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martes, 29 de enero de 2013

Greguerías con trascendencia (Gómez de la Serna)





De pronto no sentí el peso de la pluma en la mano. Es que Dios no quería que escribiese lo que iba a escribir.

El escritor tiene que estar muy respetado en su acción de escribir, pues tiene que estar lejano a la monstruosa realidad. Cortarle el pensamiento, tener que oír “hablar de lo mismo”, es nefasto para él. Tiene que tener la ausencia de lo cotidiano, la posibilidad del pensamiento en blanco.
No hacer caso de los mismos admiradores que quieren ambiguarnos, llegar a una promiscuidad de visita con dialogaciones maliciosas con nuestra musa, lograr lo implazable, lo que tenga carácter verdadero de aparición…

Si no podéis vivir bajo ningún cálculo, no tenéis más remedio que estar siempre haciendo cálculos para ver cómo vais a poder vivir. Este pensamiento constante ha llegado a eliminar la existencia.
El que cómodamente se toma la libertad de no pensar, cada vez tiene menos pensamientos. No solo es que no se llena de pensamiento, sino que se vacía en una proporción de dos de pérdida por uno de no avanzar.

Yo no me meto en la vida de mis sueños, y me parece que los sueños del dormir los tiene otro que no soy yo, un resentido o un iluso que vive parasitario de mí, que, como no le hago ningún caso, aparece a veces en los sueños.
Los sueños, en una palabra, no son míos, son de un ansioso vulgar o de un enemigo –la parte enemiga de uno mismo que se aglomera en un rincón nuestro-, pero no hago ningún caso a sus insinuaciones y a sus calumnias. Me levanto, me despierto y lo abandono a él; que siga durmiendo y soñando por su cuenta.



Muerte. El muerto, durante el velatorio, sueña todo lo que le va a pasar a los suyos hasta que se extingan. Es el gran sueño que le compensa de la desaparición. No atiende a lo que sucede, no tiene relación con ello, no es sensible ya a nada, pero aparece el sueño último. Ve a su mujer en rápida y completa historia de lo que va a hacer y que conoce el destino mejor que ella, y, sobre todo, lo consolador para el muerto es que asiste a su muerte, sabe perfectamente cómo va a morir y en qué corto o largo plazo.
Lo mismo le sucede con sus hijos. Asiste a todo su historial y ve como se igualan a él en la muerte que presencia.
Así, igualado con todos, por saber cómo va a ser su muerte y a qué hora, descansa definitivamente.
Todo el que no esté muriéndose no alcanza la explicación del mundo.

¿Vives? –Sí. ¿Mueres? –Sí. ¿Entonces? –Vivo y muero al mismo tiempo. Eso es el vivir.

No dais importancia a los pasos de los seres, y tienen la importancia de lo que desaparecerá, de lo que habiendo sido tan evidente, un día no tendrá ninguna evidencia… Oíd con atención y respeto los pasos.
Un cuadro de flores puede ser eterno, pero las flores frescas revelan el tiempo que estamos viviendo, el tiempo que vive y muere, ¡apasionado por eso!

Tenían una vida que vivir. No como ahora, que no se tiene ninguna vida que vivir, y la que se tiene nos la pueden quitar los demás de un momento a otro.
La vida acaba deshilándose, sintiéndose el hilo que se deslía en el corazón y que ya está en los últimos metros y oscila y se desenrrolla de pronto muy de prisa, y otras veces se aquieta como si no diese más de sí.

Si entráis en la máquina de bestialidad del mundo, todas las ruedas os reconocerán, estaréis bien acoplados y quizá os toque algo de las sobras residuales de la gran máquina.
El único sobrante del que podemos responder es el alma. Todo lo demás es saldo combustible y desgastable, desde el hígado al cerebro, y el tiempo con que contamos tampoco es dilatable. Solo el alma tiene sobrante, un gran sobrante que se siente y que es su esencia inmortal.


Ramón Gómez de la Serna – Diario Póstumo

lunes, 28 de enero de 2013

Tres rimas y un poco de leyenda (Bécquer)

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RIMA LXVI

¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero
de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura;
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.

¿Adónde voy?  El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas;
en donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.




RIMA LXI

Al ver mis horas de fiebre
e insomnio lentas pasar,
a la orilla de mi lecho,
         ¿quién se sentará?

Cuando la trémula mano
tienda, próximo a expirar,
buscando una mano amiga,
         ¿quién la estrechará?

Cuando la muerte vidríe
de mis ojos el cristal,
mis párpados aún abiertos,
         ¿quién los cerrará?

Cuando la campana suene
(si suena en mi funeral)
una oración, al oírla,
         ¿quién murmurará?

Cuando mis pálidos restos
oprima la tierra ya,
sobre la olvidada fosa,
         ¿quién vendrá a llorar?

¿Quién en fin, al otro día,
cuando el sol vuelva a brillar,
de que pasé por el mundo
         quién se acordará?



RIMA LXXV

¿Será verdad que, cuando toca el sueño,
con sus dedos de rosa, nuestros ojos,
de la cárcel que habita huye el espíritu
en vuelo presuroso?

¿Será verdad que, huésped de las nieblas,
de la brisa nocturna al tenue soplo,
alado sube a la región vacía
a encontrarse con otros?

¿Y allí desnudo de la humana forma,
allí los lazos terrenales rotos,
breves horas habita de la idea
el mundo silencioso?

¿Y ríe y llora y aborrece y ama
y guarda un rastro del dolor y el gozo,
semejante al que deja cuando cruza
el cielo un meteoro?.

¡Yo no sé si ese mundo de visiones
vive fuera o va dentro de nosotros.
Pero sé que conozco a muchas gentes
a quienes no conozco!







La Venta de los Gatos

En Sevilla, y en mitad del camino que se dirige al convento de San Jerónimo desde la puerta de la Macarena, hay entre otros ventorrillos célebres uno que, por el lugar en que está colocado y las circunstancias especiales que en él concurren, puede decirse que era, si ya no lo es, el más neto y característico de todos los ventorrillos andaluces.

Figuraos una casita blanca como el ampo de la nieve, con su cubierta de tejas rojizas las unas, verdinegras las otras, y entre las cuales crecen un sinfín de jaramagos y matas de reseda. Un cobertizo de madera baña en sombra el dintel de la puerta, a cuyos lados hay dos poyos de ladrillo y argamasa. Empotradas en el muro que rompen varios ventanillos abiertos a capricho para dar luz al interior, y de los cuales unos son más bajos y otros más altos, éste en forma cuadrangular, aquél imitando un ajimez o una claraboya, se ven de trecho en trecho algunas estacas y anillas de hierro que sirven para atar las caballerías. Una parra añosísima, que retuerce sus negruzcos troncos por entre la armazón de maderos que la sostienen, vistiéndolos de pámpanos y hojas verdes y anchas, cubre como un dosel al estrado, el cual lo componen tres bancos de pino, media docena de sillas de anea desvencijadas y hasta seis o siete mesas cojas y hechas de tablas mal unidas.

Por uno de los costados de la casa sube una madreselva, agarrándose a las grietas de las paredes, hasta llegar al tejado, de cuyo alero penden algunas guías que se mecen con el aire, semejando flotantes pabellones de verdura. Al pie del otro corre una cerca de cañizo, señalando los límites de un pequeño jardín que parece una canastilla de juncos rebosando de flores. Las copas de dos corpulentos árboles que se levantan a espaldas del ventorrillo forman el fondo oscuro sobre el cual se destacan sus blancas chimeneas, completando la decoración los vallados de las huertas, llenos de pitas y zarzamoras, los retamares que crecen a la orilla del agua, y el Guadalquivir que se aleja arrastrando con lentitud su torcida corriente por entre aquellas agrestes márgenes hasta llegar al pie del antiguo convento de San Jerónimo, el cual se asoma por cima de los espesos olivares que lo rodean y dibuja por oscuro la negra silueta de sus torres sobre un cielo azul y transparente.



Imaginaos este paisaje animado por una multitud de figuras de hombres, mujeres, chiquillos y animales, formando grupos a cual más pintorescos y característicos; aquí el ventero, rechoncho y coloradote, sentado al sol en una silleta baja, deshaciendo entre las manos el tabaco para liar un cigarrillo y con el papel en la boca; allí, un regatón de la Macarena que canta entornando los ojos y acompañándose con una guitarrilla mientras otros le llevan el compás con las palmas o golpeando las mesas con los vasos; más allá, una turba de muchachas, con sus pañuelos de espumilla de mil colores y toda una maceta de claveles en el pelo, que tocan la pandereta, y chillan, y ríen, y hablan a voces en tanto que impulsan como locas el columpio colgado entre dos árboles, y los mozos del ventorrillo que van y vienen con bateas de manzanilla y platos de aceitunas, y las bandas de gentes del pueblo que hormiguean en el camino; dos borrachos que disputan con un majo que requiebra al pasar a una buena moza, un gallo que cacarea esponjándose orgulloso sobre las bardas del corral, un perro que ladra a los chiquillos que le hostigan con palos y piedras, el aceite que hierve y salta en la sartén donde fríen el pescado, el chascar de los látigos de los caleseros que llegan levantando una nube de polvo, ruido de cantares, de castañuelas, de risas, de voces, de silbidos y de guitarras y golpes en las mesas, y palmadas y estallidos de jarros que se rompen, y mil y mil rumores extraños y discordes que forman una alegre algarabía imposible de describir. Figuraos todo esto en una tarde templada y serena, en la tarde de uno de los días más hermosos de Andalucía, donde tan hermosos son siempre, y tendréis una idea del espectáculo que se ofreció a mis ojos la primera vez que, guiado por su fama, fui a visitar aquel célebre ventorrillo…



                       (Detalle abanico pintado por mi tío Enrique Lora)




G.A. Bécquer - Rimas y Leyendas


jueves, 24 de enero de 2013

La Diversión: Panacea universal




   El trabajo, los problemas, las múltiples obligaciones, las presiones, el hogar, los conflictos; nos hacen olvidar de lo importante que es la diversión para nuestro bienestar emocional.
   Las actividades de sano esparcimiento le transfieren increíbles beneficios a la salud física y mental, ya que mejora el estado de ánimo, fortifica la motivación e incrementa la tolerancia al estrés.     
La diversión es ese respiro que se le da al cuerpo para recargar baterías y le suministra la fortaleza para enfrentarse a los diferentes retos de la vida.
Los conflictos constantes hacen que la sonrisa se pierda y los tiempos felices sean escasos, con los siguientes pretextos: “no hay tiempo para el esparcimiento”, “hay cosas más importantes que eso”, “la diversión es para los irresponsables”.

Para divertirse, no se requiere estar en vacaciones permanentes ni gastar dinero. Hay que disfrutar de las cosas pequeñas y luchar continuamente contra la peligrosa amenaza de la rutina. Por eso es importante aprender a divertirse durante todo el tiempo e impregnarle a cada día un tono alegre y positivo, propiciando espacios de distracción continuamente.

Tal como nuestro cuerpo necesita dormir y descansar para reponerse y poder funcionar adecuadamente, necesitamos divertirnos para recuperarnos del desgaste emocional y psicológico. La risa y felicidad producida por la diversión, aporta los siguientes beneficios:

Mejora la respiración y circulación, favoreciendo el corazón. Ayuda a la digestión. Se potencia la creatividad y la imaginación. Fortalece el sistema inmunológico. Se liberan endorfinas que actúan como eliminadores naturales del dolor y producen una sensación de bienestar general. Reduce la tensión y ansiedad. Rejuvenece. Elimina ansiedad, depresión, dolores, insomnio…

Se utiliza la risa con el fin de eliminar bloqueos emocionales, fisicos, mentales, sexuales, sanar nuestra infancia, como proceso de crecimiento personal; mejora nuestras relaciones, nos permite desarrollar una actitud positiva ante la vida. Favorece la autoestima.

Se crea un espacio para estar con uno mismo, vivir el aquí y el ahora, estar en el presente, ya que cuando reímos es imposible pensar, nos ayuda a descubrir nuestros dones, abrirnos horizontes, vencer los miedos, llenarnos de luz, de fuerza, de ilusión, de sentido del humor, de gozo y aprender a vivir una vida positiva, intensa, sincera y total.


Es la panacea natural que siempre se ha estado buscando artificialmente, al alcance de todos…


Fuentes: gabinetedepsicologia.com, crecimientoybienestaremocional.com, varios.


La verdadera dicha es la diversión.
La diversión es cualquier cosa que hagamos
por el solo placer de hacerlo, porque amamos hacerlo,
más allá de la ganancia, de la obligación o el sentido del deber.
La diversión es un tema de la infancia,
y hacerla continuar en los años siguientes
es prolongar la juventud.

Walter Rauschenbush.


martes, 22 de enero de 2013

Unidad y Alma en Hesse






Sobre la Unidad

Nada en el mundo me inspira una fe tan profunda, ningún concepto es para mí tan sagrado como el de la unidad, el concepto de que el mundo entero y todo cuanto éste contiene es una unidad divina, y de que todo el sufrimiento y todo lo malo proviene de que los individuos ya no nos sentimos partes indisolubles del Todo y damos excesiva importancia al Yo. He sufrido mucho en mi vida, he obrado mal muchas veces, he hecho muchas cosas inútiles y crueles, pero siempre he conseguido liberarme, entregarme y olvidar mi Yo, sentir la unidad, reconocer que la discrepancia entre lo interno y lo externo, entre el Yo y el mundo es una ilusión, e incorporarme a la unidad voluntariamente y con los ojos cerrados. Nunca me ha resultado fácil, nadie puede tener menos inclinación a la santidad que yo; pero a pesar de ello he reconocido una y otra vez aquel milagro que los teólogos cristianos designan con el hermoso nombre de “gracia”, aquella divina experiencia de la reconciliación, de la sumisión, de la entrega voluntaria, que no es otra cosa que el abandono cristiano del Yo o el reconocimiento hindú de la unidad. ¡Ah!, pero después volvía a encontrarme totalmente alejado de esta unidad, volvía a ser un Yo individual, resentido, hostil…

La clase de unidad que venero no es una unidad aburrida, gris, imaginaria y teórica. Por el contrario, es la vida misma, llena de acción, de dolor, de risas. Está representada por la danza del dios Shiva, que baila sobre el mundo hecho pedazos, y por muchas otras imágenes, pero se resiste a ser representada, comparada. Es posible entrar en ella en cualquier momento, nos pertenece siempre que carecemos de tiempo, espacio, conocimiento o ignorancia, siempre que desechamos los convencionalismos, siempre que nos entregamos con amor a todos los dioses, a todos los hombres, a todos los mundos, a todas las épocas…

Para mí, la vida consiste solo en la fluctuación entre dos polos, en el ir y venir de un pilar del mundo al otro.  Desearía subrayar continuamente y con entusiasmo la bendita diversidad del mundo, y recordar siempre que esta diversidad se basa en una unidad; querría poner continuamente de relieve que belleza y fealdad, oscuridad y luz, santidad y pecado solo son cosas opuestas durante un momento y que siempre acaban fundiéndose entre sí…

Como se sabe, una parte de las antiguas doctrinas y religiones orientales se basa en la inmemorial idea de la unidad. La gran diversidad del mundo, el rico y variado juego de la vida, con sus múltiples formas, está incluido en la unidad divina, a la cual se remonta. La totalidad de las formas del mundo aparente son consideradas, no como existentes por sí mismas y necesarias, sino como un juego, un efímero juego de imágenes que proceden del aliento de Dios y que dan la impresión de formar el mundo, pero que, en realidad, todas ellas, tú y yo, amigo y enemigo, hombre y animal, son meras manifestaciones momentáneas, partes encarnadas de la unidad original, a la cual tienen que volver.

A este concepto de la unidad, que permite al creyente y al sabio considerar el sufrimiento del mundo como algo pasajero e insignificante y liberarse de él mientras va en pos de dicha unidad, se pone como antítesis la siguiente idea: que pese a la unidad original, en esta vida solo podemos percibir sus formas, limitadas y aisladas. Una vez adoptado este punto de vista, el hombre, a pesar de la unidad, es un hombre y no un animal, unos son buenos y otros malos, y la diversa y múltiple realidad es un hecho innegable…




Del Alma

En el momento en que la voluntad descansa y surge la contemplación, el simple ver y entregarse, todo cambia. El hombre deja de ser útil o peligroso, interesante o aburrido, amable o grosero, fuerte o débil. Se convierte en naturaleza; es hermoso y notable como todas las cosas sobre las que se detiene la contemplación pura. Porque contemplación no es examen ni crítica, solo es amor. Es el estado más alto y deseable de nuestra alma: el amor desinteresado.

Cuando hemos alcanzado este estado, ya sea durante minutos, horas o días (conservarlo siempre sería la total bienventuranza), vemos a los hombres de modo diferente. Ya no son reflejos o caricaturas de nuestra voluntad; han vuelto a ser naturaleza. Hermoso y feo, joven y viejo, bueno y malo, franco y reticente, duro y blando ya no son antónimos, no son medidas. Todos son hermosos, todos son notables, ninguno puede ser despreciado, odiado o incomprendido.

Del mismo modo que, desde el punto de vista de la contemplación pura, todo en la naturaleza no es más que un conjunto de formas diversas de la vida inmortal, eternamente procreadora, así el papel y la misión del hombre han de designarse como su alma. Ciertamente el alma está por doquier, es posible en todas partes y en todas partes se intuye y se desea… Es en el hombre donde ante todo buscamos. La buscamos donde es más visible, donde sufre y actúa. Y el hombre se nos revela como el centro del mundo, la provincia especial cuya misión es desarrollar el alma… Así pues, la humanidad entera se nos aparece como una representación del alma… En el hombre veo ante todo aquella forma y posibilidad de expresión de la vida que llamamos “alma”, y que los hombres no solo apreciamos como una fuerza vital entre otras muchas, sino como algo extraordinario, escogido, altamente desarrollado, como una meta final… Así el prójimo es, para nosotros, el objeto de contemplación más noble, elevado y valioso…




  
“Nuestra conducta en la vida no depende tanto de nuestros pensamientos como de nuestras creencias. Yo no creo en ningún dogmatismo religioso ni tampoco en un Dios que ha creado a los hombres y les ha capacitado para el progreso de matarse primero a golpes de hacha y después con armas atómicas, y ahora está orgulloso de ellos. Por lo tanto, no creo que esta sangrienta historia universal tenga un “sentido” a nivel de un superior regente divino, que nos prepare con ella algo incomprensible para nosotros, pero divino y sublime. Sin embargo, tengo una fe, una sabiduría o una intuición convertida en instinto, acerca del sentido de la vida. De la historia universal no puedo decidir que el hombre sea bueno, noble, pacífico y altruista, pero creo, y además, sé con certeza, que entre las posibilidades que tiene a su alcance se encuentran también esa noble y hermosa posibilidad, la tendencia hacia el bien, la paz y la belleza, que pueden florecer en circunstancias favorables, y si esta fe tuviera necesidad de una confirmación, la encontraría en la historia universal, junto a los conquistadores, dictadores, guerreros y lanzadores de bombas, en las apariciones de Buda, Sócrates, Jesús, los escritos sagrados de los hindúes, judíos, chinos y todas las maravillosas obras del espíritu humano en el mundo del arte. Una cabeza de profeta en el pórtico de una catedral, un par de acordes en la música de Monteverdi, Bach, Beethoven, un trozo de lienzo de Guardi o de Renoir, son suficientes para contradecir todo el terreno bélico de la brutal historia universal y presentar otro mundo espiritual y dichoso. Y por añadidura, las obras artísticas tienen una duración mucho más segura y prolongada que las obras de la violencia, a las que sobreviven muchos milenios”.


Hermann Hesse - Mi Credo

lunes, 21 de enero de 2013

Practicando el Ser esencial (Dürckheim)





El hombre justo es aquel que, en el mundo, manifiesta en toda libertad y en una conciencia lúcida al SER, presente en su SER esencial, que se expresa por el resplandor de la vida interior, por lo que a través de su manera de estar emana de él, y por la bendición que acompaña todos sus actos.
El estado que permite al hombre cumplir esta misión es aquél en el que el SER puede manifestarse en su Plenitud, en su Orden y en su Unidad. Tal estado no es posible que aparezca de pronto en su totalidad: se hace presente primero como personalidad existencial que, al estar orientada únicamente hacia la existencia de fuera, impide la toma de conciencia del SER esencial.

Se hace, pues, necesario desmantelar esta personalidad exterior “natural”, cuyo centro es el pequeño yo. Ese yo no se interesa sino por sí mismo y por la posibilidad de existir en el mundo sin contratiempos. No le importa la posibilidad de madurar, nacida del SER esencial, por lo que se afirma en el mundo en una conciencia y tendente a encuadrar la vida en nociones y principios rígidos. El hombre se instala así en el mundo, de un modo racional, manejándose en él en función de un fin, evaluándolo solo de cara a valores firmemente establecidos. Esa actitud es precisamente lo que en la conciencia encubre el SER. El centro de tal estado es un yo que fija y distingue, sin tener otro interés que el de su propia aspiración existencial.

El hombre se separa de la comunicación inconsciente con la Unidad de la Vida y se enfrenta a la existencia ávido por afirmarse, pues no tiene confianza sino en sí mismo. Esta posición rígida lleva inevitablemente a la ruptura con la Unidad de la Vida, encontrando en su lugar oposición entre el yo existencial y el Ser esencial. Surgida del “fondo”, se desarrolla en él una forma de vida independiente, encaminada exclusivamente a vivir según la concepción del mundo que se basa en lo que es fijo; ello le impide desastrosamente madurar, transformarse y crecer, proceso propio de su Ser esencial. Sin embargo, no puede existir sin ese yo que maneja el mundo sirviéndose de nociones fijas.

Es, por ello, necesario, que el hombre logre desarrollar un modo de ser en que su yo quede preservado, y a la vez hacerse permeable al SER que trasciende las posibilidades del yo. Podrá así devenir un hombre auténtico en el verdadero sentido del término, una Persona a través de la cual se manifestará el SER en la existencia. Alcanzar esta forma de presencia requiere un continuo ejercicio, que exige comprender lo cotidiano como práctica espiritual.



La maestría libera al hombre del yugo de su yo, inquieto por el logro del éxito. Le da la posibilidad de hacerse independiente de la necesidad de ser aprobado por el mundo, por lo que queda así abierta la vía interior. No es solo una técnica lo que se domina, sino que al hacerse el hombre diestro en el ejercicio que conduce al “saber hacer” puede ponerse al servicio de la obra interior: afirmar y mantener, en toda circunstancia, la actitud que corresponde a la vocación de ser humano. A partir de ahí, lo cotidiano no será ya ni gris ni apagado, sino que se convierte en aventura del alma. Aquello que se repite y repite exteriormente se transforma en manantial interior; el campo de la costumbre se hace “espacio” de nuevos descubrimientos, y del gesto mecánico brota el impulso creador que transforma al hombre.

Solo aquello que experimentamos, solo aquello que nos cala hondo y remueve es lo que nos fuerza a seguir por ese camino, y será gracias a una experiencia del SER como, un buen día, descubriremos de pronto que todo el contenido de nuestro enfoque habitual del mundo no es, en definitiva, sino el propio SER. El SER único se quiebra cuando pasa a través del prisma de ese yo que lo fija todo, que conoce únicamente a través de los opuestos y que solo se orienta con lo que es objetivo. Cada situación de la vida nutrirá la evolución hacia el hombre justo. Porque hombre justo es aquel que no solamente oye la voz de su Ser en su interior, sino que también le corresponde por su manera de estar, en lo cotidiano.

Cuanto más receptivo se vaya haciendo el hombre a las demandas de su Ser esencial, mejor irá aceptando el abrirse a la verdad. Aquél que se busca seriamente a sí mismo, reconocerá antes que otros que su visión estrecha, y su comportamiento, se están oponiendo a la manifestación de su Ser esencial. Se servirá de aquellos medios que le permitan ir transformando este comportamiento, a la vez que continúa su camino. Así es como lo cotidiano se hace práctica.

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La práctica en el camino interior es ante todo un ejercicio tendente a vivir disponible al Ser esencial que el hombre siente en su interior, pues es ahí donde le habla y le llama. De la mañana a la noche, el mundo nos solicita hacia el exterior, ese mundo que quiere ser reconocido y conquistado. Nuestro Ser nos solicita de y hacia el interior.
El mundo exige de nosotros el saber y el poder. El Ser nos pide olvidar, siempre de nuevo, cuanto sabemos y podemos para así ir madurando.
El mundo exige siempre el “hacer”. El Ser nos pide simplemente dejar que se haga, admitiendo lo que es justo.
El mundo nos presiona y mantiene en vilo para que nada se venga abajo. El Ser esencial exige que, de cara a Él, el hombre no se apegue a nada, para así evitar que, al pararse, se falte a sí mismo.
El mundo nos empuja a la habladuría, a una continua agitación. El Ser nos pide el ser silenciosos y el hacer “como si no se hiciera".
El mundo nos obliga a pensar en la estabilidad. El Ser nos invita a, siempre de nuevo, osar.
El mundo se somete cuando el hombre le comprende y reconoce. El Ser no se da sino cuando el hombre soporta lo inconcebible. El sostén que aporta el Ser se revela solo cuando el hombre se suelta del soporte que le mantiene en el mundo.

La práctica en lo cotidiano requiere, en todo, recogimiento y conversión. Es, pues, necesario desasirse y admitir el Ser esencial. Y, si un día, el hombre descubre el más profundo núcleo de sí mismo y si, en él, se despierta el Ser, percibirá, en plena actividad en el mundo, el Ser esencial de las cosas y se encontrará con el Ser en todo lo del mundo.




Karlfried Graf Dürckheim – Práctica del Camino Interior

El Lenguaje del Paraíso (Manuel Ferrand)




Un verdadero placer la lectura de esta selección de artículos periodísticos de Manuel Ferrand bajo el título “Las Campanas perdidas”, en los que dibuja a la perfección y brevemente muchos símbolos del alma de Sevilla con una lucidez y elegancia envidiables, como en “Los pájaros de la Giralda”, “Aprenda Sevilla en quince días”, “Azucenas en Sevilla”, etc. Mejor define su obra su hijo, Manuel Ignacio Ferrand, en la introducción: “Fue mi padre creador de una nueva mitología sevillana. Mitología imaginada bajo los auspicios de la sabiduría más fecunda e integral, pero respetando cautelosamente los dictados del azar, de la libre asociación, de la imaginación novelesca y la creatividad del sueño…”  

En otros trata temas dispares siempre interesantes, con una postura sensata y a la vez apasionada, sin doctrinalismo y con humor. Traigo aquí un par de ellos que muestran algunas de sus inquietudes vitales.








Buscaré el lenguaje de los pájaros

Para los iniciados en herméticas sabidurías el lenguaje de los pájaros es el primigenio, el más simple y el más completo, el que vale para comunicarse con hombres de cualquier lengua y con animales de cualquier especie. Era lo que hablaban Adán y Eva, lo que le enseñaron a Melampo las serpientes, lo que llegó a dominar Roger Bacon, según recogen algunos escritos. Bacon, el que dejó dicho, allá por el siglo XIII, “se verán coches sin caballos y aparatos que llevarán al hombre por los aires”, dicen que encontró en el lenguaje de los pájaros la clave de todos los idiomas y que por eso enseñaba el griego y el hebreo en el transcurso de seis días.

El lenguaje de los pájaros venía a ser –o sigue siendo, que yo no lo sé– la antítesis de lo confuso, lo contrario de lo babélico: la formula feliz para que alguna vez fuera verdad eso de que hablando se entienda la gente.

Hace unos años se hablaba y escribía mucho sobre uno de los dramas que aqueja al hombre, el de la incomunicación. Un mal agravado por las prisas, por las tensiones, por cuanto circunda y atosiga a la vida del ciudadano. Se acabaron las tertulias, que no hay tiempo para eso; se limita la posibilidad de charlas hasta en los hogares, se recela del prójimo. Y cuando al fin conversamos no es raro que se interponga un velo sutil o una muralla de reservas, como si cada frase fuera ambivalente y cada palabra con distinto sentido. El escritor sabe que de lo que piensa, de lo que siente, solo logra hacerse entender en una pequeña parte, porque su medio expresivo, la palabra, es recurso limitado lleno de connotaciones imprevisibles, sujeto a interpretaciones dispares y subjetivas. Haría falta un esperanto genial donde cada vocablo reflejara exactamente un solo concepto y con tal claridad que no hubiera equívoco para nadie. Haría falta encontrar ese utópico, maravilloso lenguaje de los pájaros.

Yo no sé si esta lengua añorada está formada por trinos, por vocablos rotundos y diáfanos, por onomatopeyas, por silbidos como los de los lugareños de La Gomera o si prescinde de sonido y, se bastan con la transmisión del pensamiento, como aseguran los ufólogos que se comunican con los extraterrestres. A lo mejor es eso, un idioma sin palabras, sensacional hallazgo que nos libraría de los habladores sin tregua que nos aturden, del discurso parlamentario que nos sonroja, del impertinente que nos enfada, del repetidor de tópicos que nos aburre y desespera. Y del que habla pero no escucha, que es caso frecuente de engreimiento infundado.

Dialogando en el lenguaje de los pájaros, a lo mejor lográbamos entender a los fanáticos, a los que escriben sin que se les entiendan, a los que mienten por norma, a los que suspiran por las guerras, que los hay, y a los que se pasan la vida haciendo la pascua. Serviría para conocernos mejor, para librarnos de la confusión que significa ir sumido en perplejidades.

El lenguaje de los pájaros. Voy a ver si me determino a buscarlo por entre tantos libros raros que me quedan por leer. Aunque tal vez me den una pista los niños, que entre ellos se entienden de maravilla, o los pájaros mismos, quien sabe. Donde sea, urge encontrar el lenguaje con el que todos podamos entendernos.





A la búsqueda del paraíso perdido


Subiendo rampas o escaleras se llega a lo alto de la torre. Bueno es subir de vez en cuando, para sentirse cerca de nubes y bandadas, para abarcar confines, para recobrar la certidumbre de que hay algo más que aquello que vemos cada día.

Dicen nuevos investigadores que existe otro mundo y que está aquí, con nosotros, que no lo sabemos ver. Esto ya lo adivinaron los artistas, los poetas y algún raro pensador que otro; lo sabía Papini, que aseguró que la pérdida del Paraíso consistió en no poder disfrutarlo, aunque siguiéramos en él. Porque el Paraíso es la Creación y sigue en pie, con árboles y riachuelos, pájaros, brillos, flores, sonidos del agua y del viento, arreboles y noches de constelaciones.

Subir a lo alto de la torre es reeencontrar –eso sí, el que quiera y pueda–, ese otro mundo prodigiosamente sencillo, tan rico en sensaciones de plenitud, de color y de sosiego. Abajo queda la ciudad sin horizontes; enferma de rutinas y de contaminaciones; calles que son cauces de estrépitos, de humos y de prisas, plazas convertidas en garages a la intemperie. El escenario de cada día, el que encontramos al bajar, al que miramos con ternura y pesadumbre y con amor también por ser ámbito de nuestro dolor y de nuestras ilusiones.

Desde la torre se contempla lo eterno como si estuviera recién creado, porque recuperamos el don de descubrimientos, el que perdimos al dejar de ser niño. Y se sueña con que, algún día, el hombre recobre este cielo, este horizonte, este aire libre y limpio, no contaminado de hedores, ruidos, ambiciones y falacias. Si la Humanidad volviera a tener la mirada limpia, y limpios el corazón y la mente, recobraría el Paraíso perdido.


Manuel Ferrand – Las Campanas Perdidas


viernes, 11 de enero de 2013

No se envejece en Sevilla... (Chaves Nogales)


 
En este repaso a los grandes definidores de lo que se ha llamado “El Alma de Sevilla”, no podía faltar la figura insigne y pletórica de Manuel Chaves Nogales, cantor sublime y certero de esa difícil y esquiva idiosincrasia sevillana, que aún latía con todo su vigor en aquel lejano año de 1921, cuando publicó su entrañable libro “La Ciudad”. Desvelaba en él, con una prosa atrayente y llena de colorido, una Sevilla diferente e íntima, alejada de los excesos que un panderetismo oficializado y sin escrúpulos consiguió forjar a base de tópicos decretados, normalmente con fines comerciales.
En fin, nos presenta una Sevilla que ya no existe apenas, pero cuyo perfume late aún en la memoria colectiva de sus habitantes. Aquí unos fragmentos de gran belleza conceptual y lírica.





Si supiéramos de alguna ciudad que tuviese esta sabia armonía, esta exquisita aristocracia, esta plenitud de espíritu de nuestra ciudad, no hubiésemos empezado a escribir… Solo ella es así; a los incrédulos, a los extraviados, a quienes la ignoran, dirigimos la certeza de nuestro amor.

Cuando desde los altos miradores contemplamos una ciudad asentada en tierra llana, nos satisface hallar casi siempre una montaña próxima, a la vez vigía, a la vez amenaza… Sevilla no tiene su montaña, y creemos que no hubiese podido soportarla. Ella es la cumbre de sí misma, la cima ideal, el baluarte supremo. Sus esclavos, aherrojados, nunca la abandonarían; su independencia se pugnará en sus calles; sus castigos los espera de su propia elevación. (¿Hallaríamos en esta divinización la causa remota de sus aislamientos espirituales, de su indiferencia, de sus desfallecimientos en la obra de todos, de tantos vicios y tantos y tantos parásitos de virtudes?).

Desde las azoteas admiramos la ciudad tendida sobre el césped; fácil, segura de sí misma, libre de enojosos guardianes. Solo a lo lejos, después de los jardines y los prados, como la guardia exterior de las mansiones de realeza, hay unas obscuras estribaciones terciarias, humildes vigilantes que evitan la sugestión del campo abierto o todas las rutas, sin sombrear tristemente a la ciudad, apesadumbrándola con sensaciones de dominación.

Miremos. Bajo el cielo más cielo, el blanco violento de la cal andaluza; la arcilla obscura y discreta -¡oh, los rojos tejados de Castilla, como coágulos de sangre!- arrancada a nuestra vega para cubrir las casas sin imperativo de color; de vez en vez, festones de verdura; la piedra alzando a trechos su gris dominador y absolutista; el abrazo de un río; el índice de una torre, hecha de idealidad más bien que de ladrillo; esta torre, en la que están prendidas todas las fantasías, todos los anhelos y las quimeras que engendró, en imaginaciones lejanas y corazones próximos, hasta conseguir que sus atauriques sean vibrantes, estén llenos de una vida total, como si hubiesen sido trazados sobre almas.



Si esta ciudad nos da una sensación inefable, es porque se ofrece toda entera a una sola mirada. Se os entregará con una facilidad mañanera y virginal; con la misma facilidad con que sus mujeres os dan los buenos días. Pero no le pidáis, llevados de esa sugestión, lo que no puede daros; no busquéis una exaltación que solo en las imaginaciones existe; no intentéis descomponer su luz con el prisma de vuestro panderetismo. Ved unas calles llanas, ved unas casas todo blancura, ved unas almas claras.

Para salvar estas indeterminaciones, haced desfilar los siglos sobre ella; evocad las razas que en esta llanura quisieron perpetuarse con sus piedras, con las mismas piedras que fueron propicias a todos los mitos; pensad en los soles que habrán saludado a sus murallas; imaginad que esta arcilla ha sido muchas veces alfarero, y demanda piedad, porque ha tenido alma. Evocad, evocad. En el fondo de las arquitecturas supervivientes, ved las ansias imprecisas de otras arquitecturas acabadas, y cuando llegue a vosotros el alma de la ciudad, gozadla toda entera. En lo que de ella sabéis y en lo que ignoráis.

Sevilla ha sido clasificada como ciudad típica por quienes han visto de ella únicamente la Plaza del Triunfo, el barrio de Santa Cruz y la Macarena, donde la diligencia municipal ha expuesto una Sevilla fácil –facilidad de cortesana acicalada previamente para los negociantes que llegan presurosos- ordenada, llena de arte y de cicerones…. No es censurable este aspecto, y los barrios típicos, son rápidos a la interpretación, fácilmente desnudables. En unas horas el caminante ha podido gozar la ciudad y machar satisfecho.

Hay sin embargo otra ciudad -¡hay tantas ciudades en cada recinto!- para los exégetas meticulosos, para los líricos, siempre insatisfechos, hambrientos, de un hambre insaciable de ideal… Cada esquina que doblemos, es una nueva ciudad; si no fuera una generalización en exceso deficiente, hablaríamos de España en Sevilla; no de la España actual, sino de una España redimida del tiempo, en la que los siglos se detienen o se precipitan. Cada ladrillo, cada hierro de forja, cada sillar, tiene una vida propia, una significación independiente, y, a veces, adversaria de la significación que la disciplina ciudadana le otorga, hasta humanizarse, dotarse de vida propia.



Hay ciudades eternas, inmutables; son esas ciudades en las que suenan del mismo modo, desde hace muchos siglos, unas mismas campanas; ciudades en las que hizo presa una catedral o un castillo; ciudades sobre las que se alza una montaña o se precipita al mar. En ellas se achican las almas, que se mudan en cicateras y débiles, y la vida se acorta. Pronto el espíritu se hace viejo y achacoso, y hay siempre un invencible agobio de eternidad, que arrastra a las almas penosamente, envaradas por una prematura vejez.

No se envejece en Sevilla… El sevillano da la impresión de un hombre eterno; razones, atávicas, misteriosamente atávicas, determinan su plenitud, aún en la mayor ignorancia; un absoluto olvido de sí mismo, promueve la sensación de perpetuidad, y las generaciones se suceden rápidamente, sin dejar jalones diferenciados de su paso, sin juventudes, sin plenitud, sin vejez. No tenemos ancianos; son los nuestros, unos viejecitos pintorescos, a lo sumo, faltos de espíritu sereno, nunca ecuánimes, llenos de vejez, pero jamás de ancianidad.
Nadie aprende a morir, porque nadie ha envejecido. La existencia es un encantamiento que se rompe brutalmente en la hora definitiva. En nuestra ciudad, la muerte es siempre un asesinato.

A la belleza, a la armonía, ha sido siempre la suprema aspiración de nuestro pueblo; pero por el camino del dolor, en el dolor mismo, y no por el dolor –romanticismo- ni a pesar de él –clasicismo-. Hay, sin embargo, una insatisfecha aspiración hacia el clasicismo, hacia la perfecta belleza, aunque sin abdicar jamás de aquella pasión por lo sobrehumano y sublime.

Conviviendo con nuestro pueblo bajo; siguiendo atentamente sus luchas, con las pasiones que le son innatas; viéndole caminar, misteriosamente orientado, hacia una belleza que desconoce, es como confirmamos la  existencia de esta doble tendencia, la realidad de estas inquietudes espirituales, que son la razón de nuestra perenne vitalidad anímica.


Manuel Chaves Nogales - La Ciudad 

martes, 8 de enero de 2013

Meher Baba, Avatar de la Hora 11




El 9 de julio de 1925, Meher Baba dijo a sus seguidores que a partir del día siguiente guardaría silencio para siempre. Uno de sus discípulos le señaló que si se mantenía en silencio, el mundo se vería privado de sus enseñanzas. Meher Baba contestó: «No he venido a enseñar sino a despertar». Desde ese momento mantuvo silencio hasta el fin de su vida. Dictaba sus discursos y artículos mediante una tabla alfabética, señalando las letras una por una.
Treinta años más tarde dejó de utilizar la tabla alfabética y comenzó a comunicarse exclusivamente mediante gestos manuales.
Meher Baba dejó su cuerpo físico el 31 de enero de 1969 para vivir eternamente en el corazón de todos sus amantes. Antes de su muerte, él dijo: “Cuando yo abandone este cuerpo, permaneceré en el corazón de todos aquéllos que me amen. Yo nunca muero, ámenme, obedézcanme y me encontrarán.”
Manifestó que Él es el Antiguo. “Yo soy aquél que tantos buscan y tan pocos encuentran.





“Todos los logros, a través del progreso de la ciencia, son solo exploraciones superficiales de lo que está en lo externo. Si se ve la esencia se desvelará la raíz de todo lo externo. Si se descubre aquello que está en lo interior (la esencia), se revelará la raíz de todo lo exterior y el hombre experimentará que todo emerge de su interior como el reflejo del Ser infinito.

El mundo necesita despertar, no necesita más instrucciones verbales. Les repito que yo no establezco preceptos. Cuando yo libere la marejada de verdad que he venido a traer, la vida diaria de los hombres se convertirá en precepto vivo. Las palabras que yo no he hablado cobrarán vida en ellos.”

“¡Mi verdadera forma es indescriptible! Cuando hablo, unos pocos lo experimentarán desde dentro. En ese momento, mi forma exterior se parecerá a las formas de Cristo, Mahoma, Buda, Krisná, Rama y Zoroastro. Todos tenían mi cara y mi cabello. El universo es mi ashram, y cada corazón es mi morada, pero solo me manifiesto en aquellos corazones en los que todo lo que no sea Yo cesa de vivir.”


Esta Nueva Vida no tiene fin, e incluso después de mi muerte física la mantendrán viva: los que lleven una vida de completo renunciamiento a la falsedad, a las mentiras, al odio, a la ira, a la codicia y a la lujuria; los que cumplan esto, y no cometan actos lujuriosos, ni hagan daño a nadie, ni calumnien, ni procuren poseer bienes materiales ni poder; los que no acepten homenajes, ni codicien honores, ni rehúyan la ignominia, ni teman a nadie ni a nada; los que confíen total y únicamente en Dios, amen a Dios por el mero hecho de amarle, y crean en quienes aman a Dios, y en las manifestaciones, pero sin esperar recompensas espirituales o materiales; los que no dejen de aferrarse a la Verdad, y los que, sin que las calamidades los acongojen, afronten valiente y entusiastamente todo infortunio con absoluta alegría, sin dar importancia a castas, ni ceremonias religiosas.”

“Ninguna regla general, ningún proceso, pueden conducir a la única realidad. Cada individuo debe realizar por sí mismo su propia salvación. Las panaceas actuales, esas religiones establecidas para servir de guías a la Humanidad no llegan muy lejos en orden a solucionar el problema esencial… No creo en el valor de una ascesis, de una renuncia a la vida normal. Sobre todo en lo que se refiere a Occidente, el renunciamiento sería una vía falsa y religiosa. Cada uno debe vivir en el mundo, allí donde esté llamado por la voluntad divina. Debe cumplir sus deberes personales, familiares, sociales y patrióticos, situándose mentalmente despejado y desinteresado. Hay que estar en el mundo, no “ser” del mundo…




Un día Meher Baba preguntó a sus "mandalies", lo siguiente:
- ¿Por qué la gente se grita cuando están enojados?

Los hombres pensaron unos momentos...
- Porque perdemos la calma. -dijo uno-. Por eso gritamos.

- Pero... ¿por qué gritar cuando la otra persona está a tu lado?, preguntó Meher Baba. ¿No es posible hablarle en voz baja? ¿Por qué gritas a una persona cuando estás enojado?

Los hombres dieron algunas otras respuestas, pero ninguna de ellas satisfacía a Meher Baba.

Finalmente él explicó:
- Cuando dos personas están enojadas, sus corazones se alejan mucho, para cubrir esa distancia deben gritar, para poder escucharse; mientras más enojados estén, más fuerte tendrán que gritar para escucharse uno a otro a través de esa gran distancia.

Luego Meher Baba preguntó:
- ¿Qué sucede cuando dos personas se enamoran? Ellos no se gritan sino que se hablan suavemente... ¿por qué?

- Sus corazones están muy cerca. La distancia entre ellos es muy pequeña.

Meher Baba continuó.
- Cuando se enamoran más aún... ¿Qué sucede?

- No hablan, sólo susurran y se vuelven aún más cerca en su amor. Finalmente no necesitan siquiera susurrar, sólo se miran y eso es todo. Así es cuán cerca están dos personas cuando se aman.

Luego Meher Baba dijo:
- Cuando discutan no dejen que sus corazones se alejen, no digan palabras que los distancien más, llegará un día en que la distancia sea tanta, que no encontrarán más el camino de regreso.