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viernes, 23 de octubre de 2015

Shiva, Dionisos y Jesús; tres caras de un mito (Alain Daniélou)





El mensaje de Jesús se opone al de Moisés y, más tarde, al de Mahoma. Era un mensaje de liberación y de revuelta contra un judaísmo convertido en monoteísta, desecado, litúrgico, fariseo, puritano. El cristianismo, en su forma romana, se opuso inicialmente a la religión del Estado. No sabemos gran cosa sobre las fuentes de las enseñanzas de Jesús ni sobre los años transcurridos “en el desierto”, mirando hacia Oriente. El mito cristiano parece muy vinculado a los mitos dionisíacos. Jesús, como Krishna o Dionisio, es hijo del padre, de Zeus, no tiene esposa, solo la diosa madre encuentra un hueco a su lado. La gente que le escucha y que le sigue –sus “bhaktas”– pertenecen al pueblo llano. Su enseñanza se dirige a los humildes, a los marginados. Su rito es un sacrificio. En la leyenda órfica ocupa un lugar relevante la pasión y la resurrección de Dionisio. Numerosos milagros de éste se atribuyeron a Jesús. Los paralelismos entre las dos mitologías son evidentes. Los mitos y los símbolos relacionados con el nacimiento y la vida del Nazareno –su bautismo, su entorno, su entrada en Jerusalén a lomos de un asno, la Cena (rito del banquete y del sacrificio), la Pasión, la muerte, la resurrección, las fechas y la naturaleza de las fiestas, el poder de curar y de transformar el agua en vino– evocan inevitablemente el modelo dionisíaco.

Parece, pues, que la iniciación de Jesús revistió carácter órfico o dionisíaco, y no esenio, como a menudo se ha sugerido. Su mensaje, que representa una tentativa de regreso a la tolerancia y al respeto por la obra del Padre Creador, fue desnaturalizado por completo después de la muerte de Jesús. El cristianismo posterior a ella se opone frontalmente al que el Maestro predicó: imperialismo religioso, intereses políticos, guerras, masacres, torturas, hogueras, persecución de los herejes y negación del placer, de la sexualidad y de todas las vivencias del goce de lo divino. Nada de eso era así al principio. Durante mucho tiempo se acusó a los cristianos de celebrar sacrificios sangrientos, ritos eróticos y orgías. No es fácil averiguar qué fundamente tenían estas murmuraciones. Más tarde volvieron a desencadenarse en lo concerniente a los círculos secretos de carácter místico e iniciático que intentaban resucitar y perpetuar el cristianismo de los orígenes.



Encontramos de nuevo el simbolismo ternario hindú en la base del concepto de la Trinidad cristiana. El Padre representa el principio generador del mismo modo que Shiva representa el Falo. El Hijo es el dios protector que se encarna y desciende al mundo para salvarlo, como Vishnú y sus avatares. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, es la chispa que une ambos polos y equivale a Brahma (la inmensidad). El Hijo –y lo mismo sucede con Vishnú– tiene muchas cosas en común son Shakti (el principio femenino, la diosa) y representa, por lo tanto, al Andrógino. Su culto se mezcla y confunde constantemente con el de la Virgen Madre. Los esfuerzos realizados por la Iglesia para disimular las fuentes órficas y shivaítas de la doctrina de Jesús han arrinconado en el olvido la verdadera y profunda significación del mito cristiano y desembocado en interpretaciones materialistas y pseudohistóricas carentes de sentido ecuménico.

El politeísmo, sin embargo, aún sigue presente tanto en el mundo católico como en el protestante, cuyos teólogos e ideólogos se han limitado a reemplazar los nombres de los antiguos dioses por los inscritos en el santoral. No existe prácticamente ningún templo cristiano dedicado a Dios. Todos están bajo la égida de la Virgen Madre o de esas divinidades menores a las que llaman santos. En un medio politeísta el cristianismo se funde fácilmente con la religión tradicional, como sucede –por ejemplo– en la India, donde lo mismo se invoca a la Virgen que a Kali, donde se confunden los cultos del Niño Krishna con los del Niño Jesús y donde el espíritu bhûta que se apodera de los participantes en ciertas ceremonias de danza extática toma el nombre de los santos cristianos.



¿Se puede recuperar el mensaje de Jesús? Quizá sí. Para ello sería necesario el retorno a un evangelio mucho menos selectivo y el redescubrimiento de cuanto la Iglesia, cuidadosamente, ha ocultado o destruido en lo tocante a sus fuentes y a su historia, prestando especial atención durante esa tentativa de rescate a los llamados evangelios apócrifos, algunos de los cuales son más antiguos que los canónicos. Eso permitiría regresar a lo que pudo ser la verdadera enseñanza de Cristo, fruto del esfuerzo realizado por éste para adaptar su mundo y su época a la gran tradición humana y espiritual de los cultos shivaítas y dionisíacos. Un Jesús despojado de los falsos valores que a partir de San Pablo rodean y deforman su enseñanza podría reincorporarse con facilidad a dicha tradición. Pero eso, evidentemente, solo podría hacerse al margen de quienes con singular audacia se arrogan el título de representantes de Dios en la tierra y de intérpretes exclusivos de su voluntad. La verdadera religión es la que respeta humildemente la obra divina y su misterio.


Se equivocan quienes piensan que el Occidente moderno es cristiano. Lo fue, sí, en la Edad Media, pero luego dejó de serlo. A partir del año mil, aproximadamente, se difunde por Europa la idea de que el hombre es capaz de dominar el mundo y de rectificar la creación echándole, en cierto modo, una mano a Dios. Esa arrogante conjetura socava la base del cristianismo y la modifica profundamente. Ya nunca volverá a ser una verdadera religión, es decir, una religión ecuménica que se dirija a la totalidad del ser humano integrando a éste en la naturaleza y ayudándole a restablecer sus relaciones con el mundo de los espíritus y de los dioses. El último cristiano cabal, desde este punto de vista, fue san Francisco de Asís. Toda religión es, en principio, un sistema o un modo de aproximarse a los divino. De ahí que una verdadera religión no pueda ser exclusiva ni pretender que tiene el monopolio de Dios, pues la realidad divina es tan polimorfa como los caminos que conducen a ella.


Alain Daniélou - Shiva y Dionisio (la religión de la naturaleza y del eros)

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