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lunes, 17 de junio de 2013

Acerca de la Alhambra esotérica: Sala de Dos Hermanas (Antonio Enrique)



En la Sala de Dos Hermanas el ideal hermético, unido al efecto de transparencia y equilibrio, alcanza el cénit de perfección más señero de nuestra Alhambra. Todo aquí se interrelaciona: sus elementos son la consecuencia impecable de una esencialidad uniforme sugerida, más que plasmada, por los ritmos discontinuos, las perspectivas profundísimas y los límites de transgresión con otras dimensiones sensoriales. Esta estancia trasvasa todo lo imaginable: su misterio elemental radica en que: siendo inmóvil su estructura, las líneas que la conforman semejan un movimiento lindante con el vértigo; en que, siendo inerte su composición, sus miles de resonancias la hacen viva y quimérica, casi anatómica; en que, siendo sus motivos geométricos abstractos, sugieren siempre lo concreto y, finalmente, en que, representando el macrocosmos, su repercusión traspasa el signo de lo microcósmico, con lo que el hombre queda oscilante entre los mundos que pueblan este universo, sea en su apariencia vegetal, mineral o animal, estados que aquí carecen de consistencia rígida para fusionarse en la unidad, alma de la cosas.

En la Sala de Dos Hermanas una enigmática fuerza de absorción, debida a su singular arquitectura iniciática nos impulsa a la meditación extática. Es aquí donde se comprende la idea trascendental de la filosofía humana: esto es, que no somos nosotros agentes de la vida, sino que es la vida agente de nosotros mismos. Que se llama vida al tránsito, no de nosotros por el mundo, sino del mundo a través de nosotros mismos, y que este mundo, con los objetos y estados que lo integran, no es sino la proyección de la energía universal de la que nosotros participamos, probablemente en mayor grado que los otros reinos de la creación, y que así como los colores no existen sin la luz que les da vida, las cosas, objetos que nos distraen de la verdad, solo existen en la medida en que son utilizados para la evolución de esa misma energía, que es unitaria tanto para lo animado como para lo aparentemente inerte. El tiempo, entonces, se nos ofrece como los distintos estados en que se nos evidencia la energía, intrínseca a ella, pero proveniente de lo externo, antes bien como desplazamiento espacial, como evolución de sí misma, inmóvil en decurso cíclico. La historia, por tanto, se nos presentará, no como un desarrollo accidental, sino como cristalizaciones de la energía, aplicada a una ignota ley biológica de los acontecimientos. Esta Unidad, manifestada en lo distinto y discontinuo, sea la Conciencia. Una conciencia cósmica que se nos manifiesta como arquetipo máximo de esta sala. Estancia tal sobrepuja en fascinación y armonía a todas las de la Alhambra.



Es en la alusión alquímica de Géminis donde hemos de buscar la trascendencia esotérica de esta sala. Géminis rige la sexta fase filosofal de la Gran Obra: la “coagulatio”, fijación o cristalización. Consiste ésta en la fusión del azufre espiritual sobre el mercurio líquido, constituyendo el cinabrio a partir de esta “boda química”. Como es sabido, el azufre y el mercurio de la hierogamia filosofal poseen un simbolismo hermético innumerable: las rosas roja y blanca, los principios del Sol y la Luna, del oro y la plata, del fuego y el agua, del espíritu masculino (Ave Fénix) y del alma femenina (Águila), cuya fusión se hallaría expresada en los dos triángulos contrapuestos del Sello de Salomón y en el bicefalismo de águilas y leones (Esfinge).

La Sala de Dos Hermanas es el “palacio misterioso”, “el palacio cerrado del rey” que representa el oro vivo o filosófico, oro vil, despreciado por los ignorantes, oculto bajo escorias que lo ocultan de los ojos. En este palacio mora un anciano que los textos alquímicos identifican con Saturno, pues el acto de devorar a sus hijos está en razón simbólica de los leones, Verde y Rojo, esto es, del disolvente (azufre) y del cuerpo a disolver (mercurio), por lo que la coloración resultante será purpúrea.

Sus dimensiones, 8 mts. de lado por 13 de alto, dan por resultado el número aúreo (phi), clave del mundo. En ella vemos insertas las Tres Tablas, o Tríada Hermética que integra, en los distintos planos de su estructura, las dimensiones de la Sala:
El Cuadrado (la Inteligencia, primer arcano del demiurgo: la Paternidad), representado en su planta cuadrada.
El Rectángulo (el Misticismo, segundo arcano del demiurgo: La Filiedad) plasmado en dos losas gemelas del suelo.
El Círculo (la Intuición, tercer arcano del demiurgo: la Omnipresencia) expresado en el perímetro de la bóveda.



Siete son los pisos simbólicos de la Sala hasta culminar en la suntuosa bóveda, tránsito de la piedra filosofal, esto es, el Pelícano, que tiene su trono en la cima de una montaña de siete escalones. Los signos filosofales son bien patentes por toda la Sala: los rosetones, compuesto de seis lóbulos, no son sino símbolos salomónicos, utilizados estos círculos para el sometimiento de los djins; la enigmática flor de lis que sella los mocárabes de la bóveda en dos tonalidades, púrpura y lapislázuli, los dos colores de la sexta fase de la Obra, y que simboliza los cuatro elementos más la quintaesencia o Éter; dos manos camufladas entre la espesura de estuco y que sujetan una flor exótica abierta, el único infringimiento sobre la prohibición coránica de no representar seres vivos. En efecto, no existe infringimiento cuando lo representado supera la razón decorativa: estas manos cerradas representan el poder y la Rosa del Conocimiento, espíritu y materia armonizados.


La Sala de Dos Hermanas bastaría por ella misma a un tratado, tal la armónica estructura de su construcción. Quede, pues, abierta la receptividad del viajero para hallar en la contemplación de sus bellezas aquello a lo que ni siquiera el hermetismo alcanza. Porque escrito en sus muros está que: “sabrás mi ser, si mi hermosura miras”.


Antonio Enrique - Tratado de la Alhambra hermética

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