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jueves, 31 de mayo de 2012

Déjame que te cuente... (Ramiro Calle)




La enseñanza de lo cotidiano

Cuentan que, en cierta ocasión, un joven simple pidió entrar como novicio en un templo zen. El  abad  accedió, pero viendo  su  escasa  capacidad para  realizar  incluso  las  tareas menos  complejas,  decidió  encargarle  que  barriera  bien  el  patio  todos  los  días.  Así pasaron  las  semanas,  los  meses  y  los  años,  y  el  joven  simple  se  afanó  en  barrer minuciosamente el patio durante todos los días de su vida. Lloviera, nevara, hiciera calor o viento, estuviera enfermo o cansado, el joven simple no dejó jamás de barrer cuidadosamente el patio con su vieja escoba. Nunca  antes  se había visto  el patio más  limpio. Una mañana,  el  abad percibió  en «el monje de la escoba» como si algo apenas perceptible emanara de él, algo que provocaba respeto y reconocimiento, algo en  lo que antes no había reparado, acostumbrado como estaba a verlo un día tras otro casi formando ya parte del paisaje del patio. Llegó ante él, lo  invitó  a  dejar  la  escoba  un  momento,  y  le  propuso  algunas  preguntas  de  hondo contenido  espiritual. Minutos  después,  el  abad  unió  las  manos  sobre  su  pecho  y  se inclinó  ante  el  monje  simple  con  una  profunda  reverencia:  había  descubierto  a  un iluminado.
-¿Cómo has alcanzado este estado? -le preguntó el abad-. Tú no has recibido enseñanza de los maestros del templo y ni siquiera has leído las escrituras, tampoco has meditado durante horas  junto  a  los demás monjes, únicamente  te has dedicado a barrer  el patio todos los días, mañana y tarde.
-Dices bien querido abad -contestó el monje-, pero mi mejor maestro ha sido la escoba, que me mostró el valor del  silencio, de  la humildad y del  servicio; mis escrituras han sido el polvo seco del verano, las hojas del otoño, las lluvias de primavera y la nieve del invierno; y mi meditación ha estado siempre presente en la intención de barrer lo mejor que he sabido y he podido.
Oídas aquellas palabras, el abad se retiró en silencio y el monje continuó barriendo con su escoba.


Todo es muy sencillo

Un rey poderoso y con afán de conocimiento pidió a un grupo de sabios que realizaran una  obra  colosal  y  sin  precedentes:  que  escribieran  la  historia  del  hombre conocida hasta entonces. Pasaron muchos  años,  y  aquellos  sabios  por  fin  se  presentaron  ante  el  rey  con  cien libros  escritos  que  contenían  la  historia  de  la  humanidad. Pero  el  rey,  viendo  aquella ingente tarea, dijo:
-Señores, no creo que tenga vida para leer todos esos libros, os pido que os esforcéis en hacer un resumen.
Los sabios se pusieron manos a la obra y años después fueron a ver al rey con solamente diez libros. Pero el rey, al igual que los sabios, ya empezaba a hacerse viejo, por lo que les pidió:
-Estos diez libros son muchos para mí, os ruego un nuevo esfuerzo para que hagáis un resumen.
Volvieron a pasar los años, y los sabios que aún continuaban vivos fueron de nuevo ante el rey con un solo  libro. Pero el rey era ya anciano y estaba en cama muy enfermo, al ver a los sabios se lamentó:
-Me parece que voy a morir sin saber nada de la historia del hombre.
El más viejo de los sabios contestó al rey:
-Majestad,  en  realidad  yo  os  puedo  hacer  un  resumen:  el  hombre  nace,  sufre  y  finalmente muere.
En ese momento el rey falleció.


Siempre querer más

Había una vez un pobre mendigo que se había acostumbrado a mal vivir con lo poco que  le  daban. Aunque  no  era  viejo  y  estaba  sano,  no  aceptaba  ningún  trabajo  que  le ofrecían y así  iba de un  lado para otro sobreviviendo como podía. Un día se encontró con un amigo de la infancia y ambos se pusieron a recordar viejos tiempos.
-¿A ti qué tal te ha ido? -le preguntó el amigo al mendigo.
-Muy mal -respondió-, ya ves, he tenido muy mala suerte y mi situación es lastimosa.
-Pues, mira  -repuso  el  amigo-,  yo  he  descubierto  que  tengo  poderes  sobrenaturales  y creo que puedo ayudarte.
Dicho esto, tocó con su dedo índice un ladrillo y lo convirtió en oro.
-Para ti -dijo generosamente-, esto, sin duda, aliviará muchas de tus necesidades.
-Sí -contestó el mendigo-, pero la vida es tan larga y pueden ocurrir tantas cosas. . .
El hombre volvió a tocar con su dedo una gran piedra y la convirtió en oro.
-También  es  para  ti,  ahora  ya  jamás  tendrás  problemas  de  dinero,  ¡eres  rico!  -dijo  el amigo.
-Bueno, está bien, pero  la vida es muy  larga. Suceden  tantas cosas,  tantos  imprevistos, según tienes más cosas aparecen más necesidades. . . en fin, hay vicisitudes...
-¡Pero bueno! ¿Qué más quieres? -exclamó el amigo.
El mendigo respondió:
-Quiero tu dedo.


Estar despierto

Un grupo de personas fueron a preguntar a un maestro:
-La  gente  sufre  calamidades,  muere  a  veces  miserablemente,  muchos  sufren,  tienen problemas, se odian, se  traicionan... ¿cómo puedes permanecer  indiferente a  todo eso? ¿Cómo si eres un iluminado, no ofreces tu ayuda a los demás?
El maestro contestó:
-Imaginad que estáis  soñando. En vuestro  sueño vais en un barco y éste  se hunde. En ese momento  os  despertáis. Yo  os  pregunto  a  vosotros:  ¿Os  volveríais  a  dormir  para prestar ayuda a los pasajeros de vuestro sueño?


 
La teoría es insuficiente

Un erudito alquiló una barca para cruzar un  río caudaloso. Al  recibirlo, el barquero se expresó  con  frases  gramaticalmente  incorrectas.  Después  de  corregirlo,  el  erudito preguntó:
-¿Tú no has estudiado gramática?
-No señor -contestó el barquero-, soy un iletrado.
-¿Tampoco sabes geografía ni aritmética?  - volvió a preguntar el erudito.
-No, señor, nada de eso sé -respondió avergonzado el aludido.
-Supongo que tampoco sabrás nada de historia, literatura o filosofía -interrogó de nuevo el hombre culto.
-No  tengo ni  idea de nada de eso, soy sólo un barquero  ignorante  -habló humillado el pobre hombre.
-¡Pues, amigo -sentenció el erudito-, un hombre sin cultura es como si hubiera perdido la mitad de su vida!
Instantes  después,  la  barca,  arrastrada  por  la  corriente,  fue  a  dar  con  unas  rocas  que provocaron una gran vía de agua. El barquero preguntó a su pasajero:
-Señor, ¿sabe usted nadar?
-No -respondió.
-Entonces me temo que va a perder toda su vida.


Dejando al ego de lado

Cuentan que un hombre llegó a la conclusión de que vivía muy condicionado tanto por los  halagos  y  aceptación  de  los  demás,  como  por  sus  críticas  o  rechazo. Dispuesto  a afrontar la situación, visitó a un sabio. Éste, oída la situación, le dijo:
-Vas a hacer, sin formular preguntas, exactamente lo que te ordene. Ahora mismo irás al cementerio y pasarás varias horas vertiendo halagos a los muertos; después vuelve.
El hombre obedeció y marchó al cementerio, donde  llevó a cabo  lo ordenado. Cuando regresó, el sabio le preguntó:
-¿Qué  te  han  contestado  los  muertos?-Nada,  señor;  ¿cómo  van  a  responder  si  están muertos?
-Pues  ahora  regresarás  al  cementerio  de  nuevo  e  insultarás  gravemente  a  los muertos durante horas.
Cumplida la orden, volvió ante el sabio, que lo interrogó:
-¿Qué  te han contestado  los muertos ahora?-Tampoco han contestado en esta ocasión; ¿cómo podrían hacerlo?, ¡están muertos!
-Como esos muertos has de ser tú. Si no hay nadie que reciba los halagos o los insultos, ¿cómo podrían éstos afectarte?


Detalles con significado

Un joven rey gobernaba a su pueblo con justicia y sobriedad. Se ocupaba del bienestar de  sus  súbditos,  los  impuestos  que  cobraba  eran  los  imprescindibles  para  cubrir eficazmente las necesidades generales y dedicaba su jornada a atender puntualmente los asuntos de estado. En el reino había paz y prosperidad. A su lado siempre estaba su fiel y sabio consejero, que ya había servido como tal a su padre. Un día, el joven rey dijo en una comida a su mayordomo:
-Estoy cansado de comer con estos palillos de madera, soy el  rey, así que da orden al orfebre de palacio de que me fabrique unos palillos de marfil y jade.
Oída esta orden, el consejero se dirigió inmediatamente al soberano:
-Majestad, os pido que me relevéis lo antes posible de mi cargo. No puedo serviros por más tiempo.
El monarca, extrañado, preguntó cuál era el motivo de aquella repentina decisión.
-Es por los palillos, señor -respondió el consejero-. Ahora habéis solicitado unos palillos de  jade y marfil, y mañana querréis sustituir  los platos de barro por una vajilla de oro. Más  adelante,  vuestros vestidos  de  tela  desearéis  que  sean  reemplazados  por  otros de seda. Otro día, en vez de conformaros con comer verduras y puerco, solicitaréis lenguas de alondra y huevos de tortuga. De este modo, llegará el momento en que los caprichos, la autocomplacencia y el mal uso del poder os harán ser injusto con vuestro pueblo. Entonces, yo me rebelaré contra su majestad, y por nada del mundo deseo ver amanecer ese día.
Dicen que el  rey  revocó  la orden dada al orfebre y que desde ese día  fue  llamado «el Prudente». Y conservó al viejo consejero a su lado hasta su muerte.


A cada uno su respuesta

Un  joven discípulo solicitó al Maestro Iluminado el asistir en silencio a  las entrevistas que éste concedía a aquellas personas que iban en busca de su consejo y sabiduría.
La primera visita fue la de un hombre que preguntó:
-Maestro, ¿Dios existe?
-Sí -fue la lacónica respuesta.
En la segunda visita una mujer también preguntó:
-Señor, ¿Dios existe?
-No -fue en esta oportunidad la contestación.
En una tercera visita un joven interrogó:
-Iluminado, ¿Dios existe?
En esta ocasión, el Maestro guardó silencio, y el joven se marchó sin una respuesta a la pregunta formulada.
El  discípulo,  desconcertado  por  la  extraña  conducta  del Maestro,  no  pudo  por menos que preguntarle:
-Señor,  ¿cómo  puede  ser  que  a  tres  preguntas  iguales  hayas  respondido  de  modo diferente cada vez?
-Lo primero que has de saber -contestó el Maestro- es que cada contestación va dirigida a  la  persona  que  pregunta  y  por  tanto  no  es  para  ti  ni  tampoco  para  nadie más.  y  lo segundo es que he respondido de acuerdo con la realidad y no con las apariencias. En el primer caso se trataba de un hombre en el que mora la divinidad pero que ahora vive un momento de oscuridad y duda, por eso he querido apoyarlo. El segundo caso se trataba de una mujer beata apegada a las formas externas de la religión que ha descuidado a su familia por atender el templo, y por ese motivo es bueno que aprenda a encontrar a Dios entre  los  suyos. El  tercer  caso  se  trataba  sólo  de  alguien  que  ha  venido  a  verme  por curiosidad  y  sencillamente  ha  improvisado  esa  pregunta  como  podía  haber  hecho cualquier otra.


No se puede comprar todo

Un noble  inmensamente rico decidió un buen día que debía contar entre su séquito con un rapsoda que compusiera y cantara himnos y alabanzas a su persona. Para ello, mandó contratar al mejor juglar que hubiera en todo el mundo. De  regreso,  los enviados contaron que, en efecto, habían hallado al mejor  rapsoda del mundo, pero que éste era un hombre muy  independiente que se negaba a  trabajar para nadie. Pero el noble no se dio por satisfecho y decidió ir él mismo en su búsqueda. Cuando  llegó a su presencia, observó que el  juglar, además de ser muy  independiente, se encontraba en una situación de franca necesidad.
-Te ofrezco una bolsa llena de oro si consientes en servirme -le tentó el rico.
-Eso para ti es una limosna y yo no trabajo por limosnas -contestó el rapsoda.
-¿Y si te ofreciera el diez por ciento de mi fortuna?
-Eso  sería  un  despropósito  muy  injusto,  y  yo  no  podría  servir  a  nadie  en  esas condiciones de desigualdad.
El noble rico insistió:
-¿Y si te diera la mitad de mi fortuna accederías a servirme?
-Estando en igualdad de condiciones no tendría motivo para servirte.
-¿Y si te diera toda mi fortuna?
-Si yo tuviera todo ese dinero, no tendría ninguna necesidad de servir a nadie.


Verdadero maestro, verdadero discípulo

Dos  viajeros,  uno  que  venía  del  norte  y  otro  que  venía  del  sur,  se  encontraron casualmente  en  un  punto  del  sendero  y  decidieron  continuar  juntos  para  hacer  más llevadero el camino. Uno de ellos preguntó al otro:
-¿Hacia dónde te diriges?
-Voy a donde pueda encontrar un maestro, un auténtico maestro, llevo años de búsqueda incansable  viajando  por  el  mundo  -contestó  el  hombre  que  venía  del  sur  -pero  no desespero,  sé  que  encontrar  un  auténtico  maestro  es  muy  difícil,  su  aparición  en  el mundo es muy rara y por tanto la posibilidad de encontrarlo es también muy escasa.
-¿Y qué harás cuando lo encuentres? -volvió a preguntar cl compañero.
-¡Oh, qué gran momento será ese! Me postraré a sus pies, mi corazón se estremecerá y mis ojos  seguramente derramarán  lágrimas. Dios quiera que algún día pueda vivir ese momento -contestó.
Pasaron  las  jornadas y ambos compartieron diversas vivencias cotidianas además de  la comida de cada día y el fuego por las noches.
Una mañana, el hombre que venía del norte, dijo:
-Ha llegado el momento de separarnos, tú sigue tu camino, que yo seguiré el mío.
-¿Adónde irás? -preguntó su compañero.
-Continuaré mi búsqueda.
-¿Qué búsqueda?
-La  de  un  auténtico  discípulo.  Encontrar  una  persona  así  en  el  mundo  es  algo extraordinariamente  raro. Es verdaderamente  raro que alguien  sea capaz por  sí mismo primero de reconocer a un auténtico maestro, y después de mostrar el comportamiento y la actitud correctas que le permitan aprender. Instantes después, el hombre que venía del sur, pudo ver como el Maestro de su época se alejaba por el camino. 


Ramiro Calle - Los 120 mejores cuentos de las tradiciones orientales

lunes, 28 de mayo de 2012

Ser Más, la solución de Teilhard de Chardin

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Teilhard de Chardin (1881-1955) sostuvo un evolucionismo teleológico; a la concepción materialista del darwinismo y del positivismo, opuso una cosmología que, pese a admitir el evolucionismo, e incluso extendiéndolo a la realidad espiritual, rechazaba una interpretación puramente mecanicista y materialista del cosmos. Así expresó su fe en relación con su concepción del universo: Creo que el Universo es una Evolución. Creo que la Evolución va hacia el Espíritu. Creo que el Espíritu se realiza en algo personal. Creo que lo Personal supremo es el Cristo-Universal. La materia originaria, según él, contiene ya en sí la "conciencia" como elemento organizativo, por el que la evolución se configura como un proceso no puramente mecanicista, sino teológico”.
En 1958 el padre Janssens informó a la Compañía de Jesús, que un decreto del Santo Oficio, dirigido por el Cardenal Ottaviani, requirió a las congregaciones retirar de todas las bibliotecas las obras de Teilhard. El documento dice que los textos del jesuita "representan ambigüedades e incluso errores tan graves que ofenden a la doctrina católica" por lo que "alerta al clero para defender los espíritus, en particular los de los jóvenes, de los peligros de las obras de P. Teilhard de Chardin y sus discípulos".



Si en estos últimos tiempos he llegado a adquirir una convicción es la de que, en las relaciones con otro, es imposible llegar nunca a ser demasiado bueno o demasiado suave en las formas; la dulzura es la primera de las fuerzas, y quizás también la primera virtud entre las que se ven.

Si quieres sentirte, cada vez más en equilibrio, en medio de los mil choques de la vida libre, aplícate a aumentar tu impulso personal, tu propulsión hacia el bien, a realizar a tu alrededor. Cuando tu “fuerza viva” moral se halle así acrecida, las corrientes discordantes, que podrían hacerte oscilar y vacilar en reposo, apenas si lograrán desviarte, porque tú estarás en movimiento.

El mayor sacrificio que podemos hacer, la mayor victoria que podemos llegar a alcanzar sobre nosotros mismos, consiste en superar la inercia, la tendencia al menor esfuerzo.

La Naturaleza, cuando se fijan bien los ojos en ella, deja adivinar en su interior un esfuerzo casi agónico hacia la luz y la conciencia.

La caridad, para ser inagotablemente serena y entregada, tiene que haber hecho el sacrificio de cualquier retribución buscada en la gratitud y el afecto de los hombres.

Es indudable que la paz del corazón, su dilatación en medio de afecciones cálidas y reconocidas, es más armoniosa, más normal, más apropiada para la acción fácil, que el aislamiento y las quiebras. Por esto es por lo que hemos de tender, mediante nuestros esfuerzos personales, a asegurarnos apoyos en buenas y sólidas amistades, a guardarnos de las enfermedades del cuerpo y del alma.

Es preciso, si el hombre quiere alcanzarse a sí mismo, que despierte a la conciencia de sus infinitas prolongaciones, a sus deberes, a su embriaguez. Es necesario que (dando de lado a todas las ilusiones de un individualismo estrecho), amplíe su corazón a la medida del Universo.

Hay un más-ser, un mejor-ser absolutos que se llaman progreso en la consciencia, la libertad, la moralidad; tales grados superiores de existencia adquieren consistencia por medio de la concentración, la depuración, el máximo esfuerzo.

No hay más que hablar: cuanto más renuncia uno a preocuparse demasiado de sí mismo, cuanto más se hace pasar a los otros por delante de uno mismo, cuanto más dulce y bueno se procura ser, más dichosos se es y más ascendiente se posee sobre los otros. Habría que saber siempre sonreír.

¿No te parece que es una cuestión de lealtad y “conciencia”, trabajar por extraer del mundo todo lo que el Mundo puede contener de verdad y de energía? Nada debe quedar “sin intentar” en la dirección del más-ser.

Pienso que habría algo que decir sobre la alegría (sana) de la muerte, sobre su armonía en la Vida, sobre su modo íntimo de unir (y al mismo tiempo de separar) el Mundo de los Muertos y el Mundo de los vivos, sobre la unión del uno y del otro dentro de un mismo cosmos. La muerte ha sido demasiado tratada como un tema de melancolía, o como un objeto de ascesis, o como una entidad teológica un poco vaporosa… Habría que atribuirle su puesto de Realidad vigorosa y de fase, en el seno de un Mundo  y de un Devenir que son precísamente eso que nosotros experimentamos.

La acción específica de la pureza es, por tanto, la de unificar las potencias interiores del alma, en el acto de una pasión única, extraordinariamente rica e intensa. El alma pura, finalmente, es aquella que, superando la múltiple y desorganizante atracción de las cosas, templa su unidad (esto es, madura su espiritualidad) en los ardores de la divina simplicidad.

El amor carnal no da resultado porque el principio al que se confía, la materia, no es un principio de contacto, sino de separación. Lo múltiple expulsa a lo múltiple. Cuanto más se intenta la unión en una esfera inferior, más se produce el alejamiento mutuo. ¿Entonces, cómo hay que amarse para acercarse de verdad? En el Espíritu. El amor que tiende a la espiritualización mutua de los amantes, el amor que los impulsa no tanto a buscarse directamente como a converger juntos hacia el mismo centro divino, ése es el Amor indefinidamente progresivo y renovado en cuyo seno los seres construyen a poco su unidad.

¿Qué es, por tanto, lo que nuestra generación necesita para que se sobrenaturalice el panteísmo de los unos y se humanice la Fe de los otros?... Es preciso que prediquemos y que practiquemos lo que yo llamaría el Evangelio del esfuerzo humano.

Hasta hoy la moral ha sido sobre todo individualista; en adelante tendrá que tener en cuenta más explícitamente las obligaciones del hombre con respecto a las colectividades, de cara al Universo: deberes políticos, deberes sociales, deberes internacionales, deberes cósmicos…

¿Quién puede prever todo lo que el alma humana es todavía capaz de adquirir en virtud de fuerzas naturales inmediatamente sobrenaturalizables (a medida, por ejemplo, que vaya adquiriendo más plenamente conciencia de su solidaridad con el Universo y de otras regiones espirituales, aún inexploradas, prometidas a la unanimidad de los espíritus)?

Me parece que el hombre se ve conducido por la misma lógica de su desarrollo al deseo de alcanzar algo más grande que él. Y es aquí donde yace precisamente “la potencia espiritual de la materia”. Para que el fruto se hienda y se abra es preciso que esté maduro.

En el caso del Hombre, la muerte representa una metamorfosis, mediante la cual se rechaza una forma aparente provisional del Universo (provisional y caduca porque se halla todavía ligada y mezclada con formas “animales” e “inertes” de unificación del Universo), pero no es más que una metamorfosis. No hay, propiamente hablando, almas separadas: hay solo almas que cambian de “esfera” en el Mundo, en el que todo persiste.

Para poder alcanzar la zona luminosa, sólida, absoluta del Mundo, no se trata de ir hacia lo más profundo por debajo o lo más lejano hacia atrás, sino hacia lo más interior en el alma y lo más nuevo en el futuro. La explicación y la consistencia del Mundo hay que buscarlas en un Alma superior de atracción y de solidificación progresivas, sin la cual la radical pluralidad del Universo jamás hubiese salido de su polvareda. El análisis de la materia revela a quien sabe ver la prioridad, la primacía del Espíritu.

Para quien tiende convenientemente su vela al soplo de la Tierra se revela una corriente que impulsa siempre hacia alta mar. Cuanto más noblemente desea y actúa un hombre, más ávido se vuelve de objetivos amplios y sublimes que perseguir. Bien pronto dejarán de bastarle solamente su familia, su propio país, el lado remunerador de su acción. Tendrá que crear organizaciones generales, caminos nuevos por los que abrirse paso, Causas que sostener, Verdades que descubrir, un Ideal que alimentar y que defender. Así, poco a poco, el obrero de la Tierra deja de pertenecerse. Poco a poco el soplo inmenso del Universo, insinuado en su interior por la fisura de una acción humilde, pero fiel, le dilata, le eleva, le arrastra.

Si fuéramos tan capaces de percibir la “luz invisible” como percibimos las nubes, el rayo o los resplandores solares, se nos aparecerían las almas puras, en este Mundo, tan activas, por su sola pureza, como las cumbres nevadas, cuyas cimas impasibles aspiran continuamente para nosotros los poderes errantes de la atmósfera superior.

En realidad, el Universo progresa hacia el Hombre, a través de la Mujer. Toda la cuestión está (la cuestión vital para la Tierra…) en que se reconozcan. Si el Hombre no llega a reconocer la verdadera naturaleza, el verdadero objeto de su amor, ya tenemos el desorden irremediable y profundo. Si, en cambio, el Hombre llega a ser capaz de percibir la Realidad Universal descubrirá entonces la razón de lo que, hasta ese momento, defraudaba y pervertía su capacidad de amar. La Mujer se halla ante él como la atracción y el Símbolo del Mundo. No podrá llegar a abrazarla más que agrandándose, a su vez, a la medida del mundo. En este sentido el Hombre no podrá llegar a abrazar a la Mujer más que en la consumación de la Unión Universal. El Amor es una reserva sagrada de energía, y como la sangre misma de la Evolución espiritual.

Hablando con propiedad, no hay cosas sagradas o profanas, puras o impuras. Lo que hay es solamente un sentido bueno y un sentido malo: el sentido de la ascensión, de la unificación ensanchadora, del esfuerzo espiritual mayor, y el sentido del descenso, del egoísmo estrechador, del disfrute materializante. Seguidas en la dirección que lleva a lo alto, todas las criaturas son luminosas. En la dirección que lleva hacia abajo, se oscurecen y se vuelven diabólicas. Su travesía hundirá nuestra barca, o por el contrario la hará brincar hacia delante, con tal de que sepamos tender nuestra vela a su soplo.

En consecuencia, el problema planteado a la Moral, no ya es tanto el de conservar y proteger al individuo, como el de guiarle también en la dirección de sus realizaciones esperadas que la “cantidad de lo Personal” todavía difusa en la Humanidad pueda desprenderse con plenitud y seguridad. Hoy empezamos a comprender que no hay promesa ni uso legítimos si no tienden a hacer servir el poder que poseen. La riqueza no se vuelve buena más que en la medida en que trabaja en la dirección del Espíritu. De ahora en adelante la Moral le impedirá cualquier existencia neutra e “inofensiva” y le obligará al esfuerzo de liberar hasta el límite su autonomía y su personalidad.

El único clima en que el hombre puede continuar aumentando es el de la entrega y la renuncia dentro de un sentimiento de fraternidad. En verdad, a la velocidad con que aumentan su conciencia y sus ambiciones, el mundo hará explosión si no aprende a amar. El porvernir se encuentra orgánicamente ligado a la transformación de las fuerzas del odio en fuerzas de caridad.

El gran problema del momento es el instaurar una nueva concepción del Espíritu, no ya en oposición, sino en transformación y sublimación de la Materia. El futuro del mundo se halla ligado a alguna forma de unificación humana, dependiente del pleno juego en nuestros corazones de determinados impulsos hacia el Ser Más, impulsos sin los que toda la ciencia y toda la técnica desfallecerían en sí mismas.

Teilhard de Chardin - Ser Más

jueves, 24 de mayo de 2012

Juan el Bautista: sí. María Magdalena: por supuesto. Pero entonces... ¿quién fue Jesús?

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La pretensión de este ensayo es arrojar un poco de luz, más que nada a título personal, sobre la figura de Jesús que nos ha legado el catolicismo y encontrar, si cabe, una interpretación más fiel a la que pudo ser en su origen. La verdad absoluta en este asunto es muy probable que nunca lleguemos a poseerla, a menos que fuera la propia Iglesia Católica la que fuera desvelando todo el artificio creado en torno a su imagen de Jesús, aspecto que dudo pueda suceder en un futuro próximo. Lo único que puede afirmarse sobre el Cristo, el Ungido ó el hipotético Mesías, es que existió una persona, en fecha indeterminada, que agrupó en torno suyo un nutrido grupo de seguidores. La tesis más extendida actualmente es que se trataba de un líder carismático que intentaría, por un lado, derrocar políticamente tanto al corrupto gobierno de Jerusalén como al dominio asfixiante y cruel del todopoderoso Imperio Romano y, por otro, restablecer la auténtica espiritualidad del ser humano planteando un camino de salvación personal en esta vida, basado en el amor y la perfecta conjunción de nuestras entidades masculina y femenina, una especie de transmutación interior.

Cabe lógico suponer que la recepción del mensaje cristiano, especialmente el concebido por Pablo, se habría dirigido a hombres y mujeres intensamente religiosos del Imperio Romano, que eran susceptibles a una ambientación mística, mítica y religiosa que le pudo ayudar enormemente a que sus ideas sobre Jesús, al que no conoció, acercasen a éste al ámbito de lo divino y encarnasen una figura digna de adoración. Fácilmente sería asumible por esos oyentes, imbuidos de las religiones anteriores asentadas en todo el ámbito de la cuenca del Mediterráneo, la idea de un Mesías ideal, engendrado por una mujer virgen de estirpe real, sin tacha de mal, capaz de cualquier tipo de milagros así como de su propia resurrección, en la misma medida que los atributos de otras divinidades imperantes, especialmente los mitos de Osiris/Isis/Horus, Dionisos, Apolo y Diana, Mitra, el Mazdeísmo, la variante babilónica de Isis, Astarté, y otros cultos “paganos”. La tarea de Pablo, así como de los posteriores Padres de la nueva Iglesia que se estaba gestando, hasta que se erigió como la opción “única y verdadera” en el Conciclio de Nicea sería, por una parte, afianzar el sistema patriarcal, con el dominio completo del sexo masculino sobre el femenino y, por otra, estructurar un canon dogmático de referencia que pudiera exterminar las demás corrientes religiosas, empleando cualquier método a su alcance.

El resultado fue, como vemos, redactar toda una teología exclusivista basada en unos hechos reales que se tuvieran como irrefutables, pero que el tiempo ha demostrado como falsos en su mayoría, en base a perseguir y destruir tanto la sublime corriente gnóstica, la multitud de Evangelios rechazados, los Apócrifos así como todas aquellas copias de los manuscritos de los textos que definitivamente serían fijados, y que planteaban múltiples contradicciones con ellos. Las acciones que les allanarían el camino para su consecución fueron, por ejemplo, la destrucción de la Biblioteca de Alejandría, reservorio del saber acumulado de la humanidad, así como tachar de heréticas cualesquiera corrientes que se desviaran del dogma que fue estableciéndose, allí donde éstas revelaran datos fidedignos y veraces pero que ponían en jaque el canon, como el arrianismo o el priscilianismo, por citar algunas. Afortunadamente, las primeras y genuinas corrientes pondrían a salvo prontamente copias primitivas de los textos, aún no falseadas, como por fortuna nos muestran los textos encontrados en Nag Hammadi y los pergaminos de las cuevas de Qumran.



Uno de los detalles más sospechosos que primero llama la atención es el hecho de que los evangelios canónicos fueran escritos, como mínimo, mas de treinta años después de los hechos acaecidos. Si tan importante fue el mensaje de Jesús que nos querian trasmitir, no se entiende esta dilación en el tiempo, más o menos la duración media de una vida en esa época. Solo este dato puede llevarnos a pensar que los hechos, sean cuales fueren, no se produjeron en esas fechas, y que fueran mucho más próximos o casi inmediatos a la destrucción definitiva del Templo de Jerusalén en el año 70 d.C. Existen indicios de la existencia de un relato previo y próximo en su redacción al Evangelio de Marcos, en el que se apoyaron también Mateo y Lucas, quienes a su vez lo completaron y corrigieron, a lo que se ha llamado la fuente “Q”. Es el escritor del Evangelio que llamamos de Marcos quien hizo una refundición profunda de estos textos, no antes del mencionado año 70 d.C., quien los amplió, los retocó profundamente y los acomodó a su propio pensamiento teológico.

Toda esta tradición sinóptica fue sin duda conocida por el autor del Evangelio de Juan, que a su vez reemprendió una gran tarea de repensar, reintepretar y resumir la tradición que le había llegado, pero casi treinta años después. Sin embargo, este último no les menciona, no les corrige expresamente, sino que polemiza con ellos indirectamente por medio de omisiones, añadiduras y cambios, y no duda tanto en incorporar claros elementos de la gnosis, cuya importancia no podía callar por estar muy extendida, como fijar la tendencia hacia la divinidad de Jesús, no mostrada por los anteriores, para intentar probar que solo él era el Salvador, que era el Mesías anunciado por los profetas y cuya vida contenía todos los elementos (nacimiento de una virgen, entrada en Jerusalén montado en un pollino, resurrección, etc.) que parecían hacer indiscutible al mismo tiempo su ascendencia del linaje de David, ser Hijo de Dios y su derecho legítimo de convertirse en Rey de Israel.

En general, los cuatro evangelios que a la postre formaron el canon de la futura religión (mientras se rechazaron otros muchos igualmente válidos pero que suscitaban en algunos puntos una clara oposición a ellos) fueron transcritos en forma liberal, y ni siquiera vacilaron en cambiar algunos de sus contenidos para comodarlos a su conveniencia, esto, es, que era Jesús y no otro de los muchos profetas de su época el verdadero Mesías. Aunque todos estos atributos quizá fueran una pura invención y adaptación de tradiciones más antiguas, y lo único que se muestra más evidente es que, en todo caso, Jesús encabezaba un grupo de índole sociopolítico con la intención de sedición contra el Imperio. En términos históricos, resulta difícil discutir que sin la fe convencida e impuesta de la resurrección de Jesús por medio de Dios, el cristianismo se hubiera visto abortado antes de nacer.

Hay pocas dudas entre los teólogos de que los Evangelios tal como se conocían hace apenas medio siglo además contenían multitud de interpolaciones, errores de copia, omisiones flagrantes, añadidos pintorescos, errores históricos, etc., hasta su fijación expresa en el Concilio de Nicea para adecuarlos a la corriente que quería hacerse única depositaria de la verdad. Como antes comentábamos, existían corrientes y versiones muy arraigadas contrarias al canon y con bastante legitimidad histórica y textual, que fueron tachadas de heréticas y duramente perseguidas hasta casi su total aniquilación. Entre ellas citamos el arrianismo, que negaba la divinidad de Jesús; el pelagianismo, que negaba la existencia del pecado original y que la humanidad entera ni murió a través del pecado ni resucitó por mediación del Cristo; el mandeísmo, que tenía a Juan el Bautista como verdadero profeta y tildaba a Jesús de un usurpador de la verdad; el juanismo, que consideraba también a Juan el Bautista como el auténtico Mesías y a Jesús como su sucesor, en tanto que María Magdalena se considera como suprema sacerdotisa de Isis e impulsora del movimiento a la postre cristiano; personajes de gran trascendencia y pureza vilmente condenados, como Apolonio de Tiana, Arriano y Prisciliano. Esta adquirida, por la fuerza, tranquilidad del cristianismo oficial empezó a resquebrajarse cuando comenzaron a aparecer copias ó fragmentos más antiguos y menos alterados de esos y otros textos, al descubrirse la biblioteca de Nag Hammadi en 1945, los textos llamados “apócrifos” y los encontrados en Qumran en el Mar Muerto, que abrían graves contradicciones frente al canon establecido y defendido a ultranza durante casi dos milenios.



Es muy notorio el hecho de que no exista ninguna referencia por parte de los cronistas romanos o judíos de la figura de Jesús, y menos alrededor del año 33 d.C. que es cuando se supone su crucifixión, a excepción del llamado testimonium flavianum, atribuido a Flavio Josefo, pero que un análisis serio del texto por especialistas confirma que es una interpolación muy posterior de la Iglesia. Sin embargo, este autor sí que hace referencia a una corriente filosófica encabezada por Judas el Galileo, que entendía al hombre como soberano y que no debía someterse a cualquier poder. Seguramente pertenecía al grupo de los zelotes, los “celosos de la verdad”, cuyos miembros más radicales serían los sicarios. Estas facciones deberían ser de sobra conocidas, por lo que no se tuvo más remedio por la oficialidad que mantener dichos apelativos en algunos apóstoles, como Simón “Zelote” y Judas “Iscariote”. Asímismo, en sus Antiguedades Judías menciona un falso profeta egipcio que arrastraba a las gentes al Monte de los Olivos. La figura del propio Juan el Bautista tiene realidad histórica comprobada, que por linaje bien podía ser el Mesías anunciado por los profetas que recuperaría el trono de Israel, capaz de milagros, curaciones y exorcismos, y cabe suponer que la afiliación de Jesús como primo sanguíneo suyo se efectuó para añadir legitimidad a su figura y “robarle” sus atributos. Otra figura contemporánea que también tiene realidad histórica es Simón el Mago, también caudillo de un amplio grupo de seguidores y capaz de todo tipo de milagros, después tildado de demoníaco y corruptor, una vez que, igualmente, parte de sus hazañas y poderes fueran también a parar a la figura de Jesús.

Otra escena de los textos que ha dado mucho que hablar es la disyuntiva que se propone al pueblo entre la figura de Jesús y la de Barrabás. Parece cierto que este nombre deriva de Bar Abba, en arameo, Hijo del Padre. Siguiendo literalmente las conclusiones de Mateo Martín Lapiedra en su imprescindible libro “Filia Dei – Revelando al Hijo del Hombre”: «¿No indicaría, acaso, que el verdadero Jesús, el luchador, fue sustituido entonces por otro falso, el manso? Es de esperar que al poder establecido no le conviniera relacionar la figura del Mesías con la de un rebelde libertador, y sí, en cambio, con la de un dócil místico y bonachón». En la misma medida hemos visto transfiguradas en la figura de Jesús las características sabidas del Bautista, que ya poseía, antes que él, de un nutrido y fiel grupo de discípulos, y cuyo poder y virtud de concentrar a las masas por un nuevo orden era temida por Herodes, quien tras la decapitación de aquel temía que el nuevo profeta de que le hablaban, Jesús, era el mismo Bautista que había regresado de entre los muertos.

Pero si tuviéramos que elegir el personaje principal de toda la trama, al que se le escamotearon sus atributos en toda regla, se menospreció en grado sumo, se vilipendió fanáticamente y se trató de oscurecer su importancia lo máximo posible para asentar definitivamente la supuesta superioridad masculina, ese sería el de María Magdalena. La mayoría de los investigadores actuales independientes y que rehúsan someterse al confuso y falaz dogma católico, apuntan en toda regla a la Magdalena como la verdadera artífice e impulsora del auténtico mensaje. En los evangelios canónicos se nota un gran esfuerzo en la dispersión de su figura cuando menos, y para qué hablar de su transformación medida en prostituta, una gran pecadora arrepentida de la que se expulsan siete demonios. Es casi unánime la opinión de que María la de Betania, la mujer que unge a Jesús con aceite de nardos y María Magdalena son una misma persona. Su importancia sería tal y su influjo tan grande que no podía ser de ninguna manera totalmente descartada a la hora de falsificar los textos, aunque sí emborronar su imagen tanto que pasara casi desapercibida. Es sintomático comprobar que, según nos dice Lynn Picknett y Clave Prince en “La Revelación de los Templarios”: «Tal vez parezca curioso, pero la primitiva Iglesia sí reconoció su verdadero lugar en la jerarquía y le dio el título de Apostola Apostolorum, «la Apóstol de los Apóstoles», o más explícitamente «la primera Apóstol». A idéntica conclusión llega en su fascinante libro “María Magdalena, el Primer Papa”.



Si no recuerdo mal nos comenta que existe no lejos de Egipto una antigua ciudad llamada “Magdala”. Ese dato debía ser bien conocido, ya que es la única persona en los evangelios a la que se nombra por su lugar de nacimiento. Además, de “Torre”, Magdala viene a significar “Alta, Elevada”. Y precisamente debía ser “elevado” su conocimiento de la religión egipcia y, si apuramos más, podríamos considerarla como una sacerdotisa de Isis, iniciada e iniciadora de los misterios de la vida y la muerte. Señala también esta autora que en los textos apócrifos se resalta su tez oscura y su ascendencia no judía. Es probable que tomara la determinación de regenerar la maltrecha religión judaica y se estableciera en Betania con sus propios recursos; no en vano es evidente que mantenía con su pecunio las actividades del grupo de apóstoles. Con este nombre se conocen dos localidades en la antigua Palestina, una, a solo tres kilómetros de Jerusalén, y otra al este del río Jordán, donde Juan el Bautista predicaba. Aunque los redactores de los evangelios y los copistas siguientes eliminaran cualquier relación con el Bautista, es lógico pensar que se conocían, y hasta imaginar que fue ella la que lo inició en el antiguo rito egipcio del bautismo, desconocido en aquellas tierras. Es posible aventurar que, una vez que la misión del Bautista a expensas de la Magdalena quedara prontamente abortada por su prematuro asesinato (algunos opinan obra de ciertos seguidores de Jesús, no conformes del todo con su mensaje de paz y amor, aunque del mismo modo rehacios y contrarios al régimen herodiano), eligiera a Jesús y lo iniciara en los misterios de Isis.

Parece muy claro que, tanto en los evangelios canónicos como sobre todo en los apócrifos, solo ella y Judas eran conocedores y partícipes de la verdadera dimensión del mensaje del Ungido, ya que el resto de apóstoles (y, por supuesto, el hermano de Jesús, Santiago, primer caudillo de los cristianos una vez desaparecido el Cristo) eran ignorantes del verdadero sentido del mensaje profundo, la muerte y la posterior resurrección de Jesús. No en vano, todos desaparecieron de la escena en los teribles momentos, incluso negaron pertenecer al grupo de sus discípulos. Solo quedarían a su lado las tres Marías (quizá solo María Magdalena), el enigmático discípulo amado, Juan, y un personaje también clave, José de Arimatea. De su propiedad era el sepulcro donde fue sepultado su cadáver, a toda prisa, como para que no se pudiera comprobar si efectívamente estaba muerto. Hay quien cree, y no le faltan motivos, que quien fuera que fuese el crucificado, éste no murió en la cruz, sino que solo se le administró una pócima para crear tal convicción, y que su prematuro descendimiento de la cruz formaba parte de la estratagema para eludir tanto a las autoridades romanas como para convencer al sanedrín. De hecho y normalmente, se pretendía que los crucificados sufrieran el mayor tormento posible, para lo cual se les hacía apoyar los pies en el patibulum, lo que aseguraba una muerte lenta por asfixia en no menos de cuarenta y ocho horas. Esa pócima debía de provocar aparentemente la defunción y mantener al mínimo las constantes vitales, de modo que cobra sentido la escena del Longinus cuando hunde su lanza en el cuerpo del crucificado y apenas brota sangre. Escenas parecidas se comprueban actualmente entre algunos yogis y fakires, que logran reducir al mínimo sus pulsaciones y aliento durante días, como si su espíritu hubiera abandonado el cuerpo a voluntad, quedando solo un amasijo de carne insensible.



Estos datos y, por supuesto, otros muchos que ignoro, podrían haber sido conocidos de primera mano por la órdenes secretas, como cátaros y templarios, como ya esbozamos en fechas anteriores, y justificaría ampliamente la devoción expresa hacia las figuras de Juan el Bautista y María Magdalena, como auténticos artífices y depositarios de la Tradición, considerando al Jesús católico más bien como un usurpador, una burda invención para dominar las mentes y el destino de un pueblo ignorante durante dos milenios. A veces lo hicieron abiertamente, como los cátaros, donde eran admitidas las mujeres por igual, convencidos de que solo de la unión de los sexos contrarios brotaba el hombre perfecto y libre, conociendo su verdadera potencialidad y la chispa divina que late en el interior del ser humano, que busca regenerarse mediante su existencia material. Por ello, no dudaron en inmolarse antes que abrazar la mentira. Otras veces, como en el caso de los templarios, no tuvieron más remedio que ocultarlos de cara a los poderes dominantes, y preservarlos así de los ataques intolerantes, convirtiéndose en un saber esotérico, solo apto para iniciados.

Pero queda una vuelta de tuerca más, y no menos trascendental. Ya vimos como los errores cronológicos deliberados por parte del dogma católico parecían tener la intención de que no asimiláramos la figura de Jesús con la de los múltiples profetas y revolucionarios inmediatamente anteriores a la destrucción del Templo de Jerusalén, y de los cuales tomaron y copiaron sus atributos. Volvemos al estudio de Mateo Martín Lapiedra, donde de forma novedosa y original nos propone que el nacimiento de Jesús debió acaecer sobre el año 33 d.C., justamente el año en que el dogma oficial pregona su muerte. Su versión comienza tras encontrar un manuscrito en la fortaleza de Montségur, el bastión donde se autoinmolaron los cátaros, y afirma: «Cristo, el único Maestro, no  tiene naturaleza carnal, no pudiendo así nacer, ni siendo posible su muerte. Si que gozaron, en cambio, de dicha naturaleza sus Discípulos, que en Tierra Santa se reunieron. Ellos son los que encarnaron  al Maestro. Hubo entre ellos uno que manifestó Sus Leyes de un modo especialmente claro y ejemplar. Dicha manifestación externa  llegó a  tener, a  los ojos de muchos, el valor de Prueba Viva. No es de extrañar que por ello le confundieran con el Verdadero Maestro incorpóreo. Mas sólo se trataba del Discípulo Amado, así referido por la claridad con que manifestó en sus propias carnes la Verdad. Fue aquel que representó ante ellos el guión del Maestro Jesús, sin ser, repito, realmente el Maestro, que es Espíritu, sino uno de sus discípulos. Y tan bien interpretó su papel que, como Él, inmortal, logró escapar a la muerte cuando trataron de capturarle. Fue otro el que murió en la cruz a fin de que el Discípulo Amado pudiese terminar su obra. Tras cierto tiempo prudencial, este último volvió a manifestarse dando origen a una resurrección aparente. Lo más sorprendente de todo es que finalmente Ella, Madre, Esposa e Hija de  Dios, se  reveló como el  Maestro Visible, habiendo actuado antes bajo un insospechado disfraz. Los que aquello presenciaron, pudieron ver a la Magdalena sin velo y llegaron a entender algunos de los más Grandes Misterios».

Montségur no está lejos de Rennes-le-Château, donde el famoso abate Sauniére encontró a finales del XIX “algo” de una crudeza tan extrema que su posible divulgación podía acarrear tremendos perjuicios al dogma católico. Quizá en pago a su silencio, este humilde sacerdote recibió y dilapidó inmensas cantidades de dinero en el transcurso de unos pocos años, parte de las cuales destinó a la construcción en Villa Bethania de una iglesia en honor de María Magdalena y Juan el Bautista, donde incluyó un sin fin de enigmas, motivos gnósticos, simbología templaria, etc., todo debidamente aderezado para suscitar las mínimas sospechas entre los fieles. A su favor estaba el hecho incontestable de una larguísima tradición de culto por aquellas tierras de la diosa Isis, que sería animada posteriormente por otra no menor adoración por la figura de María Magdalena, cuyo culto sería disimulado por la proliferación de vírgenes negras, y asímismo de Juan el Bautista, cuyo nombre sería, por ejemplo, adoptado por todos los grandes maestres del Priorato de Sión. 



Se afirma que sería precisamente en el año 33 d.C. cuando María Magdalena arribaría a las costas de occitania, llevando consigo la sangre del cristo, el Grial. De aquí partiría poco antes del año 70 d.C. nuestro “Jesús” para completar su formación, y realizar su misión de liberación de una sociedad opresiva e injusta. Su aspecto, modales y lenguaje no serían reconocidos como el habitual, por lo que su sobrenombre del Galileo, más que referirse a Galilea, región de costumbres relajadas y poco receptiva al judaísmo, debió ser originalmente “Galo”, de la Galia romana. A esta fuerte tradición “Juanista” y “Magdalenista” dedicó subrepticiamente Leonardo da Vinci sus más grandes obras de carácter religioso. De todos conocido el cuadro de La Última Cena, donde no hay cáliz, en el que los personajes o bien dan la espalda a Jesús o le increpan levantando el índice, la figura que representa a Pedro parece amenazar al Discípulo Amado, al que una mano salida de ninguno de los asistentes parece querer cortarle el cuello. Este Discípulo Amado barbilampiño con rostro femenino es casi idéntico al de Jesús y forma con éste una clara M. Su carácter juanista, también y evidentemente ocultado a los ojos de la Inquisición se muestra tanto en el cuadro La Virgen de las Rocas como en el de La Virgen, el Niño y Sta. Ana, en los que de forma clara es Jesús el que está en posición de adoración de Juan.

Seguimos leyendo que: «Tras su resurrección aparente, sus discípulos no le reconocieron. De algún modo, se habría transfigurado. ¿Acaso no sería coherente que  esa transfiguración fuera, en realidad, la revelación de la verdadera persona de María tras la antigua máscara de Jesús? Esa María revelada, bien podría ser llamada Hija de Dios  y,  como  no,  con más  razón, Hija  del Hombre,  pues  de  detrás  de  la  apariencia de un hombre, el Jesús visible, había  surgido… Recapitulando, la virgen María engendró a su hijo, por la vida del cual se entrega el tal Judas, su administrador, un falso Mesías. Tras ello, María se revelaría como el auténtico Maestro, protagonizando así una resurrección y una transfiguración aparente. Esta María sin velo sería, obviamente, el primer testimonio de la resurrección… Discípula  Avanzada  sería desconocida por la inmensa mayoría, quizás por todos excepto por su… administrador. Este podría haber sido, perfectamente, el  mismo esposo de María,  enlace que facilitaría enormemente la transmisión  de conocimientos entre ellos, a la vez que haría más comprensible el sacrificio supremo del falso Jesús, acaso Judas, esposo de María, en la cruz. Éste elegiría, entonces, morir en ella para proteger a su  esposa  y  maestra.»

Podemos aceptar el mensaje de paz, amor y bienaventuranza como valores universalmente válidos, e intentar rescatar el sentido de liberación interior, regeneración y renacimiento a través de infinitas vidas, pero todo ello disponible para efectuarlo en esta vida y por nuestro propio esfuerzo, sin que necesitemos la losa del pecado original, la recompensa después de una vida de sufrimiento ni el acatamiento a ninguna autoridad eclesiástica. También es imprescindible recuperar nuestro ser andrógino, dual e integrado en nuestra naturaleza, devolvernos la esencia femenina que nos han usurpado para completar nuestra transmutación aquí y ahora. Todos los demás dogmas, escrituras e imposiciones implantados a sangre durante siglos deben ser eliminados, son producto de las debilidades humanas, la codicia, la ambición, el deseo de poder, no son “Palabra de Dios” ni podrían serlo.


Para consultar:
Mateo Martín Lapiedra - Filia Dei - Revelando al Hijo del Hombre
Lynn Picknett - María Magdalena, ¿el primer Papa?
Lynn Picknett/Clive Prince - La revelación de los Templarios
Antonio Piñero - La verdadera historia de la Pasión
César Vidal - El legado del Cristianismo
James D. Tabor - La Dinastía de Jesús

miércoles, 23 de mayo de 2012

Séneca, el sabio de la Bética




“Nació en Córdoba, pocos años antes del comienzo de nuestra Era. Se educó en Roma manifestando desde joven aptitudes para la poesía y la elocuencia, así como para los estudios filosóficos y la investigación científica. En Séneca, el hombre se redime a sí mismo, y por medio de la razón. Hoy diríamos que el hombre no tiene redención, que su saber es inconsciente, y que su disfrute es hacerlo consciente, sabiendo de sí entre tanto, tanto como de lo humano en sí. Entre las reflexiones de Séneca y las nuestras, media la ciencia, superada luego por el psicoanálisis; la literatura y los siglos de avance respecto del deseo humano de Saberse a sí mismo. Hoy por hoy, si bien este saberse se procura paso hacia la conciencia, no es de ésta sino un iceberg surgido desde el fondo de lo inconsciente. Nos habla sobre las pasiones, lo que nosotros hoy llamaríamos el goce, la pasión humana que lo conduce a la muerte”.



Considero, pues, más feliz al hombre que no ha necesitado sostener ninguna lucha contra sí mismo; y creo más meritorio al que, luchando consigo mismo, ha logrado vencer sus malas inclinaciones, arrastrando su alma, más bien que conduciéndola al camino de la sabiduría. Pero que emocionen los pensamientos, no las frases; la elocuencia es un veneno cuando es ella y no la verdad lo que apasiona.

No tengas ninguna fe en las gentes cuando te digan que sus negocios los apartan de los estudios serios; se hacen los ocupados sin estarlos mucho; la dificultad para esos hombres está en ellos mismos.

Todo puede despreciarse; pero poseerlo todo es imposible. El camino más corto para ser rico es despreciar la riqueza.

Una vez en tu soledad haz de modo que la gente no hable de ti; por tu parte, habla contigo mismo. ¿Qué te dirás? Lo que los hombres dicen con mucho gusto los unos de los otros: ten mala opinión de ti, y así adquirirás la costumbre de oír la verdad y de decirla.

Por otra parte, bien sabes que no es forzoso conservar la vida, pues lo importante no es vivir mucho, sino bien vivir. Así es que el sabio vive lo que debe, no lo que puede. Examinará dónde, cómo, con quién, por qué debe vivir; lo que será su vida, no lo que pueda durar.

La mejor razón para no quejarse de la vida es que ella no retiene al que la quiera dejar. Las cosas humanas están muy bien dispuestas: nadie es desgraciado más que por su culpa. ¿Te place la vida? Vive. ¿No te place?, pues eres dueño de volver al lugar de donde has venido.

Si quieres no ser esclavo de tu cuerpo, figúrate que estás alojado en él momentáneamente como un transeúnte, y no pierdas de vista que vas a perder el alojamiento de instante a otro. Así te hará poca mella la necesidad de dejarlo. Pero, ¿cómo familiarizarse con la idea del propio fin cuando no tienen fin nuestros deseos?

Se necesita un alma grande para apreciar las grandes cosas, pues las almas vulgares les atribuyen sus propios yerros.

Yo no hago del sabio un hombre aparte, diferente de los otros; no lo considero libre de dolor, como una roca insensible. No pierdo de vista que está compuesto de dos sustancias; una irrazonable que siente las mordeduras, las quemaduras, el dolor; otra razonable que nada puede quebrantar en sus opiniones, apurar ni vencer. En esta última es en la que reside el soberano bien: tan incierta y vacilante como es el alma incompleta, es inmóvil y fija cuando se goza de ella en toda su plenitud.

Todo el que se abandona a los caprichos de la suerte, se prepara innumerables motivos de desasosiego; no hay más que un solo medio de llegar a la seguridad: despreciar las cosas externas y aparatosas, ateniéndose a lo honrado.

Quien tenga el propósito de ser feliz, no debe pensar más que en un solo bien: lo honesto.

¡Qué! ¿No sigues las huellas de los antiguos? Sí, pero con reservas, con la condición de poder añadir alguna cosa, cambiar algo y abandonar aquello que me parezca. Soy su discípulo, no su esclavo.

El cuerpo necesita mucho alimento, mucha bebida, mucho aceite; un cuidado, en fin, de todos los instantes. Pero la virtud se adquiere sin aparato y sin desembolso; todo lo necesario para ser un hombre de bien, lo posees. ¿Qué es lo que se necesita? Querer.

En efecto, el hombre debería portarse siempre como si hubiera testigos de lo que hace, pensar siempre como si alguien pudiese leer en el fondo de su pensamiento. Y a fe que puede hacerlo.

La ambición no tiene límites; lo mismo teme a los que están delante que a los que vienen detrás y es una doble envidia lo que la atormenta. ¡Qué desdicha la de ser envidiado, y qué miseria la de sentirse envidioso!

Nunca creas feliz a nadie que esté pendiente de la felicidad.

Cada día, cada hora, nos revela la nada que somos, y nos advierte con un nuevo argumento nuestra olvidada fragilidad: entonces nos obliga a meditar en lo eterno y a volver la mirada hacia la muerte.

Nuestro término está firme allí donde lo fijó el hado inexorable, pero ninguno de nosotros sabe a qué distancia se encuentra. Dispongamos, pues, de nuestro ánimo como si ya hubiésemos llegado a nuestro fin. No aplacemos nada: saldemos cada día nuestras cuentas con la vida. El mayor defecto de la vida está en que siempre es incompleta, porque siempre dejamos algo aplazado. A quien sabe dar cada día a su vida la última mano, no le falta tiempo.

Mientras ignores de qué has de huir, qué has de buscar, qué es necesario y qué está de sobra, qué es justo y qué injusto, lo que hagas no será viajar, sino andar errante.

Vivamos, pues, con todo el ánimo, y, puesto aparte lo que nos distrae, esforcémonos en una sola cosa: que no tengamos que comprender la rapidez del tiempo infatigable cuando ya nos haya abandonado. Que cada primer día agrade como si fuese el mejor y que se haga vuestro. Hay que tomar posesión de lo que se nos escapa.

Pero para que no me ocurra a mí mismo, mientras ando buscando otra cosa, convertirme en gramático o filólogo, te advierto que al oír o leer a un filósofo hay que tratar de encontrar la ciencia de la vida feliz, de modo que se capten no ya palabras arcaicas o retorcidas, y metáforas difíciles y figuras de dicción, sino preceptos provechosos y sentencias magnánimas y esforzadas que lleven a una pronta acción.

Nuestro rey es el ánimo, cuando está firme, todo lo demás es fiel a su deber, obediente, dócil. En cuanto aquel vacila un poco, todo se tambalea; y, si se entrega al placer, también sus actitudes y sus actos languidecen, y todo esfuerzo se hace flojo y pusilánime.

No hay vicio alguno para el que no haya alguna defensa; todos tienen un comienzo pudoroso y excusable, pero luego se expansionan mucho más: no conseguirás que cese, si le permites comenzar. Toda pasión es débil al principio; después se excita a sí misma y reúne fuerzas a medida que avanza, es más fácil cerrarle el paso que expulsarla.

¿Sabes por que no tenemos fuerza suficiente? Porque creemos que no la tenemos.

Nadie puede tener todo lo que quiere, pero puede no querer lo que no tiene, y usar alegremente lo que se le ofrece.



Lucio Anneo Séneca – Fragmentos de cartas a Lucilio