin espacio, porque no lo necesita; sin tiempo, porque es él mismo; la misma que se identifica con ese otro ser oscuro y sombrío, que también forma parte de nosotros. Esta mente mía es mi dios, y la de cada uno; él recoge una parte y cada uno aporta su ser, todos con la misma y exacta superficie, como un rompecabezas que se ajusta para formar un todo que nos es ajeno. Aquello que tememos y obedecemos de forma tan demencial, no es sino un alargamiento de nosotros mismos, una visualización invisible de la idea general que de entre todos puede sintetizarse. No es nada superior, ni existe fuera de la mente humana, es un gran cable que corre airoso, sin dejar pasar a un solo ser, transmitiéndose a todo lo que tiene vida y acabar en aquello que parece inerte, surcando luego todos los espacios, sin concepción posible de estratos, dimensiones o tiempos por los que regirse, para ya no poder dejar de ser.
Es un dios astuto, del que nos servimos para hacer y desear todo, acaso seguía apenas inmóvil, en actitud no forzada de disolución. Con él, intentamos hacer desaparecer el pasado, y que la fuerza malgastada no deje marcas en el porvenir ya iniciado. Así, borrar cada día lo que sucede supone sumar un día más, nos ordena que por cada minuto que vivamos ahora en su extensión posible tendremos otro en cualquier punto del futuro que haga posible su repetición. Y desintegrar en polvo toda la fatalidad del pasado contribuye a que no se presente de nuevo y que nos desintegremos en su recuerdo y que nos lancemos, por esa añoranza, a caminos semejantes de forma mecánica. Tampoco será conveniente que nos enzarcemos eternamente en actitudes caprichosas y a la defensiva, tratando de evitar una situación desagradable, ya que no podremos abarcarlas todas, por falta de tiempo y consistencia, ni dedicarnos enteramente a ello, pero esta lección obliga a admitir que es el presente el que debemos modelar y sustentar con acciones efectivas. Puede que sea el mejor método para no distanciarnos de nuestra conciencia y mantenernos firmes por un camino seguro.
Primero, debería analizar la depravación que ya se está cometiendo, pero, antes, analizar la realidad de ese presente, ¿ es que podemos definirlo? Siendo el tiempo una medida, a veces eficaz, para ir midiendo nuestros pasos continuamente o a intervalos, me resulta imposible definir la sucesión de hechos. Al menos mi cerebro no está agilizado aún para ese proceso, puesto que más pudiera ocurrir que viviéramos en un continuo futuro. Lo que ya se nos escapó, aunque recordado, ya no existe; el presente se derrumba completamente al no poderlo atrapar, sólo lo utilizamos porque nos es imprescindible para sentirnos vivos.
Y, ¿qué es el tiempo? Por ejemplo, lee estas líneas, escritas hace algún “tiempo”, memorízalas, analiza todas sus pasiones y sentimientos, todas sus vaguedades e ilusiones, son verdades tal como fueron creídas en ese momento. Escrútalas, no dejes pasar detalle, saca conclusiones y esquemas, algo que no llene de dudas. Ahora toma estas otras, ya corregidas, atácalas con el mismo tesón, sin obviar nada, sin tiempo que aleje o acerque, que una, destruya ó deje impasible. ¿La primera era el pasado de la segunda y ésta su futuro? Puede que no, si una no hubiera estado en potencia en la otra, jamás hubieran salido a la luz, su idea es simultánea, fueron concebidas por igual. Ahora, el tiempo es falso, es sólo una ilusión, todo estaba concentrado en un mismo momento, ¡en un aspecto de Dios!
¡Tantas dimensiones en un mismo mundo y no se nos permite que salgamos de ellas! Las dimensiones inestables de nuestro yo, debatido continuamente, criticado severamente por toda clase de personalidades internas. Tan gran número de opciones nos aminoran y envilecen, como si en vez de sustentarnos en ellas, nos hicieran sentirnos indefensos. Así, en este infinito de posibilidades, no hay certeza, no hay tiempo, no hay verdad. Ese “dios” sólo me hace estar inseguro.
No hay remedio posible para la indiferencia del hombre. Ese concepto, que tanto me asustaba, se hacía presa de mí y me ataba, me sojuzgaba en un pacto informe. No sólo era ya producto de una crisis, sino que además la alimentaba con elementos de mi propio hastío. Si hay un peligro mayor para el ser humano es la desconfianza en sí mismo, y eso formaba ahora la parte oxidada de mi existencia. No había salida razonable de este engaño, ni una dosis calculada de sonrisas era capaz de aplastar por completo esta vida vacía. Si me inventaba cien y una formas de explicar mi ansiedad ante mí y en voz baja casi imperceptible, por otra parte me resultaba problema enorme el exponerla ante mis amigos. No encontraba soluciones ni imaginaba caminos de salvación; hasta eso lo consideraba ya como lo más anodino e insustancial. Pasaba las horas observando, instigando en todo lo exterior como si allí se encontrara la vacuna contra mi mal. Días enteros vagando solo por las calles, sin ninguna ambición satisfactoria, sin ningún anhelo de felicidad. Era un ente corrupto y disminuido, falto de energía y plasticidad, sustentado entre invisibles filamentos de actividad. Ante el mundo, era un muerto; ante mí, un caos, un extraño. Pasaba por ser alguien con cierto estilo, rechazando todo lo arbitrario, todo lo que, por un impulso dado, obtenía una respuesta exacta. Estaba furioso con ese rutinario mecanismo hacia el cual el espectro del mundo me lanzaba, odiaba tener algún día la madurez de los demás hombres. Era un niño completamente maduro, al que de un solo golpe querían quitarle toda su juventud y convertirlo en un número encajable en una lista. A cada paso deseaba quedarme muerto y dejar como testamento a mis amigos toda mi confusión plasmada en papel. Pero era incapaz de prever mi suicidio; quería dejar de existir, pero sin que yo hiciera nada por aligerarlo.
Ahora, tumbado en la hierba, me parece todo muy lejano, con la sólida sensación de que todo pasó hace un año, cuando hasta pocos minutos antes tenía una mente agonizante. Reclinado aquí, la vida se parece a una fruta amarga, y no sólo la mía, sino que creo ver lo mismo en todos los demás. Sin esperar algún suceso trascendental que fuera la fórmula de salir del abismo, sin hablar ni lo necesario y callando así el fuego interno. Sólo imaginar la salida inmediata, la que ningún desgate mental puede provocar, la que satisface por momentos.
El reposo, al igual que Dios, es perceptible pero no fiable. Por los sentidos nos figuramos que conocemos ciertos objetos que permanecen en completa quietud, pero no podemos fiarnos de ellos, porque vivimos, jugamos y alucinamos. Este tránsito vivaz nos prefigura el fluir móvil y juguetón de todo lo que aparenta estar inerte, ya que si somos nosotros y no otros los que juzgamos los hechos, éstos deben ser activos, inaccesibles para ellos mismos, inconstantes, inquietos, aún si sólo fuera por aparentar el movimiento del hombre. Dios, ó el Todo lo tenemos como ejemplo de valoración interna, regido por el corazón, espiado por el cerebro, cegado por la vista, guiado por la necesidad. Podemos atribuirle cualidades y modos, intemporalidad y perfección, pero sólo porque está escrito que llegaremos a confundirnos con eso. Dios existe en potencia en cada uno, y su coeficiente aumenta en cada generación, en cada siglo, en cada descubrimiento; si existiera ya debiera ser tan simple como nosotros. ¿Cómo podemos acotar lo que nos afirman de un dios imaginado cuando ni siquiera podemos asegurar el hecho de ser, cuando no hay seguridad absoluta de que existimos?
V
Cierto día me pasaron una bandeja con distintos tipos de desesperación, apetitosos informes de amigos sin esperanza, buenos a la vista, incitando su captura resuelta, todos con un toque personal. Uno de ellos soportaba una inmensa guinda, casi tapando todo lo demás: así quería demostrar cuál era su tipo de depresión. Fui examinándolos todos, pero me fijé expresamente en uno; era como un pastel gris y sencillo, sin ningún atractivo aparente, sin ningún adorno expuesto en su superficie que incitara a paladearlo. Parecía estar allí medio olvidado, con manchas diversas y numerosas de otros compañeros ya liberados, sin marcar un sitio importante en todo el espacio posible, sin aparentar otra cosa que su sinceridad y transparencia, su tranquilidad y cordura manifiesta ante otros más pegajosos y exquisitos. Sin importarle si su minimalismo daba un toque feo al cuadro general. Sólo absorto en sí mismo, preguntando y resolviendo sus por qué. Callado y ausente en su propia maravilla de conocer nada y dudar de todo, de cantar a la gente por permitirle por permitirle apreciar y enjuiciar todo lo que se siente. Esperando quieto, reposando del largo momento que ha iniciado con los pasos contados. Sobrecogiéndose ante su búsqueda infructuosa de lo que es posible conocer, sabiendo que ningún acto es el último, que ninguna palabra es la primera. Que entre sus amigos no hay escalas de menor a mayor satisfacción y admiración, seguro de no estar por delante ni por detrás de ninguno. Sintiendo la preocupación de ser orgulloso, de hacer lo que debe hacer, de pensar lo necesario, de estar en el sitio idóneo. Con el temor de un presente menos duradero que el anterior, de un futuro más nefasto que el pasado, con ambiciones de poca probabilidad y la utopía de querer volver a la niñez.
Si me fijé en él más que en ningún otro no fue por un sentimiento de lástima, ni por una curiosidad caprichosa, ni por un impulso de superioridad que me llevara a degustar el manjar más extraño. Era como si una cadena atara repentinamente los dos cuerpos sin saber ninguno la causa de tal ligazón. Como si hubiéramos nacido juntos, y la historia de uno evocara necesariamente la del otro. Pero, como en toda cadena, siempre hay eslabones que separan y diferencian un elemento de otro, siempre hay un bloque macizo que no deja ver el otro lado, sólo suponer y plantearse como posible lo que en uno es irremediable.
Y su presentación ante mí no forzaba una diferencia de rango, ni una evasión, ni siquiera el atisbo de que eso pueda ser cierto. No obstante, entre dos personas no puede existir ni una identidad ni una oposición absoluta, ni un punto intermedio entre uno y otro. Sólo hay una característica esencial: lo distinto, lo semejante, y no está en nuestras manos establecer clases, simplemente porque no existen.
Del mismo modo, no tomaré de él como si fuera un destino a elegir, por más claro que me lo presenten, sino que, como alternativa contradictoria, me adentraré más en su forma para ver más cerca mi profundidad, me introduciré más en su carácter para, a fin de cuentas, saborear más gustosamente mi propia personalidad. Si aquellas primeras opiniones son equivocadas, jamás conoceré estas últimas, ese muro se tornará fortaleza, la cadena, escudo; el hombre, insaciable; el hombre, perdedor; el hombre, fugitivo.
Para Alfonso, un día, en un pequeño parque.
VI
El dios ese, aquel que vivía allá lejos en la nada, sumido imperturbable en su amplia conciencia, me observaba cada mañana cuando yo abría los ojos. Esperaba que mis reacciones y pesadillas matutinas fueran las habituales de cada día para acecharme sin piedad, preso de un oscuro egoísmo; su arma favorita era la de desaparecer y esfumarse como un gas, antes de que yo empezara a tomar conciencia de ello. Pasé unos días muy amargos con él. No podía verle ni tocarle, ya lo sabía y no lo intentaba. Ni me odiaba ni me hablaba acerca del envenenamiento lento que me estaba profiriendo, era él la causa de toda mi angustia y frustración, de mi delirio y de mi locura, cuando ni siquiera le vi ni palpé, ni estuve seguro jamás de su real existencia. Pero le despreciaba, de la misma forma que me producía repulsa ó indiferencia un ser cualquiera de la tierra que no conociera. Me incitaba, sin embargo, a que pensara en todo en su justa medida y que no me sobresaltara ante nada ni nadie; que caminara ocioso, que vagara por calles desiertas, que dejara mi embriaguez en estúpidas losetas. Me insultaba a cada momento por cada paso dado, corrigiéndome inmediatamente por no haber dado tal otro, casi le tomé vicio a la incógnita grave de sus morbosos planes. ¡Cuánto me refregó aplastándome contra el aire espeso! ¡Que sutiles amenazas caían sobre mi inocente velo! ¡Como se resecaba el botín de hipocresías conseguidas años antes! ¡Cuanta hambre y sed pasé teniendo todos los manjares y bebidas a mi alcance!
Supuse que él tenía un borrador en la mano, como el que utilizan en las escuelas para destruir grafismos inútiles. Su empuñadura de nervios de raíz, su parte destructora de negro algodón. Era un artefacto de proporciones fantásticas e intangibles, casi suspendido en un éter opaco, hubiera supuesto cosa de brujas. Pero no, ahí estaría él y su inmenso y difuso aniquilador, desfigurando lo existente. No veía su cuerpo, ni mi diminuta mente obtenía información adicional que esclareciera su esencia. Me resultaba tan inasequible describir mi imagen de él como explicarle a un ciego las tonalidades del color.
De repente, desaparece la imagen, ignorando cuando aparecerá de nuevo. Este juego suyo no me permite captarlo, ni traducir la idea al pensamiento, me siento atenazado. Pero su mano no podrá servirle para empuñar la balanza, ni sopesar la validez de lo extinguido; esa mano tendida no puede existir, sólo es un alargamiento provisional de un supuesto ser multidimensional, caído a tierra, ahí mismo, cerca de mí. Esta negación no puede ser tomada en mi contra, a la hora de registrar mis logros, después de atender a especulaciones de carácter banal.
Quizá todo responde a un objetivo más puro, más propio de un dios, una grandeza desinteresada. Al igual que su lisa y extensa materia, también nos propaga esa energía capaz de formar cuerpos útiles, energía constante, que nunca desaparece, una fuerza sutil de la que tomamos una parte, y a la que cada uno aportamos nuestra ración. Es la misma que se confunde con su ser, sin espacio, porque no lo necesita; sin tiempo, porque es él mismo; la misma que se identifica con ese otro ser oscuro y sombrío, que también forma parte de nosotros. Esta mente mía es mi dios, y la de cada uno; él recoge una parte y cada uno aporta su ser, todos con la misma y exacta superficie, como un rompecabezas que se ajusta para formar un todo que nos es ajeno. Aquello que tememos y obedecemos de forma tan demencial, no es sino un alargamiento de nosotros mismos, una visualización invisible de la idea general que de entre todos puede sintetizarse. No es nada superior, ni existe fuera de la mente humana, es un gran cable que corre airoso, sin dejar pasar a un solo ser, transmitiéndose a todo lo que tiene vida y acabar en aquello que parece inerte, surcando luego todos los espacios, sin concepción posible de estratos, dimensiones o tiempos por los que regirse, para ya no poder dejar de ser.
Es un dios astuto, del que nos servimos para hacer y desear todo, acaso seguía apenas inmóvil, en actitud no forzada de disolución. Con él, intentamos hacer desaparecer el pasado, y que la fuerza malgastada no deje marcas en el porvenir ya iniciado. Así, borrar cada día lo que sucede supone sumar un día más, nos ordena que por cada minuto que vivamos ahora en su extensión posible tendremos otro en cualquier punto del futuro que haga posible su repetición. Y desintegrar en polvo toda la fatalidad del pasado contribuye a que no se presente de nuevo y que nos desintegremos en su recuerdo y que nos lancemos, por esa añoranza, a caminos semejantes de forma mecánica. Tampoco será conveniente que nos enzarcemos eternamente en actitudes caprichosas y a la defensiva, tratando de evitar una situación desagradable, ya que no podremos abarcarlas todas, por falta de tiempo y consistencia, ni dedicarnos enteramente a ello, pero esta lección obliga a admitir que es el presente el que debemos modelar y sustentar con acciones efectivas. Puede que sea el mejor método para no distanciarnos de nuestra conciencia y mantenernos firmes por un camino seguro.
Primero, debería analizar la depravación que ya se está cometiendo, pero, antes, analizar la realidad de ese presente, ¿ es que podemos definirlo? Siendo el tiempo una medida, a veces eficaz, para ir midiendo nuestros pasos continuamente o a intervalos, me resulta imposible definir la sucesión de hechos. Al menos mi cerebro no está agilizado aún para ese proceso, puesto que más pudiera ocurrir que viviéramos en un continuo futuro. Lo que ya se nos escapó, aunque recordado, ya no existe; el presente se derrumba completamente al no poderlo atrapar, sólo lo utilizamos porque nos es imprescindible para sentirnos vivos.
Y, ¿qué es el tiempo? Por ejemplo, lee estas líneas, escritas hace algún “tiempo”, memorízalas, analiza todas sus pasiones y sentimientos, todas sus vaguedades e ilusiones, son verdades tal como fueron creídas en ese momento. Escrútalas, no dejes pasar detalle, saca conclusiones y esquemas, algo que no llene de dudas. Ahora toma estas otras, ya corregidas, atácalas con el mismo tesón, sin obviar nada, sin tiempo que aleje o acerque, que una, destruya ó deje impasible. ¿La primera era el pasado de la segunda y ésta su futuro? Puede que no, si una no hubiera estado en potencia en la otra, jamás hubieran salido a la luz, su idea es simultánea, fueron concebidas por igual. Ahora, el tiempo es falso, es sólo una ilusión, todo estaba concentrado en un mismo momento, ¡en un aspecto de Dios!
¡Tantas dimensiones en un mismo mundo y no se nos permite que salgamos de ellas! Las dimensiones inestables de nuestro yo, debatido continuamente, criticado severamente por toda clase de personalidades internas. Tan gran número de opciones nos aminoran y envilecen, como si en vez de sustentarnos en ellas, nos hicieran sentirnos indefensos. Así, en este infinito de posibilidades, no hay certeza, no hay tiempo, no hay verdad. Ese “dios” sólo me hace estar inseguro.
miércoles, 18 de agosto de 2010
PALABRAS - 1ª PARTE - Prólogo, I,II y III
PALABRAS
MANUEL CINTADO
1º EDICIÓN: JULIO 1.979
“… Vivimos reafirmándonos ante tanta amenaza de muerte
Luchamos aunque existen cárceles
y estén preparadas las cadenas
Buscamos solidaridad aunque todo sea traición
Edificamos la nueva ciudad aunque no la habitemos”
PRÓLOGO
… Si permites que empiece, lo haré contando lo último que me ha pasado por la mente. Y no es nuevo, comenzó ya hace ocho años, brotando en mí de forma imparable, y que muchos se esfuerzan en llamar “adolescencia”. Y, ahora… ¿a quién puede molestarle que penetre en esa madurez odiada y esperada, anhelada puerilmente en todos mis actos, aquí, en mi casa, en mi soledad? ¿a quién?...
… ¿Es así? Tras el funeral que seguirá mañana, recorriendo calles angostas, moviendo un pie tras otro, una rueda tras otra rueda, todo dejando marcas en el asfalto. La muerte de la juventud: el engendro del hombre. ¿Puedo anticiparos ahora la sentencia de mi tumba, la que mañana ocuparé rodeado de tierra y cubierto de flores, y cerrada, con lágrimas y risas de todos los que en vida me han odiado y querido? ¿Puede importarme que haya un cura que bendiga mi muerte ó mi suerte, y una mujer de negro arrodillada ante la sepultura? Si no crees que de ese lugar brote pasado mañana un hombre, si es así, deja de leer, porque lo siguiente será demasiado grave como para que no intentes, sin éxito, preguntarte el por qué.
Y esto no es para disfrutar, ni sólo para leerlo de carretilla, es para tomarlo ó dejarlo, para comprenderlo ó quemarlo. Hay una objeción, nada de lo que aquí diga puede servir para formar una imagen de mí, jamás podrá compararse una palabra a un trozo de materia, aunque, en mi caso, hay mucha similitud entre ambas cosas. Así, el valor de mi vida, de mi personalidad concreta, debe sintetizarse de un conocimiento global de todas mis facetas, si no, sólo hay confusión.
Porque llegar a hombre no se limita a penetrar en su mundo, cambiar de cara y aspecto, emplear una visión materialista de la vida, sentirse más seguro, indiferente ó centrado. Implica mucho más. Lo verdaderamente discutible no es pasar a formar parte de un número más en una estadística, de un elemento más de producción, sino el simple hecho de perder la juventud y todo lo que trae consigo.
El convivir con otros, a veces más jóvenes que yo, hablar, reír, discutir con ellos, me plantea en ocasiones una finalidad: el hacerles ver la inutilidad de seguir mi camino, u otro parecido, un camino lento, perezoso y asustadizo, sin sustancia.
Por todo esto, no quería perder la oportunidad de imprimir mis últimas reflexiones como adolescente, confusas y enrevesadas, sin una continuidad propia, sin decir nada y todo a la vez. A veces, muchos piensan que pueden esperar grandes cosas de mí y sin temor a equivocarse; eso no puedo asegurarlo, pero pueden descubrir que no hay motivo para encasillarme en esa apariencia incognoscible, de ese ser extraño que parezco mostrar. Mas bien un tipo inasible, absurdo, común, con poca carne y una animación limitada, y con la suerte ó desgracia de aparentar profundidad. De una u otra forma, de mi naturaleza incongruente, podrían suponer un loco ó un tonto, o alguien sustentado en una dimensión distinta, lejana. Aún así, conociendo mis limitadas posibilidades, me aventuro a decir algunas cosas, ideas que desvarían, que forman de mí una concepción errónea.
Me parece horrible que hayáis tenido audacia suficiente para llegar hasta aquí, serán actos mecánicos. Cambiaré un poco mi postura egocéntrica para hallar una posible unión con la vida. La vida, esa cosa que nos pasa unida irremediablemente a la monotonía. Es la monotonía que me envuelve, que os puede envolver y llegar a formar, sin darnos cuenta, un yugo esclavizante del que no es fácil salir. El hecho sin importancia aparente de repetir los actos día tras día, no sólo imprime tono monótono a esos momentos, sino lo que es peor, a toda tu existencia. Pero, ¿por qué darle tanta importancia? Ver en lo que me rodea el defecto que también existe en mí no me exime de él, sino que me culpa aún más por no saberlo evitar. El conocer a alguien que siente como yo, que vive la indiferencia, me lleva a reconocer el fracaso del ser humano como eje principal del mundo. Ya que, ¿qué es lo que en realidad diferencia al hombre del animal? ¿la inteligencia? ¿la posibilidad de cambiar? ¿no será el hecho de creernos diferentes de todo lo demás?
Así, nosotros, como humanos, quizá sólo encontremos la felicidad con lo distinto a nosotros, como la naturaleza. Asímismo necesitaremos siempre a nuestro lado alguien que pueda comprendernos, porque se nos asemeje, aunque ese placer concluya en fracaso. También puede que sólo necesitemos amarnos a nosotros mismos… ¡cruel estabilidad!
Para terminar este prólogo imagino ahora la dedicatoria de mi tumba, la tumba en la que hay que enterrar 19 años:
“Olvidadme cuando queráis pensar en mí, y no buscadme en un cielo luminoso, ni en un infierno de dolor, sino aquí mismo, entre vosotros, pero ausente. Si me encontráis y me reconocéis, no parad, seguid por vuestra senda, porque para conquistar a un hombre sólo se necesita una cosa: la totalidad de él mismo. Y el joven se transformó en hombre, sosteniendo el mismo y pesado cuerpo, trabajando con las mismas manos, pero gozando y odiando eso, el ser ya un hombre”.
PRIMERA PARTE
A quien, algún día, vendrá a mí.
I
(Escenificación de una centésima de segundo; explosión gris entre dos acantilados; desenlace.)
Va a comenzar la batalla. ¿Sabéis? Son los prolegómenos de la gran guerra, entre flautas y tambores, tras días de fiesta y noches de insomnio… ¡qué emoción! Por fin podremos luchar… ¿luchar?
En un momento se hicieron las provocaciones de rigor, la guerra fue decretada por ambos bando a la vez. Quizá los generales, por fin, vieron culminado el momento ansiado. La confrontación iba a iniciarse. ¡Qué maravillosa escena! Se designaron rangos y obligaciones, se dispuso el armamento, que cada uno estuviera alerta en su puesto. No importaba lo pasado, lo que de verdad interesaba es que se sintieran satisfechos de cumplir sus misiones. En cuando se vio que el enfrentamiento era inevitable, se fueron escogiendo y seleccionando todos los detalles, se exigía una organización lo más escrupulosa y estricta, pero se permitió algo impensable: el libre albedrío. Los soldados, que ya no eran hombres, no sólo servirían para luchar y destrozarse entre ellos ante una orden superior, sino que tendrían todo a su alcance para que dispusieran de libertad de criterio, en caso de tener que conservar su integridad, en la medida de su relativa capacidad. Se hizo apología libre de cada certificado, teorema, carta de conversión, de cada uno de los engranajes del sistema, de la identificación plena del legislador con el ejecutor, del mando supremo en cada peón de la partida.
A uno y otro lado se dividían las opiniones, se fomentaba la necesidad de las hostilidades con el otro, con un eje central: vencer. Si no se propone la victoria nadie hubiera nunca comenzado una guerra. De igual forma, todo el que lucha, aún con la confianza en la victoria, sabe que tiene delante la posibilidad de la derrota, aunque eso no aminora el valor de algunos hombres. La competición, la oposición y el orgullo han sido realmente los fundadores del mundo, ¿como no iban a estar presentes en una guerra?
Hay guerras físicas, contiendas en la que mueren muchos, se destrozan países, corre sangre. Son actos cuyo único sentido es la selección de la especie, ó el mantener un índice bajo de aumento demográfico. No creo que los artífices de tales guerras sean solamente señores de chaqueta sentados listos para pulsar un botón; el poder de la naturaleza misma aceleraría ese deseo, hay mecanismos más fuertes fuera de control.
Pero este ejemplo no es el que me interesaba atisbar, hay otras luchas, más cercanas en las que somos, a la vez, soldados impecablemente uniformados, armados, insignes y valerosos, y generales de alto rango, con las fases de la partida ya pensadas, con movimientos calculados al detalle, y esa espera ansiosa e irascible de que se cumplan sus propósitos. ¡Se parece tanto el grupo al individuo!
Y esta es la otra guerra, la guerra vital del sentimiento humano, en la que no hay cadáveres para enterrar, sino hombres para reencarnar; donde no hay sangre, sino lágrimas de hielo, donde no hay destrucción de pueblos y campos, de agua y cielo, sino sólo una regeneración constante de las células y neuronas dañadas. El fuego ruidoso y los cultivos devastados son reemplazados con imitaciones de pasiones burguesas, con ensoñadores histéricos, creyentes en placeres juveniles. La lucha deja de serlo cuando todos callan, mientras se miran uno a otro con la espera de que el contrario reinicie la batalla, convirtiéndose todo en una escena agónica, plagada de laceraciones mentales, reprimendas mudas, una vez agotados los castigos psicológicos.
En este primer instante, algunos quieren auparse en importancia, otros piensan en retirarse y que los exilien para siempre de sus mentes, los menos abandonan antes de empezar, ni aún los que se auto tildaron de generales confían plenamente en la necesidad de combatir. Los fieles a su ideal quedaron decepcionados, cuando supieron que eran las marionetas del vicio; otros, después de elegir en poco tiempo sus aliados y programar sistemas de defensa y contraataque, tardaron menos en verter sobre el escenario latas de gasolina, ¡somos incapaces de seguir un plan!
Porque un sistema tarda en elaborarse una vida entera, para tener que dejarlo después en manos de corruptos, que despedazan la hoja de instrucciones y reparten los trozos entre las fieras, en menos de una hora. En una hora muere toda una vida, no importa haber trabajado cuidadosamente durante años con la pobreza inculcando envidia, pero con el deseo de sentirse digno y puro. Eso es para ellos un sacrilegio absurdo, jamás acabaré comprendiéndolos. No tengamos la osadía de interesarnos por sus vidas. Muchos creen que si un sistema ha fallado una vez, será para la eternidad un mal sistema, ¿no serán los hombres los que fallan?
Es decepcionante ver que esta corta guerra, ha terminado justo al empezar, esta avanzadilla ha tenido un final de lo más decadente, acaba por sí sola sin vencedores ni vencidos. Esto no da opción. Una buena victoria da al orgulloso la satisfacción por la derrota del contrario, la victoria en sí da al hombre común una alternativa, avanza un escalón propio ó, al menos, una forma abstracta de decir: he cambiado. Entonces, el vencedor, erigido en juez, dedica su triunfo a un posterior propósito común. Por su parte, el perdedor, asume de forma aceptable la derrota y la validez de su experiencia. Hay un desenlace oscuro, el empate, la intromisión de un elemento hostil entre los dos frentes que impida verse uno a otro; ante esta aparente desaparición del contrario, uno a su vez opta por retirarse también. En este supuesto, el objeto oscuro se ha convertido en juez inapelable que practica su justicia propia, niega a todos su defensa, todos se sienten impotentes ante su sentencia.
Así acaba esta extraña guerra llamada indiferencia. Desperté del sueño que había sido sólo un cabeceo, no comprendía nada, asustado como un desertor, fastidiado… ¡no!, apagado, como cuando de pronto se va la luz. A mí se me apagó de repente la luz de la ilusión. Algún día me preguntaré. ¿qué fue de este sueño de guerra, que pasó realmente? Sólo podré decir: está en un archivo, en un fichero cualquiera, amarillento, la tinta desvaída dejará entrever: guerra confusa, sin final conocido.
(Texto inspirado tras leer “Opiniones de un payaso” de Heinrich Böll. El estar tan alejado de ese autor como de mí mismo no es un fruto muy dulce al paladar. Sólo puede dulcificarlo una fruta madura)
II
Mi vida es un lúgubre y aritmético escenario de manifestaciones fetichistas, un enjambre de modalidades de hombre, de deliciosos contextos de especulación, de dimensiones idealistas del mismo cuerpo. La vida es un puro pisoteo; la muerte, un hundimiento definitivo, ó una levitación quejumbrosa entre el espacio y la mente. El sol es reflejado en mi pasado, y todos los astros me siguen y avanzan tras mí en una persecución envidiosa. No paso de ser pura estadística, una pura y lenta presentación de mí mismo.
¡A escena! Subamos en la carrera rápida del mundo, acostémosnos en nuestro ocaso, pero despertemos antes de la desaparición. ¡Huyamos al sol! Escondámosnos antes de tener miedo.
Nuestro amigo sol no existirá para siempre, en cuanto el hombre piense su destrucción. Este ser humano, está horadando su pasado, sin saber que su cuna es similar a su féretro, y creyendo que en un futuro obtendrá la perfección. Está graduándose en una universidad más lejana que las estrellas, tan ilusoria como la Tierra, en la que no tiene cabida su propio cuerpo. Está olvidando su naturaleza por creer atender a una primera causa, y está dejando a un lado todo el color, toda la forma, toda la belleza de su figura por el hecho de adelantar una dimensión más.
El ser humano es como un jabato herido, como un perezoso reptil, como un ciego topo, como una mecánica hormiga. Animal auto destructible, no ha previsto que sus descendientes caerán en una inmensa hoguera donde no sea posible una mirada, una sonrisa, una luz violeta. No sabe que, detrás de él, habrá otra especie que rija el mundo, porque él mismo está carcomiéndose y aniquilándose. No entiende que, detrás de él, no habrá nadie que pueda celebrar el día de la vida, el día de la llegada del hombre a sí mismo.
III
El simple hecho de vivir es una falta, un suceso grave que hay que remediar. Es un defecto que llevamos como adherido a ese ser apacible que queremos olvidar. ¿Estamos contentos con nuestra personalidad? ¿Nos sentimos felices con ella? ¿Podemos cambiarla? Si no es así, pulsemos el botón destructor que facilite las cosas a esa energía, con ritmo y rumbo preconcebidos, que deje libre el lugar que ocupamos. Bien, hacer esto es fácil, basta afanarse en aparentar lo que no somos, hacernos olvidar y apartarnos del camino, para que todo aquello que pensamos de nosotros gire a lo inimaginable, se desdoble nuestra personalidad, y nos creamos un engendro de la sociedad, un feto moribundo del amor que nos concibió. Eso es fácil, es lo normal, es el ejemplo que nos han ido inculcando.
¿Qué queremos? ¿Vivir? ¿Profundizar en nosotros mismos? ¿Queremos busca la libertad y la felicidad que supone ser como somos? Si es así, que todos vean qué queremos, a qué aspiramos, cuál es nuestra ilusión, nuestra chispa que nos impulsa a vivir, ser conocidos. No es fácil, ni difícil, debe ser la vida. El resultado del grito que debió darse en un momento dado, necesariamente preciso para llegar a nacer. No nacemos hasta ese momento, y hay algunos que andan muertos por la vida. Pero a estos les coartaron las ansias de ser, trataron de impedirles el paso hacia lo fantástico, eran robots y, como tales, jamás gritaron.
Somos nosotros, los débiles, los que presos de una angustiosa ignorancia creemos que el fin lo tenemos dado a cada segundo, y aún así, nos atribuimos todo lo que corresponde a personas. Luchar para convertirse en máquinas es fácil, es lo tradicional socialmente. Reflejar en inmutables espejos lo de dentro y verdadero, es lo único apreciable. Es lo que conforma el egoísmo; el egoísmo ese de tener una propia personalidad, ni íntegra ni acabada. Es ese un egoísmo inútil en su primer momento, pero es la fuerza perenne que nos regirá mientras vivamos.
La semilla fecunda la tierra, el hombre se fecunda a sí mismo, sin saberlo, sin esperarlo, sin quererlo. Somos productos de nosotros mismos, y el aceptarlo supone aceptar a todos los demás. Creer certeramente en cada parte de nuestro cuerpo es creer en cada parte de los demás. Pensar en nosotros sinceramente es sinónimo del amor futuro, de la confianza y seguridad de nuestra voluntad.
Ser lo que somos es la energía que precisamos, ser lo contrario es la muerte lenta de la espera, y de la máquina. La creación, que pertenece un poco a todos, es lo fundamental en la vida. Para la nuestra y para toda la naturaleza.
A Mari Carmen P., como recuerdo.
MANUEL CINTADO
1º EDICIÓN: JULIO 1.979
“… Vivimos reafirmándonos ante tanta amenaza de muerte
Luchamos aunque existen cárceles
y estén preparadas las cadenas
Buscamos solidaridad aunque todo sea traición
Edificamos la nueva ciudad aunque no la habitemos”
PRÓLOGO
… Si permites que empiece, lo haré contando lo último que me ha pasado por la mente. Y no es nuevo, comenzó ya hace ocho años, brotando en mí de forma imparable, y que muchos se esfuerzan en llamar “adolescencia”. Y, ahora… ¿a quién puede molestarle que penetre en esa madurez odiada y esperada, anhelada puerilmente en todos mis actos, aquí, en mi casa, en mi soledad? ¿a quién?...
… ¿Es así? Tras el funeral que seguirá mañana, recorriendo calles angostas, moviendo un pie tras otro, una rueda tras otra rueda, todo dejando marcas en el asfalto. La muerte de la juventud: el engendro del hombre. ¿Puedo anticiparos ahora la sentencia de mi tumba, la que mañana ocuparé rodeado de tierra y cubierto de flores, y cerrada, con lágrimas y risas de todos los que en vida me han odiado y querido? ¿Puede importarme que haya un cura que bendiga mi muerte ó mi suerte, y una mujer de negro arrodillada ante la sepultura? Si no crees que de ese lugar brote pasado mañana un hombre, si es así, deja de leer, porque lo siguiente será demasiado grave como para que no intentes, sin éxito, preguntarte el por qué.
Y esto no es para disfrutar, ni sólo para leerlo de carretilla, es para tomarlo ó dejarlo, para comprenderlo ó quemarlo. Hay una objeción, nada de lo que aquí diga puede servir para formar una imagen de mí, jamás podrá compararse una palabra a un trozo de materia, aunque, en mi caso, hay mucha similitud entre ambas cosas. Así, el valor de mi vida, de mi personalidad concreta, debe sintetizarse de un conocimiento global de todas mis facetas, si no, sólo hay confusión.
Porque llegar a hombre no se limita a penetrar en su mundo, cambiar de cara y aspecto, emplear una visión materialista de la vida, sentirse más seguro, indiferente ó centrado. Implica mucho más. Lo verdaderamente discutible no es pasar a formar parte de un número más en una estadística, de un elemento más de producción, sino el simple hecho de perder la juventud y todo lo que trae consigo.
El convivir con otros, a veces más jóvenes que yo, hablar, reír, discutir con ellos, me plantea en ocasiones una finalidad: el hacerles ver la inutilidad de seguir mi camino, u otro parecido, un camino lento, perezoso y asustadizo, sin sustancia.
Por todo esto, no quería perder la oportunidad de imprimir mis últimas reflexiones como adolescente, confusas y enrevesadas, sin una continuidad propia, sin decir nada y todo a la vez. A veces, muchos piensan que pueden esperar grandes cosas de mí y sin temor a equivocarse; eso no puedo asegurarlo, pero pueden descubrir que no hay motivo para encasillarme en esa apariencia incognoscible, de ese ser extraño que parezco mostrar. Mas bien un tipo inasible, absurdo, común, con poca carne y una animación limitada, y con la suerte ó desgracia de aparentar profundidad. De una u otra forma, de mi naturaleza incongruente, podrían suponer un loco ó un tonto, o alguien sustentado en una dimensión distinta, lejana. Aún así, conociendo mis limitadas posibilidades, me aventuro a decir algunas cosas, ideas que desvarían, que forman de mí una concepción errónea.
Me parece horrible que hayáis tenido audacia suficiente para llegar hasta aquí, serán actos mecánicos. Cambiaré un poco mi postura egocéntrica para hallar una posible unión con la vida. La vida, esa cosa que nos pasa unida irremediablemente a la monotonía. Es la monotonía que me envuelve, que os puede envolver y llegar a formar, sin darnos cuenta, un yugo esclavizante del que no es fácil salir. El hecho sin importancia aparente de repetir los actos día tras día, no sólo imprime tono monótono a esos momentos, sino lo que es peor, a toda tu existencia. Pero, ¿por qué darle tanta importancia? Ver en lo que me rodea el defecto que también existe en mí no me exime de él, sino que me culpa aún más por no saberlo evitar. El conocer a alguien que siente como yo, que vive la indiferencia, me lleva a reconocer el fracaso del ser humano como eje principal del mundo. Ya que, ¿qué es lo que en realidad diferencia al hombre del animal? ¿la inteligencia? ¿la posibilidad de cambiar? ¿no será el hecho de creernos diferentes de todo lo demás?
Así, nosotros, como humanos, quizá sólo encontremos la felicidad con lo distinto a nosotros, como la naturaleza. Asímismo necesitaremos siempre a nuestro lado alguien que pueda comprendernos, porque se nos asemeje, aunque ese placer concluya en fracaso. También puede que sólo necesitemos amarnos a nosotros mismos… ¡cruel estabilidad!
Para terminar este prólogo imagino ahora la dedicatoria de mi tumba, la tumba en la que hay que enterrar 19 años:
“Olvidadme cuando queráis pensar en mí, y no buscadme en un cielo luminoso, ni en un infierno de dolor, sino aquí mismo, entre vosotros, pero ausente. Si me encontráis y me reconocéis, no parad, seguid por vuestra senda, porque para conquistar a un hombre sólo se necesita una cosa: la totalidad de él mismo. Y el joven se transformó en hombre, sosteniendo el mismo y pesado cuerpo, trabajando con las mismas manos, pero gozando y odiando eso, el ser ya un hombre”.
PRIMERA PARTE
A quien, algún día, vendrá a mí.
I
(Escenificación de una centésima de segundo; explosión gris entre dos acantilados; desenlace.)
Va a comenzar la batalla. ¿Sabéis? Son los prolegómenos de la gran guerra, entre flautas y tambores, tras días de fiesta y noches de insomnio… ¡qué emoción! Por fin podremos luchar… ¿luchar?
En un momento se hicieron las provocaciones de rigor, la guerra fue decretada por ambos bando a la vez. Quizá los generales, por fin, vieron culminado el momento ansiado. La confrontación iba a iniciarse. ¡Qué maravillosa escena! Se designaron rangos y obligaciones, se dispuso el armamento, que cada uno estuviera alerta en su puesto. No importaba lo pasado, lo que de verdad interesaba es que se sintieran satisfechos de cumplir sus misiones. En cuando se vio que el enfrentamiento era inevitable, se fueron escogiendo y seleccionando todos los detalles, se exigía una organización lo más escrupulosa y estricta, pero se permitió algo impensable: el libre albedrío. Los soldados, que ya no eran hombres, no sólo servirían para luchar y destrozarse entre ellos ante una orden superior, sino que tendrían todo a su alcance para que dispusieran de libertad de criterio, en caso de tener que conservar su integridad, en la medida de su relativa capacidad. Se hizo apología libre de cada certificado, teorema, carta de conversión, de cada uno de los engranajes del sistema, de la identificación plena del legislador con el ejecutor, del mando supremo en cada peón de la partida.
A uno y otro lado se dividían las opiniones, se fomentaba la necesidad de las hostilidades con el otro, con un eje central: vencer. Si no se propone la victoria nadie hubiera nunca comenzado una guerra. De igual forma, todo el que lucha, aún con la confianza en la victoria, sabe que tiene delante la posibilidad de la derrota, aunque eso no aminora el valor de algunos hombres. La competición, la oposición y el orgullo han sido realmente los fundadores del mundo, ¿como no iban a estar presentes en una guerra?
Hay guerras físicas, contiendas en la que mueren muchos, se destrozan países, corre sangre. Son actos cuyo único sentido es la selección de la especie, ó el mantener un índice bajo de aumento demográfico. No creo que los artífices de tales guerras sean solamente señores de chaqueta sentados listos para pulsar un botón; el poder de la naturaleza misma aceleraría ese deseo, hay mecanismos más fuertes fuera de control.
Pero este ejemplo no es el que me interesaba atisbar, hay otras luchas, más cercanas en las que somos, a la vez, soldados impecablemente uniformados, armados, insignes y valerosos, y generales de alto rango, con las fases de la partida ya pensadas, con movimientos calculados al detalle, y esa espera ansiosa e irascible de que se cumplan sus propósitos. ¡Se parece tanto el grupo al individuo!
Y esta es la otra guerra, la guerra vital del sentimiento humano, en la que no hay cadáveres para enterrar, sino hombres para reencarnar; donde no hay sangre, sino lágrimas de hielo, donde no hay destrucción de pueblos y campos, de agua y cielo, sino sólo una regeneración constante de las células y neuronas dañadas. El fuego ruidoso y los cultivos devastados son reemplazados con imitaciones de pasiones burguesas, con ensoñadores histéricos, creyentes en placeres juveniles. La lucha deja de serlo cuando todos callan, mientras se miran uno a otro con la espera de que el contrario reinicie la batalla, convirtiéndose todo en una escena agónica, plagada de laceraciones mentales, reprimendas mudas, una vez agotados los castigos psicológicos.
En este primer instante, algunos quieren auparse en importancia, otros piensan en retirarse y que los exilien para siempre de sus mentes, los menos abandonan antes de empezar, ni aún los que se auto tildaron de generales confían plenamente en la necesidad de combatir. Los fieles a su ideal quedaron decepcionados, cuando supieron que eran las marionetas del vicio; otros, después de elegir en poco tiempo sus aliados y programar sistemas de defensa y contraataque, tardaron menos en verter sobre el escenario latas de gasolina, ¡somos incapaces de seguir un plan!
Porque un sistema tarda en elaborarse una vida entera, para tener que dejarlo después en manos de corruptos, que despedazan la hoja de instrucciones y reparten los trozos entre las fieras, en menos de una hora. En una hora muere toda una vida, no importa haber trabajado cuidadosamente durante años con la pobreza inculcando envidia, pero con el deseo de sentirse digno y puro. Eso es para ellos un sacrilegio absurdo, jamás acabaré comprendiéndolos. No tengamos la osadía de interesarnos por sus vidas. Muchos creen que si un sistema ha fallado una vez, será para la eternidad un mal sistema, ¿no serán los hombres los que fallan?
Es decepcionante ver que esta corta guerra, ha terminado justo al empezar, esta avanzadilla ha tenido un final de lo más decadente, acaba por sí sola sin vencedores ni vencidos. Esto no da opción. Una buena victoria da al orgulloso la satisfacción por la derrota del contrario, la victoria en sí da al hombre común una alternativa, avanza un escalón propio ó, al menos, una forma abstracta de decir: he cambiado. Entonces, el vencedor, erigido en juez, dedica su triunfo a un posterior propósito común. Por su parte, el perdedor, asume de forma aceptable la derrota y la validez de su experiencia. Hay un desenlace oscuro, el empate, la intromisión de un elemento hostil entre los dos frentes que impida verse uno a otro; ante esta aparente desaparición del contrario, uno a su vez opta por retirarse también. En este supuesto, el objeto oscuro se ha convertido en juez inapelable que practica su justicia propia, niega a todos su defensa, todos se sienten impotentes ante su sentencia.
Así acaba esta extraña guerra llamada indiferencia. Desperté del sueño que había sido sólo un cabeceo, no comprendía nada, asustado como un desertor, fastidiado… ¡no!, apagado, como cuando de pronto se va la luz. A mí se me apagó de repente la luz de la ilusión. Algún día me preguntaré. ¿qué fue de este sueño de guerra, que pasó realmente? Sólo podré decir: está en un archivo, en un fichero cualquiera, amarillento, la tinta desvaída dejará entrever: guerra confusa, sin final conocido.
(Texto inspirado tras leer “Opiniones de un payaso” de Heinrich Böll. El estar tan alejado de ese autor como de mí mismo no es un fruto muy dulce al paladar. Sólo puede dulcificarlo una fruta madura)
II
Mi vida es un lúgubre y aritmético escenario de manifestaciones fetichistas, un enjambre de modalidades de hombre, de deliciosos contextos de especulación, de dimensiones idealistas del mismo cuerpo. La vida es un puro pisoteo; la muerte, un hundimiento definitivo, ó una levitación quejumbrosa entre el espacio y la mente. El sol es reflejado en mi pasado, y todos los astros me siguen y avanzan tras mí en una persecución envidiosa. No paso de ser pura estadística, una pura y lenta presentación de mí mismo.
¡A escena! Subamos en la carrera rápida del mundo, acostémosnos en nuestro ocaso, pero despertemos antes de la desaparición. ¡Huyamos al sol! Escondámosnos antes de tener miedo.
Nuestro amigo sol no existirá para siempre, en cuanto el hombre piense su destrucción. Este ser humano, está horadando su pasado, sin saber que su cuna es similar a su féretro, y creyendo que en un futuro obtendrá la perfección. Está graduándose en una universidad más lejana que las estrellas, tan ilusoria como la Tierra, en la que no tiene cabida su propio cuerpo. Está olvidando su naturaleza por creer atender a una primera causa, y está dejando a un lado todo el color, toda la forma, toda la belleza de su figura por el hecho de adelantar una dimensión más.
El ser humano es como un jabato herido, como un perezoso reptil, como un ciego topo, como una mecánica hormiga. Animal auto destructible, no ha previsto que sus descendientes caerán en una inmensa hoguera donde no sea posible una mirada, una sonrisa, una luz violeta. No sabe que, detrás de él, habrá otra especie que rija el mundo, porque él mismo está carcomiéndose y aniquilándose. No entiende que, detrás de él, no habrá nadie que pueda celebrar el día de la vida, el día de la llegada del hombre a sí mismo.
III
El simple hecho de vivir es una falta, un suceso grave que hay que remediar. Es un defecto que llevamos como adherido a ese ser apacible que queremos olvidar. ¿Estamos contentos con nuestra personalidad? ¿Nos sentimos felices con ella? ¿Podemos cambiarla? Si no es así, pulsemos el botón destructor que facilite las cosas a esa energía, con ritmo y rumbo preconcebidos, que deje libre el lugar que ocupamos. Bien, hacer esto es fácil, basta afanarse en aparentar lo que no somos, hacernos olvidar y apartarnos del camino, para que todo aquello que pensamos de nosotros gire a lo inimaginable, se desdoble nuestra personalidad, y nos creamos un engendro de la sociedad, un feto moribundo del amor que nos concibió. Eso es fácil, es lo normal, es el ejemplo que nos han ido inculcando.
¿Qué queremos? ¿Vivir? ¿Profundizar en nosotros mismos? ¿Queremos busca la libertad y la felicidad que supone ser como somos? Si es así, que todos vean qué queremos, a qué aspiramos, cuál es nuestra ilusión, nuestra chispa que nos impulsa a vivir, ser conocidos. No es fácil, ni difícil, debe ser la vida. El resultado del grito que debió darse en un momento dado, necesariamente preciso para llegar a nacer. No nacemos hasta ese momento, y hay algunos que andan muertos por la vida. Pero a estos les coartaron las ansias de ser, trataron de impedirles el paso hacia lo fantástico, eran robots y, como tales, jamás gritaron.
Somos nosotros, los débiles, los que presos de una angustiosa ignorancia creemos que el fin lo tenemos dado a cada segundo, y aún así, nos atribuimos todo lo que corresponde a personas. Luchar para convertirse en máquinas es fácil, es lo tradicional socialmente. Reflejar en inmutables espejos lo de dentro y verdadero, es lo único apreciable. Es lo que conforma el egoísmo; el egoísmo ese de tener una propia personalidad, ni íntegra ni acabada. Es ese un egoísmo inútil en su primer momento, pero es la fuerza perenne que nos regirá mientras vivamos.
La semilla fecunda la tierra, el hombre se fecunda a sí mismo, sin saberlo, sin esperarlo, sin quererlo. Somos productos de nosotros mismos, y el aceptarlo supone aceptar a todos los demás. Creer certeramente en cada parte de nuestro cuerpo es creer en cada parte de los demás. Pensar en nosotros sinceramente es sinónimo del amor futuro, de la confianza y seguridad de nuestra voluntad.
Ser lo que somos es la energía que precisamos, ser lo contrario es la muerte lenta de la espera, y de la máquina. La creación, que pertenece un poco a todos, es lo fundamental en la vida. Para la nuestra y para toda la naturaleza.
A Mari Carmen P., como recuerdo.