Teilhard de Chardin
(1881-1955) sostuvo un evolucionismo teleológico; a la concepción materialista
del darwinismo y del positivismo, opuso una cosmología que, pese a admitir el
evolucionismo, e incluso extendiéndolo a la realidad espiritual, rechazaba una
interpretación puramente mecanicista y materialista del cosmos. Así expresó su
fe en relación con su concepción del universo: Creo que el Universo es una
Evolución. Creo que la
Evolución va hacia el Espíritu. Creo que el Espíritu se
realiza en algo personal. Creo que lo Personal supremo es el Cristo-Universal.
La materia originaria, según él, contiene ya en sí la "conciencia"
como elemento organizativo, por el que la evolución se configura como un
proceso no puramente mecanicista, sino teológico”.
En 1958 el padre
Janssens informó a la
Compañía de Jesús, que un decreto del Santo Oficio, dirigido
por el Cardenal Ottaviani, requirió a las congregaciones retirar de todas las bibliotecas las obras de Teilhard. El
documento dice que los textos del jesuita "representan ambigüedades e incluso errores tan graves que ofenden a la
doctrina católica" por lo que "alerta al clero para defender los espíritus, en particular los de los
jóvenes, de los peligros de las obras de P. Teilhard de Chardin y sus
discípulos".
Si en estos últimos tiempos he llegado a adquirir una convicción es la de que, en las relaciones con otro, es imposible llegar nunca a ser demasiado bueno o demasiado suave en las formas; la dulzura es la primera de las fuerzas, y quizás también la primera virtud entre las que se ven.
Si quieres sentirte,
cada vez más en equilibrio, en medio de los mil choques de la vida libre, aplícate
a aumentar tu impulso personal, tu propulsión hacia el bien, a realizar a tu
alrededor. Cuando tu “fuerza viva” moral se halle así acrecida, las corrientes
discordantes, que podrían hacerte oscilar y vacilar en reposo, apenas si lograrán desviarte, porque tú estarás en movimiento.
El mayor sacrificio
que podemos hacer, la mayor victoria que podemos llegar a alcanzar sobre
nosotros mismos, consiste en superar la inercia, la tendencia al menor
esfuerzo.
La caridad, para ser
inagotablemente serena y entregada, tiene que haber hecho el sacrificio de
cualquier retribución buscada en la gratitud y el afecto de los hombres.
Es indudable que la
paz del corazón, su dilatación en medio de afecciones cálidas y reconocidas, es
más armoniosa, más normal, más apropiada para la acción fácil, que el
aislamiento y las quiebras. Por esto es por lo que hemos de tender, mediante nuestros
esfuerzos personales, a asegurarnos apoyos en buenas y sólidas amistades, a
guardarnos de las enfermedades del cuerpo y del alma.
Es preciso, si el hombre quiere alcanzarse a sí mismo, que despierte a la conciencia de sus
infinitas prolongaciones, a sus deberes,
a su embriaguez. Es necesario que
(dando de lado a todas las ilusiones de un individualismo estrecho), amplíe su
corazón a la medida del Universo.
Hay un más-ser, un
mejor-ser absolutos que se llaman
progreso en la consciencia, la libertad, la moralidad; tales grados superiores
de existencia adquieren consistencia por medio de la concentración, la
depuración, el máximo esfuerzo.
No hay más que
hablar: cuanto más renuncia uno a preocuparse demasiado de sí mismo, cuanto más
se hace pasar a los otros por delante de uno mismo, cuanto más dulce y bueno se
procura ser, más dichosos se es y más ascendiente se posee sobre los otros.
Habría que saber siempre sonreír.
¿No te parece que es
una cuestión de lealtad y “conciencia”, trabajar por extraer del mundo todo lo
que el Mundo puede contener de verdad y de energía? Nada debe quedar “sin intentar” en la dirección del más-ser.
Pienso que habría
algo que decir sobre la alegría (sana) de la muerte, sobre su armonía en la Vida , sobre su modo íntimo
de unir (y al mismo tiempo de separar) el Mundo de los Muertos y el Mundo de
los vivos, sobre la unión del uno y del otro dentro de un mismo cosmos. La
muerte ha sido demasiado tratada como un tema de melancolía, o como un objeto
de ascesis, o como una entidad teológica un poco vaporosa… Habría que
atribuirle su puesto de Realidad vigorosa y de fase, en el seno de un
Mundo y de un Devenir que son
precísamente eso que nosotros experimentamos.
La acción específica de la pureza es, por tanto, la de
unificar las potencias interiores del alma, en el acto de una pasión única, extraordinariamente
rica e intensa. El alma pura, finalmente, es aquella que, superando la múltiple
y desorganizante atracción de las cosas, templa su unidad (esto es, madura su
espiritualidad) en los ardores de la divina simplicidad.
El amor carnal no da
resultado porque el principio al que se confía, la materia, no es un principio
de contacto, sino de separación. Lo múltiple expulsa a lo múltiple. Cuanto más
se intenta la unión en una esfera inferior, más se produce el alejamiento
mutuo. ¿Entonces, cómo hay que amarse para acercarse de verdad? En el Espíritu.
El amor que tiende a la espiritualización mutua de los amantes, el amor que los
impulsa no tanto a buscarse directamente como a converger juntos hacia el mismo
centro divino, ése es el Amor indefinidamente progresivo y renovado en cuyo
seno los seres construyen a poco su unidad.
¿Qué es, por tanto,
lo que nuestra generación necesita para que se sobrenaturalice el panteísmo de
los unos y se humanice la Fe
de los otros?... Es preciso que prediquemos y que practiquemos lo que yo
llamaría el Evangelio del esfuerzo humano.
Hasta hoy la moral ha
sido sobre todo individualista; en adelante tendrá que tener en cuenta más
explícitamente las obligaciones del hombre con respecto a las colectividades,
de cara al Universo: deberes políticos, deberes sociales, deberes
internacionales, deberes cósmicos…
¿Quién puede prever
todo lo que el alma humana es todavía capaz de adquirir en virtud de fuerzas
naturales inmediatamente sobrenaturalizables (a medida, por ejemplo, que vaya
adquiriendo más plenamente conciencia de su solidaridad con el Universo y de
otras regiones espirituales, aún inexploradas, prometidas a la unanimidad de
los espíritus)?
Me parece que el
hombre se ve conducido por la misma
lógica de su desarrollo al deseo de alcanzar algo más grande que él. Y es
aquí donde yace precisamente “la potencia espiritual de la materia”. Para que
el fruto se hienda y se abra es preciso que esté maduro.
En el caso del
Hombre, la muerte representa una metamorfosis,
mediante la cual se rechaza una forma aparente provisional del Universo
(provisional y caduca porque se halla todavía ligada y mezclada con formas “animales” e “inertes” de unificación
del Universo), pero no es más que una metamorfosis. No hay, propiamente
hablando, almas separadas: hay solo almas que cambian de “esfera” en el Mundo,
en el que todo persiste.
Para poder alcanzar
la zona luminosa, sólida, absoluta del Mundo, no se trata de ir hacia lo más profundo por debajo o lo más lejano
hacia atrás, sino hacia lo más interior en el alma y lo más nuevo en el futuro.
La explicación y la consistencia del Mundo hay que buscarlas en un Alma
superior de atracción y de solidificación progresivas, sin la cual la radical
pluralidad del Universo jamás hubiese salido de su polvareda. El análisis de la
materia revela a quien sabe ver la prioridad, la primacía del Espíritu.
Para quien tiende
convenientemente su vela al soplo de la Tierra se revela una corriente que impulsa
siempre hacia alta mar. Cuanto más noblemente desea y actúa un hombre, más
ávido se vuelve de objetivos amplios y sublimes que perseguir. Bien pronto
dejarán de bastarle solamente su familia, su propio país, el lado remunerador de
su acción. Tendrá que crear organizaciones generales, caminos nuevos por los
que abrirse paso, Causas que sostener, Verdades que descubrir, un Ideal que
alimentar y que defender. Así, poco a poco, el obrero de la Tierra deja de
pertenecerse. Poco a poco el soplo inmenso del Universo, insinuado en su
interior por la fisura de una acción humilde, pero fiel, le dilata, le eleva,
le arrastra.
Si fuéramos tan
capaces de percibir la “luz invisible” como percibimos las nubes, el rayo o los
resplandores solares, se nos aparecerían las almas puras, en este Mundo, tan
activas, por su sola pureza, como las cumbres nevadas, cuyas cimas impasibles
aspiran continuamente para nosotros los poderes errantes de la atmósfera superior.
En realidad, el
Universo progresa hacia el Hombre, a través de la Mujer. Toda la cuestión está
(la cuestión vital para la
Tierra …) en que se reconozcan. Si el Hombre no llega a
reconocer la verdadera naturaleza, el verdadero objeto de su amor, ya tenemos
el desorden irremediable y profundo. Si, en cambio, el Hombre llega a ser capaz
de percibir la Realidad Universal
descubrirá entonces la razón de lo que, hasta ese momento, defraudaba y
pervertía su capacidad de amar. La
Mujer se halla ante él como la atracción y el Símbolo del
Mundo. No podrá llegar a abrazarla más que agrandándose, a su vez, a la medida
del mundo. En este sentido el Hombre no podrá llegar a abrazar a la Mujer más que en la
consumación de la
Unión Universal. El Amor es una reserva sagrada de energía, y
como la sangre misma de la
Evolución espiritual.
Hablando con
propiedad, no hay cosas sagradas o profanas, puras o impuras. Lo que hay es
solamente un sentido bueno y un sentido
malo: el sentido de la ascensión, de la unificación ensanchadora, del
esfuerzo espiritual mayor, y el sentido del descenso, del egoísmo estrechador,
del disfrute materializante. Seguidas en la dirección que lleva a lo alto,
todas las criaturas son luminosas. En la dirección que lleva hacia abajo, se
oscurecen y se vuelven diabólicas. Su travesía hundirá nuestra barca, o por el
contrario la hará brincar hacia delante, con tal de que sepamos tender nuestra
vela a su soplo.
En consecuencia, el
problema planteado a la Moral ,
no ya es tanto el de conservar y proteger al individuo, como el de guiarle
también en la dirección de sus realizaciones esperadas que la “cantidad de lo
Personal” todavía difusa en la
Humanidad pueda desprenderse con plenitud y seguridad. Hoy
empezamos a comprender que no hay promesa ni uso legítimos si no tienden a hacer servir el poder que poseen. La
riqueza no se vuelve buena más que en
la medida en que trabaja en la
dirección del Espíritu. De ahora en adelante la Moral le impedirá cualquier
existencia neutra e “inofensiva” y le obligará al esfuerzo de liberar hasta el
límite su autonomía y su personalidad.
El único clima en que
el hombre puede continuar aumentando es el de la entrega y la renuncia dentro
de un sentimiento de fraternidad. En verdad, a la velocidad con que aumentan su
conciencia y sus ambiciones, el mundo hará explosión si no aprende a amar. El
porvernir se encuentra orgánicamente ligado a la transformación de las fuerzas
del odio en fuerzas de caridad.
El gran problema del
momento es el instaurar una nueva concepción del Espíritu, no ya en oposición,
sino en transformación y sublimación de la Materia. El futuro del mundo se
halla ligado a alguna forma de unificación humana, dependiente del pleno juego
en nuestros corazones de determinados impulsos hacia el Ser Más, impulsos sin los que toda la ciencia y toda la técnica
desfallecerían en sí mismas.
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