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lunes, 25 de agosto de 2014

Educar es manipular; sí, pero con respeto y libertad (Carlos Díaz)



No hay neutralidad en la escuela, lo que hay es manipulación, que significa modelar, inflexionar, conformar, adecuar. ¿Quién, con un mínimo de honestidad, puede negar que él es manipulador de sus alumnos, y que por su parte él no ha sido manejado por los profesores que tuvo, ni está siendo manipulado por la sociedad en que habita?

No estaría de más desterrar de entrada el nombre de pedagogía, término que solo abarca a una esfera muy restringida de la educación. Se es ser humano desde que se nace hasta que se muere; por ello la educación es permanente. Hay que hablar de antropogogía, de educación de hombres, de seres humanos. Pero educar y ser educados permanentemente no es no más ni menos que renunciar a vivir o ser vividos con la guardia baja, animarse a estar siempre entre las cuerdas del cuadrilátero de la vida, entre el clamor de la masa enloquecida y el sordo silencio interior del gladiador.

No hay ni puede haber una escuela angélica o desinteresada, neutra o aséptica. Que toda docencia es de hecho militancia, toma de partido. Nuestra pedagogía no puede nunca entrar en vigor si quiere mantenerse vigorosa. Su voluntad es también noluntad, y su lema es: destruiré y luego edificaré. Si tuviésemos que dar una normativa al irresoluto necesitado de guías, sería ésta: nuestra pedagogía no coadunará institución con enseñanza. Será renuente a toda moda. Tendrá más de profética que de tecnocrática. Estará lejos del poder  y de la tranquilidad. Será imaginativa. Será una pedagogía de las profundidades: responderá al mar de fondo.




No podríamos por menos de reconocer, como mínimo, en la palabra “educación” tres sentidos: educir, inducir, conducir. Las tres coinciden en que educar es, de algún modo, manipular. No hay educación sin proceso de transmisión manipuladora de saberes y haceres; siempre en el seno de unas condiciones socio-históricas determinadas y siempre manipuladas. Eso ocurre porque el saber y el hacer han nacido en el entramado de una estructura de clases sociales, y se ha desarrollado en medio de una dialéctica histórica, es decir, que ha surgido de un clima de tensión poco propicio para la neutralidad epistemológica. Podemos hablar de una sobredeterminación de los saberes que, en el seno de la estructura en que se han desarrollado, han adoptado muy frecuentemente la forma de una ideología al servicio de una intención política muy determinada.

Nos guste o no, educar es manipular, transformar, adaptar. Y, por lo tanto, destruir. Destruir la ignorancia causada por el miedo, el inmovilismo causado por el poder, la pudibundez enraizada en la hipocresía. Tal persona “educada” es una persona domesticada, acomodada, asimilada, usada, abusada, sacrificada. La manipulación es inevitable, pero destapémosla. No más fariseísmos que pretendan encubrir una subterránea, artera e interesada manipulación al servicio de una clase, con aires hipócritas de neutralidad y asepsia. Para una pedagogía de la manipulación honrada y sin nada que ocultar, destruyamos el mito virginal de un saber aséptico e incontaminado. Educar es también saber callar. Es desviarse. Un aséptico distante siempre de lo que enseña, desvinculado de los contenidos que su cabeza alberga, es un espantapájaros.

En la educación actual se fomenta la esquizofrenia muy frecuentemente, al escindir y parcelar las materias, que deberían aprenderse coordinadamente. Lo único que evita la total esquizofrenia para la tecnocracia es la posesión del título, dotado de virtud unitiva y englobante de los saberes parcelados y disconexos.

Si el saber es “crisis”, es decir, crítica, muerte de lo decrépito y nacimiento de lo que nos hace más libres, entonces el tutor, el hombre de las seguridades, el contenedor, el asegurador, está de más. Su función es bloquear, calmar, neutralizar. El tutor es la “paz”, el bastión del apoliticismo y el pilar del orden docente establecido. Callar es otorgar. Quien calla otorga su consentimiento a la pedagogía interesada en la neutralidad aparente. En una pedagogía estática, el tutor sería el garante de las ideas transmitidas, que hay que defender, caiga quien caiga. Lo importante de este tipo de magisterio es lograr cabezas bien llenas, sin importar que las cabezas estén bien hechas: somos un objeto más que sujetos. Somos en la clase su propiedad privada, por eso nos “especializa”, nos reduce; de si tiene sentido o de cuál es el sentido de cuanto aprendemos, ¿para qué acordarse?



En el fondo de tanta tutoría lo que hay es una propensión a aceptar la disposición institucionalizadora de la enseñanza. La docencia aséptica se suele ejercer por vía de magistralidad: el magíster se limita a dar lecciones indiscutibles. Tiene tras de sí, si no la fuerza de su saber, sí al menos el saber de su fuerza. ¿Se entendería a un profesor que no aprobase ni suspendiese? ¿Sabemos lo que puede ser una educación dinámica, si nunca lo hemos comprobado?

Los sentimientos más contradictorios albergan al profesor honrado en su manipulación. Si no aprueba, perpetúa la situación. Si aprueba, perpetúa la injusticia. Es un dilema que se renueva en cada evaluación. Con ella, se desglosa de tal suerte la identidad de la materia explicada, que queda pulverizada en exámenes parciales que todo lo desconectan. El resultado es que el saber, que es auténtico placer de dioses, resulta para muchos alumnos un aborrecible objeto, del que se zafan cuando abandonan.



Solamente habrá posibilidad de diálogo y de una manipulación que respete a la persona en la medida en que renuncie a saberlo todo, a preverlo todo, a organizarlo todo. Sin la libertad, no es posible una pedagogía. Una libertad estructural, y por lo tanto no minoritaria, una libertad para toda la sociedad, que repercuta en toda la sociedad a todos los niveles. A eso no tendríamos inconveniente en llamarla pedagogía socialista. Pero no en un sentido dogmático de un Estado burocrático, sino en una pedagogía socialista donde la persona cuente como el motor y el plan primero que es el de la movilidad social, una pedagogía personalista y comunitaria desde los pies hasta la cabeza, es decir, en la plurifuncionalidad de todos los miembros que concurren integralmente para la marcha armónica del organismo.


Porque, en el fondo, lo único claro es que una pedagogía nueva tiene que ser una pedagogía enraizada en el pueblo en marcha, y no un elemento para garantizar la ominosa opresión perpetuada de una minoría.


Carlos Díaz – No hay escuela neutral

miércoles, 20 de agosto de 2014

El amor es una reacción emocional aprendida (Leo Buscaglia)


Casi todos nosotros continuamos comportándonos como si el amor no fuese algo que se aprende, sino que parece que esté dormido en cada ser humano y, sencillamente, espera surgir en pleno florecimiento en algún momento místico de clarividencia. De modo que cada persona vive el amor a su modo limitado, y no parece relacionar la soledad y la confusión resultantes con su falta de conocimientos sobre el amor. No se puede vivir aquello a lo que uno no se dedica. Para dedicarse al amor hay que estar siempre creciendo en amor.




La forma en que cada uno aprenda lo que es amor está determinada, de alguna manera, por la cultura en la que se eduque. Pero la mayoría de nosotros nunca aprendemos a amar, aunque el potencial de amor ilimitado existe en cada persona, ansioso por ser reconocido, deseoso de ser desarrollado, anhelante de crecimiento. Nunca es demasiado tarde para aprender algo para lo cual se está capacitado potencialmente. Para aprender a amar hay que descubrir lo que es el amor, las cualidades que hacen a una persona amorosa y cómo se desarrollan. Toda persona tiene su potencial para el amor, pero aquél nunca se desarrolla sin esfuerzos. El amor, especialmente, se aprende mejor en la maravilla, en el gozo, la paz, en el vivir.

La persona amante se deshace de etiquetas. Las etiquetas son un fenómeno distanciador. No hay palabra suficientemente significativa para comenzar a describir ni al más simple de los hombres. Existen demasiadas cosas bellas en cada ser humano para que sea etiquetado con un apodo y arrinconado sin consideración.

La persona amorosa aborrece tanto el desaprovechamiento del tiempo como del potencial humano.
La persona amorosa es espontánea. Si siente algo, deja que la gente sepa que lo siente. Si tiene ganas de reír, ríe. No teme tocar, sentir o mostrar sus emociones. Lo más fácil es ser lo que posee, sentir lo que siente. Lo más difícil es ser lo que otros quieren que seamos.
La persona amorosa es también quien aprecia la maravilla y el gozo continuo de estar vivo. La única realidad es lo que hay aquí, lo que está sucediendo entre tú y yo en este momento. ¡Atrapa la belleza del momento!
La persona amorosa no tiene necesidad de ser perfecta, solamente humana.
La persona amorosa reconoce las necesidades. Necesita a la gente que se preocupa, necesita a alguien que se preocupe por lo menos de ella, que la vea y oiga de verdad. Necesita ser escuchada, ser reconocida por el hecho de hacer alguna cosa bien. Además, para aprender, cambiar y transformarse también necesita libertad, no deja que nadie le imponga su estilo.



El amor es una reacción emocional aprendida. Es una respuesta a un grupo aprendido de estímulos y conductas.  Como todo comportamiento aprendido, se efectúa por la interacción del que aprende con su entorno, la habilidad para aprender de la persona, y el tipo y la fortaleza de los refuerzos presentes; es decir, cómo y hasta qué punto se responde a ese amor expresado. El amor es una interacción dinámica, vivida durante cada segundo de nuestras vidas, está siempre en todas partes. El hombre crece constantemente en el amor, o muere en el amor. La persona aprenderá sobre el amor solamente cuando pueda interiorizarlo, poniendo en práctica con los actos cada fracción de conocimiento, que recibe también su reacción.

No es una mercancía que pueda traficarse, comprarse o venderse, ni puede obligarse a nadie a aceptarlo. Es algo que solo se da voluntariamente. El amor no puede ser apresado, se desliza por entre las cadenas. Si desea emprender otro curso, nada ni nadie podrá impedirlo. Amor significa brazos abiertos. Si cierras los brazos en el amor, te encontrarás finalmente solo con los brazos vacíos. El amor perfecto es, sin duda, una rareza; eso no significa que sea imposible, ni que no debamos esforzarnos por llegar a ese objetivo. El amor perfecto es aquel que lo da todo y no espera nada. Naturalmente, estaría dispuesto y encantado de aceptar lo que se le ofreciera; cuanto más, mejor; pero nunca pediría nada. Solamente cuando el amor exige es cuando produce dolor y aflicción.

El hombre ama porque lo desea, porque eso le proporciona gozo, porque sabe que el crecimiento y el descubrimiento de sí mismo dependen de ello. La aventura consiste en descubrir el amor en ti y en los otros, en contemplar cómo se revela en los otros.
El amor se ofrece como un ágape continuo que nos brinda su aliento. El amor enseña al hombre a demostrar lo que está sintiendo; nunca presupone que pueda ser distinguido o sentido sin expresión.
El amor tiene necesidad de ser expresado físicamente.
El amor tiene significado solamente mientras se vive en el ahora.



El amante ha de decirse a menudo: “Yo amo porque debo, porque quiero. Yo amo por mí mismo, no para los otros. Yo amor por el gozo que me produce –e incidentalmente, tan solo– por el gozo que proporciona a los demás. Si ellos me refuerzan, eso será bueno. Y si no lo hacen, será igualmente bueno, porque yo tengo voluntad de amar”.

Para amar a los demás has de amarte a ti mismo. No puedes dar lo que no has aprendido ni experimentado. De modo que al amarte a ti mismo descubres la auténtica maravilla de tu yo; no solamente tu yo presente, sino las muchas posibilidades de tu yo. Supone la continua realización de que tú eres único, distinto a cualquier otra persona del mundo, y que la vida es, o debería ser, el descubrimiento, el desarrollo y el compartir de esta unicidad. En la proporción en la que te conozcas, podrás conocer a los demás. Cuando consigas amarte serás capaz de amar a los demás en la misma profundidad.


Cuando el amor es verdaderamente responsable, se siente el deber de amar a todos los seres humanos. Ser responsable en amor es ayudar a los otros a amar. Ser ayudado hacia la realización del amor es ser amado por los otros. El amor auténtico siempre crea, nunca destruye. En esto radica la única promesa del hombre. Es él quien pone obstáculos al amor; éste nunca se detiene, fluye como el río; siempre es el mismo y, sin embargo, siempre cambiante, sin reconocer ningún obstáculo.


Leo Buscaglia – Amor

miércoles, 13 de agosto de 2014

¿Cómo vivir una vida completa, total? (Krishnamurti)


¿Qué va uno a hacer en un mundo que es en realidad espantoso, brutal; un mundo en que hay tal violencia, tal corrupción; en el que importa enormemente el dinero, dinero, dinero, y en que uno está dispuesto a sacrificar a otro al buscar poder, posición, prestigio, fama; donde cada hombre quiere o se esfuerza por afirmarse, por llenar un cometido, por ser alguien? ¿Qué va uno a hacer?



¿Qué voy a hacer, viviendo en este mundo, viendo todo esto ante mí: la desdicha, el enorme sufrimiento que el hombre causa al hombre, el hondo sufrimiento por el que uno pasa, la ansiedad, el miedo, el sentido de culpa, la esperanza y la desesperación? ¿Qué voy a hacer viviendo en un mundo así? ¿Cómo vivir una vida completa, total? ¿Hay una vida de acción que nunca sea fragmentaria, nunca exclusiva, nunca dividida? ¿Cómo vamos a descubrirla? ¿Cuál es la acción que no engendra conflicto, contradicciones?

El intelecto no puede contestar la pregunta que nos hemos formulado, ni puede hacerlo el pensamiento. El pensamiento nunca puede producir unidad de acción. Vivir de acuerdo con una fórmula, con una ideología, con una conclusión previsible, es vivir una vida de adaptación, de limitación, de conformidad y por lo tanto, una vida de oposiciones, de dualidad, de interminable conflicto y confusión.

¿Puede uno romper con esta estructura: la tradición, cosa en que estamos presos, y descubrir ese estado de amor que no es nada de esto? ¿Es posible una vida en que el vivir mismo sea la belleza de la acción y del amor? Solo hay una acción que proviene del amor; no hay ninguna otra que no engendre contradicción o conflicto. ¿Es posible, pues, que nosotros, los seres humanos, lleguemos a envolvernos en esta belleza de la acción, que es amor?

Sería extraordinario que desde hoy mismo saliéramos efectivamente a una dimensión distinta y viviéramos una vida tan completa, total, tan sagrada. Tal es la vida religiosa, no hay otra vida, no hay otra religión. Una vida así resolverá todo problema, porque el amor es extraordinariamente inteligente y práctico, y posee la más elevada forma de sensibilidad. Además, en él hay humildad. Esto es lo único importante en la vida: o uno está empapado de amor o no lo está. Si todos pudiéramos llegar a esto de forma natural, fácil, sin ningún esfuerzo o conflicto, entonces tendríamos una vida distinta, de gran inteligencia y claridad. Es esta claridad la que constituye una luz para uno mismo; esta claridad resuelve todos los problemas.



Lo importante no es acumular palabras, razonamientos o explicaciones, sino más bien producir, en cada uno de nosotros, una honda revolución, una profunda mutación psicológica, para que haya una sociedad de tipo distinto, una relación totalmente diferente entre hombre y hombre, que no se base en la inmoralidad, como ahora. Una revolución así no se realiza mediante sistema alguno, ni por acción de la voluntad, ni por ninguna combinación del hábito y de la previsión.

El amor nunca puede ser una cosa del hábito. El placer puede convertirse en hábito, mas yo no veo cómo puede volverse hábito el amor. Y el cambio profundo y radical que estamos hablando ha de venir con esta cualidad del amor, una cualidad que nada tiene que ver con la emoción o el sentimentalismo; no tiene nada que ver con la tradición, con la cultura hondamente arraigada de sociedad alguna. Al darnos cuenta de cómo todo este proceso de vivir en el hábito produce insensibilidad, incapacitando la mente para comprender y para moverse con rapidez, empezamos a ver el temor como es realmente. Mirando el temor y dejándolo en libertad, termina el temor. El temor no es un problema insoluble. Cuando se comprende el temor, se comprenden también todos los problemas relacionados con ese temor.

Cuando no hay miedo hay libertad. Y cuando existe esta libertad interna, psicológica, total, y no hay dependencia alguna, entonces la mente no queda tocada por ningún hábito. El amor no es hábito, no puede cultivarse. Para dar con el amor tiene que haber libertad. Cuando la mente está en completa calma, dentro de su propia libertad, entonces surge lo “imposible, que es el amor. Éste es el único problema: cómo vivir una vida de bienaventuranza, de gran intensidad para que, conociendo la naturaleza misma y la estructura del propio ser –que está arraigado en el animal– uno lo trascienda.



Cuando no hay distorsión alguna, entonces hay orden, que en sí mismo lleva su propia disciplina, extraordinaria, sutil. Y lo único que puede uno hacer es dejar abierta esa puerta, venga o no por ella esa realidad. No puede uno invitarla. Y, si uno es muy afortunado, por alguna casualidad extraña, puede que venga y dé su bendición. Después de todo, así son la belleza y el amor. No podemos buscarlas; si las buscamos, llegan a ser simplemente la continuación del placer, que no es amor.

Hay una dicha que no es placer. Cuando la mente se halla en ese estado de meditación hay dicha inmensa. La meditación no es una desviación del curso de la vida o un entretenimiento; es parte de toda nuestra vida. Si no hay meditación, entonces no sabe uno cómo amar, no sabe lo que es la belleza. Y, haga uno lo que quiera nunca descubrirá nada, porque la “búsqueda” de la verdad implica que una mente puede hallarla y que tiene la capacidad de decir “esa es la verdad”. No hay sendero que conduzca a la Verdad. Procedamos, pues, a descubrir lo que es el amor. No “encontrarle”, sino hallarnos en ese estado de perfección, en esa condición de la mente que no está agobiada por los celos, la desdicha, el conflicto, la propia lástima. Solo entonces hay una posibilidad de vivir en una dimensión diferente, que es el amor.


Entonces el vivir diario, con sus contradicciones, brutalidades y violencias, no tiene aquí lugar. Pero tiene que trabajar uno de manera muy intensa todos los días, para echar los cimientos; eso es lo único que importa, ninguna otra cosa. De ese silencio, que es la naturaleza misma de una mente meditativa, puede venir el amor y la belleza. Y, cuando todo esto se ve con mucha claridad y uno vive de esa manera, entonces tal vez haya una vida sin principio ni fin, una vida eterna.


Krishnamurti – La libertad total: reto esencial del hombre

domingo, 10 de agosto de 2014

La amistad epicúrea para profanos (Maite Larrauri)



“De todos los bienes que la sabiduría procura para que la vida sea por completo feliz, el mejor con mucho es la adquisición de la amistad”
“No necesitamos tanto de la ayuda de nuestros semejantes cuanto de la confianza en esa ayuda”


Mejor que suspirar por lo que no tenemos, mejor que llevar una existencia poblada de sueños, miedos y fantasías, sería que aprendiéramos a gozar los bienes que poseemos, entre los cuales el máximo es la amistad.

Esa imposibilidad de retener los bienes, acompañada de una demanda insaciable y del miedo inconfesable a la muerte, establecen los principios sobre los que se asienta la infelicidad de los humanos: no saben vivir, y tampoco saben morir. Esta es la sentencia que tenemos que memorizar: cuando soy, la muerte no está, y cuando la muerte está, entonces ya no soy. La perspectiva de nuestra muerte nos hace temblar porque valoramos como escaso lo que hemos hecho o lo que las circunstancias nos han permitido vivir. La vida nos parece demasiado corta o demasiado injusta, y sufrimos por lo que supuestamente la muerte nos robaría. Es ese sufrimiento el que nos hace pobres y menesterosos.

Los amigos nos permiten gozar plenamente del presente. Cuando mi capacidad de sentir placer en un momento determinado se ve totalmente colmada, el goce que obtengo no admite nada más. Podría morir en el instante siguiente y no por ello tendría sentido decir que me perdería algo, a no ser que se entienda que me perdería la posibilidad de la repetición. Pero la repetición no añadirá nada, la perfección de la felicidad, ese instante de equilibrio y armonía, está toda ella allí, en ese día, en esas horas, siempre y cuando las viva con la confianza que la existencia de mis amigos me aporta.

Tanto la ausencia de dolor como la alegría son una expresión de equilibrio y armonía. ¿Por qué entonces existen los que quieren aumentar constantemente sus placeres hasta el punto de llevar una vida disoluta? No hay que limitar los placeres porque los placeres ya son en sí mismos un límite. En cambio, si hay que limitar los deseos. Es una enfermedad mental la de querer tener siempre más y más: la falta de moderación requiere una rectificación terapéutica que devuelva al individuo a los límites de la naturaleza. Esa rectificación es la negación de  la superioridad del alma sobre el cuerpo. De él nacen las sensaciones, y las sensaciones son verdaderas. Si rechazáramos las sensaciones perderíamos toda posibilidad de referencia para poder distinguir entre lo auténtico en las sensaciones y lo añadido por la imaginación.



“La amistad baila alrededor de la tierra habitada y, como un heraldo, nos anuncia a todos nosotros que despertemos para la felicidad”

Instálate en el presente, no lo dejes escapar. La amistad posibilita gozar del placer más puro, la instantaneidad del placer, en la medida en que extiende esa instantaneidad a la totalidad de la vida. A la perfección del momento, la amistad añade la extensión del momento. No es el cuerpo la fuente de nuestras miserias, sino el impulso incontrolable de la mente. El descontrol mental produce deseos ilimitados que nos hacen infelices. Y ahí es donde debe intervenir la filosofía.

No se trata de establecer un discurso moral que actúe como una policía de las costumbres, frenando los apetitos supuestamente inmoderados del cuerpo, sino que la filosofía tiene que parecerse más a una higiene, a una terapia mental. La filosofía tiene que ser un remedio, un fármaco. Necesitamos la filosofía porque todos tenemos vanas opiniones que nos invaden la mente y nos alejan de la felicidad. Se trata de restablecer el orden de la naturaleza, el del cuerpo, devolver la salud a la mente para que el cuerpo con su sabiduría nos indique el camino de la buena vida. Ningún placer es un mal, pero ciertos placeres, aquellos que nacen de querer realizar deseos innecesarios, generan más perturbaciones que satisfacciones.

La farmacia de Epicuro contiene la máxima de “al Dios no hay que temer”; por eso, la curación del mal de la religión es desarrollar las explicaciones racionales, el conocimiento científico para ahuyentar el miedo. Nos propone otro modo de concebir que los humanos puedan estar “religados”: no obedeciendo a una iglesia, sino sintiéndose unidos a la humanidad en su conjunto, en lo que la humanidad tiene de superior sobre el resto de los seres vivos.

Cada vez que alguien se piensa a sí mismo como sujeto de transformación y se junta con algunos de sus semejantes para perseguir conjuntamente otro tipo de vida, una vida placentera basada en principios humanistas y materialistas, renueva el jardín, contribuye a la eternidad de la amistad entre los humanos.


“El hombre bien nacido se dedica principalmente a la sabiduría y a la amistad. De éstas, una es un bien mortal; la otra, inmortal”

La amistad es un deseo natural porque expresa la aspiración humana de crear una relación por medio de la cual se puede alcanzar la felicidad. Este deseo está inscrito en la naturaleza de los humanos, es su parte divina e inmortal. Su conquista, su realización es lo único que permite decir que la vida vale la pena ser vivida. No son los lazos de sangre, familiares o nacionales, ni las coincidencias ideológicas con lo que se construye el jardín, esa comunidad superior en la que la felicidad florece.


La amistad es una finalidad en sí misma y una relación libre, “una comunidad de almas en el placer”. La construcción de esa comunidad se realiza a partir del contacto. El amigo puede practicar un tipo de sinceridad que nos aproxime al conocimiento de nuestros errores y nos sitúe en una posición moderada en cuanto al amor a nosotros mismos. Su imparcialidad nos puede salvar de la pasión narcisista. Si aceptamos la verdad sobre nosotros cuando la oímos en boca de un amigo, entonces podemos juntos salvarnos de la ignorancia y de la infelicidad.


Maite Larrauri – La amistad según Epicuro (Filosofía para profanos)