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lunes, 7 de noviembre de 2011

Edgar Alan Poe, Revelaciones Mesméricas (extracto)


Hacía mucho tiempo que tenía la costumbre de hipnotizar a la persona en cuestión (Mr. Vankirk), en quien se habían manifestado la aguda susceptibilidad y la exaltación habituales en la percepción mesmérica. Desde varios meses atrás, Mr. Vankirk padecía una tisis declarada y mis pases habían aliviado sus efectos más penosos; la noche del miércoles 15 del mes actual fui llamado a su cabecera.
El enfermo sufría un dolor agudo en la región cordial y respiraba con gran dificultad, presentando todos los síntomas comunes del asma. En espasmos como aquél generalmente le proporcionaba alivio la aplicación de mostaza en los centros nerviosos, pero esa noche el recurso había resultado inútil.
Cuando entré en su habitación me recibió con una sonrisa jovial, y aunque evidentemente sus dolores físicos eran grandes, su ánimo parecía muy tranquilo.

«Lo mandé buscar esta noche -dijo- no tanto para que mitigara mi dolencia como para que me explicara ciertas impresiones psíquicas que últimamente me han causado gran ansiedad y sorpresa. No necesito decirle cuán escéptico he sido hasta hoy con respecto a la inmortalidad del alma. No puedo negar que siempre ha existido, quizá en esa misma alma-que he negado, una especie de vago sentimiento de su propia existencia. Pero esta especie de sentimiento no llegó en ningún instante a la convicción. Era cosa que nada tenía que ver con la razón. Todas las tentativas de investigación lógica me dejaban, a decir verdad, más escéptico que antes.

No sé explicar mejor mi pensamiento que por la hipótesis de que la exaltación mesmérica me capacita para percibir una serie de razonamientos que en mi existencia normal son convincentes, pero que, en total acuerdo con los fenómenos mesméricos, no se extienden, salvo en su efecto, a mi estado normal. En el estado hipnótico, el razonamiento y la conclusión, la causa y el efecto están presentes a un tiempo. En mi estado natural, la causa se desvanece; únicamente el efecto, y quizá sólo en parte, permanece.

Accedí, claro está, a realizar este experimento. Unos pocos pases sumieron a Mr. Vankirk en el sueño mesmérico. Su respiración se hizo inmediatamente más fácil y parecía no padecer ninguna incomodidad física. Entonces se produjo la siguiente conversación (en el diálogo, V. representa al paciente y P. soy yo):
P.-¿Duerme usted?
V.-Sí..., no; preferiría dormir más profundamente. P.-(Después de algunos
pases.) ¿Duerme ahora?
V.-Sí.
P.-¿Cómo cree que terminará su enfermedad?
V.-(Después de una larga vacilación y hablando como con esfuerzo.) Moriré.
P.-¿Le aflige la idea de la muerte?
V.-(Muy rápido.) ¡No..., no!
F.-¿Le desagrada esta perspectiva?
V.-Si estuviera despierto me gustaría morir, pero ahora no tiene importancia. El estado mesmérico se avecina lo bastante a la muerte como para satisfacerme.
P.-Me gustaría que se explicara, Mr. Vankirk.
V.-Quisiera hacerlo, pero requiere más esfuerzo del que me siento capaz. Usted no me interroga correctamente.
P.-Entonces, ¿qué debo preguntarle?
V.-Debe comenzar por el principio.
P.- ¡El principio! Pero, ¿dónde está el principio?
V.-Usted sabe que el principio es Dios. (Esto fue dicho en tono bajo, vacilante, y con todas las señales de la más profunda veneración.)
P.-Pero, ¿qué es Dios?
V.--(Vacilando durante varios minutos.) No puedo decirlo.
P.-Dios, ¿no es espíritu?
V.-Mientras estaba despierto, yo sabía lo que usted quiere decir con «espíritu», pero ahora me parece sólo una palabra, tal como, por ejemplo, verdad, belleza; una cualidad, quiero decir.
P.-Dios, ¿no es inmaterial?
V.-No hay inmaterialidad; ésta es una simple palabra. Lo que no es materia no es nada, a menos que las cualidades sean cosas.
P.-Entonces, ¿Dios es material?
V.-No. (Esta respuesta me sobrecogió.)
P.-¿Y qué es?

V.-(Después de una larga pausa, entre dientes.) Lo veo... pero es una cosa difícil de decir. (Otra larga pausa.) No es espíritu, pues existe. Tampoco es materia, como usted la entiende. Pero hay gradaciones de la materia de las que el hombre nada sabe, en que la más basta impulsa a la más sutil, la más sutil invade la más basta. La atmósfera, por ejemplo, impulsa el principio eléctrico, mientras el principio eléctrico penetra la atmósfera. Estas gradaciones de la materia crecen en tenuidad o sutileza hasta que llegamos a una materia indivisa -sin partículas-, indivisible -una- y aquí la ley de la impulsión y de la penetración se modifica. La materia última o indivisa no sólo penetra todas las cosas, sino que las impulsa, y de esta manera es todas las cosas en sí misma. Esta materia es Dios. Lo que el hombre intenta formular con la palabra «pensamiento» es esta materia en movimiento.
P.-¿Afirma usted, entonces, que la materia indivisa, en movimiento, es pensamiento?
V.-En general, el movimiento es el pensamiento universal de la mente universal. Este pensamiento crea. Todas las cosas creadas no son sino los pensamientos de Dios.
P.-Usted dice «en general».
V.-Sí. La mente universal es Dios. Para 'las nuevas individualidades es necesaria la materia.
P.-Pero usted habla ahora de «mente» y de « materia» como lo hacen los metafísicos.
V.-Sí, para evitar la confusión. Cuando digo «mente» me refiero a la materia indivisa o última; cuando digo «materia» me refiero a todo lo demás.
P.-Usted decía que «para las nuevas individualidades es necesaria la materia».
V.-Sí, pues la mente, en su existencia incorpórea, es simplemente Dios. Para crear los seres individuales, pensantes, era necesario encarnar porciones de la mente divina. Así es individualizado el hombre. Despojado de su envoltura corporal sería Dios. El movimiento particular de las porciones encarnadas de la materia indivisa es el pensamiento del hombre, así como el movimiento del todo es el de, Dios.
P.-¿Dice usted que despojado de su envoltura corporal el hombre sería Dios?

V.-(Después de mucho vacilar.) No pude haber dicho eso; es un absurdo.
P.-(Recurriendo a mis notas.) Usted dijo que «despojado de su envoltura corporal el hombre sería Dios».
V.-Y es verdad. El hombre así despojado sería Dios, sería desindividualizado. Pero no puede despojarse jamás de esa manera -por lo menos nunca podrá-, a menos que imaginemos una acción de Dios que vuelve sobre sí misma, una acción inútil, sin finalidad. El hombre es una criatura. Las criaturas son pensamientos de Dios. Está en la naturaleza del pensamiento ser irrevocable.
P,-No comprendo. ¿Usted dice que el hombre nunca podrá desprenderse de su cuerpo?
V.-Digo que nunca será incorpóreo.
P.-Explíquese.
V.-Hay dos cuerpos: el rudimentario y el completo, que corresponden a las dos condiciones de la crisálida y la mariposa. Lo que llamamos “ muerte” es tan sólo la penosa metamorfosis. Nuestra presente encarnación es progresiva, preparatoria, temporaria. Nuestro futuro es perfecto, definitivo, inmortal. La vida definitiva constituye la finalidad absoluta.
P.-Pero de la metamorfosis de la crisálida tenemos un conocimiento palpable.
V.-Nosotros sí, pero la crisálida no. La materia que compone nuestro cuerpo rudimentario está al alcance de los órganos de este cuerpo; o, más claramente, nuestros órganos rudimentarios se adaptan a la materia que forma el cuerpo rudimentario, pero no al que compone el cuerpo definitivo. Este escapa así a nuestros sentidos rudimentarios, y sólo percibimos la envoltura que cae al morir, desprendiéndose de la forma interior, no esa misma forma interior; pero esta última, así como la envoltura, es apreciable para los que ya han adquirido la vida definitiva.
P.-Usted ha dicho a menudo que el estado mesmérico se asemeja estrechamente a la muerte. ¿Cómo es eso?
V.--Cuando digo que se parece a la muerte, aludo a que se asemeja a la vida definitiva, pues cuando estoy en trance los sentidos de mi vida rudimentaria quedan en suspenso y percibo las cosas exteriores directamente, sin órganos, a través de un intermediario que emplearé ea la vida definitiva, inorganizada.
P -¿Inorganizada?
V -Sí; los órganos son mecanismos mediante los cuales el individuo se pone en relación sensible con clases y formas particulares de materia, con exclusión de otras clases y formas. Los órganos del hombre están adaptados a esta condición rudimentaria y sólo a ésta; siendo inorganizada su condición última, su comprensión es ilimitada en todos los órdenes, salvo en uno: la naturaleza de la voluntad de Dios, es decir, el movimiento de la materia indivisa.

P.-¿Pero cuál es el propósito benéfico que justifica la existencia del dolor?
V.-Todas las cosas son buenas o malas por comparación. Un análisis suficiente mostrará que el placer, en todos los casos, es tan sólo el reverso del dolor. El placer positivo es una simple idea. Para ser felices hasta cierto punto, debemos haber padecido hasta ese mismo punto. No sufrir nunca sería no haber sido nunca dichoso. Pero se ha demostrado que en la vida inorgánica no puede existir dolor; de ahí su necesidad en la orgánica. El dolor de la vida primitiva en la tierra es la única garantía de beatitud para la vida definitiva en el cielo.
P.-Todavía hay una de sus expresiones que me resulta imposible comprender: “la inmensidad verdaderamente sustancial del infinito”.
V.-Ello es quizá porque no tiene usted una noción suficientemente genérica del término “sustancia”. No debemos considerarla una cualidad, sino un sentimiento: es la percepción, en los seres pensantes, de la adaptación de la materia a su organización.
Hay muchas cosas en la tierra que nada serian para los habitantes de Venus, muchas cosas visibles y tangibles en Venus cuya existencia seriamos incapaces de apreciar. Pero, para los seres inorgánicos, para los ángeles, la totalidad de la materia indivisa es sustancia, es decir, la totalidad de lo que designamos «espacio» es para ellos la sustancialidad más verdadera; al mismo tiempo las estrellas, en lo que consideramos su materialidad, escapan al sentido angélico, de la misma manera que la materia indivisa, en lo que consideramos su inmaterialidad, se evade de lo orgánico.

Mientras el hipnotizado pronunciaba estas últimas palabras con voz débil, observé en su fisonomía una singular expresión que me alarmó un poco y me indujo a despertarlo en seguida. No bien lo hube hecho, con una brillante sonrisa que iluminó todas sus facciones cayó de espaldas sobre la almohada y expiró. Observé que, menos de un minuto después, su cuerpo tenía toda la severa rigidez de la piedra. Su frente estaba fría como el hielo. Parecía haber sufrido una larga presión de la mano de Azrael.
El hipnotizado, durante la última parte de su discurso, ¿se había dirigido a mí desde la región de las sombras?

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