Si uno denuncia un abuso,
persigue la injusticia, fustiga la ramplonería, se preguntan los esclavos: ¿qué
irá buscando en eso? ¿a qué aspira? Unas veces creen y dicen que lo hace para
que le tapen la boca con oro; otras que es por ruines sentimientos y bajas
pasiones de vengativo envidioso; otras que lo hacen no más que por meter ruido
y que de él se hable, por vanagloria; otras que lo hace por divertirse y pasar
el tiempo, por deporte. ¡Lástima tan grande que a tan pocos les dé por deportes
semejantes!
Si no hubiera beneficios
sino por la gratitudes que de ellos habríamos que recoger, ¿para qué nos
servirían en la eternidad? Debe hacerse el bien no solo a pesar de que no nos
han de corresponder en el mundo sino precisamente porque no han de
correspondérnoslo. El valor infinito de las buenas obras estriba en que no
tienes pago adecuado en la vida, y así rebosan de ella. La vida es un bien muy
pobre para los bienes que en ella cabe ejercer.
Una locura cualquiera deja
de serlo en cuanto se hace colectiva, en cuanto es locura de todo un pueblo, de
todo el género humano acaso. En cuanto una alucinación se hace colectiva, se
hace popular, se hace social, deja de ser una alucinación para convertirse en
una realidad, en algo que está fuera de cada uno de los que la comparten. Hace
falta llevar a las muchedumbres, llevar al pueblo, llevar a nuestro pueblo
español, una locura cualquiera, la locura de uno cualquiera de sus miembros que
esté loco, pero loco de verdad, no de mentirijillas. Loco, y no tonto.
Te debe importar poco lo
que eres; lo cardinal para ti es lo que quieras ser. El ser que eres no es más
que un ser caduco y perecedero que come de la tierra y al que la tierra se lo
comerá un día; el que quieres ser es tu idea en Dios, Conciencia del Universo:
es la divina idea de que eres manifestación en el tiempo y en el espacio. Y tu
impulso querencioso hacia ese ser que quieres ser no es sino la morriña que te
arrastra a tu hogar divino. Solo es hombre hecho y derecho el hombre cuando quiere
ser más que hombre.
La absoluta, la completa, la verdadera
soledad consiste en no estar ni aún consigo mismo. Y no estarás de veras
completo y absolutamente solo hasta que te despojes de ti mismo, al borde del
sepulcro.
No hay porvenir, nunca hay
porvenir. Eso que llaman el porvenir es una de las más grandes mentiras. El
verdadero porvenir es hoy. ¿Qué será de nosotros mañana? ¡No hay mañana! ¿Qué
es de nosotros ahora? Esta es la única cuestión.
Lo más urgente es lo de ahora y lo de aquí;
en el momento que pasa y en el reducido lugar que ocupamos en nuestra eternidad
y nuestra infinitud.
¡No hay otro yo en el
mundo! He aquí una sentencia que deberíamos no olvidar nunca, y sobre todo
cuando al acongojarnos por tener que desaparecer un día, nos vengan con la
ridícula monserga de que somos un átomo en el Universo, y que sin nosotros
siguen los astros su curso y que el Bien ha de realizarse hasta sin nuestro
concurso, y que es soberbia imaginar que toda esa inmensa fábrica se hizo para
nuestra salud. ¡No hay otro yo en el mundo! Cada uno de nosotros es único e
insustituible.
¡No hay otro yo en el mundo! Cada cual de
nosotros es absoluto. Si hay un Dios que ha hecho y conserva el mundo, lo ha
hecho y conserva para mí. ¡No hay otro yo! Los habrá mayores y menores, mejores
y peores, pero no hay otro yo. Yo soy algo enteramente nuevo; en mí se resume
una eternidad de pasado y de mí arranca una eternidad de porvenir. ¡No hay otro
yo! Esta es la única base sólida del amor entre los hombres, porque tampoco hay
otro tú que tú, ni otro él que él.
El ansia de gloria y
renombre es el espíritu íntimo del quijotismo, su esencia y su razón de ser, y
si no se puede cobrarlos venciendo gigantes y vestigios y enderezando
entuertos, cóbraselos endechando a la luna y haciendo de pastor. El toque está
en dejar nombre por los siglos, en vivir en la memoria de las gentes. ¡El toque
está en no morir! ¡En no morir! ¡No morir!
Ésta es la raíz última, la raíz de las raíces de la locura quijotesca.
¡No morir! ¡no morir! Ansia de vida, ansia de vida eterna es la que te dio vida
inmortal, mi señor Don Quijote; el sueño de tu vida fue y es sueño de no morir.
¿No es acaso la mayor
locura dejar perder la gloria inacabable por la gloria pasajera, la eternidad
de espíritu para que dure nuestro nombre tanto como dure el mundo, un instante
de eternidad?
Así a nosotros, cuanto más vencidos
estemos, cuando el mundo nos aplaste y nos estruje el corazón la vida y se nos
derritan las esperanzas todas, danos alma, ¡Caballero!, danos alma y coraje
para gritar desde el fondo de nuestra nadería: ¡plenitud de plenitudes y todo
plenitud! ¿Qué yo muero en mi demanda? Pues así se hará esta más grande con mi
muerte. ¿Qué peleando en pro de mi verdad, me vencen? ¡No importa! Pues ella
vivirá y viviendo ella os mostrará que no depende de mí, sino de ella.
¿Para qué afanarse? ¿Para
qué todo? Bástele a cada día su malicia. ¿Para qué ir a enderezar los tuertos
del mundo? El mundo lo llevamos dentro de nosotros, es nuestro sueño, como lo
es la vida; purifiquémonos y la purificaremos. La mirada limpia, limpia cuando
mira; los oídos castos, castigan cuanto oyen. La mala intención de un acto
¿está en quien lo comete o en quien lo juzga? La horrible maldad de un Caín o
de un Judas ¿no será acaso condensación y símbolo de la maldad de los que han
fomentado sus leyendas? ¿No es la maldad nuestra la que nos hace descubrir
cuanto hay de malo en nuestro hermano? ¿No es la paja que te anubla el ojo lo
que te permite ver la viga del mío? Tal vez el demonio carga con las culpas de
los que le temen. Santifiquemos nuestra intención y quedará santificado el
mundo, purifiquemos nuestra conciencia, y puro saldrá el ambiente. Los limpios
de corazón ven a Dios en todo y todo lo perdonan en su nombre. Las ajenas
intenciones caen fuera de nuestro influjo, y solo en la intención está el mal.
La creación toda es algo
que hemos de perder un día o que un día o que un día ha de perdernos, pues ¿qué
otra cosa es desvanecernos del mundo sino desvanecerse el mundo de nosotros? ¿Te
puedes concebir como no existiendo? Inténtalo, concentra tu imaginación en ello
y figúrate a ti mismo sin ver ni oír, ni tocar, ni recordar nada; inténtalo, y
acaso llames y atraigas a ti esa angustia que nos visita cuando menos lo
esperamos, y sientas el mundo que te aprieta el gaznate del alma, por donde
resuella tu espíritu.
Y en esa angustia, en esa
suprema congoja del ahogo espiritual, cuando se te escurran las ideas, te
alzarán de un vuelo congojoso para recobrarlas al conocimiento sustancial. Y verás
que el mundo es tu creación, no tu representación. A fuerza de ese supremo
trabajo de congoja conquistamos la verdad, que no es, no, el reflejo del
Universo en la mente, sino su asiento en el corazón. La congoja del espíritu es
la puerta de la verdad sustancial. Sufre, para que creas y creyendo vivas.
Frente a todas las negaciones de la “lógica”, que rige las relaciones
aparenciales de las cosas, se alza la afirmación de lo “cardíaco” que rige los
toques sustanciales de ellas. Aunque tu cabeza diga que se te ha de derretir la
conciencia un día, tu corazón, despertado y alumbrado por la congoja infinita,
te enseñará que hay un mundo en que la razón no es guía. La verdad es lo que
hace vivir, no lo que hace pensar.
Nada pasa, nada se disipa,
nada se anonada; eternízase la más pequeña partecilla de materia y el más débil
golpecillo de fuerza, y no hay visión, por huidera que sea, que no quede
reflejada para siempre en alguna parte. Así como si al pasar por un punto, en
el infinito de las tinieblas, se encendiera y brillara por un momento todo lo
que por allí pasase, así brilla por un momento en nuestra conciencia del
presente cuanto desfila de lo insondable del porvenir a lo insondable del
pasado. No hay visión ni cosa ni momento de ella que no descienda de las
honduras eternas de donde salió y allí se quede. Sueño es este súbito y
momentáneo encendimiento de la sustancia tenebrosa, sueño es la vida, y apagado
el pasajero fulgor, desciende su reflejo a las honduras de las tinieblas y allí
queda y persiste hasta que una suprema sacudida lo reenciende para siempre un
día. Porque la muerte no triunfa de la vida con la muerte de ésta. Muerte y
vida son mezquinos términos de que nos valemos en esta prisión del tiempo y del
espacio; tienen ambas una raíz común y la raigambre de esta raíz arraiga en la
eternidad de lo infinito: en Dios, Conciencia del Universo.
Miguel de Unamuno – Vida de Don Quijote y Sancho
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