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martes, 17 de agosto de 2010

Poesías Completas (12)

Poemas inéditos



(Sin título 1)

Resonó entre las sombras de las ideas,
un arrepentido palpitar ensordecedor,
un ancestral esplendor incongruente,
mientras las voces rasgaban símbolos,
las lenguas se desplegaban parásitas,
arremolinadas en la lejanía vociferante
que irrumpió entre cuerpos invisibles.

Un potente ramalazo de espíritu
conmovió las imágenes del pensamiento,
brotando así desde la discordia
un sórdido llanto de desilusiones
pisoteadas, descontrolando razones,
rasgando opiniones voluntariosas,
desmontando los soportes de la conciencia.

Un alud marchito y sangriento
de vastos cuerpos, desvencijados
de ira y gloria, brotaron de repente,
inflaron el aire de mortal desaliento,
secaron el aire de amor y esperanza,
cantaron al aire canciones de ultratumba,
mojaron el aire de lágrimas mentirosas.

Todos los seres del lugar aullaban,
los objetos imitaban feroces enemigos,
telarañas que ofrecían penas de muerte,
el polvo negro carcomía los tejidos,
polillas vestidas de aves de rapiña,
algún rayo de luz se vistió de negro,
huellas transformadas en abismos,
libros encendiendo la mecha de su olvido.

Sólo el ser viviente no era dueño de sí,
atenazado por la furia inorgánica huía
de entes insensibles, hacia la nada.




(Sin título 2)

Los seres de allá, en los confines del éter,
nacidos sin materia, su alma descendiendo
amodorrada en vacío de siglos, sólo ondas
inertes sin sentido, sin muerte.

Su voluntad no existe, causas ajenas
que cerebros de metal sin alma idearon,
ahora relatan su historia preparándonos,
educándonos con vanas y exigentes reglas,
listos para enturbiar la mente humana.

Después, partimos sin esencia, como máquinas esponjosas,
cajas de conocimiento, simples acumuladores.




(Sin título 3)

Alma, fluida, eres intangible como el aire,
gozas encerrada en mi cuerpo, yo soy tu esclavo,
que no libre como tú, ni perfecto, ni eterno,
reinando en mi conciencia sin palabras.

No sé qué haces en mí, ¿dónde te hallas?
Cuando la virtud se apaga y no te obedezco,
cuando mi ser se debilita en una frialdad obstinada,
como si tu luz me cegase y el vicio me consumiera…
estoy odiando tu hermosura, rehuyo tus caricias
impregnadas de luz, y luego caigo vencido
en tu sublime armonía, en tu lecho de esmeraldas
que atrapan mi corazón, arrastrándolo.

Quisiera saber definirte mejor, apresarte,
asegurarte que no eres mi pensamiento,
ni chispa divina, ni ángel protector,
ni depositaria de la verdad, ni fuente de placer,
ni siquiera un sentimiento, ni música celeste…
pero no puedo, quizá seas un poco de todo eso
que sabe de mí lo que nunca comprenderé.




(Sin título 4)

Rozo el tránsito de mi alma recóndita
por mi lucidez lógica, ya marchita,
y desde la atalaya, se desmorona
mi pasado como vaho en estampida.

Huye lo verosímil, junto a sus años
perdidos en la escuela de lo ignoto,
va como buscando quizá de otra mano
que guiara mi vacío hacia el todo.

Un vacío diríase repleto de espejos
encantados, que tintinean en la noche
de crudo silencio del hombre eterno,
luces del más allá muriendo a voces.

Quiere huir la razón que no ha servido,
el logos imperioso que me domó,
y ocultó e hirió mi puros instintos
callados y guardados en mi interior.

Intento desolado atrapar mi vida,
mi espíritu inmortal, que no se pierda
en este mundo de soberbia y codicia,
resistiendo hasta hallar su senda.

Y, cuando se ría agónico lo escéptico,
inútil deseo y mudo pensamiento,
desvalida la razón, ya sin más tiempo,
estaré llegando, creo, al hombre nuevo.



(Sin título 5)

Muerte, ahora que estás a mi lado,
no me dejes, no me ocultes tu abrazo;
pero déjame antes ser libre, un poco,
y despedir la vida como se merece;
no me ocultes tu secreto,
pero avísame un minuto antes,
un poco antes para palparte,
y entregarme a ti.
Sólo un momento antes,
y prepararme para nacer.

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