Páginas

viernes, 18 de mayo de 2012

María Zambrano comentando a Jorge Manrique



“La Muerte Callada”

«Todo ha de pasar por tal manera», todo ha de pasar por la muerte y a este saber hemos de despertar recordándolo, «recuerde el alma adormida». Adormida, con esta sola palabra nombra nuestro poeta a ese estado del alma que es la esperanza... La esperanza de perduración, el agarrarse a las cosas que transcurren en el tiempo, es soñar un sueño que es olvido. Todo el movimiento de las Coplas nos da la imagen del manso, insensible fluir en que van las cosas en que va nuestra propia vida y tan lento es el fluir, tan sosegado el cambio, que nos permite soñar en el olvido. Olvidando que pasan nos adormimos y hay que despertar. «Avive el seso y despierte, contemplando», pues hay que estar muy despierto para percibir este insensible fluir que al final acaba con todo. La muerte es ese final lento y callado.
         

«La muerte callada» es un motivo esencial del estoicismo. El estoico rehuye la tragedia y ve la muerte llegar con paso callado, con el mismo paso callado del tiempo. La vida va a dar en la muerte naturalmente; el estoico no ve tampoco en la muerte nada sobrenatural. Ni tragedia ni misterio; la muerte es algo de la naturaleza y a ello hay que acomodarse. La imagen natural de la vida, así nos lo dice. Imagen clásica que veremos aparecer y reaparecer sin cansancio en nuestra literatura. «Nuestras vidas son los ríos - que van a dar a la mar - que es el morir». Con la misma dulzura del agua perdiéndose en el agua, ve la muerte el poeta estoico, lluvia cayendo en el lago, río en la mar, naturalmente, y por ello, irremediablemente. Es la naturaleza igualatoria, el reintegrarse de todas las diferencias, el borrarse de las distancias. Las acciones de la vida en su trascendencia que es la fama, también pasan «aunque esta vida de honor - tampoco no es eternal - ni verdadera».
         

La eternidad no aparece a pesar de su declarado cristianismo, declarado sobre todo en las estrofas finales del largo poema, en que la muerte se presenta al caballero prometiéndole la eternidad, eternidad que es ciertamente sólo eternidad; quietud, aplacamiento, reposo. No es ciertamente la perduración de la vida individual y personal de acá abajo, no es su salvación, la resurrección de la carne, la que aparece como a su esperanza cristiana le está permitido y aún encomendado. A pesar de sus imprecaciones a Cristo, la idea natural, naturalista, de la muerte, es la que se manifiesta.


Y es preciso decirlo, si las Coplas de Jorge Manrique han quedado impresas en la memoria del español, dibujadas en las entrañas de su ser, es lo cierto que constituye el punto más problemático quizá de nuestra vida, lo más agudo y verdaderamente discutido de las cuestiones. Porque no todos quieren el morir tan callando». Y el desesperado ibérico que arroja la bomba, el hondero de dinamita, el que se lanza a la desesperada, «a lo que sea», no quiere morir callando. Este «a lo que sea» es lo que sea con tal de no «morir tan callando». Y es en verdad contra este sentido de la muerte como algo natural, contra lo que se ha revelado el español cuando se ha hecho revolucionario. Las revoluciones cuando tienen sentido, se logren o no, no suelen ir motivadas por lo que con más facilidad se dice. Son más claros los hechos que las palabras, a pesar de la prodigalidad con que se desarrolla la oratoria en las revoluciones.
   

Pero no es la oratoria demagógica la más afortunada que digamos, para revelar la intima motivación revolucionaria, y lo más común es que aquello contra lo que se levanta el revolucionario, sea algo en apariencia muy alejado. Y claro que ha de ser así, pues la rebeldía ha de ser contra algo muy persistente, contra algo que haya constituido categoría dentro de la vida, pues si no sería desproporcionado y pueril, mejor dicho: no sería. Si antes ya vimos que el estoicismo es la actitud del hombre que vive una crisis histórica y no llega jamás a transformarla en revolución, ahora lo vemos comprobado. El estoico no puede jamás llegar a la revolución por muchos motivos, quizá por uno solo: porque el estoicismo sea en sí mismo eso: un modo de afrontar la crisis sin llegar nunca a la revolución. En todo caso sea o no sea su raíz, el resultado es que nunca podrá llegar. El obstáculo más decisivo es éste entre todos: el sentir la muerte como algo natural, término adecuado de la vida. «Nuestras vidas son los ríos»...
         

El ascetismo del estoico ha resultado mucho más grave que el ascetismo cristiano del Kempis, porque ha renunciado a la vida personal, aunque no lo advierta, entregado a la idea natural de la muerte; se ha quedado todavía con menos que el asceta, que en medio del yermo sueña con la resurrección de la carne y la vida perdurable. Su reducción ha consumido dos vidas: la temporal de la carne y la histórica o de la fama. Todo se desvanece: los grandes hechos de guerra, las conquistas a los moros... tan sólo queda la memoria consoladora, la paz del recuerdo, pozo del tiempo... «Y aunque la vida murió - nos dejó harto consuelo - su memoria».

María Zambrano – Pensamiento y Poesía en la Vida Española






Jorge Manrique - Coplas por la muerte de su padre


  Recuerde el alma dormida,         
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte              5
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,             10
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

  Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,                           15
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar             20
lo que espera,
más que duró lo que vio
porque todo ha de pasar
por tal manera.

  Nuestras vidas son los ríos        25
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;                          30
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos          35
y los ricos.

Invocación:

  Dejo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
no curo de sus ficciones,            40
que traen yerbas secretas
sus sabores;
A aquél sólo me encomiendo,
aquél sólo invoco yo
de verdad,                           45
que en este mundo viviendo
el mundo no conoció
su deidad.

  Este mundo es el camino
para el otro, que es morada          50
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,             55
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.                         60

  Este mundo bueno fue
si bien usáramos de él
como debemos,
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquél                  65
que atendemos.
Aun aquel hijo de Dios,
para subirnos al cielo
descendió
a nacer acá entre nos,               70
y a vivir en este suelo
do murió.

  Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos,                          75
que en este mundo traidor,
aun primero que muramos
las perdamos:
de ellas deshace la edad,
de ellas casos desastrados           80
que acaecen,
de ellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallecen.

  Decidme: la hermosura,             85
la gentil frescura y tez
de la cara,
el color y la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?                       90
Las mañas y ligereza
y la fuerza corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega al arrabal              95
de senectud.

  Pues la sangre de los godos,
y el linaje y la nobleza
tan crecida,
¡por cuántas vías y modos            100
se pierde su gran alteza            
en esta vida!
Unos, por poco valer,
¡por cuán bajos y abatidos
que los tienen!                      105
otros que, por no tener,            
con oficios no debidos
se mantienen.

  Los estados y riqueza
que nos dejan a deshora,             110
¿quién lo duda?                 
no les pidamos firmeza,
pues son de una señora
que se muda.
Que bienes son de Fortuna            115
que revuelven con su rueda          
presurosa,
la cual no puede ser una
ni estar estable ni queda
en una cosa.                         120

  Pero digo que acompañen             
y lleguen hasta la huesa
con su dueño:
por eso nos engañen,
pues se va la vida apriesa           125
como sueño;                     
y los deleites de acá
son, en que nos deleitamos,
temporales,
y los tormentos de allá,             130
que por ellos esperamos,             
eternales.

  Los placeres y dulzores
de esta vida trabajada
que tenemos,                         135
no son sino corredores,              
y la muerte, la celada
en que caemos.
No mirando nuestro daño,
corremos a rienda suelta             140
sin parar;                      
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
no hay lugar.

  Si fuese en nuestro poder          145
hacer la cara hermosa               
corporal,
como podemos hacer
el alma tan glorïosa,
angelical,                           150
¡qué diligencia tan viva            
tuviéramos toda hora,
y tan presta,
en componer la cativa,
dejándonos la señora                 155
descompuesta!                   

  Esos reyes poderosos
que vemos por escrituras
ya pasadas,
por casos tristes, llorosos,         160
fueron sus buenas venturas          
trastornadas;
así que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
y prelados,                          165
así los trata la muerte             
como a los pobres pastores
de ganados.

El vivir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales,
ni con vida deleitable
en que moran los pecados             425
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
y con lloros;
los caballeros famosos,              430
con trabajos y aflicciones
contra moros.

  Y pues vos, claro varón,
tanta sangre derramasteis
de paganos,                          435
esperad el galardón
que en este mundo ganasteis
por las manos;
y con esta confianza
y con la fe tan entera               440
que tenéis,
partid con buena esperanza,
que esta otra vida tercera
ganaréis.»

  «No tengamos tiempo ya             445
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;                           450
y consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera         455
es locura.

Oración:

  Tú, que por nuestra maldad,
tomaste forma servil
y bajo nombre;
tú, que a tu divinidad               460
juntaste cosa tan vil
como es el hombre;
tú, que tan grandes tormentos
sufriste sin resistencia
en tu persona,                       465
no por mis merecimientos,
mas por tu sola clemencia
me perdona.»

Fin:

  Así, con tal entender,
todos sentidos humanos               470
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos y hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio        475
(en cual la dio en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió
dejónos harto consuelo
su memoria.                          480







2 comentarios:

  1. Una preciosa lectura, Manulondra. Muchas gracias!

    Saludos!

    ResponderEliminar
  2. A muchos les parecerá dramática y pesimista, pero yo la veo como la mejor expresión de la crudeza de la vida. Junto con Vida Retirada de Fray Luis de León fueron las que más me impactaron de muy joven.

    Gracias, Gloriana, por entrar por aquí. Un abrazo!

    ResponderEliminar