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lunes, 12 de septiembre de 2016

El fin de la alienación (Erich Fromm)




El hombre debe superar la enajenación, que lo convierte en un impotente adorador de ídolos. En la esfera psicológica eso significa que debe vencer las actitudes pasivas y orientadas mercantilmente que ahora lo dominan, y elegir en cambio una senda madura y productiva. Debe emerger de una orientación materialista y alcanzar un nivel en donde los valores espirituales –amor, verdad y justicia- se conviertan realmente en algo de importancia esencial. Pero cualquier tentativa de cambiar solo una sección de la vida, la humana o la espiritual, está condenada al fracaso.

Debemos pensar en los cambios económicos y políticos necesarios para vencer el hecho psicológico de la enajenación. No desperdiciaremos los progresos tecnológicos de la producción mecánica en gran escala y de la automación. Pero es menester que descentralicemos el trabajo y el estado a fin de darles “proporciones humanas”.
    En la esfera económica se requiere un socialismo democrático caracterizado por la dirección conjunta de todos los que trabajan en una empresa, a fin de dar lugar a su participación activa y responsable. En la esfera política, la democracia efectiva puede ser establecida cuando millares de pequeños grupos se traten cara a cara, que estén bien informados, que mantengan discusiones serias y cuyas decisiones se integren en una nueva “cámara de representantes o diputados”. Para un renacimiento cultural, deben combinarse la educación del trabajo para los jóvenes, educación para los adultos y un nuevo sistema de arte popular y ritual secular a través de toda la nación.



Así como el hombre primitivo era impotente ante las fuerzas naturales, así el hombre moderno está desamparado ante las fuerzas económicas y sociales que él mismo ha creado. Adora la obra de sus propias manos, reverencia los nuevos ídolos, y sin embargo jura por el Dios que le ordenó destruir todos los ídolos. El hombre solo podrá protegerse de las consecuencias de su propia locura creando una sociedad sana y cuerda, ajustadas a las necesidades del hombre; una sociedad en la cual se hallen arraigados por lazos fraternales y solidarios más que por ataduras de sangre y suelo; una sociedad que le ofrezca la posibilidad de trascender la naturaleza, mediante la creación antes que por la destrucción, en la cual cada uno tenga la sensación de ser él mismo al vivirse como el sujeto de sus poderes antes que por conformismo, donde exista un sistema de orientación y devoción que no exija la deformación de la realidad y la adoración de ídolos.

La construcción de una sociedad tal significa emprender la etapa siguiente: el fin de la historia “humanoide”, la fase en la que el hombre no ha llegado a ser plenamente humano. No significa el “fin de los días”, el “completamiento”, el estado de armonía perfecta donde el hombre esté libre de conflictos o problemas. Por el contrario, es destino del hombre que su existencia se halle acosada por contradicciones que está obligado a enfrentar, sin poder resolverlas jamás.
     Una vez que haya superado el estado primitivo de sacrificio humano, sea en la forma ritualista de las inmolaciones humanas o en la forma secular de la guerra, cuando haya sido capaz de regular su relación con la naturaleza de manera razonable en lugar de ciegamente, cuando las cosas se hayan convertido verdaderamente en sus servidores y no en sus ídolos, entonces tendrá ante sí los conflictos y problemas verdaderamente humanos, deberá ser temerario, valiente, imaginativo, capaz de sufrir y gozar, pero sus fuerzas estarán al servicio de la vida, no de la muerte. La nueva fase de la historia humana, si es que llega a ocurrir, no será un final sino un nuevo comienzo.



La nueva armonía es diferente de aquella del Paraíso. Se puede alcanzar solo si el hombre se desarrolla plenamente hasta llegar a ser verdaderamente humano; si es capaz de amar, si sabe la verdad y hace la justicia, si desarrolla la fuerza de su razón hasta un punto que lo libere de la esclavitud del hombre y la esclavitud de las pasiones irracionales.
    Cuando el hombre haya superado la escisión que lo separa de sus semejantes y de la naturaleza, entonces se hallará en paz con aquellos de quienes estaba separado. La paz es el resultado de una transformación del hombre en la que la unión ha tomado el lugar de la alienación. De allí que la idea de paz no pueda ser separada de la idea de que el hombre tome conciencia de su humanidad.

La idea de la nueva armonía del hombre con la naturaleza significa no solo el fin de la lucha del hombre contra la naturaleza sino también que la naturaleza no se apartará del hombre, convirtiéndose en cambio en la madre que es todo amor y alimento. Dentro del hombre la naturaleza dejará de ser lisiada, y fuera de él dejará de ser estéril.


La paz es algo más que la ausencia de lucha; es el logro de una armonía y unión verdaderas, es la experiencia de ser uno con el mundo y dentro de uno mismo; es el fin de la alienación, el retorno del hombre a sí mismo.


Erich Fromm – La condición humana actual

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