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lunes, 10 de diciembre de 2012

Minutos de Sabiduría (De Mello)







Absurdo. 
   El Maestro no dejaba de restregar un ladrillo contra el suelo de la habitación, en la que estaba sentado un discípulo, entregado a la meditación.
   Al principio, el discípulo estaba contento creyendo que el Maestro trataba de poner a prueba su capacidad de concentración. Pero cuando el ruido se hizo insoportable, estalló: ¿Qué diablos estás haciendo? ¿No ves que estoy meditando?

– Estoy puliendo este ladrillo para hacer un espejo, replicó el Maestro.
– !Tú estás loco! ¿Cómo vas a hacer un espejo de un ladrillo?
– ¡Más loco estás tú! ¿Cómo pretendes hacer un meditador de tu propio yo?


Escondrijo.
   El Maestro llegó a ser una verdadera leyenda viviente. Se decía que incluso en una ocasión Dios le había pedido consejo: “Quisiera jugar al escondite con la humanidad. He preguntado a mis ángeles cuál es el mejor lugar para esconderse, y unos me han dicho que el fondo del océano. Otros que la cima de la más alta montaña, y todavía otros me han dicho que la cara oculta de la luna o alguna estrella lejana. ¿Qué me sugieres tú?

– Escóndete en el corazón humano, respondió el Maestro. Es el último lugar en que pensarán.



Receptividad.
– Quisiera aprender. ¿Querrías enseñarme?
– No creo que sepas cómo hay que aprender, dijo el Maestro.
– ¿Puedes enseñarme a aprender?
– ¿Puedes tú aprender a dejarte que te enseñe?

   Más tarde le decía el Mestro a sus desconcertados discípulos: “El enseñar solo es posible cuando también es posible aprender. Y el aprender solo es posible cuando te enseñas algo a ti mismo.


Incongruencia.
   Todas las preguntas que se suscitaron aquel día en la reunión pública estaban ligadas a la vida más allá de la muerte.
   El Maestro se limitaba a sonreír sin dar una sola respuesta.
   Cuando, más tarde, los discípulos le preguntaron por qué se había mostrado tan evasivo, él replicó: ¿No habéis observado que los que no saben lo que hacen con esta vida son precisamente los que más desean otra vida que dure eternamente?

– Pero, ¿hay vida después de la muerte o no la hay?, insistió un discípulo.
– ¿Hay vida antes de la muerte? ¡Esta es la cuestión!, replicó enigmáticamente el Maestro.


Naturaleza.
   Explicaba un conferenciante cómo una pequeña parte de las enormes sumas de dinero que se gastan en armamento en el mundo moderno podría resolver todos los problemas materiales de la totalidad de la raza humana.
   Tras la conferencia, la reacción inevitable de los discípulos, fue: Pero, ¿cómo es posible que los seres humanos sean tan estúpidos?

– Porque la gente, dijo solemnemente el Maestro, ha aprendido a leer los libros impresos, pero ha olvidado el arte de leer los que no lo están.
– ¿Podrías indicarnos un ejemplo de libro no impreso?
   Pero el Maestro no indicó ejemplo alguno.

   Un día, como los discípulos seguían insistiendo, dijo al fin el Maestro: “El canto de las aves, el sonido de los insectos, todo ello pregona la Verdad. Los pastos, las flores… todo ello está indicando el camino. ¡Escuchad! ¡Mirad! ¡Ese es el modo de leer!



Creencia.
   El Maestro había citado a Aristóteles: “En la búsqueda de la verdad, parece mejor y hasta necesario renunciar a lo que nos es más querido”. El Maestro sustituyó la palabra “verdad” por la palabra “Dios”.
   Más tarde, le dijo un discípulo: “En mi búsqueda de Dios estoy dispuesto a renunciar a todo; a la riqueza, a los amigos, a la familia, a mi país y hasta a mi propia vida. ¿Puede una persona renunciar a algo más?”.
   El Maestro respondió con toda calma: “Sí. A tus creencias sobre Dios”.

   El discípulo se marchó entristecido, porque estaba muy apegado a sus convicciones. Tenía más miedo a la ignorancia que a la muerte.


Prioridad.
   El Maestro acogía favorablemente los avances de la tecnología, pero era profundamente consciente de sus limitaciones.
   Cuando un industrial le preguntó en qué se ocupaba, le respondió:”Me dedico a la industria de las personas”.
– ¿Y qué demonios es eso?, si puede saberse, dijo el industrial.
– Fijémonos en tu caso, respondió el Maestro. Tus esfuerzos producen mejores cosas; los míos, mejores personas.

   Más tarde les decía a sus discípulos: “El objeto de la vida es lograr el esplendor de las personas, pero hoy día la gente parece estar especialmente interesada por el perfeccionamiento de las cosas”.


Soledad.
– Quisiera estar con Dios en oración.
– Lo que tú quieres es un absurdo.
– ¿Por qué?
– Porque cuando estás tú, no está Dios, y cuando está Dios, no estás tú. Por lo tanto… ¿cómo vas tú a estar con Dios?

   Más tarde decía el Maestro: “Busca la soledad. Cuando estás con alguien, no estás solo; cuando estás “con Dios”, no estás solo. La única forma de estar realmente con Dios es estar completamente solo. Y entonces solo cabe esperar que esté Dios y no esté uno mismo”.



Humanidad.
   La conferencia que el Maestro iba a pronunciar sobre LA DESTRUCCIÓN DEL MUNDO había sido profusamente anunciada, y fue mucha la gente que acudió a los jardines del monasterio para escucharlo.
   La conferencia concluyó en menos de un minuto. Todo lo que el Maestro dijo, fue:

“Estas son las cosas que acabarán con la raza humana:
la política sin principios,
el progreso sin compasión,
la riqueza sin esfuerzo,
la erudición sin silencio,
la religión sin riesgo
y el culto sin consciencia".



Vigilancia.
– ¿Hay algo que yo pueda hacer para llegar a la Iluminación?
– Tan poco como lo que puedes hacer para que amanezca por las mañanas.
– Entonces, ¿para qué valen los ejercicios espirituales que tú mismo recomiendas?
– Para estar seguro de que no estáis dormidos cuando el sol comienza a salir.


Cautiverio.
   “¡Qué orgulloso te sientes de tu inteligencia!”, le dijo el Maestro a uno de sus discípulos. “Eres como el condenado que se siente orgulloso de la amplitud de su celda”.





Anthony de Mello : Un minuto de sabiduría ( Editado en español como: ¿Quién puede hacer que amanezca?)

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