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viernes, 9 de diciembre de 2011

Un viaje casi real

Avistamos un caballo que parecía reposar en una loma paciendo tranquilamente, a unos doscientos metros de distancia. Íbamos en un coche desvencijado poco después de amanecer, por una carretera que, a veces, dejaba ver el mar azul y por la que en ese momento no transitaba nadie. Imaginé en segundos montado a la grupa de un potro blanco, y el sonido de sus cascos me recorría el cuerpo. No llevaba riendas, pero él sabía quizá adónde nos dirigíamos  ajustando el paso según el terreno. Pero fue acercarme un poco más y comprobar de que todo era ilusión: se trataba de un joven rubio y delgado apoyado en el manillar de su motocicleta. Volví a sentir el rugido del motor, y el olor a goma cuarteada, gasoil y aceite quemado. Fue una gran decepción que no tardó en disiparse. Al dejarlo atrás, Sebas gritó: Mirad, ¡allí hay un toro enorme! Era cierto, a la izquierda del campo de girasoles se alzaba un toro zaino que parecía lanzarnos una mirada amenazadora.

Ninguno de nosotros fue nunca a una corrida de toros, pero sabíamos algo del arte taurino. Sin pensarlo dos veces, nos dividimos las tareas: Alemán, tú banderillero; Sebas, tú haces de matador, Quique estaría al quite, y yo con mi potro blanco haría las veces de picador. En seguida nos sentimos dispuestos a lidiarlo, éramos los quijotes del siglo XXI, sin miedo al peligro. Lo perdimos de vista porque la carretera pasaba una vaguada, pero al subir a la loma soltamos una carcajada: solo se trataba de un anuncio de un vino de Jerez.

Alemán conducía alocadamente con una mano, sin fijarse en absoluto en el cielo que nos cubría, pero sí en el camino, dispuesto a aplastar sin piedad a cualquier animal que se le cruzara; mientras tanto Sebas no paraba de cambiar la emisora de radio sin encontrar su música favorita. Quique estaba ensimismado en una revista científica completamente ausente. Yo acumulaba imágenes en mi memoria, el pequeño arroyo que atravesamos, las sombras de las nubes que avanzaban por los campos. Ansioso de aventuras, iba asignando a cada uno un papel en nuevas historias, un rol que no le cuadrase, un papel imposible de ejecutar, acciones que se iban desarrollando en mi interior espontáneamente. De vez en cuando soltaba una risotada amplia imaginando la escena; Alemán, sonriente, me espiaba por el retrovisor; Sebas subía el volumen a un nivel insoportable; Quique apartaba sus ojos de la revista y me decía: “Tú estás loco, Javier, pero como un cencerro”. Nunca les dije lo que pasaba por mi cabeza, ellos volvían a lo suyo y yo iniciaba una nueva historia.

Nunca he soportado la pestilencia que desprende un coche nuevo, casi me marea su artificiosidad y el olor a resina calentada, me encojo con el aire acondicionado y todo está tan pulcro que temes ensuciarlo, imposible evadirse así. Prefiero estos vehículos destartalados, incómodos, lo suficientemente sucios, las ventanillas bajadas, poder fumar aunque caiga la ceniza, comer aunque se manche el asiento, poder tumbarse y sacar los pies por la ventanilla… Añoro no estar en otro siglo y viajar en carreta de mulos, no tener prisa en llegar, pararse en cualquier lugar a pasar la noche, sin saber dónde te encuentras… mudarme a otra época.

No sé cómo sucedió, pero me vi de pronto en una especie de máquina del tiempo, pero distinta a la del libro de H.G.Wells. Era como un cilindro metálico, y yo viajaba en un compartimento tumbado boca abajo. A través de una ventanilla, pude observar multitud de cabinas similares repartidas regularmente. Unas desprendían una luz verde, que supuse indicaban que el viajero se había desmaterializado y estaba en otro lugar del tiempo. Otras emitían un fulgor violáceo, que significaba el regreso de su ocupante. De la mía advertí que emanaba una luz amarilla, como preparada para ser activada. Miré dentro de mi cabina, a mi izquierda se situaba una placa que decía: “Para su iniciar el funcionamiento del viaje, pulsar el botón inferior” Una vez pulsado se encendía una pantalla en la parte frontal, donde aparecían detallados una docena de pasos para activar la programación. Como última advertencia se leía: “El usuario dispondrá exactamente de 24 horas terrestres para su viaje al tiempo, al término de las cuales regresará de nuevo a esta cabina, por la que podrá salir pulsando el botón rojo. Disfrútelo, solo dispone de una posibilidad”.

Todo era tan real que descarté que fuera un sueño; no sabía cómo había llegado hasta allí, sentía al mismo tiempo miedo y curiosidad… “solo dispone de una posibilidad”. Cuando me decidí a seguir las instrucciones me di cuenta que consistían en una especie de test de preguntas personales y aparentemente arbitrarias, por lo que deduje que el lugar y época asignadas dependían de la veracidad de las respuestas, quizá el programa te enviara al momento adecuado a tu personalidad. ¡Qué hacer!  Aún contestando con sinceridad ignoraba todo sobre los parámetros de este viaje, y cada uno de los viajeros sería lanzado a una experiencia fuera de su control.

Me decidí a pesar de todo… pensé de nuevo “solo dispongo de una posibilidad”. Las seis primeras preguntas se solventaban con un escueto “sí” ó “no”, y las seis restantes en cambio podía optarse por las respuestas “Pésimo”, “Malo”, “Regular”, “Bueno” y “Óptimo”. Las fui contestando de forma espontánea, sin pensármelas prácticamente nada. Al finalizar, en la pantalla apareció inmediatamente una cuenta atrás: 10,9,8,7… Entonces me invadió un pánico absoluto, un miedo indescriptible a lo desconocido. Quise arrepentirme, una gran sensación de pánico se apoderó de mí, imaginando que todo era un juego de mal gusto sin ninguna garantía de regreso, que podía perderme en el infinito espacial para siempre. Sudaba a raudales, casi paralizado, con los ojos que se me salían de las cuencas, el corazón acelerado, no podía respirar… 6, 5, 4, 3, 2, 1… sentí entonces una brusca sacudida que me hizo golpear en el techo…

_¿Que ha pasado? ¿Dónde estoy?
_Eh, Javi… ¡despierta hombre!...!de buena nos hemos librado!
_Pero… ¿qué?... pero si eres tú…

Miré alrededor, parados en un semáforo, en un atasco tremendo, en un lugar desconocido, por lo visto un camión nos había embestido de lleno en la parte trasera, y el golpe nos había lanzado unos contra otros.
_¿Estáis todos bien?_ Oí la voz de Alemán y entonces pude reconocerle, un hilo de sangre le bajaba de la nariz mientras se apretaba la frente con un gesto de dolor.
_Sí- dije. Noto un golpe en la cabeza, pero… ¿y la máquina del tiempo?
_¿Qué dice este tío? ¿Qué máquina, Javi?_ dijo Sebas, ¡como no sea el camión que se ha empotrado atrás!
_¿Qué mal sueño es éste? ¿Estáis todos locos o qué? Yo iba en una máquina del tiempo… ¡estaba a punto de despegar!

2 comentarios:

  1. "Añoro no estar en otro siglo y viajar en carreta de mulos, no tener prisa en llegar, pararse en cualquier lugar a pasar la noche, sin saber donde te encuentras...mudarme a otra época..." Palabras parecidas las he pensado muchas veces...un viaje algo peculiar y accidentado, pero me ha gustado.
    Saludos, Manuel!

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  2. Basado en hechos y visiones reales, pero que eran mucho más peculiares, accidentados y paranoicos que lo que soy capaz de expresar aquí, !si yo hablara de la mili! je,je

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