Páginas

lunes, 12 de diciembre de 2011

Ley Moral Ocultista: la Reencarnación (Papus)



Esa idea fue expresada por Papus en su libro "El Ocultismo", una síntesis de la tradición hermética que supo describir con claridad; de esta fuente ha bebido el ocultismo hasta la actualidad. 



Algo sobre su vida
Gérard Anaclet Vincent Encausse, más conocido como Papus (13 de julio de 1865, La Coruña - 25 de octubre de 1916, París), fue un médico y ocultista francés de origen español, gran divulgador del ocultismo, y fundador de la moderna Orden Martinista.
Nacido de padre francés (Louis Encausse, químico) y madre española, a la edad de cuatro años Gérard  y su familia se trasladaron a París, donde fue educado.
De joven, Encausse pasaba gran parte de su tiempo en la Bibliothèque Nationale estudiando Cábala, Tarot, las ciencias de la magia y la alquimia, y los escritos de Eliphas Lévi. Se inscribió en la Sociedad Teosófica francesa poco después de que fuera fundada por Madame Blavatsky en 1884 - 1885, pero se dio de baja pronto porque no le gustaba el énfasis que la Sociedad ponía en el ocultismo oriental. En 1888, cofundó su propio grupo, la Orden cabalística de la Rosacruz.
Encausse también fue miembro de la Fraternidad Hermética de la Luz y de la Orden Hermética del Alba Dorada de París, además de la Memphis-Mizraím y probablemente de otras organizaciones esotéricas o paramasónicas, y también escribió muchos libros sobre ocultismo. Aparte de sus actividades paramasónicas y martinistas, fue también discípulo espiritual del sanador espiritualista francés Anthelme Nizier Philippe, "Maître Philippe de Lyon".
Las primeras lecturas de tarot de Encausse y la tradición popular de la Cábala fueron inspiradas por los escritos ocultistas de Eliphas Lévi, cuya traducción del Nuctameron de Apolonio de Tiana impreso como suplemento de Dogme et Rituel de la Haute Magie (1855) le proporcionó su seudónimo ("Papus" significa "médico").





Según nos dice Papus, para el ocultista la base de la ley moral se encuentra ligada casi exclusivamente al estudio de las reencarnaciones. La reencarnación consiste, desde el punto de vista del espíritu, en regresar una y otra vez en el plano físico, sin que para ello existan constantes de tiempo o lugar. Esto significa que su retorno puede darse diez años o cien después de la muerte física y tener lugar sobre distintos planetas, en muchos sistemas planetarios que albergan vida material.

No confundir con la metempsícosis, que viene a representar su aspecto alegórico y exotérico y que solo se aplica a las células materiales del cuerpo físico. En efecto, después de la muerte las células materiales retornan a la tierra de donde el espíritu las había tomado prestadas para su existencia en una vida humana, y luego cada una de estas células puede integrarse al cuerpo de una planta o un animal que se alimente con esta planta, o con las sustancias minerales de la tierra.

La reencarnación de que hablamos se aplica tanto a la transformación evolutiva del ser astral como a la reencarnación propiamente dicha del espíritu. Por nuestras acciones, toda sobrecarga natural y toda involución deberán ser compensadas por medio del sufrimiento y el dolor moral, que son los verdaderos fuegos purificadores del plano invisible. Y toda acción errónea, que retarde la evolución del espíritu, provocará una reacción de dolor reparador, que puede ser inmediata o no.

El recuerdo y revisión de todos los actos anteriores se nos presenta luego de cada muerte física y se borra después de cada nacimiento, para evitar la depresión y el suicidio, que llegan a ser posibles por el libre albedrío del hombre en lo relativo al cuerpo físico.
La vida presente es otorgada al hombre para que éste pueda preparar su futuro rectificando los defectos de su pasado. El hombre es ayudado en este cometido por los seres del plano divino, que tienen el poder de borrar los clichés erróneos del pasado. Durante la vida en el cuerpo físico, cada pensamiento, cada sentimiento y cada acto genera, en los otros planos del Universo, cadenas de fuerzas que repercuten sobre la evolución del ser que las ha producido. El cuerpo físico actúa sobre el plano material para generar el futuro receptáculo del espíritu después de la muerte, o sea, lo que llamamos “cuerpo espiritual”. Este cuerpo espiritual será tanto más activo en cuanto el espíritu encarnado se prodigue más en forma moral y física hacia los demás. A su vez irá generando el cuerpo astral de la futura vida, siendo un indicador de la proyección de la existencia actual hacia el porvenir.

Sobra casi decir que las reencarnaciones terminan en el momento en que un ser humano, sin despojarse de su individualidad, llega a reintegrarse en el estado adámico primordial. Esta ley moral ocultista es de las más rigurosas y elevadas, pues se fundamenta en la sumisión a todas las cargas impuestas, bien sea en función de la condición social de cada ser, o de las pruebas de su vida, cuya aceptación se hará indispensable en tanto que ellas representen la consecuencia de errores anteriores. Entre una y otra reencarnación el alma rinde cuentas de todas las existencias anteriores y de sus consecuencias desde el punto de vista de su propia evolución.

El hecho de la existencia, no como realidad metafísica, sino como entidad fisiológica, de un principio de acción intermediario entre los órganos del cuerpo físico y las facultades intelectuales, permite resolver en una forma má o menos sencilla el problema de la constitución humana. El fin de la vida, para el ocultista, es que cada cual fabrique por sí mismo su destino futuro, puesto que el hombre es libre dentro de su radio de acción asignado. Todo cuanto existe merece respeto: el cuerpo físico tanto como el espíritu. Nosotros mismos creamos la sanción de nuestros actos. Con la muerte, el hombre cambia de estado, no de lugar. Realiza el ideal que se ha forjado en su última existencia, y si ha sido concebido con gran intensidad, este ideal subsiste durante un tiempo mayor. El sistema entero va evolucionando hacia la reintegración final; como decía Plotino: “no es el alma la que sufre y muere, es el personaje”.

Veamos en detalle el viaje del espíritu, que comienza desde el mismo trance de la agonía. En ese instante, el cordón o lazo que une el cuerpo físico y el espíritu se corta, y el cuerpo astral comienza a dividirse en dos partes: una inferior, que permanecerá en el plano físico, y otra superior, que evolucionará hasta el plano astral superior. La parte astral que acompañará al espíritu será proporcional a las aspiraciones elevadas del ser humano durante su encarnación y al momento de su partida. El espíritu buscará llevar la mayor parte que le sea posible del cuerpo astral. En este intento es ayudado por los ancestros, término que viene a incluir a todos los seres invisibles que asisten al espíritu en su partida. Así, la muerte terrestre viene a ser un nacimiento astral, y viceversa.

Los ancestros descienden para darle la bienvenida al alma que retorna, en forma análoga a como los padres reciben al niño que nace en la tierra. El espíritu atraviesa una etapa difícil donde la conciencia intenta penosamente superar la falta de órganos físicos que ya están desconectados. Esta etapa crítica tendrá mayor o menor duración según la ayuda que reciba el espíritu, bien sea desde aquí o desde el otro lado, para su tránsito. Al sobrepasar el trauma, el espíritu advierte que se encuentra en realidad más vivo que en su anterior estado terrenal, puesto que adquiere nuevos órganos, dotados también de nuevas facultades, y que la comunicación física con el plano material se presenta cada vez más lejana y difícil, ya que solo subsiste el sentimiento como lazo de unión entre ese plano y su nuevo estado. 

Entonces el espíritu toma consciencia de que, al no estar aún en su verdadero centro, deberá tender hacia una segunda muerte, la del plano astral, para acelerar su evolución. Aquí entra en juego el grado de evolución moral del espíritu, viéndose obligado a sostener verdaderas luchas con seres del plano astral que intentan arrancarle hacia su astralidad inferior. Poco a poco se va despojando de su cuerpo astral superior, que va siendo reeemplazado por el cuerpo espiritual o glorioso, en un proceso lento y prosigue su evolución hacia el plano divino.

Tales son algunas de las afirmaciones del ocultismo en cuanto a lo que les llega a través de la doble autoridad de la tradición y la visión directa del plano invisible. Se comprenderá ahora la respuesta de un brahmán, interrogado por un jesuita sobre el origen de sus ideas acerca de las transformaciones del alma después de la muerte, que se expresaba así: “he visto lo que ocurre tras la muerte, y ninguna revelación vale lo que esta certeza personal, sobre todo si la hemos verificado en más de una ocasión para darnos perfecta cuenta de sus detalles”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario