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martes, 16 de octubre de 2012

Marxismo contra la Crisis... ¿tiene hoy validez?


Karl Korsch hace un concienzudo análisis, allá por los años 50, del verdadero legado de Marx, su carácter científico e histórico difícilmente refutables en el aspecto teórico, de cómo la necesidad de cortar de raíz los cimientos del modo de producción económico creado por el entramado burgués capitalista no se ha llevado a cabo, y el sistema comunitario y apolítico con la progresiva disolución de los estados nunca se efectuó. Los países que hoy se nos muestran como comunistas no son tales, sino meros cambios del poder opresor, distanciamiento social y no lucha de clases, enriquecimiento de unos pocos y no distribución justa de la riqueza.

Jamás ha habido una revolución social como soñara Marx, el socialismo actual se parece mucho al socialismo utópico y doctrinario de que nos hablaba como uno de los impedimentos a la transformación de las estructuras sociales y productivas. El socialismo se ha aburguesado, se ha acomodado a sus expectativas de poder. Mientras soplaba un aire de falsa bonanza impulsado por el frágil entramado inmobiliario y financiero, quizás pensó que de verdad era posible un estado de bienestar basado en tan etéreos principios, sin atreverse a una modificación profunda del sistema, hasta que fue cayendo aceleradamente a los pies del interés capitalista, sin opciones bajo la fuerza de poderes externos.

Ahora nos vemos con el agua al cuello, ni siquiera poseemos ya soluciones ni argumentos mínimamente válidos para cambiar el panorama razonablemente. ¿Es hoy válido el principio marxista de una Revolución Social, Económica, Jurídica, Cultural, etc., como una profecía de lo que tenía que ser ineludiblemente? 

En caso de desconcierto generalizado, esto puede dar un vuelco hacia no sabemos dónde.





La historia de los últimos cien años muestra que esta lucha de los trabajadores contra el capital, siempre rechazada, pero constantemente reanudada de nuevo, sobrevive a los periodos más cortos o más largos de represión férrea subsiguientes, a cada derrota, pese a que en esos periodos se aplasten materialmente todas las organizaciones obreras existentes. En esas luchas y derrotas las acciones de resistencia, al principio aisladas y más o menos elementales, crecen paulatinamente hasta convertirse en una forma masiva, más eficaz y amenazadora de movimiento, hasta una verdadera guerra entre la clase opresora y la clase oprimida.

La burguesía ha desgarrado despiadadamente los abigarrados lazos feudales que unían a los hombres con sus superiores naturales y no ha dejado más vínculo entre hombre y hombre que el interés desnudo. Solo en el posterior desarrollo histórico del modo de producción capitalista y de la sociedad burguesa basado en él, se ha visto claro que con las supuestas libertad e igualdad burguesas “para todos” en lugar de la vieja “ilibertad” para la gran masa del pueblo trabajador, encubierta con ilusiones religiosas y políticas, se tenía solo una nueva forma de opresión y explotación con revestimiento objetivo, en vez de personal. La tarea consiste en la eliminación práctica de esa nueva forma de servidumbre.

La magnitud del exceso de valor producido por los trabajadores en los productos de su trabajo respecto de su salario, o la cantidad de “plustrabajo” prestados para la producción de esa plusvalía, no son en el modo capitalista resultado de ningún cálculo económico. Son el resultado de una lucha de clases social que, precisamente por el hecho de que en el mecanismo económico de la producción capitalista no hay ninguna limitación objetiva al aumento de la tasa de plusvalía, va tomando en el curso del desarrollo formas cada vez más agudas. Con la creciente acumulación de capital en un polo y la creciente acumulación de miseria en el contrapelo de la sociedad,  finalmente desemboca en una revolución abierta.

La necesidad económica de la acumulación ininterrumpida e intensificada del capital que se expresó como “fanatismo del progreso”, constituye el valor (histórico) y la necesidad (transitoria) del modo de producción capitalista. En lugar de esa mistificación ideológica aparece en el caso del proletariado la clara orientación científica de su propia teoría y práctica hacia un nuevo desarrollo progresivo de las fuerzas productivas en la sociedad socialista.

Insiste mucho Marx en instruir al proletariado con la doctrina materialista de que no puede consumar su liberación de la particular forma de su presente opresión y explotación mediante una transformación meramente política, jurídica y cultural, sino solo mediante una transformación social de todas las relaciones de la existente sociedad burguesa, que llega hasta el fundamento económico.

En la sociedad comunista desarrollada se terminarán, junto con los restos de la presente estructura económica de la sociedad burguesa, junto con la “mercancía”, el “valor” y el “dinero”, también el estado, el derecho y todos los antagonismos que nacen de las condiciones sociales de vida de los individuos, o sea, todas las contraposiciones y todas las luchas de clases. Solo en una fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido el sometimiento de los individuos a la división del trabajo, solo entonces se hará superfluo el inhumano sacrificio del presente para el futuro de la sociedad, y el unilateral principio del progreso desembocará en el “omnilateral desarrollo de los individuos libres en la sociedad libre”.




Dice Marx que: “La burguesía no puede existir sin revolucionar constantemente los instrumentos de producción y, por lo tanto, las relaciones de producción y todas las relaciones sociales. La constante transformación, inseguridad y movimiento disipa todo lo fijo y permanente… en un determinado estadio de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes… esas fuerzas mutan en trabas de las mismas. Empieza entonces una época de revolución social. Con la transformación de los medios económicos se subvierte también más o menos rápidamente toda la gigantesca sobrestructura. En este terreno la libertad no puede consistir más que en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente su metabolismo con la naturaleza, lo pongan bajo su control comunitario, en vez de ser dominados por él como por una fuerza ciega; en que lo realicen con el menor gasto de energía y en la condiciones más dignas y adecuadas a su naturaleza humana. Pero éste sigue siendo un reino de la necesidad. Más allá de él empieza el despliegue de la energía humana que se toma como fin de sí mismo, el verdadero reino de la libertad, el cual no puede florecer mas que sobre aquel reino de la necesidad como base”.

Con la disolución del materialismo económico de Marx en una serie de ciencias particulares sociológicas, se destruye el fundamento de su carácter práctico revolucionario. En lugar del ataque radical al todo del presente modo de producción capitalista y a la formación social y económica basada en él, aparece una crítica teórica a aspectos aislados del sistema capitalista existente, crítica del orden económico burgués, del estado, de la educación burguesa, de la religión, del arte y el resto de la cultura, una crítica que no tiene ya que desembocar necesariamente en práctica revolucionaria, sino que puede también disiparse en todo tipo de esfuerzos reformistas que no rebasan el terreno de la sociedad burguesa y de su estado.

La teoría y la práctica del marxismo, como teoría materialista y socialismo “científico”, han nacido directamente en contraposición al socialismo “doctrinario y utópico” que, sin tener en cuenta las leyes del desarrollo material, quiere pasar directamente de la economía y la política burguesas al modo de producción consumado del socialismo y el comunismo plenamente desarrollados. Éste solo es resoluble por la práctica revolucionaria, no es puramente teórico.

Impresiona la exposición de por qué el sistema crediticio y bancario, que muchos saludaban como una “abolición gradual de la separación entre el hombre y la cosa, entre el capital y el trabajo, entre la propiedad privada y el dinero y entre el dinero y el hombre, en realidad es una autoalienación tanto más infame y extrema por cuanto su elemento no es ya la mercancía, el metal, el papel, sino la existencia moral, la interioridad del pecho humano y, bajo la apariencia de la confianza del hombre en el hombre, la suma desconfianza y la suma alienación.


Karl Korsch : Karl Marx 


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