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lunes, 29 de mayo de 2017

Michi, un gato ejemplar




Nos han quitado un tesoro.
Algún ser humano despreciable le disparó sin piedad, absurdamente.
Era parte de la familia, apenas un adolescente.
Pasan los días, pero la herida tardará en cicatrizar.

Aún lo veo escondiéndose en la maleza, o persiguiendo mariposas, con esa mirada plena de inocencia, como cuando se encontró frente al mar inmenso; un día antes cazó su primer y único ratón.




Nos seguía sin dudar cuando bajábamos a la playa a pasear a las perras; o nos esperaba tras la cancela a nuestra llegada a la hora del almuerzo. También se echaba a nuestros pies al acostarnos y, al amanecer, se encaramaba sobre nuestro pecho ronroneando para que le abriéramos la puerta.




No quiero alargar este relato, las lágrimas me asaltan… ¡cuántas cosas quedarían sin decir! Siento un vacío que no puedo llenar, jamás pensé tener ese apego y cariño a un gato.




Pero es que Michi era especial, ¡cómo posaba con su límpida mirada ante la cámara! Un bello ejemplar de ojos azules, pelo blanco, largo y sedoso, porte esbelto y garboso, actitud dócil y confiada. Ese fue su único error.

No puedo olvidar cuando lo encontré malherido, bajo el níspero, apenas a diez metros de la ventana de nuestra habitación, sin poder moverse ni llamarnos esperando, quizá, que lo salvara de un destino fatal. No pudo ser.

Otra víctima inocente, como tántas otras, de esta sociedad desquiciada, cruel y violenta.


Nunca te olvidaré… ¡hasta siempre, campeón!















Las únicas verdades (Jorge Bucay)




Todos los que hemos vivido buscando la verdad, nos hemos encontrado en el camino con muchas ideas que nos sedujeron y habitaron en nosotros con la fuerza suficiente como para condicionar nuestro sistema de creencias.
    Sin embargo, pasado un tiempo, muchas de las verdades terminaban siendo descartadas porque no soportaban nuestros cuestionamientos internos, o porque una “nueva verdad”, incompatible con aquellas, competía en nosotros por los mismos espacios. O simplemente porque estas verdades dejaban de serlo.

En cualquier caso, aquellos conceptos que habíamos tenido como referentes dejaban de ser tales y nos encontrábamos, de pronto, a la deriva. Dueños del timón de nuestro barco y conscientes de nuestras posibilidades, pero incapaces de trazar un rumbo confiable.
    Y entonces me pregunto, por un lado: ¿existirán las verdades sólidas como rocas e imperturbables como accidentes geográficos? ¿O será la verdad solo un concepto que lleva en sí mismo la esencia de lo transitorio y frágil de las flores? ¿Es que acaso las montañas, los ríos y las estrellas no están también amenazados de pronta desaparición?



El primero de estos pensamientos confiables forma parte inseparable de la filosofía guestáltica y es la idea de saber que
  
   Lo que es, es

El concepto, no por obvio menos ignorado, contiene en sí mismo tres implicaciones que me parece significativo remarcar: saber que “lo que es, es” implica la aceptación de que los hechos, las cosas, las situaciones son como son.

La realidad no es como a mí me convendría que fuera
No es como debería ser
No es como me dijeron que iba a ser
No es como fue
No es como será mañana
La realidad de mi afuera es como es.

Solo puedo iniciar mi camino desde mi punto de partida, y esto es aceptar que las cosas son como son.

La segunda derivación directamente relacionada con esta idea es que

Yo soy quien soy
Yo no soy quien quisiera ser
No soy el que debería ser
No soy el que mi mamá quería que fuese
Ni siquiera soy el que fui
Yo soy quien soy.

De paso, para mí, toda nuestra patología psicológica proviene de la negación de esta frase. Todas nuestras neurosis empiezan cuando tratamos de ser quienes no somos.

Y si es difícil aceptar que yo soy quien soy, cuánto más difícil no es, a veces, aceptar la tercera derivación del concepto “lo que es, es”:

Tú… eres quien eres
Tú no eres quien yo necesito que seas
Tú no eres el que fuiste
Tú no eres como a mí me conviene
Tú no eres como yo quiero
Tú eres como eres.

Aceptar eso es respetarte y no pedirte que cambies.




La segunda verdad que creo imprescindible la tomo de la sabiduría sufí:

    Nada que sea bueno es gratis

Y de aquí derivan, para mí, por lo menos dos ideas. La primera: si deseo algo que es bueno para mí, debería saber que voy a pagar un precio por ello. Este precio es a veces muy alto, y otras muy pequeño, pero siempre existe. Porque nada que sea bueno es gratis. La segunda: darme cuenta de que si algo recibo de fuera, si algo bueno me está pasando, si vivo situaciones de placer y de goce es porque me las he ganado. He pagado por ellas, me las merezco.

Incorporar esta verdad (nada que sea bueno es gratis) es abandonar para siempre la idea infantil de que alguien debe darme algo porque sí, porque yo lo quiero. Que la vida tiene que procurarme lo que deseo “solo porque lo deseo”, de pura suerte, mágicamente.

Y la tercera idea que creo que es un punto de referencia podría enunciarla de la siguiente manera: es cierto que nadie puede hacer todo lo que quiere, pero cualquier puede NO hacer NUNCA lo que NO QUIERE.
    Me repito a mí mismo:
    Nunca hacer lo que no quiero

Incorporar este concepto como una referencia real, es decir, vivir coherentemente con esta idea, no es fácil. Y sobre todo no es gratis.



  
Estoy diciendo que, si soy un adulto, nadie puede obligarme a hacer lo que no quiero hacer. Lo máximo que puede pasarme, en todo caso, es que el precio sea mi vida.
    Sin embargo, en lo cotidiano, en el pasar de todos los días, los precios son mucho más bajos. En general, lo único que es necesario es incorporar la capacidad de renunciar a que algunos de los demás me aprueben, me aplaudan, me quieran.

Estas tres verdades son para mí ideas-montaña, ideas-río, ideas-estrella.
    Verdades que continúan siendo ciertas a través del tiempo y de las circunstancias. Conceptos que no son relativos a determinados momentos, sino a todos y cada uno de los instantes que, sumados, solemos llamar “nuestra vida”.

Verdades-montaña para poder construir nuestra casa sobre una base sólida.

Verdades-río para poder calmar nuestra sed y para navegar sobre ellas en la búsqueda de nuevos horizontes.


Verdades-estrella para poder servirnos de guías, aun en nuestras noches más oscuras…


Jorge Bucay – Cuentos para pensar

jueves, 25 de mayo de 2017

El valor de rendirse al ahora (Eckhart Tölle)



No ofrecer resistencia a la vida es estar en un estado de gracia, tranquilidad y ligereza, un estado que no depende de que las cosas sean de cierta manera, buenas o malas. Cuando desaparece la dependencia, la vida fluye con tranquilidad.

Toda resistencia interna se experimenta como negatividad de uno u otro tipo. El ego cree que puede manipular la realidad mediante la negatividad y conseguir lo que quiere. En lugar de atraer un estado deseable, más bien le impide emerger. En lugar de disolver un estado indeseable, lo mantiene en su lugar. La única “utilidad” de la negatividad es fortalecer al ego, y por eso al ego le encanta. Cuando estás identificado con una emoción negativa  no quieres soltarla, y en algún profundo nivel inconsciente no deseas un cambio para mejor porque pondría en peligro tu identidad de persona deprimida, enfadada o maltratada. Entonces ignorarás, negarás o sabotearás lo positivo de tu vida.

Observa cualquier planta o animal y permite que te enseñe a aceptar lo que es, a rendirte al ahora. Deja que te enseñe a Ser. Deja que te enseñe integridad, que significa ser uno mismo, ser real. Deja que te enseñe a vivir y a morir, y a no hacer un problema de la vida y de la muerte. Cuando sientas surgir la negatividad en tu interior, tanto si está causada por algo externo como si está provocada por algún pensamiento o por nada concreto de lo que seas consciente, considérala como una voz que te dice “Atención. Aquí y ahora. Despierta. Sal de tu mente. Mantente presente”.



No busques la paz. No busques ningún estado diferente del que tienes; así ni producirás conflicto interno ni resistencias inconscientes.
    Perdónate por no estar en paz. En el momento en que aceptas completamente tu falta de paz, la no-paz se transforma en paz. Cualquier cosas que aceptes plenamente te llevará allí, al estado de paz. Éste es el milagro de la rendición. Cuando aceptas lo que es, cada momento es el mejor. Eso es iluminación.

La rendición es una sabiduría simple. Simple pero profunda que implica ceder más que oponerse al flujo de la vida. El único lugar en el que puedes experimentar el flujo de la vida es el ahora; por tanto, rendirse es aceptar el momento presente incondicionalmente y sin reservas. Es renunciar a la resistencia interna a lo que es. La resistencia es la mente.
    Rendición no es resignación. No tienes por qué aceptar una situación de vida desagradable o indeseable. No. Reconoces plenamente que quieres salir de ella y entonces limitas tu atención al momento presente sin ponerle ninguna etiqueta mental. Eso significa que no hay juicio sobre el ahora. Por tanto, no hay resistencia ni negatividad emocional. Aceptas el momento tal como es. Después te pones en acción y haces todo lo posible por salir de esa situación. Eso es lo que denomino acción positiva.



La rendición es perfectamente compatible con la acción, con iniciar cambios o alcanzar objetivos. Pero, en el estado de rendición, tu acción fluye desde una energía completamente diferente. La rendición te conecta con la fuente-energía del Ser, y tu hacer, imbuido en el Ser, se convierte en una alegre celebración de la energía de vida que te lleva más profundamente al ahora.
    La no-resistencia realza enormemente la cualidad de tu conciencia y, por tanto, la cualidad de cualquier cosa que estás haciendo o creando. Entonces los resultados vendrán por sí mismos.

Hasta que practicas la rendición, la dimensión espiritual es algo sobre lo que lees, sobre lo que hablas, algo en lo que piensas, algo en lo que crees o no crees. Todo lo anterior no supone ninguna diferencia. No hasta que la rendición hace que se vuelva una realidad en tu vida. Cuando te rindes, la energía que emanas y que a partir de ese momento dirige tu vida es de una frecuencia vibratoria mucho más elevada que la energía mental que gobierna el mundo. A través de la rendición, la energía espiritual entra en este mundo. No genera sufrimiento para ti, para los demás seres humanos ni para el resto de los seres vivos del planeta.

No resistirse no significa necesariamente no hacer nada. Lo único que implica es que la “acción” no va a ser negativa. Recuerda la profunda sabiduría que subyace en la práctica oriental de las artes marciales: no te resistas a la fuerza del oponente. Cede para vencer.



“No hacer nada” cuando estás en un estado de intensa presencia es un poderoso transformador que sana a las personas y a las situaciones. Es radicalmente diferente de la inactividad en el estado de conciencia ordinario que surge del miedo, de la inercia o de la indecisión. El verdadero “no hacer nada” implica ausencia de resistencia interna e intensa alerta. El ego cree que la fuerza reside en resistirse, cuando en realidad la resistencia te separa del Ser, el único estado de verdadero poder.

Hasta que se produce la rendición, buena parte de la interacción humana se limita a cumplir papeles inconscientes. Cuando te rindes, ya no necesitas las máscaras del ego ni sus defensas. Te vuelves muy simple, muy real. “Eso es peligroso”, dice el ego. “Te sentirás herido, serás muy vulnerable”.

    Lo que el ego no sabe, por supuesto, es que solo abandonando la resistencia, haciéndote “vulnerable” puedes descubrir tu verdadera y esencial in-vulnerabilidad.


Eckhart Tölle – Practicando el Poder del Ahora

miércoles, 17 de mayo de 2017

Haber nacido humano es un don inapreciable (Ramiro Calle)



Si pudiéramos renovar la mente a cada instante, libres del pasado y del futuro, sin extraviarnos en preocupaciones ni ocupaciones varias, disfrutaríamos de la paz interior.
    La mente engendra sus propias creaciones y la persona se las cree.

Los conceptos son una limitación. Los pensamientos y palabras no pueden pensar ni hablar sobre lo que está más allá de ellos.
    Evita los extremos; son trampas peligrosas. Mantén la mente en equilibrio, sin reacciones desorbitadas. La ecuanimidad es la orquídea más preciosa.

Sé diligente, aplícate sin descanso al autodesarrollo, pues nadie puede liberar por ti las trabas de la mente y hallar la mente iluminada que en ti reside.
    Cuando eliminemos los densos nubarrones de ignorancia de la mente, en el vacío original de la misma surge el revelador sonido de la iluminación.

Según la mente, con su capacidad para amplificar y atenuar, el mismo hecho engendra en unos regresión y en otros evolución.
    Cuando la motivación y el anhelo espiritual son genuinos y van acompañados de la acción diestra, se desencadena la sabiduría reveladora.

Aplícate al cultivo metódico de la mente, porque la mente puede ser una aliada, pero también una implacable enemiga.
    El ego es una carga tan pesada que te sumerge en las aguas de la ignorancia. A lo que hay que renunciar es a la ofuscación de la mente y al ego.



A menudo el ser humano, por falta de visión penetrativa, se estrella contra la apariencia de los fenómenos.
    El hombre debe aprender a navegar hábilmente en dos océanos: el del espíritu y el de lo cotidiano.
    ¡Qué implacables para los demás! ¡Qué indulgentes para nosotros! En tanto la mente está empañada no sabremos ver ni vernos.

No hay pérdida que perderte a ti mismo, ni recuperación más fecunda y maravillosa que volverte a ganar.
    No hay peor apego que el apego a las opiniones y estrechos puntos de vista.



La imaginación descontrolada se vuelve contra uno como un peligroso boomerang.
    Convierte la vida en un ejercitamiento espiritual y no te pierdas solo en mezquindades, porque la muerte no espera en cualquier recodo del camino.

Hay una lección incomparable que aprender en el curso natural de los acontecimientos, sin necesidad de esforzarse inadecuadamente.
    Mediante la observación atenta de desencadena la visión clara; la visión clara conduce al entendimiento correcto; el entendimiento correcto permite tomar las cosa como son.

Duda para seguir investigando espiritualmente, pero no para cerrarte a ti mismo la senda. Confía en la enseñanza, pero no te arriesgues a la obediencia ciega ni a la necesidad de creer a cualquier precio.
    Larga y sinuosa es la marcha hacia la autorrealización, pero a tanto esfuerzo sigue una recompensa ilimitada.

Todo fluye, todo cambia, todo está sometido a la implacable ley de la transitoriedad.
    La senda falsa es aquella que conduce a apuntalar el ego en lugar de debilitarlo.

La perversa inteligencia humana siempre puede encontrar el modo hábil de engañar o autoengañarse.
   Hasta que no probamos el sabor de nuestro ser interno, vivimos de espaldas a nuestra propia identidad, identificados con lo que creemos ser y no somos.



Los maestros dicen: imagina una sola tortuga en un inmenso océano y que ésta solo saca la cabeza a la superficie una vez cada millón de años. Sigue imaginando. Imagina un aro flotando a la deriva sobre las aguas del descomunal océano. Escucha bien. Más difícil aún que la tortuga introduzca la cabeza en el aro cuando sale a respirar a la superficie, es haber obtenido una forma humana.

   Haber nacido humano es un don inapreciable. No lo desaproveches. Concede a tu vida un sentido profundo de lucidez y compasión.


Ramiro Calle – Cuentos espirituales del Tíbet

lunes, 8 de mayo de 2017

Hay un país en España que ya no es (Sergio del Molino)


Los humanos no sabemos vivir fuera de nuestro grupo. Es una ventaja evolutiva por la que hemos pagado un precio muy alto en guerras y matanzas. En las sociedades urbanas y complejas la tribu es cada vez menos reconocida, nos cuesta encontrar a los nuestros. ¿Quiénes son? ¿Los compatriotas? Demasiado diversos. Tengo mucho más en común con un escritor treintañero de Melbourne que con mi vecino. ¿Nuestros compañeros de trabajo? Difícil, aunque la clase obrera ha sido una de las tribus más exitosas de los últimos cien años. ¿Los de mi sexo, los que hablan mi lengua, los de mi religión, la gente de mi edad, los que están en mi tramo de renta, los de mi tendencia sexual, los que tienen hijos, los que no los tienen? Vivimos en sociedades tan complejas que han sustituido las lealtades tribales por afinidades cambiantes y sutiles que vienen a ser sucedáneos de tribu.
    Estos sucedáneos tienen dos ventajas: no nos obligan a ir a la guerra contra la tribu vecina y son, en buena medida electivos. Muchas de estas afinidades tienen que ver con gustos adquiridos, como el equipo de fútbol o la música. Esa riqueza y mutación solo es posible en las ciudades; cuanto más grande es la ciudad en que se vive, más posibilidades hay de tejer afinidades en muchas más direcciones y niveles.




Hay dos Españas. Hay una España urbana y europea, y una España interior y despoblada, que he llamado España vacía. La comunicación entre ambas ha sido y es difícil. A menudo, parecen países extranjeros el uno del otro. Y, sin embargo. La España urbana no se entiende sin la vacía. Los fantasmas de la segunda están en las casas de la primera.

Toda civilización es, por necesidad, urbana, pero cada una tiene formas distintas de integrar o de ignorar ese espacio en blanco que hay entre ciudades, y la forma que elige depende mucho de cuánta gente y de qué tipo vive en ese espacio en blanco. En la España peninsular siempre han sido muy pocos y muy pobres, desperdigados por una meseta de clima hostil, y esta circunstancia tan básica ha marcado una historia de crueldad y desprecio que influye fuertemente en el país tal y como es hoy. El mundo actual es urbano, no solo en términos demográficos y de geografía política, sino en su concepto.

España ha sido un país eminentemente rural hasta bien entrado el siglo XX. Aún hoy más de la mitad de su territorio es rural, aunque el 80% de la población viva en ciudades. El Gran trauma consiste en que el país se urbanizó en un instante. En menos de veinte años, las ciudades duplicaron y triplicaron su tamaño, mientras vastísimas extensiones del interior se terminaron de vaciar y entraron en el declive rural. Entre 1950 y 1970 se produjo el éxodo. Las capitales se colapsaron y los constructores no dieron abasto para levantar bloques de casas baratas en las periferias, que se llenaron de chabolas. En muy poco tiempo, el campo quedó abandonado. Miles de aldeas desaparecieron y otras miles quedaron como residencia de ancianos, sin ninguna actividad económica y sin los servicios más elementales. El paisaje que ha pintado ese Gran Trauma define el país y ha dejado una huella enorme en sus habitantes. Hay una España vacía en la que vive un puñado de españoles, pero hay otra España vacía que vive en la mente y la memoria de millones de españoles.




Todas las tensiones entre lo urbano y lo rural se han sufrido en España con un dramatismo raro y exótico, pero, sobre todo, hay una forma de mirar y de mirarse a sí mismos que es difícil de comprender en otros contextos geográficos. Un odio. Un autoodio.

El mito de Babel persiste: narra la historia de cómo los humanos se corrompieron al construir ciudades. La ciudad es lo falso, lo contaminado, lo pecaminoso, la muerte. El campo es lo verdadero, lo puro, lo virtuoso, la vida. Lo curioso es que, con el tiempo, los españoles han invertido los términos; hay una corriente de fondo que observa el campo como un espacio salvaje. La civilización frente a la barbarie; otro mito, éste más reciente y asociado a la expansión de las ideas liberales y progresistas.

Cuando se instituyeron las Comunidades Autónomas hubo discusiones agrias sobre la capitalidad de algunas. Los nacionalistas locales consideraban que la ciudad más grande, la que tradicionalmente había sido la capital, no representaba la esencia de la región. Su crecimiento urbano la había desarraigado, tenía demasiada mezcla y poco sabor vernáculo. En general, esas comunidades escogieron ciudades secundarias con valor histórico. Al final, la España vacía es eso, un frasco de esencias. Aunque esté casi vacío, conserva perfumes porque se ha cerrado muy bien.




En total, la España vacía ocupa un 53% del territorio y viven el 15% de la población. El abismo que separa la España llena de la España vacía es demasiado grande. Probablemente no se borre nunca. Conforme pasa el tiempo y los españoles se alejan más y más de sus orígenes rurales, las mitologías familiares que componen esa España vacía metal también se diluyen. En parte se hacen más fuertes, porque los mitos son más mitos cuanto más brumosa es su narrativa. A medida que se pierden fechas, nombres y referencias concretas, se gana en sugestión y en capacidad para amarrar nuevas identidades, pero también va a persistir el estigma o las huellas del Gran Trauma. Son demasiado siglos de mirar al campo con una misma crueldad.

La recreación consciente y sofisticada de la mitología de la España vacía, la construcción de identidades originales desde la ciudad con una mirada a los mitos heredados, que se reconstruyen y se reinventan con una libertad enorme, es el estadio último de la descomposición de un país, una forma sutil y casi invisible de levantar una patria imaginaria. Todas las patrias lo son, pero se imaginan sobre batallas, reyes y revoluciones. Esta nueva patria se levanta, en cambio, sobre silencios, carraspeos y álbumes de familia. Más que una patria es un aire. Y creo que es lo más parecido a un patriotismo eficaz que ha vivido España en siglos.




La España vacía, vacía sin remedio, imposible ya de llenar, se ha vuelto presencia en la España urbana. Tantas cosas remiten a sus huecos. Distorsionamos los recuerdos para mantenerlos vivos y legarlos a nuestros hijos.
    Hay un país en España que ya no es, pero a veces parece más fuerte y más sólido que el país que es, tan negado a sí mismo, tan arrugado en sus propias vergüenzas, tan asediado por las otras patrias que se levantan orgullosas.

Ahora que algunas formas de patriotismo renacen y que el país parece que va a cambiar de nuevo con brusquedad, tomar conciencia de la forma casi augusta en la que hemos tomado café en nuestra calle ruidosa puede ayudarnos a decidir si queremos de verdad vender nuestro piso y marcharnos.


Es muy difícil que la despoblación se corrija, como difícil es que aparezca en el orden del día de la discusión pública, pero si algunos toman conciencia de lo peculiar que es España y escuchan los ruidos que llegan desde el yermo, tal vez seamos capaces de imaginar una convivencia que tenga en cuenta las rarezas demográficas y sentimentales de este trozo de tierra al sur de Europa. Hemos sabido romper la inercia de la crueldad y el desprecio de los siglos. Nos falta darnos cuenta y hacer algo con esa conciencia.


Sergio del Molino. La España vacía. Viaje por un país que nunca fue.