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miércoles, 29 de marzo de 2017

La fe es creer en lo que sabemos que no existe (Juan Eslava Galán)



Vengo observando, con creciente desasosiego, que muchas ovejas de la grey cristiana abandonan su aprisco y prescinden del director espiritual, descuidan los sacramentos para limitarse a practicar un catolicismo tibio y acomodaticio o directamente no practican nada, engolfados como están en esta sociedad laica que adora al Becerro de oro y corre irreflexivamente tras los placeres del mundo. 
    La verdad es que somos cristianos por pura rutina, por mero acomodo social, porque hemos nacido aquí, en la católica España. Precisamente por eso parece mentira que seamos tan dejados en la práctica de nuestros deberes religiosos. Somos católicos porque nos bautizan, porque hacemos la primera comunión, porque nos confirma el obispo, porque nos casa el cura… Somos católicos porque, en fin, nos dicen una misa de cuerpo presente que, ya finados y confinados en el ataúd, no podemos rehuir y, finalmente, un oficio de difuntos.

Eso es todo: un catolicismo pautado y rutinario, burocrático y registral. ¿Qué panorama contemplamos cuando observamos la comunidad católica? Vivimos como paganos, solo preocupados por los placeres y por las comodidades, como si no existiera otra Vida, como si no hubiera un Infierno para castigar al que no obedece los preceptos de la Santa Madre Iglesia y una Gloria para premiar a los corderos sumisos al pastor.
    El panorama no puede ser más desolador: abandono de las visitas al sagrario y del rezo del Santo rosario en familia, sacramentos diferidos sine die, especialmente el de la penitencia, olvido del cumplimiento pascual, disminución de los óbolos y donaciones a la Iglesia, tibieza en el cumplimiento de los deberes religiosos, aumento escandaloso de las bodas civiles… drástico recorte de las decenas de misas que antes se encargaban en sufragio de las ánimas del purgatorio…
- Bueno, yo no es que sea muy practicante, pero católico soy ¿eh?- dicen las encuestas.
- ¿Católico? ¿Tú te llamas católico, desgraciado? ¿Qué sabes de los dogmas, qué de los misterios, qué de las Escrituras que son el fundamento de nuestra Santa Madre Iglesia?
Nada.
Nada de nada. Cuatro recuerdos desvaídos de la catequesis que te administró aquel cura sobón cuando tenías seis o siete años y pare usted de contar.



En los últimos decenios hemos asistido a la desaceleración de la Iglesia. Hemos asistido a la dispersión de su rebaño, hemos asistido, lo que es peor, a la disminución de las vocaciones y a la deserción de un sin número de pastores que, captados por los cantos de sirena de la sociedad hedonista ahorcaban los hábitos y abandonaban su sagrado ministerio para entregarse a los vicios que antes zaherían desde el púlpito y solo practicaban (algunos) en la intimidad de sus conciencias. Ahora no. Desparecidas las tonsuras, adoptados los atuendos seglares y las formas profanas salen al mundo con hambre atrasada de placeres, como berracos…

En este negocio las ovejas sumisas (o sea, los católicos observantes) nos salvamos, pero los que se apartan del redil se condenan para siempre jamás. O sea, de un lado, a la derecha del Padre, los católicos sumisos que obedecemos al mayoral (el Papa) y a sus gañanes (los integrantes de la Conferencia Episcopal), los que sostenemos a la Iglesia con nuestro óbolo, ovejas camino de la salvación. Del otro lado, a la izquierda del padre, el resto: cabritos destinados al Infierno, a la caldereta de Satanás.

Hoy los teólogos y los fieles reclaman una revisión de las fuentes del cristianismo y los princip0ios sobre los que se asientas sus creencias. Incluso existe una nueva hornada de teólogos laicos comprometidos con la verdad que escudriñan los textos y profundizan en ellos desde un punto de vista científico e histórico.
    Los católicos no debemos temer el resultado de esas investigaciones que iluminan con luz vivísima y certera los fundamentos de nuestra fe. Ya sabemos que la religión es solamente un producto cultural nacido del terror primigenio de los primeros humanos inermes ante una naturaleza hostil que no acertaban a comprender, pero esa certeza robustece nuestra fe. Si nuestros pastores se mantienen imperturbables en la verdad católica, no va a ser solo porque viven de ella, ¿no es cierto?




¿Qué documentos testimonian la presencia de Jesús en la Tierra. El Nuevo Testamento, especialmente los Evangelios. Admitamos que los evangelistas tendieron las redes de su apostolado y en su afán por captar adeptos colmaron sus textos de milagros, apariciones, sucesos sorprendentes y otras fantasías conducentes a convencer a las gentes sencillas de que Dios los reclamaba para su balador rebaño…
    Constataremos que el Jesús histórico, el devoto judío que sanó, exorcizó y prodigió por los caminos de Tierra Santa, guarda escasa relación con el Cristo ideado por San Pablo, el verdadero inventor del cristianismo. El primer siglo de cristianismo silencia la figura histórica de Jesús. Solo muchos años después de su muerte se redactan escritos, a menudo contradictorios y plagados de fantasías, que narran su vida y milagros. En la Iglesia se impone la visión de San Pablo para el que Jesús, ahora llamado Jesucristo, es Dios mismo, la entidad que habita en el Reino de los Cielos, el Ser Supremo. Pablo habla de Cristo y apenas menciona a Jesús. El Jesús de carne y hueso le interesa poco o nada.

Los académicos liberales creen que Jesús fue un reformador social y se preguntan, ¿cómo pudo derivar hasta transformarse en el Cristo cósmico? Algunos autores dudan de la existencia real de este Jesús apenas mencionado en los textos de escritores e historiadores de la época. Los que lo mencionan lo hacen de pasada o en textos algo más extensos falsificados por los copistas cristianos.




Fábulas, mentiras, falsificaciones… ¿sobre estos cimientos se fundamenta el cristianismo? Sí, admitámoslo. ¿Qué el cristianismo se basa en una sarta de mentiras y supercherías? Vale, es cierto, ¿qué pasa? Será todo mentira, pero, a pesar de ello, la Iglesia Católica resiste incólume los embates del vendaval de la historia.
    ¿A qué se debe esa paradoja? No existe paradoja alguna. Lo que permite que de esa ensalada de mentiras florezca una Iglesia siempre renovada es la firme mano de Dios que blande su nudosa y pastoril cayada para guiar a su balador rebaño, Dios nuestro pastor que lanza la certera pedrada de su castigo contra los que se descarrían.


A la luz de la ciencia, el cristianismo se nos revela como un potaje integrado por ingredientes de muy diverso origen: judaísmo, cultos mistéricos, paganismo, gnosticismo… La grandeza del mensaje cristiano reside precisamente en mantener estos dogmas como verdades a que nos obliga la fe. ¿La razón lo rechaza? Pues doblega tu razón y acepta que todo eso es cierto. Es el fundamento de tu religión ¡Nada menos! Y con la fe no se juega. ¿En qué consiste la fe? Muy sencillo: “La fe es creer en lo que sabemos que no existe”.


Juan Eslava Galán – El Catolicismo explicado a las ovejas

jueves, 23 de marzo de 2017

Música "Made in Sevilla"

Aquí os traigo una recopilación de listas de reproducción que he ido confeccionando estas últimas semanas sobre la música creada en Sevilla y por sevillanos principalmente en los últimos 50 años, al menos de autores y grupos que han alcanzado cierta o mucha notoriedad en el panorama nacional e internacional, y que permite calibrar el alto nivel alcanzado. Creo que es una muestra muy interesante y permite oír detenidamente en una misma página, circunstancia que no he logrado encontrar en otro lugar. Aunque se presentan estilos muy diversos, hay como un espíritu común que las une en un todo coherente, un perfume de aire sevillano.


Smash




Triana




Lole y Manuel




Guadalquivir




Silvio Fernández




Cuarto Menguante




Kiko Veneno




Pata Negra




Círculo Vicioso




Benito Moreno




Gualberto




José Manuel Soto




El Pali




Romero San Juan




Goma




Storm

lunes, 20 de marzo de 2017

!Danos alma, Don Quijote! (Miguel de Unamuno)




Si uno denuncia un abuso, persigue la injusticia, fustiga la ramplonería, se preguntan los esclavos: ¿qué irá buscando en eso? ¿a qué aspira? Unas veces creen y dicen que lo hace para que le tapen la boca con oro; otras que es por ruines sentimientos y bajas pasiones de vengativo envidioso; otras que lo hacen no más que por meter ruido y que de él se hable, por vanagloria; otras que lo hace por divertirse y pasar el tiempo, por deporte. ¡Lástima tan grande que a tan pocos les dé por deportes semejantes!

Si no hubiera beneficios sino por la gratitudes que de ellos habríamos que recoger, ¿para qué nos servirían en la eternidad? Debe hacerse el bien no solo a pesar de que no nos han de corresponder en el mundo sino precisamente porque no han de correspondérnoslo. El valor infinito de las buenas obras estriba en que no tienes pago adecuado en la vida, y así rebosan de ella. La vida es un bien muy pobre para los bienes que en ella cabe ejercer.

Una locura cualquiera deja de serlo en cuanto se hace colectiva, en cuanto es locura de todo un pueblo, de todo el género humano acaso. En cuanto una alucinación se hace colectiva, se hace popular, se hace social, deja de ser una alucinación para convertirse en una realidad, en algo que está fuera de cada uno de los que la comparten. Hace falta llevar a las muchedumbres, llevar al pueblo, llevar a nuestro pueblo español, una locura cualquiera, la locura de uno cualquiera de sus miembros que esté loco, pero loco de verdad, no de mentirijillas. Loco, y no tonto.




Te debe importar poco lo que eres; lo cardinal para ti es lo que quieras ser. El ser que eres no es más que un ser caduco y perecedero que come de la tierra y al que la tierra se lo comerá un día; el que quieres ser es tu idea en Dios, Conciencia del Universo: es la divina idea de que eres manifestación en el tiempo y en el espacio. Y tu impulso querencioso hacia ese ser que quieres ser no es sino la morriña que te arrastra a tu hogar divino. Solo es hombre hecho y derecho el hombre cuando quiere ser más que hombre.
    La absoluta, la completa, la verdadera soledad consiste en no estar ni aún consigo mismo. Y no estarás de veras completo y absolutamente solo hasta que te despojes de ti mismo, al borde del sepulcro.

No hay porvenir, nunca hay porvenir. Eso que llaman el porvenir es una de las más grandes mentiras. El verdadero porvenir es hoy. ¿Qué será de nosotros mañana? ¡No hay mañana! ¿Qué es de nosotros ahora? Esta es la única cuestión.
    Lo más urgente es lo de ahora y lo de aquí; en el momento que pasa y en el reducido lugar que ocupamos en nuestra eternidad y nuestra infinitud.

¡No hay otro yo en el mundo! He aquí una sentencia que deberíamos no olvidar nunca, y sobre todo cuando al acongojarnos por tener que desaparecer un día, nos vengan con la ridícula monserga de que somos un átomo en el Universo, y que sin nosotros siguen los astros su curso y que el Bien ha de realizarse hasta sin nuestro concurso, y que es soberbia imaginar que toda esa inmensa fábrica se hizo para nuestra salud. ¡No hay otro yo en el mundo! Cada uno de nosotros es único e insustituible.
    ¡No hay otro yo en el mundo! Cada cual de nosotros es absoluto. Si hay un Dios que ha hecho y conserva el mundo, lo ha hecho y conserva para mí. ¡No hay otro yo! Los habrá mayores y menores, mejores y peores, pero no hay otro yo. Yo soy algo enteramente nuevo; en mí se resume una eternidad de pasado y de mí arranca una eternidad de porvenir. ¡No hay otro yo! Esta es la única base sólida del amor entre los hombres, porque tampoco hay otro tú que tú, ni otro él que él.

El ansia de gloria y renombre es el espíritu íntimo del quijotismo, su esencia y su razón de ser, y si no se puede cobrarlos venciendo gigantes y vestigios y enderezando entuertos, cóbraselos endechando a la luna y haciendo de pastor. El toque está en dejar nombre por los siglos, en vivir en la memoria de las gentes. ¡El toque está en no morir! ¡En no morir! ¡No morir!  Ésta es la raíz última, la raíz de las raíces de la locura quijotesca. ¡No morir! ¡no morir! Ansia de vida, ansia de vida eterna es la que te dio vida inmortal, mi señor Don Quijote; el sueño de tu vida fue y es sueño de no morir. 

¿No es acaso la mayor locura dejar perder la gloria inacabable por la gloria pasajera, la eternidad de espíritu para que dure nuestro nombre tanto como dure el mundo, un instante de eternidad?
    Así a nosotros, cuanto más vencidos estemos, cuando el mundo nos aplaste y nos estruje el corazón la vida y se nos derritan las esperanzas todas, danos alma, ¡Caballero!, danos alma y coraje para gritar desde el fondo de nuestra nadería: ¡plenitud de plenitudes y todo plenitud! ¿Qué yo muero en mi demanda? Pues así se hará esta más grande con mi muerte. ¿Qué peleando en pro de mi verdad, me vencen? ¡No importa! Pues ella vivirá y viviendo ella os mostrará que no depende de mí, sino de ella.




¿Para qué afanarse? ¿Para qué todo? Bástele a cada día su malicia. ¿Para qué ir a enderezar los tuertos del mundo? El mundo lo llevamos dentro de nosotros, es nuestro sueño, como lo es la vida; purifiquémonos y la purificaremos. La mirada limpia, limpia cuando mira; los oídos castos, castigan cuanto oyen. La mala intención de un acto ¿está en quien lo comete o en quien lo juzga? La horrible maldad de un Caín o de un Judas ¿no será acaso condensación y símbolo de la maldad de los que han fomentado sus leyendas? ¿No es la maldad nuestra la que nos hace descubrir cuanto hay de malo en nuestro hermano? ¿No es la paja que te anubla el ojo lo que te permite ver la viga del mío? Tal vez el demonio carga con las culpas de los que le temen. Santifiquemos nuestra intención y quedará santificado el mundo, purifiquemos nuestra conciencia, y puro saldrá el ambiente. Los limpios de corazón ven a Dios en todo y todo lo perdonan en su nombre. Las ajenas intenciones caen fuera de nuestro influjo, y solo en la intención está el mal.

La creación toda es algo que hemos de perder un día o que un día o que un día ha de perdernos, pues ¿qué otra cosa es desvanecernos del mundo sino desvanecerse el mundo de nosotros? ¿Te puedes concebir como no existiendo? Inténtalo, concentra tu imaginación en ello y figúrate a ti mismo sin ver ni oír, ni tocar, ni recordar nada; inténtalo, y acaso llames y atraigas a ti esa angustia que nos visita cuando menos lo esperamos, y sientas el mundo que te aprieta el gaznate del alma, por donde resuella tu espíritu.

Y en esa angustia, en esa suprema congoja del ahogo espiritual, cuando se te escurran las ideas, te alzarán de un vuelo congojoso para recobrarlas al conocimiento sustancial. Y verás que el mundo es tu creación, no tu representación. A fuerza de ese supremo trabajo de congoja conquistamos la verdad, que no es, no, el reflejo del Universo en la mente, sino su asiento en el corazón. La congoja del espíritu es la puerta de la verdad sustancial. Sufre, para que creas y creyendo vivas. Frente a todas las negaciones de la “lógica”, que rige las relaciones aparenciales de las cosas, se alza la afirmación de lo “cardíaco” que rige los toques sustanciales de ellas. Aunque tu cabeza diga que se te ha de derretir la conciencia un día, tu corazón, despertado y alumbrado por la congoja infinita, te enseñará que hay un mundo en que la razón no es guía. La verdad es lo que hace vivir, no lo que hace pensar.





Nada pasa, nada se disipa, nada se anonada; eternízase la más pequeña partecilla de materia y el más débil golpecillo de fuerza, y no hay visión, por huidera que sea, que no quede reflejada para siempre en alguna parte. Así como si al pasar por un punto, en el infinito de las tinieblas, se encendiera y brillara por un momento todo lo que por allí pasase, así brilla por un momento en nuestra conciencia del presente cuanto desfila de lo insondable del porvenir a lo insondable del pasado. No hay visión ni cosa ni momento de ella que no descienda de las honduras eternas de donde salió y allí se quede. Sueño es este súbito y momentáneo encendimiento de la sustancia tenebrosa, sueño es la vida, y apagado el pasajero fulgor, desciende su reflejo a las honduras de las tinieblas y allí queda y persiste hasta que una suprema sacudida lo reenciende para siempre un día. Porque la muerte no triunfa de la vida con la muerte de ésta. Muerte y vida son mezquinos términos de que nos valemos en esta prisión del tiempo y del espacio; tienen ambas una raíz común y la raigambre de esta raíz arraiga en la eternidad de lo infinito: en Dios, Conciencia del Universo.



Miguel de Unamuno – Vida de Don Quijote y Sancho

jueves, 16 de marzo de 2017

Hoy es siempre todavía (Bernabé Tierno)




La felicidad es un guiso que cada cual condimenta de acuerdo con su propio carácter, con sus objetivos e ilusiones y con las circunstancias en que se encuentra. No es lo mismo la felicidad que busca y se confecciona a sí mismo el consumidor de placeres que la que pretende el indolente, y mucho menos que la felicidad de las personas comprometidas y solidarias. Los mendigos y vagabundos, los pobres de este mundo, los enfermos y desahuciados, todos sin excepción, pueden ser aceptablemente felices, porque existe ese rango fijo, ese termostato de felicidad personal que a todos nos lleva a recuperar el estado básico de felicidad que nos caracteriza. No obstante, hay un elevado porcentaje de felicidad que depende de nuestra actitud en las circunstancias que nos afecten en el Hoy, Aquí y Ahora de nuestra vida cotidiana. Ésa es la felicidad que está en nuestra mano depararnos en cada instante de nuestra existencia.

El rumbo que das a tu vida, tus proyectos y objetivos contribuirán a proporcionarte felicidad solamente si están pensados y orientados a vivirlos y disfrutarlos de forma gozosa en el Hoy de cada día que la vida te vaya desgranando, en el Aquí concreto de lugar en que vivas o te encuentres en el Ahora de ese instante que se hace realidad en el presente continuo en que hablas, actúas, piensas, sientes… en definitiva, todos tus proyectos, como todos los rumbos posibles, no tienen más razón de ser que contribuir a otra cosa que no sea el que sientas vivamente la dicha de ¡existir!, de sentirte presente con todo lo que disfrutas en el Ahora del instante, integrado en el Hoy de todos y cada uno de los días que jalonan tu vida.




Los problemas no provienen de las cosas, personas y circunstancias, sino más bien del juicio que emitimos sobre todo lo que nos sucede, sucedió o pensamos que puede sucedernos. “Hoy es siempre todavía”, lo que significa que estás a tiempo de lograr lo que te propongas, pero con una condición: que seas absolutamente impecable y no te permitas rumiar el pasado negativo, aquello que ya fue y no puede dejar de ser. Tampoco debes inquietarte ni montar películas agobiantes sobre el futuro. Toda la energía de tu ser debe estar concentrada y centrada en lo que tienes programado para el Hoy y disfrutarlo plenamente.
    Cualquier día en que te encuentres viviendo tiene su fin, y esta realidad es muy positiva por muy beneficiosa y gozosa que sea la experiencia que vives y disfrutas, perdería su fuerza motivadora, su atractivo y encanto, si no la cambiaras por otra que activara en ti nuevos deseos, una mayor dificultad y te provocara mayor curiosidad y deseos de logro. Si la experiencia que vives, la realidad que te ha tocado afrontar y los hechos tozudos te fueran adversos, y no te fuera posible encontrar la solución adecuada, a veces saber que llegará un nuevo día con otras opciones y circunstancias nos fortalece para aceptar de buen grado lo que es desagradable y problemático. De este modo no permitimos que toda una cadena de pensamientos y sentimientos derrotistas nos impida sacar el mayor provecho posible al hoy que tenemos en nuestras manos.

Otra maravilla es la renovación que debes hacer de ti mismo en cada nuevo hoy de tu existencia. La maravilla de ser el mismo pero no lo mismo, es decir, como si nada cambiara en ti. Ser tú mismo en tu esencia, pero introduciendo en tu cotidiano vivir nuevas alegrías, más sentido del humor, ternura, más o menos pasión, que unas veces es fuego y otras prefiere quedarse en rescoldo, te renovará y rejuvenecerá, pero también rejuvenecerá y renovará a todas las personas a quienes de manera más o menos directa y cercana hoy “toques” con tus palabras, con tu presencia o simplemente con tu mirada.




Ese aquí que llamamos Mundo, y en el que habitamos los humanos, ha sido creado para que todos sin excepción lo recreemos y lo embellezcamos. Es una responsabilidad ineludible de cualquier mortal contribuir con su vida a hacer un mundo mejor, y curiosamente la clave de la Felicidad con mayúsculas, ese chirimiri de dicha que cala de gozo hasta el alma, tiene que ver con las acciones desinteresadas, solidarias y generosas de quienes tienen como proyecto de sus vidas ser útiles a los demás y dejar el mundo con menos violencia, menos pobreza y dolor y más riqueza, bienestar y paz para todos.

El “todos para todos” forma parte integrante e integradora del TODO que a todos nos acoge y al que pertenecemos, pero teniendo bien presente que el Mundo es obra nuestra: si llenamos los océanos y mares de inmundicia, si continuamos sin respetar las sabias leyes de la Naturaleza y entre los individuos que poblamos la Tierra apenas quedan buen entendimiento, amor y acogida, y son el odio, la violencia y el terrorismo los que todo lo inundan, este mundo, que fue creado para que lo fuéramos recreando y enriqueciendo con nuestro buen hacer de cada día, será pasto de las llamas de la
destrucción a la que lo tenemos sometido.

Es verdad que este Aquí o Mundo que a todos nos acoge en su regazo es el libro más gigantesco, la enciclopedia más completa, llena de sabiduría sin límites, a la que todos podemos acceder. El problema no es del Mundo, sino de quienes ni saben ni quieren aprender a leerlo y tampoco tienen el menor interés en acceder a su insondable e inagotable sabiduría.
     Somos nosotros los que debemos adaptarnos al Mundo, al aquí en que nos ha tocado vivir. Me refiero especialmente al "aquí" con minúscula, al lugar donde vivimos, la familia a la que pertenecemos, el lugar y momento en que existimos y actuamos.

La aceptación gozosa de la realidad que nos ha tocado vivir y la adaptación de buen grado a lo que nos depara el lugar en que nos encontramos, las personas con las que convivimos y el momento que estamos viviendo, son aspectos esenciales para esa buena vida que viven las personas más sabias y felices.


Bernabé Tierno – Hoy, Aquí y Ahora



jueves, 9 de marzo de 2017

Solo lo humano es eternamente castizo (Miguel de Unamuno)




Elévanse a diario en España amargas quejas porque la cultura extraña nos invade y arrastra o ahoga lo castizo, y va zapando poco a poco nuestra personalidad nacional. Es una idea arraigadísima lo de creer que la subordinación ahoga la individualidad, que hay que resistirse a aquélla o perder ésta. Lo mismo los que piden que cerremos o poco menos las fronteras y pongamos puertas al campo, que los que piden más o menos explícitamente que nos conquisten, se salen de la verdadera realidad de las cosas, de la eterna y honda realidad, arrastrados por el espíritu de anarquismo que llevamos todos en el meollo del alma, que es el pecado original de la sociedad humana, pecado no borrado por el largo bautismo de sangre de tantas guerras. Mas no hace falta conquista, ni la conquista purifica, porque, a su pesar y no por ella, se civilizan los pueblos.

Si no tuviese significación viva lo de ciencia y arte españoles, no calentarían esas ideas a ningún espíritu, no habrían muerto hombres, hombres vivos, peleando por lo castizo. Mientras pasan sistemas, escuelas y teorías, va formándose el sedimento de las verdades eternas de la eterna esencia. Sobre el suelo compacto y firme de la esencia y arte eternos corre el río del progreso que le fecunda y acrecienta.

Hay una tradición eterna, legado de los siglos, la de la ciencia y el arte universales y eternos, he aquí una verdad que hemos dejado morir. Hay una tradición eterna, como hay una tradición del pasado y una tradición del presente. Debajo de la historia, es donde vive la verdadera tradición, la eterna, en el presente, no en el pasado muerto para siempre y enterrado en cosas muertas. En el fondo del presente hay que buscar la tradición eterna, en las entrañas del mar, no en los témpanos del pasado, que al querer darles vida se derriten, revertiendo sus aguas al mar.
    Así como la tradición es la sustancia de la Historia, la eternidad lo es del tiempo; la historia es la forma de la tradición, como el tiempo la de la eternidad. Y buscar la tradición en el pasado muerto es buscar la eternidad en el pasado, en la muerte, buscar la eternidad de la muerte.





La tradición hace posible la ciencia, mejor dicho, la ciencia misma es tradición. Estas últimas leyes a que la ciencia llega no son más que fórmulas de la eternidad viva, que no está fuera del tiempo, sino dentro de él. La tradición eterna es el fondo del ser del hombre mismo. El hombre, esto es lo que hemos de buscar en nuestra alma. Lo verdaderamente original es lo originario, la humanidad en nosotros.
    ¡Gran locura la de querer despojarnos del fondo común a todos, de la masa idéntica sobre la que se moldean las formas diferenciales, de lo que nos asemeja y une, de lo que hace que seamos prójimos, de la madre del amor de la humanidad, en fin, del hombre, del verdadero hombre, del legado de la especie! ¡Qué empeño por entronizar lo pseudo-original, lo distintivo, la mueca, la caricatura, lo que nos viene de fuera! Preferimos el arte a la vida, cuando la vida más oscura y humilde vale infinitamente más que la más grande obra de arte.



Hay un ejército que desdeña la tradición eterna, que descansa en el presente de la Humanidad, y se va en busca de lo castizo e histórico de la tradición, al pasado de nuestra casta, mejor dicho, de la casta que nos precedió en este suelo. Los más de los que se llaman a sí mismos tradicionalistas, o sin llamarse así se creen tales, no ven la tradición eterna, sino su sombra vana en el pasado. ¡Qué pena de ejército! Son gentes que por huir del ruido presente que les aturde, incapaces de sumergirse en el silencio de que es ese ruido, se recrean en ecos y retintines de sonidos muertos.

Hay que ir a la tradición eterna, madre del ideal, que no es otra cosa que ella misma reflejada en el futuro. Y la tradición eterna es tradición universal cosmopolita. Combatir contra ella es querer destruir la humanidad en nosotros, es ir a la muerte, empeñarnos en distinguirnos de los demás. Para hallar la humanidad en nosotros y llegar al pueblo nuevo, conviene, sí, que nos estudiemos, porque lo accidental, lo pasajero, lo temporal, lo castizo, de puro sublimarse y exaltarse se purifica destruyéndose. Pero ¡ay de aquel que al hacer examen de conciencia se complace en los pecados pasados y ve su originalidad en las pasiones que le han perdido, pone el pundonor mundano sobre todo!



El estudio de la propia historia, que debía ser un impecable examen de conciencia, se toma, por desgracia, como fuente de apologías y apologías de vergüenzas, y de excusas, y de disculpaciones y de componendas con la conciencia, como medio de defensa contra la penitencia regeneradora. Apena leer trabajos de historia en que se llama glorias a nuestras mayores vergüenzas, a las glorias de que purgarnos, en que se hace jactancia de nuestros pecados pasados; en que se trata de disculpar nuestras atrocidades innegables con las de otros. Mientras no sea la historia una confesión de un examen de conciencia no servirá para despojarnos del pueblo viejo, y no habrá salvación para nosotros.


La humanidad es la casta entera, sustancia de las castas históricas que se hacen y deshacen como las olas del mar; solo lo humano es eternamente castizo. Mas para hallar lo humano eterno hay que romper lo castizo temporal y ver cómo se hacen y deshacen las castas, cómo se ha hecho lo nuestro y qué indicios nos da de su porvenir su presente.


Miguel de Unamuno – En torno al casticismo

viernes, 3 de marzo de 2017

¿Los animales tienen alma? (Marguerite Yourcenar)


Un cuento de las mil y una noches cuenta que la Tierra y los animales temblaron el día en que Dios creó al hombre. Esta admirable visión de poeta adquiere todo su valor para nosotros, que sabemos mucho mejor que el cuentista árabe de la Edad Media hasta qué punto la Tierra y los animales tenían razón al temblar. Cuando veo ganado y caballos en el campo, incluso cuando veo algunas gallinas picoteando todavía libremente en el patio de una granja, me digo que, bien es cierto que esos animales serán sacrificados al apetito del hombre, o gastarán su vida en servirle, y morirán de “mala muerte” sangrados, muertos a palos, estrangulados o, siguiendo la antigua costumbre según la cual se daba muerte a los caballos que no pueden enviarse a la “carnicería”, sacrificados de un tiro, torpe la mayor parte de las veces y que casi nunca es un verdadero “tiro de gracia”, o abandonados en la soledad de la sierra como aún hacen los campesinos de Madeira o incluso (¿en qué país me contaron este hecho?), empujados con la punta de la aijada hasta el precipicio en donde se romperán los huesos.

Pero me digo también que en ese momento, y puede que durante meses e incluso años, esos animales habrán vivido al aire libre, a pleno sol y a plena noche, maltratados a menudo, bien tratados a veces, recorriendo de una manera más o menos normal los ciclos de su existencia animal, igual que nosotros nos resignamos a cumplir los ciclos de nuestra propia vida. Pero esa relativa “normalidad” ya no se lleva entre nosotros, en donde la espantosa superproducción (que finalmente también mata y envilece al hombre) hace de los animales unos productos fabricados en cadena, que viven su pobre y breve existencia envueltos en el insoportable resplandor de la luz eléctrica, atracados  de hormonas que después nos transmitirá peligrosamente su carne, poniendo huevos y “haciéndose encima” como antaño decían las enfermeras y las nodrizas; privados, en el caso de las aves confinadas unas contra otras, del pico y de las uñas que, durante su horrible vida empaquetada volverían contra sus compañeros de miseria.



Aquí como en todas partes se ha roto el equilibrio; la horrible materia prima animal es un hecho nuevo, igual que el bosque aniquilado para suministrar la parte necesaria para nuestros periódicos y revistas de propaganda y falsas noticias, igual que nuestros océanos donde el pescado se ve sacrificado a los petroleros. Durante milenios, el hombre consideró al animal como su cosa, pero subsistía un estrecho contacto. El jinete quería, aunque abusara de ella, a su montura; el cazador de antaño conocía las formas de vida de los animales que cazaba, y “amaba” a su manera a esos mismos animales a los que se gloriaba en matar: una especie de familiaridad se mezclaba con el horror…

Hemos cambiado todo esto: los niños de la ciudad no han visto nunca una vaca ni un cordero; ahora bien, uno no ama aquello que no conoce, no ama al animal al que jamás tuvo ocasión de acercarse y al que nunca ha acariciado. Del mismo modo, los abrigos de pieles presentados con cuidados exquisitos en los escaparates de las grandes peleterías parecen estar a cien leguas de la foca derribada a palos sobre el banco de hielo, o del mapache cogido en una trampa y royéndose una pata para tratar de recobrar su libertad. La hermosa mujer que se maquilla no sabe que sus cosméticos han sido probados en conejos o cobayas que han muerto sacrificados o se han quedado ciegos. La inconsciencia y, consecuentemente, la tranquilidad de conciencia, del comprador o de la compradora es total. Una civilización que se aleja cada vez más de la realidad produce cada vez más víctimas, comprendida ella misma.
    Y sin embargo, el amor a los animales es tan antiguo como la raza humana. Millones de testimonios escritos o hablados, de obras de arte y de gestos apercibidos, dan fe de ello.



Al parecer, una de las formidables causas del sufrimiento animal –en Occidente, por lo menos– fue la conminación bíblica de Yahvé a Adán antes de la culpa, cuando le mostró al pueblo de los animales, haciéndoselos nombrar y declarándolo dueño y señor de los mismos. Esta escena mítica siempre ha sido interpretada por el cristiano y el judío ortodoxo como un permiso para sacrificar indiscriminadamente a esas millones de especies que expresan, por sus formas diferentes de las nuestras, la infinita variedad de la vida, y por su organización interna, su poder de actuar, de gozar y de sufrir, la evidente unidad de la misma.
    Y sin embargo hubiera sido muy fácil interpretar el viejo mito de otra manera: aquel Adán, aún no afectado por la caída, lo mismo hubiera podido sentirse promovido al rango de protector, de árbitro, de ordenador de la creación entera, utilizando los dones que se le habían otorgado, superiores o diferentes de aquellos concedidos a los animales, para consolidar y mantener el equilibrio del mundo del cual Dios le había hecho no el tirano sino el intendente.

El cristianismo podía haber insistido en las sublimes leyendas que mezclan al animal con el hombre. Había en el cristianismo todos los elementos de un folclore animal casi tan rico como el del budismo, pero el seco dogmatismo y la prioridad otorgada al egoísmo humano ganaron la partida.
    Por otra parte, una teoría diferente iba a ponerse al servicio de aquellos para quienes el animal no merece ayuda alguna y se encuentra desprovisto de la dignidad que, en principio y sobre el papel, concedemos a cada hombre: el animal-máquina de Descartes se ha convertido en artículo de fe, tanto más fácil de acepta cuanto que favorece la explotación y la indiferencia. El animal-máquina, pero ni más ni menos que el mismo hombre, que también es una máquina, máquina de producir y ordenar las acciones, las pulsiones y las reacciones que constituyen las sensaciones de frío y calor, de hambre y de satisfacción digestiva, los impulsos sexuales y también el dolor, el cansancio, el temor que los animales experimentan igual que nosotros. El animal es una máquina, el hombre también y fue su duda a blasfemar del alma inmortal lo que impide a Descartes ir abiertamente más lejos en esa hipótesis, que hubiera establecido los fundamentos de una fisiología y de una zoología auténticas.



En el estado actual de la cuestión, en una época en que nuestros abusos se agravan sobre este punto como sobre tantos otros, podemos preguntarnos si una Declaración de los derechos del animal va a ser útil. Yo la recibo con alegría, pero ya hay buenas almas que murmuran: “hace cerca de doscientos años que fue proclamada la Declaración de los derechos humanos y ¿cuál ha sido el resultado? No ha habido ninguna época más concentracionaria, más llevada a las destrucciones masivas de vidas humanas, más dispuesta a degradar hasta en sus mismas víctimas la noción de humanidad. ¿Será efectivo promulgar a favor del animal otro documento de este tipo que –mientras el hombre no cambie– será tan inútil como la Declaración de los derechos del hombre?”. Creo que sí. Creo que siempre conviene promulgar o reafirmar las leyes verdaderas, que no dejarán por ello de ser incumplidas, pero dejando aquí y allá a los transgresores el sentimiento de haber obrado mal. “No matarás”. Toda la historia de la que tan orgullosos nos sentimos, es una perpetua infracción a esa ley.


“No harás sufrir a los animales, o al menos les harás sufrir lo menos posible. Tienen sus derechos y su dignidad como tú mismo”, es con toda seguridad, una amonestación bien modesta, en el estado actual de las mentes es casi subversiva. Seamos subversivos. Hay que rebelarse contra la ignorancia, la indiferencia, la crueldad que, por lo demás, suele aplicarse a menudo contra el hombre, porque antes se ha ejercitado con el animal. Recordemos, puesto que hay que relacionarlo todo con nosotros mismos, que habría menos niños mártires si hubiese menos animales torturados, menos vagones precintados llevando hacia la muerte a las víctimas de ciertas dictaduras si no nos hubiéramos acostumbrado a ver furgones en donde las reses agonizan sin alimento y sin agua, de camino hacia el matadero; menos caza humana derribada de un tiro si la afición y la costumbre de matar no fueran patrimonio de los cazadores. Y en la humilde medida de lo posible (es decir, mejoremos si es que se puede) la vida.


Marguerite Yourcenar – ¿Quién puede saber si el animal desciende bajo la tierra?