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viernes, 27 de marzo de 2015
Reflejos
Dentro de la serie de diapositivas recuperadas de los 90, estaba realizando un montaje musical con este tema general, pero algún error del programa no me deja finalizarlo. Así que avanzo una selección de mis preferidas.
martes, 17 de marzo de 2015
Una nueva conciencia comienza a surgir (Eckhart Tolle)
¿Está lista la humanidad
para una transformación de la conciencia, un florecimiento interior tan radical
y profundo que la florescencia de las plantas, con toda su hermosura, sea
apenas un pálido reflejo? ¿Podrán los seres humanos perder la densidad de las
estructuras mentales condicionadas y llegar a ser, lo mismo que los cristales o
las piedras preciosas, transparentes a la luz de la conciencia? ¿Podrán
desafiar la fuerza de gravedad del materialismo y la materialidad para elevarse
por encima de la forma, cuya identidad mantiene al ego en su lugar y los
condena a vivir prisioneros dentro de su personalidad?
En la actualidad estamos presenciando un surgimiento sin precedentes de la conciencia, pero también el atrincheramiento y la intensificación del ego. No es posible vencer en la lucha contra el ego, lo único que hace falta es la luz de la conciencia. Una parte esencial del despertar consiste en reconocer esta parte que todavía no despierta, el ego con su forma de pensar, hablar y actuar, además de los procesos colectivos condicionados que perpetúan el estado de adormecimiento.
Lo que comienza a aflorar no es un nuevo sistema de creencias ni una religión, ideología espiritual o mitología. Estamos llegando al final no solamente de las mitologías sino también de las ideologías y de los credos.
El cambio viene de un nivel más profundo que el de la mente, más profundo que el de los pensamientos. En efecto, en el corazón mismo de la nueva conciencia está la trascendencia del pensamiento, la habilidad de elevarse por encima de él y reconocer al interior del Ser una dimensión infinitamente más vasta. Es inmensa la sensación de liberación al saber que no somos esa “voz que llevamos en la cabeza”. ¿Quién soy entonces? Aquel que observa esa realidad. La conciencia precede al pensamiento, es el espacio en el cual sucede el pensamiento, la emoción o la percepción.
Cuando el ser humano tiene un cierto grado de Presencia, de atención y alerta en sus percepciones, puede sentir la esencia divina de la vida, la conciencia interior o el espíritu de todas las criaturas y de todas las formas de vida, y reconocer que es uno con esa esencia y amarla como a sí mismo. Sin embargo, hasta tanto eso no sucede, la mayoría de los seres humanos perciben solamente las formas exteriores sin tomar conciencia de su esencia interior, de la misma manera que no reconocen su propia esencia y se limitan a identificarse solamente con su forma física y psicológica.
El yo no es más que eso:
la identificación con la forma, es decir, con las formas de pensamiento. El
resultado es un desconocimiento total de nuestra conexión con el todo, de
nuestra unidad intrínseca con “todo lo demás” y también con la Fuente. Este estado de olvido
es lo que se ha denominado el pecado original, el sufrimiento, el engaño.
Cuando nos abstenemos de tapar el mundo con
palabras y rótulos, recuperamos el sentido de lo milagroso que la humanidad
perdió hace tiempo, cuando en lugar de servirse del pensamiento, se sometió a
él; la profundidad retorna a nuestra vida, las cosas recuperan su frescura y
novedad. Y el mayor de los milagros es la experiencia de nuestro ser esencial
anterior a las palabras, los pensamientos, los rótulos mentales y las imágenes.
Para que esto suceda debemos liberar a nuestro Ser, nuestra sensación de
Existir del abrazo sofocante de todas las cosas con las cuales se ha confundido
e identificado.
No conviene tomar al ego muy en serio. El ego no es malo,
sencillamente es inconsciente. Cuando nos damos a la tarea de observar el ego,
comenzamos a trascenderlo. Cuando
detectamos un comportamiento egotista, sonreímos; a veces hasta reímos. ¿Cómo
pudo la humanidad tomarlo en serio durante tanto tiempo? Por encima de todo, es
preciso saber que el ego no es personal, no es lo que somos. Para el ego, tener
es lo mismo que ser: tengo, luego existo. Sin embargo, hay otro ímpetu más
fuerte y profundo: la necesidad de poseer más, el deseo. El ego desea desear
más que lo que desea tener. El deseo es estructural, de manera que no hay
contenido que pueda proporcionar una sensación duradera de logro mientras esa
estructura mental continúe existiendo.
¿Qué somos cuando ya no
tenemos nada con lo cual identificarnos? Cuando las formas que nos rodean
mueren o se aproxima la muerte, nuestro sentido del Ser, del Yo Soy, se libera
de su confusión con la forma: el espíritu vuela libre de su prisión material.
Reconocemos que nuestra identidad esencial es informe, una omnipresencia, un
Ser anterior a todas las formas y a todas las identificaciones. Reconocemos que
nuestra verdadera identidad es la conciencia misma. Ésa es la paz de Dios. La
verdad última de lo que somos no está en decir yo soy esto o aquello, sino en
decir Yo Soy.
La conciencia es el poder
oculto en el momento presente; es por eso que la llamamos también Presencia. La
finalidad última de la existencia humana es traer ese poder al mundo. Esta
también es la razón por la cual no podemos convertir la liberación del ego en
un objetivo alcanzable en un futuro. Solamente la Presencia puede
liberarnos del ego, y solamente podemos estar presentes Ahora, no ayer ni
mañana. Solamente la
Presencia puede deshacer el pasado que llevamos sobre los
hombros y transformar nuestro estado de conciencia.
Sin el impedimento de la
disfunción del ego, nuestra inteligencia entra en alineación perfecta con el
ciclo expansivo de la inteligencia universal y su ímpetu creador. No somos
nosotros los creadores sino los vehículos de la inteligencia universal. No nos
identificamos con aquello que creamos, de manera que no nos perdemos en lo que
hacemos. Aprendemos que en el acto de creación interviene una energía de la más
alta intensidad.
Los cimientos de la nueva
tierra están en el nuevo cielo, en el despertar de la conciencia. La tierra (la
realidad externa) es solamente el reflejo externo de ese cielo. El surgimiento
del nuevo cielo y, con él, de la nueva tierra, no son unos sucesos liberadores
que hayan de suceder en el futuro. Nada nos habrá de liberar porque la libertad
está solamente en el momento presente. Ese reconocimiento es el despertar. El
despertar como un suceso futuro carece de significado, porque despertar es
reconocer la Presencia. Así ,
el nuevo cielo y la nueva tierra están emergiendo dentro de nosotros en este
momento y, si no es así, entonces no son más que un pensamiento.
Jesús dijo:
“Bienaventurados los humildes, porque ellos heredarán la tierra”. ¿Quiénes son
los humildes y qué quiere decir eso de que heredarán la tierra?
Los humildes son quienes carecen de ego. Son
las personas que han despertado a su naturaleza esencial y reconocen esa
esencia en todos “los demás” y en todas las formas de vida. Viven en el estado
de entrega, encarnan la conciencia despierta que está cambiando todos los
aspectos de la vida en nuestro planeta, porque la vida en la tierra es
inseparable de la conciencia humana que la percibe y se relaciona con ella. Es
así como los humildes heredarán la tierra.
Una nueva conciencia
comienza a surgir en el planeta. ¡Está surgiendo ahora y es Usted!
Eckhart Tolle – Una Nueva Tierra
jueves, 12 de marzo de 2015
El amor pertenece a nuestro estado natural (Wayne Dyer)
La herramienta más
importante para estar equilibrado es saber que solo uno mismo es responsable del desequilibrio entre lo que sueña que
debe ser su vida y los hábitos diarios que alejan su existencia de ese sueño.
El objetivo de este principio es crear
un equilibrio entre sueños y hábitos.
La mejor forma de empezar es reconociendo
los signos de nuestro comportamiento habitual; después debemos cambiar nuestra
forma de pensar para que esté en equilibrio con los sueños. Si estamos
desequilibrados, es fundamentalmente porque hemos permitido que debido a la
energía que invertimos en nuestros hábitos, éstos definan nuestra vida.
Concentrémonos en nuestra
conciencia: obtenemos lo que pensamos. Los pensamientos son energía mental, son
la moneda de cambio que debemos atraer con su deseo. Debemos aprender a no
malgastarla en pensamientos que no se desean. En lugar de centrar los
pensamientos en lo que hemos planeado, cambiemos y miremos y veamos, y creamos
firmemente en lo que vemos. En cuanto empecemos a pensar así, el Universo se
pondrá de nuestra parte, nos enviará precisamente lo que estamos pensando y
creyendo. No siempre sucede de forma inmediata, pero en cuanto se inicia la
realineación de los pensamientos, ya empezamos a estar en equilibrio.
Todo aquello que hagamos
para equilibrar vida y sueños empezará a cocrear nuestra mente. Cocrear es
recurrir a la cooperación de la energía del campo invisible del Espíritu. Ello
implica que debemos estar dispuestos a contemplarnos como un ser en equilibrio
que atrae las condiciones que desea obtener. Es en la contemplación de ese poder donde realmente adquirimos el poder.
Esa alineación dará un vuelco a nuestro mundo.
El Universo se basa en una
Ley de Atracción. Veremos como el Universo conspira con nosotros para atraer a
las personas adecuadas, una situación económica satisfactoria, y
acontecimientos aparentemente sincrónicos que harán realidad nuestros sueños,
en el lugar y momento adecuados. Cuando estamos equilibrados con pensamientos
que nos dicen que merecemos esa cooperación del mundo del Espíritu,
participamos en el proceso de hacerlo realidad. Obtenemos lo que pensamos,
tanto si queremos como si no.
El secreto de ese
principio para recuperar el equilibrio de la vida es: sé la paz y la armonía que deseas. No puedes obtenerla de nada ni
de nadie. Ser la paz que se desea para sí mismo es ofrecer una vibración que
iguale el deseo de ser un individuo tranquilo y cordial, en lugar de ser una
persona que sufre la enfermedad de intentar acelerar la vida. Ser la paz que
deseamos supone convertirnos en una persona relajada, cuyo punto de equilibrio
no atrae síntomas de ansiedad ni de estrés. Convirtamos en absoluta prioridad
en la vida estar en equilibrio con el
origen de la Creación.
Cuando se logra el
equilibrio entre lo que se quiere ser y la forma en como lo perciben los demás,
se tiene la sensación placentera de estar en armonía con la vida. No se trata
de buscar aprobación o servilismo en vez de respeto o amor. Es más la sensación
de estar en el mundo de una forma congruente con el deseo interior de ser la
clase de persona que realmente se es. Uno debe preguntarse repetidamente: ¿Mi
deseo intuitivo se ajusta a lo que doy al mundo? Cuando se ajuste, el
equilibrio está recuperado, y la satisfacción será su compensación.
En cuanto eliminemos las
viejas creencias que fomentaban la ansiedad, la culpabilidad, la preocupación e
incluso el temor, nuestro cerebro empezará a producir sustancias químicas que
nos devolverán el equilibrio. Dejando conscientemente que el Espíritu
intervenga mediante la energía de los pensamientos, hemos decantado la balanza
a favor de nuestros deseos. Nuestro ego, que identificamos con el cuerpo, ha
sido relegado a un papel menos dominante.
El amor pertenece a nuestro estado natural, pero el
ego no forma parte de ese estado.
El ego domina porque se ha separado de su yo-Dios, el yo amoroso que llegó aquí
desde un lugar de amor divino totalmente incondicional. Hemos llevado tanto
tiempo esa idea del ego y de su propia importancia, que hemos caído en el
engaño de creer que el ego del yo representa lo que somos. Hemos optado por una
creencia basada en esa ilusión; hemos permitido que esa ilusión sea la fuerza
dominante creando así, mediante un yo concentrado en el ego, un pesado
desequilibrio en nuestra vida.
Estamos obligados a estar en una conciencia
de compasión y de amor, no solo por mantener nuestro equilibrio, sino para
ayudar a asegurar la supervivencia de nuestra especie. No puede haber mejor
vocación que esa.
Debemos optar por mantener
una existencia tranquila con nosotros mismos, incluso cuando los demás fomentan
el miedo, la ira y el odio sobre este violento planeta. Al fin y al cabo, el
esfuerzo masivo a lo largo de la historia de la comunidad –por parte de los que
ostentan el poder– ha enseñado a las personas a quién temer, y pero aún, a
quién odiar.
Podemos ser de esas personas que se niegan
obstinadamente a añadir pensamientos de baja energía al odio que nos rodea. Rompamos el ciclo de violencia en el mundo
no con la violencia del odio, sino siendo su propio instrumento de paz.
Wayne W. Dyer – En busca del equilibrio
miércoles, 4 de marzo de 2015
A la persona le aterra perder su ego (Ramiro Calle)
Más allá de si la vida
tiene un sentido último, cada uno puede conferirle a la vida el sentido, el
significado y el propósito que quiera. ¿Qué vamos a hacer con nuestra vida?
Somos seres en evolución de instante en instante, y si nos lo proponemos
podemos mejorar y madurar. Empezamos a cambiar y mejorarnos ahora o nunca, pues
de otro modo incurrimos en la “enfermedad del mañana”, y la vida se consume sin
haber hecho nada por nuestro mejoramiento ni por los demás.
El cambio interior solo
sobreviene mediante el esfuerzo bien dirigido, la disciplina y el
autoconocimiento. La senda hacia la liberación es gradual y, como nadie puede
recorrerla por uno, no existe otra posibilidad que hollarla o seguir
empantanado en el doloroso terreno de la ignorancia.
En la senda hacia la completa evolución de
la conciencia, es necesario trabajar sobre la mente para ordenarla,
desarrollarla y purificarla. El desarrollo de la conciencia suscita sabiduría y
de la sabiduría nace la compasión.
La conquista de lo
ilusorio para alcanzar la sabiduría liberadora es a través de la virtud, la
meditación y el entendimiento correcto, sin dejar de revestirnos de la genuina
humildad que nos alentará a seguir aprendiendo sin cesar, puesto que somos
aprendices en la senda hacia lo Inefable.
El que se ejercita espiritualmente obtiene
otro estado de conciencia que se caracteriza porque ya no se deja afectar de
igual modo por las circunstancias y permite vivir la vida con sabiduría,
simplicidad y sencillez. El que logra establecerse en la esencia de la mente y
no se deja arrastrar por tendencias hacia el pasado ni hacia el futuro se
conecta, sereno y desasido, con lo que a cada momento surge y se desvanece.
No es fácil ser un
verdadero librepensador y tener la capacidad de mirar más allá del yo y del
apego a las propias ideas y a los estrechos puntos de vista. El trabajo está en
ir transformando la mente y superando patrones, esquemas y adoctrinamientos,
así como toda suerte de esas “zonas oscuras” que falsean el conocimiento y la
percepción.
A la persona le aterra perder su “egoidad”,
cuando si se descorre el velo del egocentrismo, uno se encuentra cara a cara
con su verdadero yo real. Muchos mueren por no querer ver morir a su ego y
otros hallan la verdadera vida cuando es su ego el que muere.
Desde la perspectiva del
ego todo se convierte en una contienda, un combate, un escenario en el que
afirmarse y vencer. Así es el ego. Nunca está satisfecho y por eso nunca es
feliz. Cuanto más ego, más vulnerabilidad, intranquilidad, ansia y desvelos.
Sin tanto ego uno comienza a ser más dichoso. Hay que tener un ego maduro pero
controlado, puesto al servicio de la razón y la compasión.
En la sociedad se valora a las personas por
lo que tienen o aparentan, pero no por lo que son. Al ponerse el énfasis en la
personalidad, no se repara en lo esencial. Los que así proceden son víctimas de
ellos mismos de su propia banalidad y viven de espaldas a su sol interior.
Si algo necesita este
mundo convulso es amor; si algo requiere esta sociedad atrozmente competitiva y
orientada hacia la posesividad y la hostilidad, es compasión. La más alta
posesión de un ser humano es poder contar consigo mismo, desde la humildad y no
desde la prepotencia, siendo intrépido en la búsqueda interior, aprendiendo a
vencerse a uno mismo, poniendo el énfasis en desplegar lo que es beneficioso
para todos.
Es un sabio no el que
acumula conocimientos, sino el que se libera de las ataduras de la mente y
supera las ilusiones del ego; es un sabio el que en su propio corazón siente el
corazón de todas las criaturas, sin perder su eje de quietud; es un sabio el
que se libra de las redes de la ignorancia a través de experiencias profundas
que lo transforman y permiten que resplandezca su luz interior.
Ramiro Calle – 50 Cuentos para meditar y regalar