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domingo, 30 de diciembre de 2012

Hay que predicar lo que se practica (De Mello)





Cuando miras un árbol y ves un milagro, entonces, por fin, has visto un árbol. ¿Alguna vez tu corazón se ha llenado de muda admiración cuando has oído el canto de un pájaro?
El pájaro no canta porque tenga una afirmación que hacer. Canta porque tiene un canto que expresar.

Las palabras del alumno tienen que ser entendidas. Las del Maestro no tienen que serlo. Tan solo tienen que ser escuchadas, del mismo modo que uno escucha el viento en los árboles y el rumor del río y el canto del pájaro, que despierta en quien lo escucha algo que está más allá de todo conocimiento.

¡Deja de buscar, pequeño pez!
No hay nada que buscar. Solo tienes que estar tranquilo, abrir tus ojos y mirar. No puedes dejar de verlo.

Esta es la esencia de la contemplación: la capacidad de asombro. La contemplación se diferencia del éxtasis en que éste lleva a uno a retirarse. La contemplación se diferencia de la contemplación de la belleza en que ésta produce un placer estético, mientras que la contemplación produce asombro, prescindiendo de que lo que se contemple sea una puesta de sol o una simple piedra.

Abandona todo pensamiento acerca del futuro y del pasado, y hacerte totalmente presente. Y la contemplación se produce.

Decía un monje Zen: “Cuando se incendió mi casa pude disfrutar por las noches de una visión sin obstáculos de la luna”.

¿De qué vale buscar a Dios en lugares santos si donde lo has perdido ha sido en tu corazón?

Yo solía pensar que las palabras escritas estaban muertas y secas. Ahora sé que están llenas de energía y de vida. Era mi corazón el que estaba frío y muerto, así que ¿cómo iba a crecer nada en él?




A veces se oye hablar de hombres que se han hecho discípulos de los discípulos de los discípulos de un hombre que ha tenido la experiencia personal de Dios. Es absolutamente imposible enviar un beso a través de un mensajero.
A veces he visto a mujeres ancianas rezar interminables rosarios en la iglesia. ¿Cómo va a glorificar a Dios ese incoherente palabreo? Pero siempre que me he fijado en sus ojos o en sus rostros alzados al cielo, he sabido en el fondo que ellas están más cerca de Dios que muchos hombres doctos.

Cuando buscas la Verdad, vas solo. La senda es demasiado estrecha para llevar compañía. Pero… ¿quién puede soportar semejante soledad?

Puedes entregar todos tus bienes para ayudar a los pobres, y entregar tu cuerpo a la hoguera, y no tener amor en absoluto.
Guarda tus bienes y renuncia a tu yo. No quemes tu cuerpo, quema tu ego. Y el amor brotará automáticamente.

La conciencia de la propia virtud es un riesgo muy propio de quien se embarca en la oración y en la piedad.

Cuando las personas religiosas no dejan de darle vueltas a los pecados de los demás, uno sospecha que esa insistencia les proporciona más placer del que el pecado proporciona al pecador.

El hombre no es cruel por naturaleza. Se hace cruel cuando es infeliz… o cuando se entrega a una ideología.
Si tienes que escoger entre el dictado de un corazón compasivo y las exigencias de una ideología, rechaza la ideología sin dudarlo un momento. La compasión no tiene ideología.

Muchas veces he intentado desesperadamente practicar lo que predico. Si me limitara a predicar lo que practico, sería mucho menos farsante.

“Ahora me tienes junto a ti”, dijo Dios a su ferviente devoto, “y no haces más que darle vueltas a tu cabeza pensando en mí, hablar acerca de mí con tu lengua y leer lo que dicen de mí tus libros. ¿Cuándo te vas a callar y me vas a probar?"

Dios “danza” su Creación, Él es su bailarín; su Creación es la danza. La danza es diferente del bailarín y, sin embargo, no tiene existencia posible con independencia de Él. En el momento en que el bailarín se detiene, la danza deja de existir.
Guarda silencio y mira la danza. Sencillamente, mira: una estrella, una flor, una hoja marchita, un pájaro, una piedra…  Cualquier fragmento de la danza sirve. Mira. Escucha. Huele. Toca. Saborea. Y, seguramente, no tardarás en verle a él, el Bailarín en persona.


Anthony de Mello : El Canto del Pájaro


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