Páginas

jueves, 20 de septiembre de 2018

Atención plena en la era digital (Jon Kabat-Zinn)





Donde quiera que vayas, ahí estás. Nos guste o no, este momento es todo cuanto tenemos para trabajar. Pero, cuando surge la nube del olvido acerca de dónde estamos ahora, en ese preciso instante, nos perdemos, dejamos de estar en contacto con nosotros mismos. Para permitirnos estar verdaderamente en contacto con donde ya estamos tenemos que hacer una pausa en nuestra experiencia, lo suficientemente larga para permitir que el momento presente pueda penetrar en nosotros, sentirlo, verlo en su totalidad, sostenerlo en la conciencia y, de ese modo, llegar a conocerlo y comprenderlo mejor.

Puede que casi nunca estemos donde realmente estamos, que casi nunca estemos en contacto con todas nuestras posibilidades. Por el contrario, nos encerramos en una ficción personal, según la cual ya sabemos quiénes somos, ya sabemos dónde estamos y adónde nos dirigimos, ya sabemos qué está ocurriendo; y mientras tanto, permanecemos envueltos en un velo de pensamientos, fantasías e impulsos, la mayoría de ellos relacionados con el pasado y el futuro, con lo que deseamos y nos gusta y con lo que tememos y no nos gusta, que se prolongan continuamente y nos impide ver en qué dirección vamos.




El hecho de no saber siquiera que estamos soñando es lo que los budistas llaman ignorancia, o inconsciencia. Estar en contacto con este no saber es lo que se llama atención plena. El trabajo que hay que hacer para despertar de tales sueños es la meditación, el cultivo sistemático del estado despierto, de ser consciente del momento presente. La meditación consiste simplemente en ser nosotros mismos y tener un cierto conocimiento acerca de quiénes somos, darnos cuenta de que, nos guste o no, estamos en el camino de nuestra vida, que tiene una dirección y siempre se está desplegando; que lo que ocurre ahora influye en lo que ocurre a continuación, poder orientarnos tanto interna como externamente. Si lo hacemos, es posible que esto nos permita trazar un recorrido que sea más fiel a nuestro ser interior: un camino del alma, un camino con Corazón, nuestro camino.

La atención plena guarda relación con examinar quiénes somos y con cuestionar nuestra visión del mundo y el lugar que ocupamos en el mismo, así como con el hecho de cultivar la capacidad de apreciar la plenitud de cada momento, estar en contacto con la plenitud de nuestro ser por medio de un proceso sistemático de autoobservación, de autoindagación y de acción atenta. No hay nada de frío, analítico o insensible en ello. En general, la práctica de la atención plena se caracteriza por la amabilidad y la capacidad de apreciar, así como por ser fuente de nutrición. De hecho, se la podría llamar Corazón pleno. Practicar la atención plena significa comprometernos plenamente a estar presentes en cada momento. No intentamos mejorar ni llegar a ningún otro lugar. No tratamos de alcanzar siquiera comprensiones profundas ni visiones especiales. Tampoco nos forzamos a dejar de juzgarnos, calmarnos o relajarnos. Y, por supuesto, no fomentamos el ensimismamiento ni el egocentrismo. Simplemente nos invitamos a interaccionar con el momento presente con plena conciencia, con la intención de encarnar lo mejor que podamos la calma y la ecuanimidad aquí y ahora.



En estos tiempos en que la confusión y la agitación internas y externas son tan grandes; en estos tiempos en que la aceleración temporal, impulsada por la llegada de la era digital y de la capacidad de hacer más cosas en menos tiempo, es tan feroz, que incrementa de forma drástica el riesgo de no estar nunca presentes con y para nosotros mismos. La especie se encuentra en una coyuntura crítica, en un momento clave del cambio, y la atención plena, nuestra capacidad innata para estar despiertos y presentes con el corazón abierto y ver con claridad, nunca ha sido tan importante.

Lo que necesitamos, ahora más que nunca, dentro de toda esa confusión, es una sabiduría interna, un giro de la conciencia que acompañe y determine la trayectoria de las diversas actividades que emprendemos en el mundo y que nos guíe individual y colectivamente para desarrollar con plenitud nuestro potencial como seres humanos. La meditación basada en la atención plena, en especial cuando se entiende como una forma de ser, de vivir la vida y no como una simple técnica, es un vehículo muy poderoso para experimentar de forma directa estas posibilidades transformadoras y curativas en nosotros mismos y en el mundo. Asimismo, puesto que constituye una puerta de acceso a lo eterno, actúa más allá del tiempo; de este modo permite que se produzca la transformación sin que debamos esforzarnos por llegar a ningún otro lugar ni fustigarnos a lo largo del camino por nuestra incompetencia e imperfección.




¿Podemos convertirnos plenamente en nosotros mismos para vivir nuestras preciosas y fugaces vidas más satisfactoriamente? Al fin y al cabo ¿qué más hay que hacer? ¿Y qué podría ser más importante para recuperar nuestra propia vida, con todas sus posibilidades y realidades?

La atención plena, incluso cuando se cultiva solo unos minutos, lleva al corazón a aproximarse a sí mismo. Invita a esa intimidad que tanto anhelamos y que nos llama porque, en última instancia, la atención plena es la intimidad subyacente a cualquier separación; pone inmediatamente a nuestro alcance la bondad y la belleza intrínsecas del mundo y de nuestro corazón, con el fin de que las semillas de nuestra naturaleza más auténtica crezcan, florezcan y nutran nuestras vidas, nuestro trabajo y nuestro mundo, momento a momento, día tras día.


Jon Kabat-Zinn – Mindfulness en la vida cotidiana


miércoles, 12 de septiembre de 2018

La vida tiene un sentido (Muriel Barbery)



  



Aparentemente, de vez en cuando, los adultos se toman el tiempo de sentarse a contemplar el desastre de sus vidas. Entonces se lamentan sin comprender y, como moscas que chocan una y otra vez contra el mismo cristal, se inquietan, sufren, se consumen, se afligen y se interrogan sobre el engranaje que los ha conducido allí donde no quieren ir. Los más inteligentes llegan incluso a hacer de ello una religión: ¡ah, la despreciable vacuidad de la existencia burguesa! Odio esta falsa lucidez de la edad madura. La verdad es que son como todos los demás: chiquillos que no entienden qué ha ocurrido y que van de duros cuando en realidad tienen ganas de llorar.

Sin embargo, es fácil de comprender. El problema está en que los hijos se creen lo que dicen los adultos y, una vez adultos a su vez, se vengan engañando a sus propios hijos. “La vida tiene un sentido que los adultos conocen”, es la mentira universal que todos creen por obligación. Cuando, una vez adulto, uno comprende que nos es cierto, ya es demasiado tarde. El misterio permanece intacto, pero hace tiempo que se ha malgastado en actividades estúpidas toda la energía disponible. Ya no le queda a uno más que anestesiarse como puede tratando de enmascarar el hecho de que no le encuentra ningún sentido a la vida y engaña a sus propios hijos para intentar convencerse mejor a sí mismo.




Algunas personas son incapaces de aprehender en aquello que contemplan lo que constituye su esencia, su hálito intrínseco de vida, y dedican su existencia entera a discurrir sobre los hombres como si de autómatas se tratara, y de las cosas como si no tuvieran alma y se resumieran a lo que de ellas pudiera decirse al capricho de inspiraciones subjetivas.
   Los hombres viven en un mundo donde lo que tiene poder son las palabras y no los actos, donde la competencia esencial es el dominio del lenguaje. Eso es terrible porque, en el fondo, somos primates programados para comer, dormir, reproducirnos, conquistar y asegurar nuestro territorio, y aquellos más hábiles para todas esas tareas, aquellos entre nosotros que son más animales, esos siempre se dejan engañar por los otros, los que tienen labia pero serían incapaces de defender su huerta, de traer un conejo para la cena y de procrear como es debido. Es un terrible agravio a nuestra naturaleza animal, una suerte de perversión, de contradicción profunda.




¿Cómo trascurre, pues, la vida? Día tras día, nos esforzamos valerosamente por representar nuestro papel en esta comedia fantasma. Como sacados de un sueño, nos observamos actuar y helados al constatar el gasto vital de energía que requiere el mantenimiento de nuestros requisitos primitivos. La eternidad se nos escapa.

Tales días, en el que naufragan en el altar de nuestra naturaleza profunda todas las creencias románticas, políticas, intelectuales, metafísicas y morales que años de educación y de cultura han tratado de imprimir en nosotros, la sociedad, campo territorial agitado por grandes ondas jerárquicas, se sume en la nada del Sentido. Adiós a los pobres y a los ricos, a los pensadores, a los investigadorres, a los dirigentes, a los esclavos, a los buenos y a los malos, a los creativos y a los concienzudos, a los sindicalistas y a los individualistas, a los progresistas y a los conservadores, ya no son sino homínidos primitivos cuyas muecas y sonrisas, gestos y adornos, lenguaje y códigos, inscritos en el mapa genético del primate medio, solo significa esto: representar su papel o morir.




¡Qué arrogancia esta de los hombres que piensan que pueden forzar la naturaleza, escapar a su destino de insignificancias biológicas…! Y ¡qué ceguera tienen también con respecto a la crueldad o la violencia de sus propias maneras de vivir, de amar, de reproducirse y de hacer la guerra a sus semejantes!

En cambio pienso que solo puede hacerse una cosa: dar con la tarea para la cual hemos nacido y llevarla a cabo como mejor podamos, con todas nuestras fuerzas, sin creer que nuestra naturaleza animal tiene algo de divino. Solo así tendremos el sentimiento de estar haciendo algo constructivo en el momento en que venga a buscarnos la muerte. La libertad, la decisión, la voluntad, todo eso no son más que quimeras. Creemos que podemos hacer miel sin compartir el destino de las abejas; pero también nosotros no somos sino pobres abejas destinadas a llevar a cabo su tarea para después morir.

Esos días uno necesita desesperadamente el Arte. Aspira con ardor a recuperar su ilusión espiritual, desea con pasión que algo lo salve de los destinos biológicos para que no se excluya de este mundo toda poesía y toda grandeza.





Muriel Barbery – La elegancia del erizo