Páginas

jueves, 20 de marzo de 2014

Esto no es Democracia, sino Timocracia (Platón)


Parece claro que nuestros gobernantes actuales han estudiado muy a fondo y llevado a cabo puntualmente estas palabras, casi proféticas, del insigne filósofo.





Una vez que los hombres comenzaron a cometer y sufrir injusticias, y a probar las consecuencias de estos actos, decidieron, los que no tenían poder para evitar los perjuicios ni para lograr las ventajas, que lo mejor era establecer mutuos convenios con el fin de no cometer ni padecer injusticias. Y empezaron a dictar leyes, y llamaron legal y justo a lo que la ley prescribe. He aquí la esencia de la justicia, término medio entre el mayor bien, que es el no sufrir su castigo quien comete injusticia, y el mayor mal, el de quien no puede defenderse de la injusticia que sufre. La justicia, situada entre estos dos extremos, es aceptada no como un bien, sino algo que se respeta por impotencia para cometer la injusticia.

¿Crees que un estado, o un ejército, o unos piratas, o unos ladrones, sea cual sea la empresa injusta a que vayan en común, pueden llevarla a cabo haciéndose injusticia los unos a los otros? ¿No la realizarían mejor sin hacerse injusticia? Porque la injusticia produce sediciones, y odios y luchas de unos contra otros, mientras que la justicia trae concordia y amistad. Siendo propio de la injusticia el meter odio dondequiera que esté, ¿no ocurrirá que al producirse los lleve a odiarse recíprocamente y a dividirse y a quedar impotentes para realizar nada en común?

Del mismo modo, si ha de ser un hombre auténticamente malo, debe realizar con destreza sus malas acciones y pasar inadvertido con ellas. Y al que se deje sorprender en ellas, hay que considerarlo inhábil, pues no hay mayor perfección en el mal que el parecer bueno no siéndolo. Hay, pues, que dotar al hombre perfectamente injusto de la más perfecta injusticia, dejándole que, cometiendo las mayores fechorías, se gane la más intachable reputación de bondad.
   Si tal vez fracasa en algo, sea capaz de enderezar su yerro; pueda persuadir con sus palabras, si hay quien denuncie alguna de sus maldades; y si es preciso empleen la fuerza, que sepa hacerlo valiéndose de su vigor y valentía y de las amistades y medios con que cuenta. Ya hemos hecho así al malo.



Ahora imaginemos que colocamos junto a él la imagen del justo, un hombre simple y noble, dispuesto no a parecer bueno, sino a serlo. Quitémosle la apariencia de bondad, porque si parece ser justo, tendrá honores y recompensas por parecer serlo, y entonces no veremos claro si es justo por amor de la justicia en sí o por las honras. Hay que despojarle de todo, excepto de la justicia. Que sin haber cometido la menor falta, pase por ser el mayor criminal para que, puesta a prueba su virtud, salga airoso del trance y que llegue imperturbable al fin de su vida tras de haber gozado siempre inmerecida reputación de maldad. Así, llegados los dos al último extremo, de justicia el uno, de injusticia el otro, podremos decidir cuál de ellos es el más feliz.

Los justos se nos muestran como más discretos, mejores y más dotados para obrar, y los injustos como incapaces para toda acción en común. En efecto, si fueran totalmente injustos, no se perdonarían unos a otros; evidentemente, hay en ellos cierta justicia que les impide hacerse injuria recíprocamente al mismo tiempo que van a hacérsela a los demás, y por esa injusticia consiguen lo que consiguen, y se lanzan a sus atropellos corrompidos, solo a medias por la injusticia, ya que los totalmente malvados y completamente injustos son también completamente impotentes para obrar.
   Si hubiese quien se negara a cometer jamás injusticia y a poner mano en los bienes ajenos, le tendrían por el ser más miserable y estúpido del mundo, aunque no por ello dejarían de ensalzarle en sus conversaciones.

Hablo así en nombre de quienes prefieren la injusticia a la justicia; dirán éstos que el justo será flagelado, torturado, encarcelado, y tras haber padecido toda clase de males, será al fin empalado y aprenderá de este modo que no hay que querer ser justo, sino solo parecerlo. En cuanto al injusto, dirán que es quien en realidad se ajusta su conducta a la verdad y no a las apariencias, pues desea no parecer injusto, sino serlo, y mandar en el estado apoyado por su reputación de hombre bueno, y obtener de todo ventajas y provechos por su propia falta de escrúpulos para cometer el mal. Si se ve envuelto en procesos podrá vencer en ellos y quedar encima de sus adversarios, y al resultar vencedor se enriquecerá y podrá beneficiar a sus amigos y dañar a sus enemigos.
 
Dicen también que, generalmente, resulta más provechoso lo injusto que lo justo, y están siempre dispuestos a considerar feliz y honrar sin escrúpulos al malo que es rico o goza de cualquier otro género de poder y, al contrario, a despreciar y mirar por encima del hombro a quienes sean débiles en cualquier aspecto o pobres, aún reconociendo que éstos son mejores que los otros.


  
¿Qué efecto hemos de pensar que producirán estas palabras en las almas de aquellos jóvenes que las escuchen y que, bien dotados naturalmente, sean capaces de extraer de todas ellas conclusiones acerca de la clase de persona que hay que ser y el camino que se debe seguir para pasar la vida lo mejor posible? Un joven semejante se diría probablemente a sí mismo que no sacará nada de ser justo, aunque parezca no serlo, nada más que trabajos y desventajas manifiestas. En cambio, se habla de una “vida maravillosa” para quien, siendo injusto, haya sabido darse apariencia de justicia. Se rodeará, pues, de una ostentosa fachada que reproduzca los rasgos esenciales de la virtud. Para pasar inadvertidos, podrá además organizar conjuras y asociaciones, y también existen maestros de elocuencia que enseñan el arte de convencer a asambleas populares y jurados, de modo que podrán utilizar unas veces la persuasión, y otras la fuerza, con el fin de abusar de los demás y no sufrir el castigo.

¿Qué razones quedarían para preferir la justicia a la suma injusticia cuando es posible hacer ésta compatible con una falsa apariencia de virtud?

De modo que, aun cuando uno pueda demostrar que no es verdad lo dicho y se halle persuadido de que vale más la justicia, sabrá que nadie es justo por su voluntad, sino porque su propia hombría u otra debilidad le hacen despreciar el mal por falta de fuerzas para cometerlo. Y la causa de todo ello es que, de todos cuantos se glorian de defensores de la justicia, no se ha extendido nadie lo suficiente en la demostración de que la injusticia es el mayor de los males que puede albergar en su interior el alma, y la justicia el mayor bien. Pues, si tal hubiese sido desde un principio el lenguaje de todos, y se hubieran dedicado desde nuestra juventud a persuadirnos de ello, no tendríamos que andar vigilándonos mutuamente para que no se cometan injusticias; antes bien, cada uno sería guardián de su propia persona, temeroso de obrar mal y atraerse con ello la mayor de las calamidades.

Ese gobierno basado en la ambición habrá que llamarlo Timocracia o Timarquía, un término medio entre la aristocracia y la oligarquía. Serán codiciadores de riquezas y adoradores feroces y clandestinos del oro y la plata, pues tendrán almacenes y tesoros privados en que mantienen ocultas las riquezas. Serán también ahorradores de su dinero, como quien lo venera, y amigos de gastar lo ajeno para satisfacer sus pasiones, y se proporcionarán los placeres a hurtadillas. Ocultándose de la ley, amigo de los cargos y honras, aunque no base su aspiración al mando en su elocuencia, sino en sus hazañas guerreras. Esas personas ambiciosas y amigos de honores pasan a ser amantes del negocio y la riqueza, y al rico lo alaban y admiran y le llevan a los cargos, mientras al pobre le desprecian.



“Ningún gobierno dispone lo provechoso para sí mismo, sino que dispone y ordena para el gobernado, mirando al bien de éste, que es el más débil, no al del más fuerte. Porque el que ha de servir rectamente no hace ni ordena nunca lo mejor para sí mismo, sino para el gobernado.

Los buenos no quieren gobernar ni por dinero ni por honores, porque no son ambiciosos. El castigo mayor es ser gobernado por otro más perverso cuando no quiera él gobernar. Y es por temor a este castigo por lo que gobiernan, cuando gobiernan, los hombres de bien; y aún entonces van al gobierno no como quien va a algo ventajoso, ni pensando que lo van a pasar bien en él, sino como el que va a cosa necesaria y en la convicción de que no tienen otros hombres mejores ni iguales a ellos. Porque si hubiera un estado formado todo él por hombres de bien, habría probablemente lucha por no gobernar, como ahora la hay por gobernar, y entonces se haría claro que el verdadero gobernante no está en realidad para atender a su propio bien, sino al del gobernado”.


Platón – La República ó el Estado

4 comentarios:

  1. Hola, Manu.
    En eso nos encontramos; yo creo que muchos tenemos ganas de revolución, de vuelco total para conseguir cambiar el sistema en que nos encontramos metidos. No es fácil, no se logrará de un plumazo ni nos dejarán, pero estamos en el camino y andando se llega a donde se quiera llegar; sólo hay que tener paciencia y mucho tesón. Las cosas no cambian solas. Hay que darles un empujoncito.
    Un abrazote

    ResponderEliminar
  2. Siempre habrá "intelectuales" que defiendan que jamás se ha conseguido nada bueno de una revolución, aunque sea justa. Si lees la entrada de Trotsky, entenderemos que el pueblo no va a la revolución poseyendo un plan de gobierno posterior, sino que van porque la situación de injusticia que sufren se hace insoportable. Asimismo, como bien dices, una revolución será positiva con paciencia y perseverancia; hacen falta muchos movimientos continuados para que el grueso de la población sienta la imperiosa necesidad de cambiar el sistema. Al mismo tiempo, este pueblo debe aislar y denunciar a los violentos, sean del signo que sean, ya que solo intentan empañar y oscurecer la lucha legítima, y que se hable solo de lo violentas que son las manifestaciones y no de su sentido de desesperanza, por lo que dirán que habría que prohibirlas para conservar el orden. Nos topamos con un sistema autárquico, esa Timocracia que decía Platón, de carácter mundial. La clave está en el desequilibrio económico y la desigualdad en el reparto de la riqueza, y eso se va a tardar mucho en darle la vuelta. pero llega un momento que una gran mayoría siente que no hay otra cosa mejor que hacer.

    Un fuerte abrazo... "reaccionario".

    ResponderEliminar
  3. Si estoy totalmente de acuerdo con lo que dice Trotsky; por supuesto que el deseo de cambio no lleva consigo la idea preconcebida de un nuevo gobierno (que los habrá que sí piensen en eso también), sino de buscar un escape a la sin razón, a las injusticias cada vez más severas para la población y al caos que se está produciendo en tantísima gente y al que la gran mayoría no somos ajenos. Y sí, se manejan las cosas dependiendo de por donde se quiera que vayan. Se desoyen los clamores del pueblo y se da mucha más importancia a los hechos violentos aislados que a la opinión y al movimiento ciudadano porque eso es precisamente lo que les interesa hacer.
    Qué asquito da el sistema capitalista este que nos ha absorbido. Digo yo que podemos ser capaces de cambiar las cosas. Si no, apaga y vámonos. Otro beso "peleón"

    ResponderEliminar
  4. Dice Marta Ligioiz que quien necesita un líder es porque no es consciente de su poder personal, que no es responsable y prefiere no pasar a la acción, sino que otros le resuelvan los problemas. Nunca más apropiada esa verdad de que para cambiar el mundo comienza por cambiarte a ti mismo. Y cambiar es darse cuenta de que estamos mal y de que esto no cambia por sí solo. Hace falta el esfuerzo y la perseverancia de todos por resolver esta indignación de sistema.

    Un abrazo

    ResponderEliminar