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domingo, 28 de agosto de 2016

El Mago: nuestro Yo interior (Deepak Chopra)




Hay un mago dentro de nosotros, un mago que lo ve y sabe todo. Una vez que descubramos nuestro mago interior, la enseñanza vendrá por sí sola. ¿Por qué necesitamos el sendero del mago? Para elevarnos sobre lo ordinario y lo confuso, y encontrar la clase de trascendencia que solemos relegar al campo de lo mítico, pero que en realidad tenemos a mano, aquí y ahora. Una vez hallado el guía interior, nos habremos encontrado a nosotros mismos. El yo es el sol del resplandor permanente que, aunque eclipsado, cuando se despejan las sombras se muestra en toda su gloria.
    El sendero del mago es el camino del espíritu. Pero la espiritualidad no se opone a la racionalidad; es el marco más grande dentro del cual encaja la razón, como una de muchas otras piezas.
   
Al mago que llevamos dentro también podríamos llamarlo testigo. El papel del testigo es no intervenir en el mundo cambiante, sino ver y comprender. El testigo no descansa, permanece despierto aun mientras soñamos o dormimos sin soñar. Por lo tanto, no necesita ver a través de nuestros ojos, lo cual parece bastante mágico. ¿No son acaso los ojos los órganos esenciales para ver? La sabiduría del mago permanece presente incluso durante el sueño. La inteligencia universal siempre despierta, consciente y que todo lo sabe, no es para el mago una fuerza creadora distante. Vive en cada átomo. Es el ojo detrás del ojo, el oído detrás del oído, la mente detrás de la mente. Por lo tanto, en el sentido más profundo, podemos ver mientras dormimos o soñamos, porque ver significa estar despiertos a la inteligencia universal. Cuando el testigo está totalmente presente, todo es comprensible.




El conocimiento del mago es sabiduría pura que no depende de los hechos externos. Es el agua de la vida tomada directamente de su fuente. Sin importar los cambios que ocurren en el universo, la sabiduría del mago no puede cambiar. El paisaje va y viene pero el observador es siempre el mismo.
    En el estado normal de vigilia, todos vemos objetos, pero el testigo ve luz. Se ve a sí mismo como un foco de luz y al objeto como otro, pero todo dentro del contexto de un gran ámbito cambiante donde solo hay luz. La luz es una metáfora para hablar de los estados elevados del ser. La luz puede asumir la imagen del cielo o de otro mundo, pero para el mago el mundo corriente también es solo una imagen, proyectada igualmente desde la consciencia.

Si la vista hace visible al mundo, ¿qué o quién es el creador de la vista? ¿quién vio al ojo antes de que éste pudiera ver? La respuesta es la consciencia. El vidente tras el ojo es simplemente la consciencia misma, la cual da vida a nuestros sentidos para que ellos puedan dar vida a todo lo que nos rodea. Todos nuestros sentidos estaban contenidos en forma de información codificada, en una primera célula fecundada. La información no es más que consciencia hecha manifiesta en una forma almacenable.

¿Por qué existe el mundo? Porque una vasta consciencia quiso escribir el código de la vida y desplegar sus hebras en la página del tiempo. De ahí que el mago no pueda saber dónde termina su cuerpo y dónde comienza el mundo. El mago tiene una relación peculiar con su cuerpo. Lo ve como un haz de consciencia que adopta una forma en el mundo. El mago no se ve a sí mismo como un suceso local que sueña con un mundo más grande. El mago es un mundo que sueña con sucesos locales. No hay fronteras que lo limiten.




A los ojos del mago, el cuerpo mortal no es mejor que un perchero para colgar las creencias, los temores, los prejuicios y los sueños.
Si se cuelgan demasiados abrigos en un perchero, éste desaparece de la vista. Eso es lo que los mortales han hecho con sus cuerpos. Es imposible ver la verdad del cuerpo humano –que es un nido de consciencia que corre a través del tiempo– debido al exceso de peso del pasado que se ha acumulado sobre él.

A fin de romper el encantamiento es necesario pasar de identificarnos con lo temporal a identificarnos con lo eterno. Por lo tanto, el mago emprende un viaje que lo lleva a descubrir la verdad sobre el tiempo. Según la experiencia del mago, el tiempo es la eternidad cuantificada. Todos estamos rodeados por lo eterno, la pregunta es qué hacer con él.
    Para nosotros el tiempo fluye de manera lineal, pero Einstein demostró que el tiempo es relativo. Pero,¿en realidad es posible que esta nueva forma de concebir el tiempo nos permita superar la muerte? Para el mago la muerte es solo una creencia. La inmortalidad está en el núcleo de la vida humana, pero está envuelta en sucesivas capas de creencias contrarias a ella. Esas creencias se refuerzan en la vida cotidiana: vivimos nuestros temores, deseos, sueños, asociaciones inconscientes y, por último, la creencia profunda de que debemos morir. La mente racional seguramente defendería esta postura sosteniendo que la muerte nos rodea por todas partes.





Pero analiza más de cerca tus dudas racionales. Detrás de ella está el que duda, detrás del que duda está el que piensa; detrás del que piensa hay una chispa de consciencia pura que debe ser consciente para que haya un pensamiento. Yo soy esa chispa de consciencia. Soy inmortal e inmune al tiempo. No te limites a especular sobre mí, a juzgar si debes aceptarme o rechazarme. Sumérgete hasta el fondo, desecha tus capas de duda. Cuando finalmente nos encontremos, sabrás quién soy. Y entonces mi inmortalidad no será una simple noción, sino una realidad viva.



Deepak Chopra – El Sendero del Mago

miércoles, 24 de agosto de 2016

Tu Yo Sagrado (Wayne Dyer)



La libertad es la capacidad para abandonar la única habitación de la conciencia en la que uno nació. En esa habitación se aprende cuáles son los límites de la vida. Fuera de esa habitación se aprende que la vida cuenta con posibilidades ilimitadas. El precio de la libertad es muy alto. La libertad solo puede alcanzarse cuando se sueña sin esperanza, cuando se está dispuesto a perderlo todo, incluso los sueños.
    Para algunos de nosotros el soñar sin esperanza, el luchar sin ninguna meta en la mente es la única manera de mantenernos a la altura de la libertad. La libertad, si se la define como ausencia de cadenas, existe para muchos. Pero si la libertad significa librarse de aquello que nos constriñe la conciencia diaria, si la libertad significa tener visiones ilimitadas y vivir en una dimensión espiritual radicalmente nueva, entonces la libertad existe para muy pocos.
    Cuando no se tiene nada que perder, se es libre por completo, y cuando no preocupa la propia importancia se tiene libertad total. Se tiene un propósito, se vive en júbilo, y uno espera que el mundo sea un lugar divino donde amar a los otros. En realidad está creando de nuevo su mundo con su recién hallada libertad.

Verse a sí mismo como un ser espiritual sin etiquetas es una manera de transformar el mundo y alcanzar un lugar sagrado. Comencemos por tomar la decisión de ser libres despojándonos del pasado. Cuando uno se deshace de su historia sabe que no es ni su nombre, ni su cuerpo, ni su mente, ni su ocupación, ni sus relaciones, ni su identidad étnico-cultural. Así pues, ¿quién somos? Lo que queda es lo invisible, lo intangible.



Cundo uno descubre su yo más sublime, experimenta esa energía interior y permite que le guíe en su vida. El adjetivo más corriente para describir esa fuerza interna es “espiritual”. Cuando hablo de espiritualidad y de ser espiritual describo, una actitud hacia Dios, un viaje interior de iluminación. Hablo de desarrollar las cualidades divinas de amor, perdón, bondad, y éxtasis que tenemos dentro. La espiritualidad no es cuestión de dogmas ni de ideas. Es luz, júbilo y concentración en la experiencia del amor y el éxtasis internos, y transmitir esas cualidades al exterior.
    Al viaje destinado a descubrir su yo más sublime lo llamo “búsqueda sagrada”. Verás que la totalidad del universo está contenido en nosotros mismos. Sabrás que todo no son más que emanaciones de nuestra existencia. Te darás cuenta de que somos quien se refleja en todas partes y que es el propio reflejo el que pasa ante nuestros ojos.

Tienes dentro de sí este poder de trascendencia sobre la vida dominada por el ego. Puedes darte la vuelta y mirar hacia el interior, descubrir nuestra naturaleza espiritual. Entonces podrás vivir cada uno de los días con la sensación de éxtasis que se deriva de hallarte en el sendero de la búsqueda sagrada. Hacer explotar la luz implica entender quién es uno y qué está haciendo aquí, en esta cosa llamada cuerpo, en este lugar llamado mundo, en este momento de nuestra vida. Pero nuestra alma interior sabe que eres eterno. En esa faceta del yo careces de forma, no tienes límites. Sin límites no hay nacimiento ni muerte. ¡Nuestro yo espiritual nunca nació, nunca morirá!
    El saber esto de una forma que no deje lugar para la duda te capacitará en gran manera para la búsqueda sagrada. Cuando llegues a ese estado sabiendo que quien somos es el yo inmutable, tendrás un propósito en la vida.



Cuando cultivamos la condición de testigos comprensivos, adquirimos la conciencia de que somos algo más que nuestros pensamientos, sentimientos y sensaciones. Más que unos cautivos del conjunto de creencias y comportamientos adquiridos practicados a lo largo de la vida. Adquiriremos una visión más amplia de quién somos, y esta nueva percepción conducirá y a niveles de vida más elevados, nos pondrá en contacto con nuestra alma eterna. Al conocer ese yo espiritual, seremos capaces de elevarnos a alturas que creencias anteriores nos impedían ver.

Cuando cultivamos la condición de espectador comprensivo, nos acercamos a la verdadera experimentación de otra dimensión, no estorbada por las limitaciones del mundo material, en la que se ve el cuerpo y los pensamientos sin identificarse con ellos. Hay una realidad espiritual disponible cuando nos separamos del yo material. La conexión con el plano superior la establecemos solo desde esa posición; la energía divina que hay en nuestro interior nos envuelve en amor y paz mientras observamos los pensamientos, sentimientos y sensaciones del cuerpo.

Cuando se produce una profunda revelación se ha de adoptar una actitud muy seria respecto de la propia vida. En el instante en que reconocemos que estamos viviendo la verdad tal cual es, tenemos que darnos cuenta de la trascendencia de lo que nos está siendo revelado.

    Dentro de nosotros existe la dimensión eterna e inmutable de nuestro yo espiritual. Éste es el yo invisible que le habla al yo físico. Es el pensador de los pensamientos. Cuando uno es realmente capaz de creer en el dominio espiritual del espectador, entonces nada va mal, porque el mal carece de sentido para el observador. Todo tiene su orden. Es como vivir en el paraíso, donde está la eternidad y el alma, al tiempo que uno se encuentra en el cuerpo físico. Pero en este espacio, el cuerpo no es el centro de la existencia.


Wayne Dyer – Tu Yo Sagrado

jueves, 18 de agosto de 2016

Recobrar la Mente (Ramiro Calle)



La mente es desarrollable, purificable y factible de ser puesta al servicio de la evolución interior y el perfeccionamiento. Claro que solo algunos seres humanos se deciden a hacerlo. Los restantes siguen aceptando un mente semidesarrollada, crepuscular, en continuo deterioro.

La mente es una gema preciosa. La mente es una orquídea espléndida, solo en proyecto. Lo que la mente termine siendo dependerá del trabajo que se lleve a cabo con ella. Este trabajo nadie puede realizarlo por nosotros, nadie puede purificarla por nosotros. La mente es un gran misterio, sí, pero cada uno puede revelarlo por sí mismo. Si en el mundo hay tantos problemas, desencuentros y horrores, es porque comienzan en la mente. ¿Cómo podremos solucionarlos en el exterior? Mentes conflictivas, neuróticas y ávidas hacen una sociedad conflictiva, neurótica y ávida.
    Debemos aprender a bregar con nuestra mente, es insatisfactoria e indócil, pero puede volverse dócil y dichosa. La mente admite una radical transformación; tal como es ahora, también podría ser de otra forma. Todas las facultades de la mente pueden desarrollarse, pero lo más importante y prometedor: se pueden modificar los cimientos de la mente y proporcionarle una nueva manera de vivenciar, mirar, relacionarse. No hay que ser triunfalistas, no es un trabajo fácil, pero la mente del año próximo será como nosotros vayamos haciéndola a cada momento. Recogeremos la mente que cultivemos, como ahora hemos recogido la mente que hemos permitido.




La mente ha ido construyendo autodefensas, parapetos, se ha atrincherado. Ha construido su propia cárcel; más aún: ella misma es la cárcel. Complaciéndose neuróticamente en su propio egocentrismo sin límite, en su paranoica autoimportancia, una mente tal se contrae, se enrarece, se petrifica. Entonces conecta, por así decirlo, con longitudes de onda lerdas, insensitivas, egocéntricas, torpes, mezquinas. Pero si estamos más abiertos y fluidos, si hacemos la mente más expansiva, conecta con longitudes de onda creativas, amorosas.

La mente es una gran jaqueca, ésta vive a la sombra del pasado que anega el presente y condiciona el futuro. Se resiste al momento y añora momentos anteriores o se ilusiona con momentos posteriores, impidiendo así su madurez. Se obsesiona por el logro, por la meta, y deja de apreciar el camino, el proceso. Cuando conquista el logro se sacia, se hastía y se propone otro logro; cuando no alcanza el logro se siente frustrada, lastimada, deprimida; ha entrado en una dinámica peligrosa. Tanto quiere disfrutar, que no disfruta; tanto teme sufrir, que sufre más; tanta demanda de seguridad exige que cada día está más insegura.



Tal como se encuentra ahora, la mente está enferma. No es una exageración. Es una mente herida, desgastada y sometida a sus propias limitaciones y paranoias. De algún modo todavía se está a tiempo y es posible modificarla. Por eso hablo de recobrar la mente, de recuperar su estado original de salud total, entendimiento correcto y cordura. En todo ser humano puede ser restablecido o rescatado ese elemento de cordura. Mediante el método adecuado es posible alertar la mente, amplificar la conciencia, ganando terreno al inconsciente, aproximarse al propio ángulo de quietud interior y reencontrar la inteligencia primordial.

El trabajo interior debe consistir en “desembobinar” la bobina de autoengaños reactivos, acrecentar la conciencia para obtener un nuevo modo de ver y comprender, desalojar los pensamientos y emociones negativas mediante el cultivo de los positivos, ejercitar metódicamente la atención mental para mejorar la relación con nosotros mismos y con los demás, desenraizar los venenos de la mente y conquistar la clara energía de la ecuanimidad.

Aquietarse, detenerse, remansarse, estar, ser… es un medio para reconectar con nuestro propio ángulo de quietud y empezar a transformarse. Cuando las modificaciones de la mente van cediendo y nos vamos desprendiendo de la fuerza centrífuga del pensamiento y cortando con todo lo exterior, vamos sumergiéndonos en lo más profundo de nosotros, atravesamos el núcleo caótico y confuso y, en un gradual y saludable vaciamiento vamos estableciéndonos en nuestra naturaleza más genuina, en un estado de paz y de dicha. Este arte de la detención se ejercita y se aprende. La quietud se torna en ojo de buey hacia otro modo de vivenciar y ser. Cualquiera puede aprender.




Cuando con un entrenamiento adecuado y el trabajo interior vamos recobrando la mente, comienza a emerger una nueva forma de espontaneidad y expresión muy pura. También brota, como una bella luz, la percepción pura, no contaminada por el fango del inconsciente, ni condicionada por el pasado. Para ello hay que ganar una dimensión de la mente libre de las tensiones comunes, y son posibles percepciones que escapan a la mente ordinaria. Esa dimensión supraconceptual se gana mediante un entrenamiento, un trabajo interior que proponga: el desarrollo metódico de la atención pura; el establecimiento en la firme ecuanimidad; la actitud meditativa en la vida diaria; el desenraizamiento de las negaciones y los venenos mentales, el cultivo de sentimientos nobles y positivos; la práctica de métodos y técnicas de contramecanicidad, como el yoga y otras artes.


Ramiro Calle – Recobrar la Mente

domingo, 7 de agosto de 2016

La Ley de la Resonancia (Pierre Franckh)


Según los más recientes conocimientos de la física cuántica, de la biología cuántica, de la matemática moderna y de la epigenética, se hace cada vez más evidente que invariablemente es el poder de los patrones de las convicciones humanas el que nos lleva a ser lo que nosotros creemos que somos: desde la salud hasta la enfermedad, desde las defensas inmunitarias hasta nuestro equilibrio hormonal, desde nuestra capacidad de autocuración hasta nuestra capacidad de ser felices.
    Los verdaderos límites se hallan solo en nuestra cabeza. Por lo demás, tenemos ante nosotros un caudal de posibilidades ilimitadas. Con nuestras convicciones no solo influimos en nuestra propia vida, sino en todo nuestro entorno. Con nuestra fuerza mental y nuestros sentimientos tenemos la posibilidad de acometer en nuestra vida todos los cambios que tanto deseamos.

A través de la Ley de la Resonancia entendemos que todo en el universo se comunica entre sí por medio de vibraciones. Todas las cosas y todos los seres vivos tienen una vibración propia. Existe un campo cuántico que une todo con el todo.
    Este campo de energía recibe varios nombres: matriz divina, holograma cuántico, etc., pero lo especial es que no se parece a ninguna de las formas de energía conocidas hasta la fecha. Este campo energético, que parece funcionar como una red compacta, tiende una especie de puente entre el mundo interno y el externo, nos permite estar unidos con el todo, ya sea de manera consciente o inconsciente, de tal manera que podemos modificar nuestro ADN solo con la fuerza mental. Lo que sentimos, pensamos o decimos de manera persistente, o nuestra convicción, será captado por nuestro ADN intensificando nuestro campo de resonancia. Por ello, cada pensamiento de pérdida refuerza una nueva pérdida y cada convicción con respecto a una victoria refuerza una nueva victoria. Por esta razón, todo lo que queremos modificar en el mundo exterior solo puede ser modificado por medio de nuestro modo de pensar.



Nuestro ADN esté en condiciones de establecer conexiones con todo lo que existe. Esta comunicación tiene lugar fuera del espacio y el tiempo, en una dimensión superior. Mientras mantengamos nuestros deseos y visiones –o también nuestros miedos y temores– nuestro campo de resonancia atraerá lo que tenga una vibración semejante. Invariablemente, es la fuerza de las convicciones humanas lo que hace que nos convirtamos en aquello en lo que creemos.
    Ya sea por la energía de nuestro corazón, por nuestro ADN o por nuestro cerebro, gracias a la fuerza del pensamiento, continuamente –tanto si queremos como si no– enviamos impulsos hacia el exterior, y éstos chocan con la energía de otras personas, que no pueden evitar vibrar cuando se encuentran en el mismo campo de resonancia.

Si utilizáramos esta capacidad de manea concreta, disponemos de la posibilidad de transformar nuestra vida según nuestra voluntad. La premisa para ello es que conozcamos el verdadero alcance de nuestras convicciones y de nuestros pensamientos y dirigirlos de manera consciente.
    La energía no indaga sobre moralidad o provecho, reacciona solo de acuerdo con los impulsos que emitimos. La Ley de la Resonancia dice siempre “sí”; además, podemos abandonar otra vez este mundo que hemos creado. Solo hemos de hacer una cosa: modificar un poco nuestras perspectivas. La clave está en darnos cuenta de cómo podemos transformar de manera consciente nuestro campo de resonancia, de modo que atraigamos a nuestra vida las experiencias que deseamos. En cuanto nos consideremos como parte de este mundo y no como algo separado de él, habremos dado el primer paso para atraer a nuestra vida todos nuestros deseos y anhelos. Cuando comprendamos de qué manera estamos unidos con todo, tendremos acceso a la mayor fuerza del universo.



Se ha descubierto que nuestro cerebro es moldeable, tiene la capacidad de variar de manera radical sus conexiones y de crear nuevos enlaces de neuronas, cuando hacemos o pensamos cosas nuevas durante un tiempo. En un plazo breve, la nueva habilidad, los nuevos pensamientos o las nuevas convicciones se convertirán en una verdad llena de fuerza, el cerebro se ajusta a ello. Solo el trabajo constante con las nuevas convicciones deseadas nos permite eliminar las viejas muestras no deseadas. Las afirmaciones nos ayudan a transformar nuestra fe de la manera más rápida. Cuando no disponemos de algo, es que no hemos creado el campo de resonancia adecuado para ello.

En tu mundo solo puede suceder aquello que tú mismo eres. Cualquier otra cosa no puede realizarse. Cuanto antes entres en resonancia contigo mismo, antes tu mundo cambiará de tal manera que te parecerá un milagro.

    ¿Es posible cambiar el mundo de manera duradera por medio del pensamiento positivo?


Pierre Franckh – La Ley de la Resonancia