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miércoles, 2 de mayo de 2018

¿Quién no desearía ser valiente? (José A. Marina)



La ansiedad, la angustia, el temor a revelar nuestra vulnerabilidad. Hemos tenido que aprender a soportarlos y a convivir con ellos. Pero la rebelde naturaleza humana rechaza esta táctica apaciguadora. No le ha bastado al hombre con protegerse, con resignarse al miedo o con ejecutar, como los animales, las respuestas al temor prefijadas por la naturaleza: la huida, el ataque, la inmovilidad, la sumisión. Ha querido también sobreponerse al temor. Actuar como si no lo tuviera. Valiente no es el que no siente miedo –ése es el impávido, el insensible– sino el que no le hace caso, el que es capaz de cabalgar sobre el tigre. Valor es mantener la gracia, la soltura, la ligereza, estando bajo presión. ¿Quién no desearía ser valiente? Todos experimentamos una nostalgia de la intrepidez. ¡Nos sentiríamos tan libres si nos estuviéramos tan asustados!

Pero esta llamada ascendente puede tal vez hundirnos más en la negrura, porque ¿cómo se puede esperar de mi que sea valeroso si mi corazón está corroído, debilitado, vampirizado por el miedo? El ser humano quiere vivir por encima del miedo. Sabe que no puede eliminarlo sin caer en la locura o en la insensibilidad, pero quiere actuar “a pesar” de él. Aquí se revela nuestra naturaleza paradójica: no podemos vivir sin que nuestros sentimientos nos orienten, pero no queremos vivir a merced de ellos. Para resolver esta contradicción, la inteligencia ha inventado las formas morales de vida, aquellas que surgen de los sentimientos regulados por la inteligencia creadora, una de cuyas invenciones es la ética, que habla del bien y la nobleza.



La valentía se mueve, pues, en el campo de la inteligencia creadora, que aspira a superar nuestra naturaleza animal. Lo nuestro no es “sobrevivir” sino “supervivir”. Esto quiere decir vivir por encima de nuestras realidades. Lo nuestro es aspirar a un proyecto de vida que, antes de existir en la realidad, solo existe en nuestra mente. El hombre tiene primero que inventar un proyecto y entregarle el mando de su acción, y comenzar a buscar o a crear los medios para realizarlo. Valiente es aquel a quien la dificultad o el esfuerzo no le impiden emprender algo justo o valioso, ni le hacen abandonar el propósito a mitad de camino. Actúa, pues, “a pesar de” la dificultad, y guiando su acción por la justicia, que es el último criterio de la valentía. La valentía es la libertad en acto, un acto ético, no un mero mecanismo psicológico. Pertenece al campo de la personalidad.

El valiente no lo tiene fácil, porque el valor supone cierto desdoblamiento de conciencia, en la que retiñen dos principios de acción: lo que deseo y lo que quiero. Deseo huir, pero quiero quedarme. En nosotros resuenan dos canciones distintas. Los valores sentidos nos golpean desde nuestro corazón, el peligro, la amenaza, la vergüenza, la presencia ominosa del dolor o del mal como horizonte definitivo. Los valores pensados nos llaman desde nuestra cabeza, que es casi como si nos llamaran desde fuera. A veces, ambas canciones se unifican; pero, cuando esto sucede, un hombre valiente es el que puede mantener dos deseos en su corazón sin que le explote… y decidirse por el mejor.



La inteligencia puede proponer buenas razones, alternativas deseables, proyectos perspicaces. Pero la razón puede achantarse. Por eso me gusta hablar de la “inteligencia resuelta”. Es la inteligencia que resuelve problemas y avanza resueltamente. Se trata de elegir el proyecto de ser valiente –o sea, libre; o sea, justo– y de aplicarme a adquirir el carácter necesario para llevarlo a cabo. ¿Cuáles son las virtudes que han de configurar ese carácter?: la fortaleza, la justicia, la prudencia y la templanza… y añadir la compasión y el respeto. Nos falta un último punto de apoyo que engarce esto con la realidad: el deber, que tiene que ver con el proyecto de vivir con dignidad. Quien no acepte ese proyecto, no está obligado a nada, pero debe saber lo que esta negativa supone: la vuelta a la selva, a la lucha feroz por la supervivencia, a la soledad, a la violencia ejercida por el más fuerte, al horror.


La obligación de comportarnos justa, respetuosa, valientemente no afecta solo a nuestro trato con los demás, sino también al trato con nosotros mismos. Si la dignidad implica libertad, no podemos abdicar de ella; si la dignidad implica conocimiento, no podemos permanecer en la ignorancia; si la dignidad implica rechazar la tiranía, no podemos claudicar ante nuestros tiranos interiores.


José A. Marina – Anatomía del miedo (Un tratado sobre la valentía)

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