Los olvidos son esquivos y
misteriosos. Se ocultan detrás de los pensamientos, de los sentimientos y de
las palabras. Apenas sabemos cómo se van o cuándo han de volver. Los olvidos se
mueven en tierras de penumbra. Son recuerdos ocultos que de momento no están
presentes en nuestro mundo consciente.
Olvido no es desmemoria.
No es el almacén cerrado y pasivo de lo inservible, de lo que ya no tiene vida.
Al contrario, el olvido es algo vivo, que forma parte de nosotros porque está
presente en la batalla del hombre contra el tiempo. Está en la historia
personal y en la historia colectiva de los hombres y de los pueblos. Está en el
amor, en la soledad, en las relaciones del hombre con Dios y con lo
sobrenatural.
Algunos olvidos no
vuelven, no se hacen recuerdos, nunca salen de las sombras para recibir la luz
de nuestro tiempo consciente, de nuestro mundo actual. Algunos olvidos salen a
la luz de forma no deseada. Otros olvidos siguen caminos tortuosos para hacerse recuerdo. Y
hay olvidos que están a mitad de camino entre lo consciente y lo inconsciente,
que están ocultos detrás de algo; quieren salir a la superficie, están a la
espera de que alguien sepa levantar el velo de misterio que los envuelve y los
esconde.
La lucha entre la memoria
y el olvido es como un fuego que se enciende y que ilumina al ser humano. La
memoria tiene, como el fuego, un enorme potencial de fuerza, de energía
interior que puede quemarnos. Los recuerdos no son solo pasado, matizan y
condicionan el presente y preparan y determinan el futuro. Hay recuerdos que se repiten de manera martilleante. Los olvidos ocultos
están ahí, vivos, para intervenir, para aflorar en nuestro mundo consciente. El
olvido no es la ausencia, porque está lleno de vida.
El olvido se mueve entre
lo irracional, lo imaginario y lo fantástico. Somos conscientes de sucesos que
hemos olvidado, pero el material del que están hechos los olvidos posee el
carácter de las fabulaciones huidizas y el añadido de un toque fantástico,
inefable y misterioso. Todo olvido posee algo de perturbador que irrumpe en
nuestra vida, un pasado que vuelve, a veces emocionalmente neutro y otras
cargado de emoción disturbadora.
El olvido no tendría
sentido si no se tratara de tiempos vividos, traídos a un tiempo presente y con
repercusiones en un tiempo por llegar. Los olvidos tienen vocación de
permanencia y oficio de desaparición y de huida. Todo empezó en un momento que
fue presente, cuando se vivió lo que después será olvidado y recordado. En esos
momentos se vive una experiencia que queda impresa en lugares de nuestro
cuerpo. Y a partir de ahí todo es vivo, móvil, con un juego de tiempos, porque
se trae el pasado al presente. Retener supone permanecer, mantener en el tiempo
lo vivido para poderlo tener a nuestra disposición en un momento dado.
Después de “fijar los
recuerdos” empieza la batalla memoria-olvido. Una guerra en que la sal, la
salsa y los condimentos los ponen los sentimientos y las emociones. A partir de
ese momento aumentan los enigmas, cuando los recuerdos huyen y no sabemos cómo.
La búsqueda de los recuerdos que permanecen ocultos en nosotros sigue siendo un
misterio. No estamos seguros de cuáles son los recuerdos que van a hacerse
inolvidables y apenas sabemos por qué no hay manera de olvidar ciertas
experiencias; por qué hay recuerdos que huyen y recuerdos encubridores, y el
por qué del olvido de la ausencia y el olvido del olvido.
No todos los olvidos son
tristes, pero la constelación de la tristeza siempre está cerca de los olvidos
y de la pérdida de los recuerdos. El hombre actual es consciente de su finitud
y del paso del tiempo y también sabe que al no estar será olvidado. Este hombre
postmoderno vacío que se siente intrascendente reacciona con sentimientos,
ideas y comportamientos de la constelación de la tristeza, tristeza que se
convierte con facilidad en depresión. Muchos hombres sensibles actuales son
conscientes de la cercanía entre el olvido y el tiempo, que están hechos de la
misma materia, la misma que da cuerpo a los sueños. El olvido también porta el
peligro del alejamiento, la ausencia y la pérdida de lo que somos, de lo que
constituye el eje de nuestro ser en el mundo, de lo que sabemos de nosotros
mismos.
Algunas experiencias que
parecen no ser ni llamativas ni alarmantes poseen capacidad para generar
imposibles olvidos. Son olvidos y recuerdos que vuelven a nosotros a medias, a
través de simbolismos variados, en situaciones conflictivas, cuando hay lucha
interior o angustia. Las experiencias semiolvidadas han sido vividas en un
tiempo decisivo, emociones e ideas pugnando entre sí, que no son aceptables en
nuestro mundo consciente. Ahí están, semiolvidadas, pero activas y con
capacidad para asociarse y constituirse más adelante en olvidos imposibles.
Algunos recuerdos solo
salen en los sueños. La voluntad no puede controlarlos. El deseo de olvidarlos
no consigue su exclusión, la determinación de olvidar no es suficiente. Vuelven
esos recuerdos a nuestro mundo consciente a través de los sueños y lo hacen
acompañados de sentimientos contradictorios: una mezcla de rechazo,
complacencia e inquietud. Tienen mucho
en común los sueños y el olvido. Los dos
son atractivos y misteriosos. Las imágenes que utilizan los sueños y el olvido
son huidizas y parecen alucinatorias, son como imágenes desfiguradas que se
desvanecen y cambian; también tienen en común la forma de utilizar el tiempo y
el espacio, se presentan siguiendo unas reglas aparentemente caprichosas.
También comportan una aparente ausencia de lógica, porque ambos poseen una
lógica propia, una dinámica coherente en sí misma, por la que se rigen.
Saber olvidar es un arte,
que no se aprende fácilmente. El arte del olvido es necesario para mantener el
equilibrio inestable de la existencia humana. El arte de la memoria es útil y
conveniente para vivir mejor. La batalla memoria-olvido y la guerra entre el
recuerdo consciente y el inconsciente hacen que el saber sea limitado, débil y
frágil. La duda está siempre presente. No sabemos cuánto sabemos ni lo que
hemos olvidado. La duda, la inseguridad y el error son habituales en lo
recordado. El olvido se queda con parte del contenido de los recuerdos y le
añade, maliciosamente, imaginación. La fiabilidad de lo recordado es
discutible, los falsos recuerdos aparecen con demasiada facilidad. La realidad
vivida no es siempre la recordada y la deformación es habitual. La
vulnerabilidad del recuerdo y la presencia misteriosa de los olvidos es debido
a la propia esencia de los seres humanos.
Los olvidos son necesarios
y van donde el corazón los lleva. Son la sal de la vida. Los recuerdos ocultos
dan el toque de misterio y de milagro a nuestro vivir en el mundo, al querer
retener en nuestro interior lo que hemos vivido y lo que hemos sentido. Tanto
los olvidos como los recuerdos ocultos llevan siempre nuestro sello personal y
diferenciativo, porque las formas de vivir y de elaborar los olvidos son tan
diferentes como son las personas.
Al asomarnos al interior del
hombre, a los vacíos de la memoria y a los vacíos del espíritu, aprendemos que
todos los hombres somos portadores de una memoria y de un olvido que son
expresión de nuestra vulnerabilidad, de nuestros sufrimientos y de nuestras
esperanzas.
Jaime Rodríguez Sacristán – El olvido y los recuerdos ocultos