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miércoles, 20 de mayo de 2015

Descifrar lo inconsciente, reto de la humanidad (Carl G. Jung)


  
Al crecer el conocimiento científico, nuestro mundo se ha ido deshumanizando. El hombre se siente aislado en el cosmos, porque ya no se siente inmerso en la naturaleza y ha perdido su emotiva “identidad inconsciente” con los fenómenos naturales. Éstos han ido perdiendo paulatinamente sus repercusiones simbólicas. Esa enorme pérdida se compensa con los símbolos de nuestros sueños; nos traen nuestra naturaleza originaria: sus instintos y pensamientos peculiares.
    Sin embargo, por desgracia, expresan sus contenidos en el lenguaje de la naturaleza, que nos es extraño e incomprensible. De hecho, el hombre moderno es una mezcla curiosa de características adquiridas a lo largo de las edades de su desarrollo mental. Este ser mixto es el hombre y sus símbolos. El escepticismo y la convicción científica existen en él codo a codo con anticuados prejuicios, añejos modos de pensar y de sentir, falsas interpretaciones obstinadas e ignorancia ciega. Al hombre le gusta creer que es dueño de su alma. Pero como es incapaz de dominar sus humores y emociones, o de darse cuenta de la miríada de formas ocultas con que los factores inconscientes se insinúan en sus disposiciones y decisiones, en realidad no es su dueño. Estos factores inconscientes deben su existencia a la autonomía de los arquetipos.

Puesto que hay mucha gente que se empeña en considerar los arquetipos como si fueran parte de un sistema mecánico que se puede aprender de memoria, es esencial insistir en que no son meros nombres ni aún conceptos filosóficos. Son trozos de la vida misma, imágenes que están íntegramente unidas al individuo vivo por el puente de sus emociones. Por eso resulta imposible dar una interpretación universal de ningún arquetipo. Hay que aplicarlo en la forma que indica el conjunto vida-situación del individuo determinado a quien se refiere. Los arquetipos toman forma solo cuando intentamos descubrir por qué y de qué modo tienen significado para un individuo vivo.

Se puede percibir la energía específica de los arquetipos cuando experimentamos la peculiar fascinación que los acompaña; parecen tener un hechizo especial. Tal cualidad peculiar es también característica de los complejos personales. Pero mientras éstos jamás producen más que una inclinación personal, los arquetipos crean mitos, religiones y filosofías que influyen y caracterizan a naciones enteras y a épocas de la historia.



El mito heroico universal, por ejemplo, siempre se refiere a un hombre poderoso o dios-hombre que vence al mal, encarnado en dragones, serpientes, monstruos, demonios y demás, y que liberan a su pueblo de la destrucción y la muerte. La narración o repetición ritual de textos sagrados y ceremonias, y la adoración a tal personaje con danzas, música, himnos, oraciones y sacrificios, sobrecoge a los asistentes con numínicas emociones y exalta al individuo hacia una identificación con el héroe.
    Si intentamos ver la situación con los ojos del creyente, quizá podemos comprender cómo el hombre corriente puede liberarse de su incapacidad y desgracia personales y dotarse (al menos temporalmente) con una cualidad casi sobrehumana. Con mucha frecuencia, tal convicción le sostendrá por largo tiempo e imprimirá cierto estilo a su vida. Incluso puede establecer la tónica de toda una sociedad.

A pesar de nuestro orgulloso dominio de la naturaleza, aún somos sus víctimas, pues ni siquiera hemos aprendido a dominar nuestra propia naturaleza. Lenta y, al parecer, inevitablemente, estamos rondando el desastre. Ya no hay dioses a los que podemos invocar para que nos ayuden. Las grandes religiones mundiales sufren de anemia progresiva, porque los númenes benéficos han huido de los bosques, ríos y montañas, y de los animales; y los hombres-dioses desaparecieron sumergiéndose en el inconsciente. Nuestra vida actual está dominada por la diosa Razón, que es nuestra mayor y más trágica ilusión. Con ayuda de la razón, así nos lo creemos, hemos “conquistado la naturaleza”.

Pero eso es pura propaganda, porque la llamada conquista de la naturaleza nos abruma con el hecho natural de la superpoblación y añade a nuestras aflicciones la incapacidad psicológica para tomar las medidas políticas pertinentes. Sigue siendo muy natural para los hombres disputar y pelear por la superioridad de unos sobre otros. ¿A qué decir, entonces, hemos “conquistado la naturaleza”?



Sería conveniente que cada uno de nosotros se preguntara si, por casualidad, sabe su inconsciente algo que nos sirva de ayuda. La verdad es que la mente consciente parece incapaz de hacer algo al respecto. Hoy día, el hombre se da penosa cuenta del hecho de que ni sus grandes religiones ni sus diversas filosofías parecen proporcionarle esas ideas poderosas y vivificadoras que le darían la seguridad que necesita ante la actual situación del mundo.

Sea lo que fuere el inconsciente, es un fenómeno natural que produce símbolos que tienen significado, pero nadie que no haya hecho un estudio serio de los símbolos naturales puede considerarse juez competente en la materia. Pero la depreciación general del alma humana es tan enorme que ni las grandes religiones, ni las filosofías, ni el racionalismo científico han estado dispuestas a examinarlos dos veces.


Los sueños proporcionan la más interesante información para quienes se toman la molestia de comprender sus símbolos, pero la parte de la mente, de verdadera complejidad y desconocida, en la que se producen los símbolos, está aún virtualmente inexplorada. Parece casi increíble que, aun recibiendo señales de ella todas las noches, resulte tan tedioso de descifrar esos mensajes para la mayoría. El mayor instrumento del hombre, su psique, es escasamente atendido y, con frecuencia, se recela de él y se le desprecia. Contiene todos los aspectos de la naturaleza humana: luminosos y oscuros, bellos y feos, buenos y malos, profundos y necios. El estudio acerca del simbolismo individual, y también del colectivo, aún no se domina, pero parece indicar una respuesta a muchas preguntas incontestadas de la humanidad de hoy día.


Carl G. Jung – El hombre y sus símbolos

jueves, 14 de mayo de 2015

¿Buscar la aprobación o ser uno mismo? (Wayne Dyer)




Cuando abandonabas tu casa para ir al colegio, entrabas en una institución especialmente diseñada para inculcar a los niños el comportamiento y el pensamiento adecuado para lograr la aprobación de los demás. Pide permiso para todo. No te bases nunca en tu propio juicio.
    Pídele permiso a la maestra para ir al lavabo. Siéntate en la silla señalada. No te levantes si no quieres incurrir en una sanción. Todo estaba orientado hacia un control ejercido por los demás. En vez de enseñarte a pensar, te estaban enseñando a no pensar por ti mismo. Dobla tu papel formando dieciséis cuadrados y no escribas en los márgenes. Estudia los capítulos uno y dos esta tarde. Estudia la ortografía de estas palabras.
    Dibuja así. Lee esto. Te enseñaron a ser obediente. Y en caso de duda, a consultar con la maestra. Si incurrías en el enfado de la maestra o, peor aún, del director, tenías que sentirte culpable durante meses, o al menos era eso lo que se esperaba de ti. Tu libreta de calificaciones era un mensaje para tus padres para comunicarles el grado de aprobación que habías alcanzado.

Si lees la declaración de los postulados de tu colegio, que sin duda fueron escritos bajo la presión de un grupo de supervisores y pedagogos oficiales, dirá sin duda algo parecido a lo que sigue:

"Nosotros, los fundadores de este colegio, creemos en la educación y desarrollo total de todos y de cada uno de los alumnos. El currículum ha sido diseñado de manera que pueda responder a las necesidades individuales de todos los alumnos de nuestro colegio. Tratamos de conseguir, y apoyamos todos los esfuerzos que van dirigidos en esa dirección, el desarrollo individual y la puesta al día, de nuestro cuerpo estudiantil... etc".

¿Cuántos colegios o profesores se atreven a poner en acción estas palabras? Cualquier alumno que empieza a mostrar señales de ponerse al día y de tener un verdadero control de sí mismo es puesto rápidamente en su lugar... Los alumnos independientes, seguros de sí mismos, llenos de amor a sí mismos, poco susceptibles a la culpa o preocupación, son sistemáticamente considerados como problemas y como alborotadores.



Los colegios no son eficaces para tratar con niños que dan muestras de un pensamiento independiente. En la mayoría de colegios, la búsqueda de aprobación es el camino del éxito. Los viejos clichés del "mimado de la maestra, o "lameculo" se han convertido en clichés con razón. Existen y funcionan. Si logras el aplauso de los profesores, te comportas de la manera que ellos te han enseñado, estudias el programa que te han puesto por delante, saldrás triunfante. Peor aún, también saldrás con una fuerte necesidad de aprobación, puesto que habrán logrado desalentar todos tus impulsos para actuar por ti mismo y con confianza en ti mismo.

Por lo general, cuando llega a la escuela secundaria el alumno ya ha aprendido la lección. Ante la pregunta de su consejero sobre las materias que le gustaría estudiar en la secundaria, contesta con un "No sé. Dígame usted lo que necesito". En la secundaria le costará decidirse por los estudios que querrá hacer y se sentirá mucho más cómodo cuando las decisiones las toma un tercero. En el aula, aprenderá a no dudar de lo que le enseñan. Aprenderá a escribir una tesis correctamente y a interpretar a Hamlet. Aprenderá a escribir disertaciones basadas no en su propio juicio y sus propias opiniones sino en citas y referencias que apoyarán todo lo que él diga. Y si no aprende estas cosas, será castigado con malas notas (y con la desaprobación del maestro). Y al tiempo de graduarse, se dará cuenta de que le cuesta tomar por sí mismo cualquier decisión ya que durante doce años le han enseñado cómo pensar y lo que debe pensar. Ha sido alimentado con una dieta sólida de consúltalo con el maestro y ahora el día de su graduación se da cuenta de que es incapaz de pensar por sí mismo. Así es que suspira por la aprobación de los demás y aprende que el logro de esta aprobación es equivalente al triunfo y a la felicidad.

En la universidad se repite el mismo esquema de adoctrinamiento. Escriba dos disertaciones mensuales; use el formato apropiado; use una distancia de 16 y 84 para los márgenes; no se olvide que deben ser escritas a máquina; no se olvide de la introducción, el cuerpo y la conclusión; estudie estos capítulos... La gran línea de montaje. Sométase; complazca a los profesores y le irá bien. Cuando finalmente el estudiante se inscribe en un seminario en el que el profesor dice: "Este semestre podéis estudiar lo que queráis dentro del campo de vuestros intereses. Yo os ayudaré a escoger lo que os conviene dentro del tema de vuestro interés, pero se trata de vuestra educación y podéis hacer con ella lo que os plazca. Yo os ayudaré todo lo que pueda". Cunde el pánico. "Pero ¿cuántas disertaciones tendremos que hacer?" "¿Cuándo tenemos que entregarlas?" "¿Quiere que las escribamos a máquina?" "¿Qué libros tendremos que leer?" "¿Cuántos exámenes habrá que pasar?" "¿Qué tipo de preguntas?" "¿De cuántas páginas de extensión tienen que ser las disertaciones?" "¿Dónde ponemos los márgenes? "¿Tendré que venir a clase todos los días?"



Éstas son preguntas típicas de quienes buscan la aprobación de los demás y no pueden causar la menor sorpresa si consideramos los métodos educativos que acabamos de examinar. Se ha entrenado al alumno a que todo lo haga para otra persona, para complacer al profesor, para estar a la altura de las normas y expectativas de otras personas. Sus preguntas son el resultado de un sistema que demanda la búsqueda de aprobación para poder sobrevivir en él. El alumno tiene miedo a pensar por sí mismo. Es mucho más fácil y seguro hacer lo que otra persona espera de nosotros.

Vamos a fantasear unos instantes. Hazte cuenta que realmente quieres la aprobación de todos y que es posible obtenerla. Más aún, imagínate que es una meta sana y digna de alcanzar. Ahora bien, teniendo esto en cuenta, ¿cuál sería el mejor método, el más eficiente para lograr tu cometido?

Antes de contestar piensa en la persona que, en el círculo de tus relaciones, es la que recibe mayor aprobación. ¿Cómo es este individuo? ¿Cómo se comporta? ¿Qué hay en él que atrae a toda la gente? Lo más probable es que estés pensando en alguien que es directo y franco, independiente de la opinión de los demás, un ser realizado. Lo más probable es que tenga poco o nada de tiempo para dedicarlo a la búsqueda de aprobación. Casi seguro que es una persona que dice las cosas tal como son a pesar de las consecuencias que esto le pueda acarrear. Quizá piensa que el tacto y la diplomacia son menos importantes que la honestidad. No es una persona susceptible, simplemente un individuo que tiene poco tiempo para el tipo de juego que significa el hablar delicadamente y teniendo cuidado de decir las cosas bien para evitar herir a los demás.



¿No te parece irónico? La gente que parece conseguir la mayor cantidad de aprobación en la vida es precisamente la que nunca la busca, que no la desea y a la que menos le preocupa conseguirla.
                                                                   
De modo que, si tanto quieres merecer aprobación es irónico pensar que la mejor manera de lograrla es no desearla y evitar correr tras ella y no reclamársela a todo el mundo. Estando en contacto contigo mismo y usando la imagen positiva de ti mismo como consejera, recibirás mucha más aprobación.


Por supuesto que nunca recibirás aprobación de todo el mundo por todo lo que haces, pero cuando te consideres a ti mismo como una persona valiosa no te deprimirás cuando te la niegan. Considerarás que la desaprobación es una consecuencia natural de la vida en este planeta donde la gente es individualista en sus percepciones.


Wayne W. Dyer - Tus zonas erróneas

domingo, 3 de mayo de 2015

Lo único que existe es el Sí mismo (Ramana Maharsi)


Las personas creen ser inferiores y que existe algo superior, un Dios omnipotente y omnisciente que controla su destino y el del mundo entero, por lo que le adoran y le rinden culto. Cuando alcanzan cierto estado de desarrollo y están preparados para la iluminación, ese mismo Dios que ellos adoran se manifiesta como Maestro y les conduce hacia delante. Ese guru sólo viene para decirles: Dios está en ti mismo. Sumérgete en tu interior y realízalo allí. Dios, el guru, y el Sí mismo son una y la misma cosa.



La concepción de que hay una meta y un camino que conduce a ella, es errónea. Nosotros somos esa meta, la paz misma. Lo único que se requiere es abandonar la idea de que no somos paz.
    Nadie puede obtener lo que no posee de antemano. Y en caso de conseguir una cosa así, te abandonará de la misma forma que vino. Lo que viene, se va. Lo único que permanece es lo que siempre es. El maestro no puede darte nada nuevo que antes no tuvieras. Lo único que precisas es abandonar la idea de que no comprendes el Sí mismo. Nosotros somos ese Sí mismo, siempre; el problema es que no lo sabemos.

El Sí mismo es la única realidad que existe siempre y el resto de las cosas sólo se ven por su luz. Habitualmente olvidamos esto y sólo nos fijamos en las apariencias. Lo que hay que hacer es concentrarse en el que ve y no en las cosas vistas, no en los objetos sino en la Luz que los revela y manifiesta.
    En un principio está la llamada luz blanca del Sí mismo que trasciende la luz y la obscuridad. En ella ningún objeto puede ser visto, pues en esa luz no hay perceptor ni objeto percibido. Después se cierne la obscuridad total de la ignorancia del Sí mismo, en la que tampoco puede verse objeto alguno. Pero de aquella primera luz del Sí mismo procede una luz reflejada, la luz de la mente, que es la luz que permite ver esa película que conocemos como mundo, que ni puede verse con la luz total ni en la obscuridad absoluta, sino solamente con esa luz tenue o reflejada.

Al espectador, que es el ego, el Sí mismo le parece cambiante. Pero el Sí mismo es siempre el mismo, invariable e inmóvil. Es como es. Tanto el espectador como el espectáculo sólo son sombras en la pantalla, que es la única realidad que soporta aquellas escenas. En este mundo, el espectador y el espectáculo constituyen la mente en su conjunto, y esa mente sólo se fundamenta en el Sí mismo.
    Cuando lo percibido se considera como una entidad independiente del Sí mismo, es irreal. Lo percibido no es distinto al perceptor. Lo que existe es el Sí mismo, no un perceptor y un objeto percibido. Considerado como el Sí mismo, lo percibido es real. El Sí mismo brilla con todo su esplendor en el momento en que el ego se ha entregado por completo.
    Desde otro punto de vista no hay nada que pueda llamarse irreal. Lo único que existe es el Sí mismo. Cuando intentas buscar el ego, sobre el que se basa el mundo y todo lo que existe, descubres que el propio ego no existe y lo mismo ocurre con la propia creación.



Cuando conozcas al que ve todo eso, mediante la investigación «¿Quién soy yo?», todos los problemas acerca de lo visto quedarán definitivamente resueltos. En la pregunta ¿Quién soy yo?, el yo que se menciona es el ego. Al intentar perseguirlo y descubrir su fuente, vemos que no posee una existencia autónoma sino que se pierde en el Yo real.

    La respiración y la mente brotan del mismo lugar, y cuando uno de ellos es controlado, el otro también está controlado. Desde el punto de vista práctico, es mejor formular la pregunta, ¿De dónde procede el yo?, y no simplemente, ¿Quién soy yo? No se debe salir del paso respondiendo que no somos el cuerpo, ni los sentidos y cosas por el estilo, sino que debemos intentar descubrir de dónde brota en nuestro interior la idea de yo que maneja el ego. Este método supone, de manera implícita aunque no expresa, la observación de la respiración. Cuando vemos de dónde surge el pensamiento del yo, que es la raíz de todos los demás pensamientos, necesariamente tenemos que observar la fuente de la respiración, porque el pensamiento «yo» y la respiración brotan del mismo lugar.

Si miras con el ojo físico, ves el mundo. Si miras con el ojo de la realización, sólo ves el Sí mismo. Para ver el Sí mismo, la mente sólo necesita volverse hacia dentro sin ningún tipo de luz reflejada.

Si descubres primero tu propia realidad, no tendrás ningún obstáculo para conocer la realidad del mundo. Es muy extraño que la mayoría de la gente no se preocupe de conocer su propia realidad y esté tan ansiosa por conocer la realidad del mundo que le rodea. Comprende primero tu propio Sí mismo y luego verás si el mundo existe con independencia de ti y es capaz de manifestar su existencia o realidad ante ti.

Sólo hay un estado, tanto de consciencia como de existencia. Los tres estados de vigilia, sueño con sueños y sueño profundo no pueden ser reales, puesto que aparecen y desaparecen. Lo real existe siempre. Esos tres estados no son reales y por tanto es imposible decir que tienen tal o cual grado de realidad. El Sí mismo siempre es lo que es. Los tres estados deben su existencia a la ausencia de investigación, y la investigación termina con ellos. Por mucho que lo expliquemos, el hecho no quedará claro hasta que no alcances la realización del Sí mismo y te maravillarás de cómo has podido estar tanto tiempo ciego ante la única existencia autoevidente.



La única realidad es la existencia o consciencia. La consciencia es la pantalla sobre la que aparecen y desaparecen las imágenes. La pantalla es lo real, las imágenes sólo son sombras que se ven sobre ella. A causa de un hábito prolongado, hemos considerado reales estos tres estados y decimos que la consciencia es el cuarto estado. Pero no hay tal cuarto estado, sino sólo uno. El llamado cuarto estado se describe como dormir despierto, que significa dormir para el mundo y estar despierto para el Sí mismo.

Lo único necesario es abandonar la falsa idea de que estamos esclavizados. Cuando conseguimos esto, ya no tenemos deseos ni pensamientos de ningún tipo. En tanto que uno desee su liberación, sigue esclavizado. La gente teme que cuando el ego o mente se desvanece, el resultado es el vacío y no la felicidad. Pero lo que sucede realmente es que el pensador, el objeto pensado y el pensamiento mismo, se sumergen conjuntamente en la Fuente, que es la consciencia y la felicidad, y por tanto este estado no es inerte ni vacío.

Nuestra verdadera naturaleza es liberación, pero nosotros imaginamos estar esclavizados y realizamos tremendos esfuerzos para liberarnos, aunque de hecho siempre somos libres. Esto sólo puede entenderse cuando se alcanza ese estado. Entonces nos sorprendemos de haber estado buscando frenéticamente lo que ya teníamos, lo que éramos y lo que somos.


Devaraja Mudaliar – Día a día con Bhagavan Ramana Maharsi