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sábado, 27 de septiembre de 2014
jueves, 18 de septiembre de 2014
Solo la compasión conduce a la felicidad (Dalai Lama)
Estamos hechos para buscar
la felicidad. Todos posemos la base para ser felices, para acceder a los
estados cálidos y compasivos de la mente que aportan felicidad. Aunque nuestra
naturaleza es fundamentalmente apacible y comprensiva, no es suficiente,
tenemos que desarrollar una aguda conciencia de esa condición, cambiar la forma
de percibirnos.
Todos buscamos algo mejor en la vida; así
pues, el movimiento primordial de nuestra vida nos encamina en pos de la
felicidad. Ésta se puede alcanzar mediante el entrenamiento de nuestra mente,
que incluye intelecto y sentimiento, corazón y cerebro. Al imponer una cierta
disciplina interna podemos experimentar una transformación de nuestra actitud,
perspectiva y enfoque de la vida.
Hablar de esta disciplina
interna supone identificar aquellos factores que conducen a la felicidad y los
que conducen al sufrimiento. La clave se encuentra en el estado de ánimo. Si
utilizamos de forma positiva nuestras circunstancias favorables, éstas pueden
transformarse en estados que contribuyen a alcanzar una vida más feliz. Cuanto mayor
sea el nivel de calma de nuestra mente, tanto mayor será nuestra capacidad para
disfrutar de una vida feliz.
Cuando se carece de disciplina interna que
produce la serenidad mental no importan las posesiones o condiciones externas,
ya que éstas nunca proporcionarán a la persona la sensación de alegría y
felicidad que busca. Pero si se posee esta cualidad interna es posible tener
una vida gozosa, aunque falten las posesiones materiales que uno consideraría
normalmente necesarias para alcanzar la felicidad.
Primero tenemos que
aprender cómo las emociones y comportamientos negativos son nocivos y cómo son
útiles las emociones positivas. Si se desea buscar la felicidad, se deberían
buscar las causas que en otras ocasiones la han producido, y si no se desea el
sufrimiento, debería procurarse que no vuelvan a presentarse las causas y
condiciones que dieron lugar al mismo. Saberlo fortalece nuestra determinación
de afrontarlas y superarlas, así como ser conscientes de los efectos
beneficiosos de las emociones y comportamientos positivos.
Nuestra siguiente tarea
consiste en identificar los estados mentales que experimentamos, identificarlos
con claridad en función de que nos conduzcan o no a la felicidad. Por ejemplo,
el odio, los celos, la cólera, son nocivos, los consideramos estados negativos
de la mente porque destruyen nuestro bienestar mental. Cuando los
experimentamos, todo nos parece hostil, hay más temor, una mayor inhibición e
indecisión: una sensación de inseguridad.
Por otro lado, los estados mentales como la
afabilidad y la compasión son definitivamente muy positivos, muy útiles. Si
tienes sentimientos de compasión y deseas ser amable, hay algo que abre
automáticamente tu puerta interior, ese sentimiento de cordialidad ayuda a abrirse a los demás.
Se descubre entonces que
todos los seres humanos son como uno mismo, que podemos relacionarnos más
fácilmente con ellos. Eso genera un espíritu de amistad, hay menos necesidad de
ocultar las cosas y, como resultado, desaparecen los sentimientos de temor, las
dudas sobre uno mismo y la inseguridad.
Alcanzar la verdadera
felicidad exige producir una transformación en las perspectivas, en la forma de
pensar, y eso no es tan sencillo, no podrá conseguirse rápidamente. El cambio
requiere tiempo: se trata de un proceso de aprendizaje. Cada día, al
levantarse, se puede desarrollar una sincera motivación positiva al pensar:
“Utilizaré este día de una forma más positiva. No lo desperdiciaré”. Luego, por
la noche, antes de acostarse, analizar lo que se ha hecho y preguntarse:
“¿Utilicé este día como lo tenía previsto?”. Si todo se desarrolló tal como se
había deseado, deberíamos alegrarnos por ello. Si alguna cosa salió mal,
lamentar lo que se hizo y examinarlo críticamente.
No obstante, pueden surgir
ciertos sentimientos, como cólera o apego debido a la costumbre o a muchas
vidas anteriores. Al principio, la utilización de las prácticas positivas es
muy débil, porque las influencias negativas siguen siendo muy poderosas.
Finalmente, a medida que se intensifican las prácticas positivas, disminuyen
los comportamientos negativos. Así que, en realidad, es una batalla constante
dentro de nosotros.
La práctica repetida nos permite llegar a un
punto en el que los efectos negativos de una perturbación no pasan más allá del
nivel superficial de nuestra mente, como las olas que agitan la superficie del
océano, pero que no tienen gran efecto en las profundidades. Eso es lo que se
logra mediante la práctica gradual.
Aunque puede haber
agresividad, no proviene del sustrato humano fundamental, sino que es más bien
el resultado del intelecto, de la inteligencia desequilibrada, del mal uso de
ella, o de nuestra imaginación. En cierto modo brota cuando nos sentimos
frustrados en nuestros esfuerzos por lograr amor y afecto.
Así que, por mucha violencia que exista y a
pesar de las penalidades por las que tengamos que pasar, la solución definitiva
de nuestros conflictos consiste en volver a nuestra naturaleza humana básica,
que es bondadosa y compasiva.
La compasión es una actitud
mental basada en el deseo de que los demás se liberen de su sufrimiento. No
obedece tanto a que tal o cual persona me sea querida como al reconocimiento de
que todos los seres humanos desean, como yo, ser felices y superar el
sufrimiento.
Sobre la base del reconocimiento de esta
igualdad, se desarrolla un sentido de afinidad, al margen de considerarlo amigo
o enemigo. Tal compasión se basa en los derechos fundamentales del otro y no en
nuestra proyección mental. De ese modo se genera amor y compasión, la verdadera
compasión, que conduce a la felicidad.
Dalai Lama – El Arte de la Felicidad
lunes, 8 de septiembre de 2014
El maestro: director de orquesta de la educación (Fernando Pastor)
Los educadores tienen su
más grave dificultad en el sistema de enseñanza cuando éste no contempla y no
defiende que la base de toda ella es la vocación pedagógica del maestro. Solo
con maestros felices en su labor pueden surgir las nuevas generaciones con una
formación técnica conveniente, acompañada por la formación ética y moral
imprescindible, impartida por maestros que han enseñado en un clima de relación
y comunicación con el alumno, al que han trasladado, además de conocimientos,
el humanismo que, por venir de quien tiene vocación de enseñar, ya tiene
garantía de generosidad y altruismo.
Los planes de enseñanza,
piedras angulares en el basamento de la sociedad, son redactados por los
gobernantes desde criterios enormemente politizados, y tienen la posibilidad de
educar mentes y ahormar voluntades de futuros seguidores y votantes desde sus
primeros años. Los maestros y profesores serán sus instrumentos, sujetos a la
disciplina administrativa. Y es aquí donde
los educadores tienen su verdadera misión, su gran reto y su grave
responsabilidad. Deberán enseñar por vocación y por profesión lo que convierta
a sus alumnos en hombres de provecho para sí y para la sociedad, conscientes de
que encontrarán su mayor felicidad en lo que no se mide con la eficiencia, la
técnica, la productividad, el enriquecimiento y el brillo social, sino en sus
conocimientos y en su sensibilidad para apreciar y disfrutar del arte y la
belleza, de la generosidad y la bondad.
La mejor asignatura que el
educador debe enseñar es la de desear aprender. Ha de estimular esa natural
curiosidad del ser humano, haciéndole saber que este hambre intelectual es una
fuente inmensa de satisfacción, de felicidad, que ayuda a serenar el espíritu,
al tiempo que lo excita ante la nueva aventura que cada interrogante le
plantea. Las respuestas las encontrará casi siempre en los libros, pero también
preguntando, observando, comprobando y analizando. Todo ello más emocionante
que vivir pasivamente, cumpliendo normas sin preguntar el porqué, viendo sin
mirar y oyendo sin escuchar.
Si al estudiante se le
hace comprender que en su cabeza tiene el juguete más apasionante,
increíblemente superior a esos juegos electrónicos en los que pierde su tiempo,
se le habrá enseñado la lección básica. A partir de ese momento no necesitará
estímulos; los programas de estudio serán para él curiosidades a satisfacer no
solo aprendiéndolos, sino comprendiéndolos.
Los pueblos admiran y
miman a sus deportistas, a sus artistas, a sus científicos, pero prestan escasa
atención a sus educadores. Para vergüenza nacional, nuestro país ha acuñado una
triste frase, “pasa más hambre que un maestro de escuela”, que resume la
consideración de que en España tenemos
por los que deben enseñar a nuestros hijos escaso aprecio y pobre sueldo. Así
nos va.
Cada ministro de Educación
procura entrar en la gris historia de la enseñanza española dejando un plan con
su apellido. Tenemos infinidad de planes, arrinconados por fracasados,
conservadores, renovadores, utópicos y disparatados, pero nada preocupados por
fortalecer, potenciar, dignificar y ennoblecer la figura fundamental en toda
esa gran orquesta de la educación, el que produce la música de la enseñanza: el
maestro.
Este es uno de los más
importantes objetivos a conseguir en este país.
Fernando Pastor Álvarez – Reflexiones de un hombre corriente
miércoles, 3 de septiembre de 2014
Persona: cree en ti (Leo Buscaglia)
La vida es un largo viaje
y cada uno de nosotros solo posee una existencia para viajar. Ventearemos
nuestro camino, continua e incansablemente, moldeando, desarrollando y
modificando nuestro indefinido curso, realizando actos irrepetibles, en una
senda por la que no volveremos a pasar. Cada momento nos acerca más al final
del viaje y, cuando lo alcancemos, perecerá un vago y nebuloso recuerdo en
nuestra mente… algo inexplicable, cual un sueño interrumpido, intuido, pero
olvidado a medias y, al parecer, sin propósito.
Mientras continuemos del
todo conscientes, mantendremos el proceso de asimilar lo que nos rodea y darnos
una interpretación del mundo. Éste es un proceso continuo; nos desarrollamos
hasta el extremo en que nos vemos forzados, deseamos o somos capaces de
adaptarnos a ese alud de nuevas experiencias. En cada estadio de nuestras
vidas, seremos requeridos para llevar a cabo reajustes personales en lo
referente a nuestro mundo cambiante, a medida que nos enzarcemos cada vez más
en el proceso activo de hacerlo nuestro. Nuestro principal desafío en este
proceso radica en descubrir, desarrollar y conservar nuestra individualidad.
Hacer esto requiere que seamos plenamente conscientes, sensibles y flexibles.
Ahora poseemos suficiente
conocimiento del potencial de lo que es el ser humano como para superar el
odio, el miedo, el dolor, el hambre, la guerra y la desesperación. No se debe
mirar hacia atrás, no somos prisioneros del pasado. Podemos partir del punto en
que estamos. Nos bastamos para ello. No existen “otros” a los que echar la
culpa: cada uno de nosotros es el otro. Nosotros somos ellos. Cuando las cosas
no se hacen, todos somos culpables; cuando domina la incomprensión, somos
nosotros quienes no comprendemos; cuando nos encontramos en un estado de dolor
emocional o tensión, somos nosotros quienes hemos elegido estar así. Si no nos
convertimos en todo lo que somos, es que no estamos cambiando.
Pero la personalidad no
realizada reclama nuestra atención. No puede ser ignorada durante demasiado
tiempo. Nos fuerza, o bien a marchar hacia delante o hacia atrás, o a vivir en
la confusión, la ansiedad y la frustración. Somos conscientes de que nos falta
algo y de que sentimos una desesperada necesidad de descubrir qué es. Nos vemos
impulsados hacia el desarrollo a pesar del hecho de que, en el mejor de los
casos, las recompensas se hallan envueltas en las brumas de la ilusión; que
siempre parecemos mal preparados; que hemos fracasado con frecuencia en el
pasado; que el intelecto nos engaña; que la emoción nos confunde y que
continuamente en nuestro camino se interfieren los otros viajeros.
Como personas en plena
realización, sabemos que tenemos derecho a ser lo que somos, incluso aunque lo
que seamos no sea compatible con lo que nos han enseñado a ser. Tenemos derecho
a elegir nuestra propia personalidad, aunque ésta sea diferente a la de los
demás. Tenemos derecho a sentir como lo hacemos, aunque estos sentimientos sean
desaprobados por quienes nos rodean. Eso no significa que tengamos derecho a
imponernos sobre los demás. Significa que tenemos derecho a elegir, a
desarrollar y a vivir congruentemente con nosotros mismos y a compartir sin
tener que disculparnos.
Debemos alentar el impulso
a la autorrealización de una forma que sea buena, amorosa, dichosa, paciente y
disciplinada. Debemos afirmarnos a nosotros mismos. Ya no somos marionetas a
las que manipulan unas poderosas fuerzas exteriores, nosotros mismos nos hemos
convertido en la poderosa fuerza. Nadie que esté tratando de ser él mismo, se
verá libre de experimentar situaciones trágicas: las circunstancias externas
continuarán frustrando nuestro camino. Esto es otra forma de decir que las
personas en plena realización se sirven por igual del dolor y la dicha para
determinarse a sí mismos. Pueden abandonar la responsabilidad de sus vidas a
unas fuerzas exteriores, como la sociedad, la familia, amigos o amantes, o bien
pueden asumir la agridulce responsabilidad de su propia autocreación.
Sea lo que sea la inmortalidad,
queda asegurada por una continua participación en el proceso de producción.
Gracias a nuestros actos, las cosas cobran más importancia. Merced a nuestra
existencia el mundo se ha hecho más importante. Con ello no queremos decir que
estamos obligados a hacer algo grande. Solo debemos hacer aquello para lo que
estamos capacitados, pero eso sí, hacerlo bien; algo que conduzca al bien, a la
alegría, a la comprensión. Es este conocimiento de la capacidad de uno mismo
para contribuir a la universal, continua e infinita productividad lo que añade
especial significado a nuestras vidas y alienta nuestra mortalidad.
Dado que no existen
límites al potencial de la cualidad de persona, esta obra no tendría fin. La
búsqueda de una plena humanidad se halla en el proceso de tratar de llegar a
cierto sentido personal en las contradicciones, de intentar desenredar las
presuntas complejidades, de forcejear con las imperfecciones, se sobreponerse a
las incertidumbres y de revelar la magia de una forma activa. Nuestro deseo
consiste en hacernos de nuevo. El poder individual se halla en cada uno de
nosotros. Podemos utilizarlo cuando lo deseemos, nunca muere, simplemente yace
dormido.
La vida está siempre
dispuesta y abierta, y a nuestro lado, para compartir sus recursos. Simplemente
aguarda a que la abracemos. En cualquier momento dado permite empezar de nuevo.
Intenta siempre guiarnos para que nuestras personalidades sean activas y
alcancen la plena realización, puesto que, de ese modo, se puede realizar a sí
misma. Solo la vida engendra vida. Armados con la vida de nuestra parte, y de
toda una existencia para experimentar, las probabilidades se hallan de nuestro
lado. No hay nada que temer.
Tu cualidad de persona es
real; es tu más valiosa posesión. Mientras esa cualidad permanece con vida,
puede crecer indefinidamente, desarrollarse y cambiar. Se génesis es un
milagro, que por un momento toma la forma llamada tú, y luego sigue su camino. Despreciar ese milagro puede ser un
crimen imperdonable. El impedir que se actualice a sí misma equivale a condenar
tu papel en el necesario proceso de que la vida se recree a sí misma.
Leo Buscaglia – Ser persona
lunes, 1 de septiembre de 2014
Salida Pablo Iglesias
Salida Pablo Iglesias
Por un angosto y lóbrego túnel
inundado de miserias, protegiéndose del acecho voraz de múltiples alimañas,
camina una heterogénea muchedumbre. Es una representación del ciudadano medio
español: desahuciados del fruto de su esfuerzo de tantos años; jóvenes
universitarios sin empleo; jubilados y ancianos estafados por las preferentes;
parados de larga duración cuya experiencia ya no cuenta; mendicantes forzados,
vagabundos, inmigrantes y otros marginados sin techo; parejas de jóvenes sin
acceso a préstamos ni ayudas públicas; indignados de toda edad ante la
injusticia de sus políticos; campesinos y ganaderos obligados a abandonar sus explotaciones; futuras
promesas pronto derrotados del arte, la literatura, la ciencia, el deporte; enfermos
crónicos que ya no pueden costear su tratamiento; idealistas que una vez
confiaron en una democracia convertida en una farsa de la corrupción, del
amiguismo, de la evasión de capitales, del desvirtuamiento de principios éticos…
Los perros de presa del
capitalismo y del sistema opresor les acosan sin piedad, empujándolos a un callejón sin salida
aparente. No obstante, a cada paso, la multitud iba creciendo de nuevas
víctimas de todas las capas sociales, pobres miserables que un día tuvieron
dignidad.
El aire se enrarece por
momentos, las fuerzas del orden establecido luchan sin tregua frente a la masa
desesperada por la defensa de los bienes de los afortunados, de los poderosos,
de gobernantes sin escrúpulos…
Sin apenas esperanzas, al
límite de su aguante, empezaron a vislumbrar que, de alguna manera, se iba
abriendo un hueco al final de esa catacumba, por donde se colaban rayos de luz
acompañados de voces amigas que les animaban a unirse a ellos. La muchedumbre
aceleró el paso con decisión, la luz se agrandaba, cada vez más cálida, hasta
llegar a abrirse una puerta que inundó la oscuridad.
Una voz que destacaba y
lideraba la esperanza, alguien salido del pueblo, propugnaba una redistribución
justa de la riqueza, aplicar la justicia a los depravados, reescribir una ley
más justa acorde con los tiempos, terminar con la casta dominante de una vez
por todas, la salida a tanta inmundicia y pesar acumulados. Había que actuar
sin más tardanza, poco o nada que perder y un futuro por conquistar estaba en
juego…