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domingo, 3 de mayo de 2015

Lo único que existe es el Sí mismo (Ramana Maharsi)


Las personas creen ser inferiores y que existe algo superior, un Dios omnipotente y omnisciente que controla su destino y el del mundo entero, por lo que le adoran y le rinden culto. Cuando alcanzan cierto estado de desarrollo y están preparados para la iluminación, ese mismo Dios que ellos adoran se manifiesta como Maestro y les conduce hacia delante. Ese guru sólo viene para decirles: Dios está en ti mismo. Sumérgete en tu interior y realízalo allí. Dios, el guru, y el Sí mismo son una y la misma cosa.



La concepción de que hay una meta y un camino que conduce a ella, es errónea. Nosotros somos esa meta, la paz misma. Lo único que se requiere es abandonar la idea de que no somos paz.
    Nadie puede obtener lo que no posee de antemano. Y en caso de conseguir una cosa así, te abandonará de la misma forma que vino. Lo que viene, se va. Lo único que permanece es lo que siempre es. El maestro no puede darte nada nuevo que antes no tuvieras. Lo único que precisas es abandonar la idea de que no comprendes el Sí mismo. Nosotros somos ese Sí mismo, siempre; el problema es que no lo sabemos.

El Sí mismo es la única realidad que existe siempre y el resto de las cosas sólo se ven por su luz. Habitualmente olvidamos esto y sólo nos fijamos en las apariencias. Lo que hay que hacer es concentrarse en el que ve y no en las cosas vistas, no en los objetos sino en la Luz que los revela y manifiesta.
    En un principio está la llamada luz blanca del Sí mismo que trasciende la luz y la obscuridad. En ella ningún objeto puede ser visto, pues en esa luz no hay perceptor ni objeto percibido. Después se cierne la obscuridad total de la ignorancia del Sí mismo, en la que tampoco puede verse objeto alguno. Pero de aquella primera luz del Sí mismo procede una luz reflejada, la luz de la mente, que es la luz que permite ver esa película que conocemos como mundo, que ni puede verse con la luz total ni en la obscuridad absoluta, sino solamente con esa luz tenue o reflejada.

Al espectador, que es el ego, el Sí mismo le parece cambiante. Pero el Sí mismo es siempre el mismo, invariable e inmóvil. Es como es. Tanto el espectador como el espectáculo sólo son sombras en la pantalla, que es la única realidad que soporta aquellas escenas. En este mundo, el espectador y el espectáculo constituyen la mente en su conjunto, y esa mente sólo se fundamenta en el Sí mismo.
    Cuando lo percibido se considera como una entidad independiente del Sí mismo, es irreal. Lo percibido no es distinto al perceptor. Lo que existe es el Sí mismo, no un perceptor y un objeto percibido. Considerado como el Sí mismo, lo percibido es real. El Sí mismo brilla con todo su esplendor en el momento en que el ego se ha entregado por completo.
    Desde otro punto de vista no hay nada que pueda llamarse irreal. Lo único que existe es el Sí mismo. Cuando intentas buscar el ego, sobre el que se basa el mundo y todo lo que existe, descubres que el propio ego no existe y lo mismo ocurre con la propia creación.



Cuando conozcas al que ve todo eso, mediante la investigación «¿Quién soy yo?», todos los problemas acerca de lo visto quedarán definitivamente resueltos. En la pregunta ¿Quién soy yo?, el yo que se menciona es el ego. Al intentar perseguirlo y descubrir su fuente, vemos que no posee una existencia autónoma sino que se pierde en el Yo real.

    La respiración y la mente brotan del mismo lugar, y cuando uno de ellos es controlado, el otro también está controlado. Desde el punto de vista práctico, es mejor formular la pregunta, ¿De dónde procede el yo?, y no simplemente, ¿Quién soy yo? No se debe salir del paso respondiendo que no somos el cuerpo, ni los sentidos y cosas por el estilo, sino que debemos intentar descubrir de dónde brota en nuestro interior la idea de yo que maneja el ego. Este método supone, de manera implícita aunque no expresa, la observación de la respiración. Cuando vemos de dónde surge el pensamiento del yo, que es la raíz de todos los demás pensamientos, necesariamente tenemos que observar la fuente de la respiración, porque el pensamiento «yo» y la respiración brotan del mismo lugar.

Si miras con el ojo físico, ves el mundo. Si miras con el ojo de la realización, sólo ves el Sí mismo. Para ver el Sí mismo, la mente sólo necesita volverse hacia dentro sin ningún tipo de luz reflejada.

Si descubres primero tu propia realidad, no tendrás ningún obstáculo para conocer la realidad del mundo. Es muy extraño que la mayoría de la gente no se preocupe de conocer su propia realidad y esté tan ansiosa por conocer la realidad del mundo que le rodea. Comprende primero tu propio Sí mismo y luego verás si el mundo existe con independencia de ti y es capaz de manifestar su existencia o realidad ante ti.

Sólo hay un estado, tanto de consciencia como de existencia. Los tres estados de vigilia, sueño con sueños y sueño profundo no pueden ser reales, puesto que aparecen y desaparecen. Lo real existe siempre. Esos tres estados no son reales y por tanto es imposible decir que tienen tal o cual grado de realidad. El Sí mismo siempre es lo que es. Los tres estados deben su existencia a la ausencia de investigación, y la investigación termina con ellos. Por mucho que lo expliquemos, el hecho no quedará claro hasta que no alcances la realización del Sí mismo y te maravillarás de cómo has podido estar tanto tiempo ciego ante la única existencia autoevidente.



La única realidad es la existencia o consciencia. La consciencia es la pantalla sobre la que aparecen y desaparecen las imágenes. La pantalla es lo real, las imágenes sólo son sombras que se ven sobre ella. A causa de un hábito prolongado, hemos considerado reales estos tres estados y decimos que la consciencia es el cuarto estado. Pero no hay tal cuarto estado, sino sólo uno. El llamado cuarto estado se describe como dormir despierto, que significa dormir para el mundo y estar despierto para el Sí mismo.

Lo único necesario es abandonar la falsa idea de que estamos esclavizados. Cuando conseguimos esto, ya no tenemos deseos ni pensamientos de ningún tipo. En tanto que uno desee su liberación, sigue esclavizado. La gente teme que cuando el ego o mente se desvanece, el resultado es el vacío y no la felicidad. Pero lo que sucede realmente es que el pensador, el objeto pensado y el pensamiento mismo, se sumergen conjuntamente en la Fuente, que es la consciencia y la felicidad, y por tanto este estado no es inerte ni vacío.

Nuestra verdadera naturaleza es liberación, pero nosotros imaginamos estar esclavizados y realizamos tremendos esfuerzos para liberarnos, aunque de hecho siempre somos libres. Esto sólo puede entenderse cuando se alcanza ese estado. Entonces nos sorprendemos de haber estado buscando frenéticamente lo que ya teníamos, lo que éramos y lo que somos.


Devaraja Mudaliar – Día a día con Bhagavan Ramana Maharsi


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