Una penosa experiencia nos enseña que el pensamiento racional no basta
para resolver las cuestiones de nuestra vida social. La investigación y el
trabajo científico serio han tenido a menudo trágicas proyecciones sobre la
humanidad. Han producido, por una parte, los inventos que liberaron al hombre
de un trabajo físico agotador y tornaron la vida más rica y fácil, mientras
que, por otra parte, introducían una grave inquietud en la existencia, pues el
hombre se convertía en esclavo de su ámbito tecnológico -y más catastrófico
todavía- creaba los medios para su destrucción masiva. Sin duda nos hallamos
frente a una tragedia de terrible alcance.
El hombre no ha conseguido desarrollar formas de organización política
y económica que garanticen la coexistencia pacífica de las naciones del mundo.
No ha logrado edificar un sistema que elimine la posibilidad de la guerra y que
rechace para siempre los criminales instrumentos de destrucción masiva. Sumergidos
como estamos en el trágico destino que nos ha llevado a colaborar en la
elaboración de métodos de aniquilación más horribles y más eficaces cada vez,
los científicos debemos considerar que nuestra solemne y esencial obligación es
hacer cuanto esté a nuestro alcance para impedir que esas armas sean utilizadas
con la brutal finalidad para la que fueron inventadas. ¿Qué otra cosa podría
ser más importante para nosotros? ¿Qué otro propósito social podría sernos más
deseable?
La anarquía económica de la sociedad capitalista, según existe hoy, es,
en mi opinión, la verdadera fuente de todos los males. El interés por el lucro,
junto con la competencia entre los capitalistas, es responsable de la
inestabilidad del ritmo de acumulación y utilización del capital, que conduce a
severas y crecientes depresiones. La competencia ilimitada provoca el derroche
de trabajo y la amputación de la conciencia social de los individuos.
Tengo la convicción de que existe un único camino para eliminar estos
graves males, que pasa por la adopción de una economía socialista, acompañada
por un sistema educativo que esté orientado hacia objetivos sociales. En ese
sistema económico, los medios de producción serán propiedad del grupo social y
se utilizarán según un plan. Una economía planificada que regule la producción
de acuerdo con las necesidades de la comunidad, distribuirá el trabajo que deba
realizarse entre todos aquellos capaces de ejecutarlo y garantizará la
subsistencia a todo ser humano. La educación de los individuos, además de
promover sus propias habilidades innatas, tratará de desarrollar en ellos un sentido
de responsabilidad ante su prójimo, en vez de exaltar el valor del poder y del
éxito, como ocurre en la sociedad actual.
La evolución de la ciencia y de las actividades creadoras del espíritu
en general, reclama otro modo de libertad que puede calificarse de libertad
interior. Esa libertad de espíritu consiste en pensar con independencia sobre
las limitaciones y los prejuicios autoritarios y sociales así como frente a la
rutina antifilosófica y el hábito embrutecedor del ambiente. Esta libertad
interior es un raro privilegio de la naturaleza y un propósito digno para el
individuo. Empero, la comunidad puede realizar también mucha labor de estímulo
en este sentido, por lo menos al no poner trabas a la labor intelectual. Las
escuelas y los sistemas de enseñanza obstaculizan a veces el desarrollo de la
libertad interior con influencias autoritarias o cuando imponen a los jóvenes
cargas espirituales excesivas; las instituciones de enseñanza pueden, por otra
parte, favorecer esta libertad si fomentan el pensamiento independiente.
Únicamente si se prosigue con constancia y conciencia la libertad interior y la
libertad externa es posible el progreso espiritual y el conocimiento y así
mejorar la vida general del hombre en todos sus aspectos.
La insistencia exagerada en el sistema
competitivo y la especialización prematura fundada en la utilización inmediata
matan el espíritu en que se asienta toda la vida cultural, incluido el
conocimiento especializado. Es asimismo vital para una educación fecunda que se
desarrolle en el joven una capacidad de pensamiento crítico independiente,
proceso que corre graves riesgos si se sobrecarga al educando con distintas y
variadas disciplinas. Este exceso lleva sin duda a la superficialidad. La
enseñanza debe ser de tal índole que lo que se ofrece se reciba como un don
valioso y no como un penoso deber.
La humanidad sólo estará protegida
del riesgo de una destrucción inimaginable y de una desenfrenada aniquilación
si un organismo supranacional tiene el poder de producir y poseer esas armas.
No puede pensarse, empero, que en los momentos actuales las naciones otorgarían
dicho poder a un organismo supranacional, a menos que éste tuviera el derecho
legal y el deber de resolver todos los conflictos que en el pasado han dado
origen a la guerra. Las funciones de los estados individuales quedarán
limitadas a sus problemas internos, digamos; en sus relaciones con los estados
restantes sólo se ocuparán de proyectos y cuestiones que de ningún modo puedan
conducir a provocar situaciones de peligro para la seguridad internacional.
Por desgracia no hay indicios de que
los gobiernos hayan llegado a comprender que en las condiciones en que se
encuentra la humanidad urge que se adopten las medidas revolucionarias ante tan
apremiante necesidad. Nuestra situación no se puede comparar con ninguna otra
del pasado. Por tanto resulta imposible aplicar métodos y medidas que en otro
tiempo hubieran sido eficaces. Debemos revolucionar nuestro pensamiento,
nuestras acciones y hemos de tener el valor de revolucionar las relaciones
entre los países del mundo. Las soluciones de ayer carecen hoy de vigencia, y
sin duda estarán fuera de lugar mañana. Llevar esta convicción a todos los
hombres del mundo es lo más importante y significativo que los intelectuales
hayan tenido jamás que afrontar. ¿Tendrán el coraje indispensable para superar,
hasta donde sea preciso, los resabios nacionalistas con el fin de inducir a los
pueblos del mundo a cambiar sus arraigadas tradiciones de la manera más radical
posible?
Es necesario realizar un supremo
esfuerzo. Si ahora fracasamos la organización supranacional será erigida más
adelante, pero entonces se levantará sobre las ruinas de una gran parte del
mundo hoy existente. Conservamos la esperanza de que la abolición de la actual
anarquía internacional no deba pagarse con una catástrofe general, cuyas
dimensiones quizá nadie pueda imaginar. El tiempo es inexorablemente breve. Si
deseamos hacer algo debe ser ahora.
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