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jueves, 29 de septiembre de 2016

La Inteligencia triunfará (José A. Marina)



Si existe una teoría científica de la inteligencia, debería haber otra igualmente científica de la estupidez. Creo, incluso, que enseñarla como asignatura troncal en todos los niveles educativos produciría enormes beneficios sociales. El primero de ellos vacunarnos contra la tontería, profilaxis de urgente necesidad, pues es un morbo del que todos podemos contagiarnos. Por cierto, un síntoma de estupidez es haber convertido la palabra “morbo” (enfermedad) en un elogio. Si la inteligencia es nuestra salvación, la estupidez es nuestra gran amenaza. Por ello merece ser investigada.

La historia de la estupidez abarcaría gran parte de la historia humana. El empecinamiento de nuestra especie en tropezar no dos sino doscientas veces en la misma piedra da mucho que pensar. Me parece que hay que hacer una inversión de toda la historia, porque es indecente. La glorificación de una raza, de una nación, de un partido, el afán de poder, la obnubilación colectiva, esa pedante seriedad, ese engolamiento feroz y ridículo, la cascada del horror, deberían contarse como un fracaso de la inteligencia.
    La inteligencia fracasa cuando es incapaz de ajustarse a la realidad, de solucionar los problemas afectivos, sociales o políticos; cuando se equivoca sistemáticamente, emprende metas disparatadas, o se empeña en usar medios ineficaces, cuando decide amargarse la vida; cuando se despeña por la crueldad o la violencia.



Necesitamos un Pasteur que descubra la vacuna contra esa rabia festejada, una pedagogía de la inteligencia que evite tales obcecaciones asesinas, o, al menos, que no las condecore. No es fácil, porque la estupidez se disfraza con muchos ropajes.
    Muchas veces es difícil distinguir entre la inteligencia dañada y la fracasada, porque ambas llegan a los mismos penosos resultados. No me gusta el fracaso, lo confieso. Creo que la inteligencia puede triunfar y sería deseable que lo hiciera. La principal función de la inteligencia es salir bien parados de la situación en que estemos. Una cosa es la capacidad intelectual y otra el uso que hacemos de esa capacidad. Una persona muy inteligente puede usar su inteligencia estúpidamente. Ésta es la esencia del fracaso, la gran paradoja de la inteligencia. La causa del fracaso de la inteligencia es la intervención de un módulo inadecuado, que ha adquirido una inmerecida preeminencia por un fallo de la inteligencia ejecutiva.
    La inteligencia fracasa cuando se equivoca en la elección del marco establecido. El marco de superior jerarquía para el individuo es su felicidad. Es un fracaso de la inteligencia aquello que le aparte o le impida conseguir la felicidad.

Sociedades estúpidas son aquellas en que las creencias vigentes, los modos de resolver conflictos, los sistemas de evaluación y los modos de vida, disminuyen las posibilidades de las inteligencias privadas. Debemos conceder a la inteligencia social la máxima jerarquía cuando proponga formas de vida que un sujeto ilustrado y virtuoso, en pleno uso público de su inteligencia, tras aprovechar críticamente la información disponible, considera buenas. Pero la complejidad social impide que una inteligencia aislada pueda manejar toda la información necesaria. Las experiencias personales, la variedad de las circunstancias, la comprobación práctica de la eficacia de las propuestas teóricas, son indispensables para una justa solución de los problemas.

Son inteligentes las sociedades justas, y estúpidas las injustas. Puesto que la inteligencia tiene como meta la felicidad –privada o pública–, todo fracaso de la inteligencia entraña desdicha. La desdicha privada es el dolor. La desdicha pública es el mal, es decir, la injusticia.
    Lo que nos dice la inteligencia comunitaria es que la justicia, que es su gran creación, exige un uso público de la inteligencia. La libertad de conciencia solo adquiere su legitimidad total cuando esa conciencia se compromete a buscar la verdad, a escuchar argumentos ajenos, atender a razones y rendirse valientemente a la evidencia, aunque vaya en su contra. Es decir, a saltar por encima de los muros de su privacidad. El uso público de la inteligencia se propone buscar el mundo de las evidencias universalizables que puedan compartir todos los seres humanos. En todo lo que afecta a las relaciones entre seres humanos, una verdad privada es de rango inferior a una verdad universal.



Debemos anhelar el triunfo de la inteligencia porque de ello depende nuestra felicidad privada y nuestra felicidad pública. En aquellos asuntos que nos afectan a todos, la inteligencia comunitaria es el último marco de evaluación. Abre el campo de juego donde podremos desplegar nuestra inteligencia personal. Colaborará a nuestro bienestar y a la ampliación de nuestras posibilidades. La justicia –la bondad inteligente y poco sensiblera– aparece inequívocamente como la gran creación de la inteligencia. La maldad es el definitivo fracaso.

El ser humano está hecho para el egoísmo y para el altruismo, para el juego y el rigor, para el placer y la grandeza, para la soledad y la compañía. Armonizar esos elementos contradictorios exige un gran alarde de la inteligencia. Sabiduría es la inteligencia habilitada para la felicidad privada y para la felicidad política, es decir, para la justicia.
    La inteligencia triunfante es pues la que inventa lo valioso en nuestra vida privada o pública. Es nuestra gran posibilidad, nuestra salvación. Los humanos alcanzan su areté (virtud) básica en la sabiduría, que es la inteligencia aplicada a la creación de una vida buena. Es un modo de ser expansivo, que integra la inteligencia del individuo y la inteligencia del ciudadano. Frente a la torpe, monótona, repetitiva historia de la estupidez –otra equivocación, otro desvarío, otra crueldad, otra batalla, otra obcecación, otra codicia– tenemos que contar la historia triunfal de la humanidad, es decir, de la inteligencia.
    Esto obliga a despojar de grandeza las acostumbradas narraciones históricas, cuyos argumentos están llenos de ferocidad y ensañamiento. Necesitamos abolir esa glorificación del fracaso, edificar una sensibilidad que reniegue de la estupidez ensalzada y de la torpe connivencia estética con la brutalidad.


La evolución biológica dejó al ser humano en la playa de la historia. Aún no sabemos si triunfará la sabiduría o la estupidez. La inteligencia es un caudal poderoso y, contra viento y marea, triunfará, a menos que la especie humana se degrade. Confío en una inteligencia resuelta, inventiva, cuidadosa, poética, ingeniosa, intensa y estimulante. Y espero que alguna vez podamos contar su éxito con palabras altas y grandes.


José Antonio Marina – La Inteligencia fracasada

jueves, 22 de septiembre de 2016

Ser Consciente, Curación Cuántica (Frank Kinslow)



La calidad de tu conciencia determina la calidad de tu vida. Sin conciencia no tienes nada. La conciencia no es tu mente. Si la mente fuese una bombilla, la conciencia será la electricidad que la ilumina. Una mente iluminada por la conciencia está en paz y está presente, tiene una plácida amabilidad que hace que los demás se sientan bien. Si consideras a la conciencia como tu “luz interior”, estarás más cerca de comprender su vital importancia.

La conciencia es como la luz del sol. Esclarece las emociones e ilumina la mente. Las mentes embotadas y las emociones turbias también reflejan mal la conciencia. La conciencia está en todas partes en todo momento, lo que ocurre es que no nos fijamos en ella. Normalmente andamos preocupados por cosas, personas y pensamientos que ocupan nuestras vidas cotidianas. Somos conscientes de todos ello, pero ¿lo somos de la conciencia? No mucho.
     La conciencia pura no puede captarse con el ojo de la mente. No es un objeto, una idea o una emoción. No es algo físico, así que no puedes hacerte con ella. No obstante, una vez que has experimentado la conciencia pura de manera directa o, en realidad, no-experimentado, todo esto tendrá un perfecto y hermoso sentido.
No es necesario comprender nada acerca de la conciencia para que ella obre maravillas en tu vida.

La conciencia pura es una e informe. Eso significa que carece de límites que nuestras mentes pudieran identificar, ni llegarás a poder controlarla ni a manipularla. No existe como una cosa, y en lo que respecta a tu mente, ésta considera que no existe. Pero sí existe. Así que esa es la tarea a la que nos enfrentamos. Debemos encontrar algo que carece de forma y sustancia. Luego debemos llegar a conocer esa “no-cosa” de una manera más íntima de lo que conocemos nuestras propias mentes. Finalmente, hemos de utilizar esta “no-fuerza” para curarnos a nosotros mismos y curar a otros.



Este conocimiento es secreto porque vivimos en nuestras mentes, inconscientes de la conciencia. A pesar de que la experiencia de toda una vida nos dice lo contrario, creemos a nuestra mente cuando nos dice que la alegría, la paz y el alma infinitas proceden de las cosas, y que una “no-cosa”, una nada, carece de valor. Pero sin embargo la tiene.
     Este tipo de nada dura para siempre. Todo el resto, es decir, toda la creación, cambia y acaba dejando de existir. El cambio es la única constante en la esfera de lo creado. La conciencia pura nunca cambia, nunca muere. Es el terreno del amor eterno y la paz infinita. Todo lo que tiene forma procede de la informe conciencia pura.

En nuestra jerarquía energía-orden, cuanto más tangible es el orden de un objeto, menos energía expresa. Cuanto más sutil es el nivel de creación, mayor energía contiene. La forma creada más básica es la onda y, justo después de la conciencia pura, hallamos el campo de punto cero o estado cuántico. A este nivel básico de la creación se lo denomina fuerza vital, y es lo que insufla vida a la existencia orgánica.

¿Alguna ves se te han acabado los pensamientos? Me parece a mí que no. Si los pensamientos son energía y resulta que nunca se agotan, tiene sentido pensar que el origen del pensamiento es una fuente de energía inextinguible. De ello también se desprende que aprovechar de manera directa esa fuente de pensamiento nos beneficiaría enormemente. Todo ello indica que desvelar la fuente del pensamiento puede tener una influencia curativa positiva definida y apabullante sobre las dolencias físicas, las relaciones personales, los éxitos económicos, el buen estado emocional y, sí, incluso la vida amorosa. Todos los aspectos de nuestras vidas quedan maravillosamente transformados con el simple hecho de hacernos conscientes de dónde procede todo. Es decir, nuestra siempre presente compañera la conciencia pura.



Aquí es necesario comprender un aspecto vital: la conciencia pura es la fuente de energía, pero no es energía. Tiene el potencial de crear, pero todavía no lo ha hecho. Podría decirse que la conciencia pura es la perfección a la espera de expresarse.

Cada pensamiento de reciente creación es un punto de energía chispeante en el umbral de la conciencia pura. Una vez que nace, el pensamiento corta el cordón umbilical que lo une con la madre conciencia y empieza a expandirse. El ego nace en el preciso instante en que el pensamiento se separa de la totalidad. Al expandirse, el pensamiento se va debilitando cuanto más se aleja de su origen. Finalmente, estallará como una burbuja en la superficie de la mente. Es en ese momento cuando actuamos siguiendo nuestros pensamientos conscientes. Cuanto más se aleja el pensamiento de la conciencia pura más posibilidades tiene de ser disonante. Si somos capaces de ampliar nuestra conciencia de manera que podamos acercar el pensamiento a su origen, disminuiremos la posibilidad de disonancia.
     Cuanto más cerca de la conciencia pura contactemos un pensamiento, más energía y orden tendrá. Contactar un pensamiento en su concepción es realizar la perfección, libre de influencias disonantes.

La clave es detener los pensamientos, permanecer atentos al intervalo, al espacio entre pensamientos. Ese intervalo es conciencia pura. Puede ser fugaz, pero no por eso deja de aparecer. Pon atención al intervalo, cuando aparezca. Búscalo cuando no lo haga, te darás cuenta de que tus pensamientos están más sosegados y tu cuerpo más relajado.
     ¿Por qué ser consciente de la conciencia pura implica una diferencia tan grande en el modo en que sentimos y nos comportamos? Al ser consciente, eres capaz de contactar tus pensamientos a niveles más refinados y sutiles. Cada nivel ofrece más orden y energía. El intervalo que percibiste entre los pensamientos fue la experiencia de la no-experiencia. Esa no-experiencia era conciencia pura, un espacio lleno de calma.



¿Quién observa el intervalo? No hay pensamientos, ni emociones, ni movimiento de ningún tipo… Pero tú sigues ahí, estabas justo esperando que volviese a aparecer el pensamiento. ¿Quién es el que percibe? ¿Quién es ese tú? ¿Quién observa cuando la mente desaparece? Para observar debes estar presente, ¿no es así? Por tanto, cuando la mente se apaga no eres consciente de nada. En ese momento no hay nada sino conciencia pura. Y ahora acabas de resolver el misterio de quién eres. ¡Eres conciencia! Tu percepción directa ha revelado que tu ser interior es conciencia. Así es: antes de que naciese el “yo”, estaba el ser solitario, conciencia pura. Ha permanecido inmutable a lo largo de todas las fases de tu vida. Cuando llegas a apreciar tu ser interior como conciencia inmutable, ilimitada y eterna, eres consciente de que estás más allá de todas las cosas y pensamientos que son tu “yo”, existes eternamente como conciencia. Descubrir que eres conciencia pura es el primer paso para vivir una vida plena y llena de abundancia.

Al proceso de sanación a partir de la conciencia pura para aprovechar directamente la fuente de la creación, lo denomino Curación Cuántica. La conciencia pura es el origen de la energía y el orden, y cuando utilizas la Curación Cuántica estás recurriendo a la más pura y potente que existe. Cuando empleas la Conciencia Cuántica, no serás tú quien realiza la curación, sino la conciencia pura.


La Curación Cuántica nos despierta a nuestra conciencia interior. la conciencia pura es un potente regenerador de todo lo que se estropea. La salud es orden. Cuanto más orden reflejamos, más sanos estamos. El proceso de Curación Cuántica no es una técnica curativa, es el proceso de ser consciente de la conciencia pura. De hecho, la curación es un efecto secundario de ser consciente.


Frank Kinslow – La Curación Cuántica

miércoles, 14 de septiembre de 2016

La Reencarnación: una interpretación errónea de los textos orientales (Alan Watts)



La idea de la liberación no se refiere al maya del mundo físico, sino al de las instituciones sociales. No es más que una hipótesis que permite captar el sentido del Budismo y el Vedanta, el Yoga y el Taoísmo mejor que cualquier otra interpretación. El nirvana sería una visión transformada del mundo físico, una percepción del mundo en su plena relatividad. Si, entonces, el maya o irrealidad no reside en el mundo físico sino en los conceptos o formas mentales por las cuales se le describe, es claro que el maya se refiere a las instituciones sociales y a las formas en que modifican nuestra percepción del mundo.

La Divinidad juega a ser finita, el Uno disimula ser muchos, solo que durante el proceso, mientras hace el papel de cada individuo, el Uno se ha olvidado de sí mismo, por así decirlo, incurriendo en la inconsciencia o ignorancia. Mientras dure esta ignorancia, la forma individualizada de la Divinidad, el alma renacerá constantemente sobre el mundo, elevando o degradando su suerte y condición de acuerdo a sus acciones y sus consecuencias. Hay varios niveles, por encima y por debajo del humano, que el alma individual puede atravesar en el transcurso de su reencarnación durante periodos de tiempo fascinantemente largos, rozando las más altas variedades de placer y los abismos más hondos de dolor, girando una y otra vez en la rueda del samsara durante miles y millones de años.

Todas las formas de liberación han ofrecido una salida del infinito ciclo de las reencarnaciones: el Vedanta y el Yoga a través del verdadero Yo, y el Budismo por medio de la comprensión de que la vida no le está ocurriendo a ningún sujeto, de modo que no hay nadie que pueda reencarnarse. Coinciden en que el alma individual con sus reencarnaciones sucesivas de una vida a otra, e incluso de momento a momento, es maya, una ilusión traviesa.



La gran mayoría de los hindúes y budistas asiáticos conserva la creencia de que la reencarnación es un hecho, y los occidentales que adoptan el Vedanta o el Budismo abrazan también, en general, la creencia en la reencarnación. Los budistas occidentales afirman, incluso, que esta creencia les consuela, en abierta contradicción con su objetivo declarado: obtener la libertad de los renacimientos. Sin embargo, es lógico conservar la creencia en la reencarnación si uno cree, también, que maya es el mundo físico, y no las ideas sobre el mundo físico. Esto es lo mismo que decir que uno sigue creyendo en esta cosmología hindú hasta que comprende que no es más que una institución social. A mi juicio, los budistas y vedantistas que comprenden profundamente sus propias doctrinas, que de hecho están liberados, no creen en la reencarnación en sentido literal. Esta liberación fue, y sigue siendo, una retirada fuera del alcance de las instituciones sociales, y no una liberación del hecho de estar vivo.

El Budismo Mahayana incorporó un refinamiento lógico y final: el Bodhisattva que regresa a la sociedad acepta sus convenciones, pero sin “apego”, jugando al juego social, pero sin tomárselo en serio.
     Si esta tesis es correcta, ¿por qué no fue expresada con claridad, por qué se ha permitido que la mayoría de los budistas y vedantistas siguiera creyendo literalmente en la cosmología reencarnacionista? Hay dos razones. Primero, liberación no es revolución. No es salir del propio camino para perturbar el orden social, arrojando dudas sobre las ideas convencionales que unen a la gente. Además, la sociedad se siente insegura, y por lo tanto hostiliza a quienes desafían sus convenciones. Segundo, la propia técnica de la liberación requiere que el individuo descubra la verdad por sí mismo, se le ha de exigir que experimente, que actúe de forma coherente de cara a los conceptos que da por ciertos, hasta encontrarse con que no lo son.

Las formas orientales de liberación parecen culminar en un mismo estado de modalidad de conciencia, caracterizada por la superación de la dualidad del ego y el mundo. Llámesela “conciencia cósmica” o “experiencia mística”, a mí me parece una comprensión sensorial del mundo físico como campo. Pero, a causa de la condición divisoria del lenguaje, este sentimiento puede sugerir intentos descriptivos contrapuestos. El Budismo subraya la irrealidad del ego, mientras que el Vedanta enfatiza la unidad del campo. De ahí que, al descubrir la liberación, el primero parezca afirmar simplemente que el punto de vista egocéntrico se evapora, mientras que el segundo sostiene que descubrimos que nuestro verdadero yo es el Yo del universo.



Sin embargo, hay buenos motivos para creer que algunos maestros de las formas de liberación saben perfectamente bien lo que están haciendo, que tienen plena conciencia de su piadosa triquiñuela, así como del hecho de que la liberación obtenida no proviene de la reencarnación física sino de un pensar y sentir en medio de la confusión.
    ¿En Asia se considera, realmente, que la liberación se refiere a las condiciones sociales, más bien que a las físicas o metafísicas? Mis propias conversaciones con los maestros de Budismo Zen sobre este asunto no me han dejado la menor duda. No he hallado uno solo que creyera en la reencarnación como hecho físico, y menos aún que se atribuyera algún tipo de poderes literalmente milagrosos sobre el mundo físico. A todas estas cuestiones se las entiende simbólicamente.
    ¿Y qué decir de los misteriosos “maestros del Tibet” a quienes tanto se ha atribuido en materia de conocimientos ocultos sobre los mundos supra-físicos? Son contados los occidentales que practicaron realmente sus disciplinas sobre el terreno. Una excepción es Alexandra David-Neel, que afirma que la reencarnación no debe ser entendida literalmente, como corporizaciones consecutivas de un ego individual, ni siquiera como “cadena de karma” individual, o configuración de conducta casualmente conectada. La multitud de vidas del individuo solo refleja la multiplicidad de sus vínculos físicos y sociales. “Se espera que el estudiante logre comprender que el incesante trabajo de su mente y la actividad física efectuada por el cuerpo, nada de todo eso es de él, ni es él. Él, física y mentalmente es la multitud de los otros. Esta “multitud de los otros” incluye los elementos materiales que él adeuda a su herencia, a su atavismo, y luego los que ha ingerido, ha inhalado antes de su nacimiento… En el plano mental, esta “multitud de los otros” incluye muchos seres que le son contemporáneos: gente que está ligada a él, personas con las que conversa, cuyas acciones mira. De aquí la sostenida acción inhibitoria que sufre el individuo mientras absorbe parte de las diversas energías que emiten aquellos con los que está en contacto; estas energías desarticuladas, instalándose en lo que él considera su “yo”, forman allí un hormigueante tropel. Esto incluye, en realidad, un considerable número de seres pertenecientes a lo que llamamos el Pasado…”.



La interpretación simbólica (y no física) de la reencarnación, es un elemento crucial para tomar conciencia de que maya pertenece a la esfera social de la descripción y el pensamiento, y no a la esfera más vasta de las relaciones físicas y naturales. en la doctrina original de Buda, toda especulación metafísica, así como todo interés en controles milagrosos sobre el mundo físico, eran tenidos no solo por banalidades, sino también por estorbos concretos de la liberación. Habría que agregar, también, que la teoría de la reencarnación física no existe en el Taoísmo, y que, de acuerdo a A.K.Coomaraswamy, la interpretación adecuada del Vedanta es que “el único y singular transmigrante” es el Supremo Yo, el Atman-Brahman; nunca, pues, un alma individual.


Estos enfoques disolvieron la totalidad de la cosmología reencarnacionista de la antigua India, reduciéndola, ora a mito, ora a simple posibilidad que no debe preocuparnos. La pesadilla de que un mismo individuo soportara repetidamente la miseria, la enfermedad y la muerte por periodos infinitamente largos de tiempo, o un cautiverio de siglos en las cámaras de tortura de los demonios, llego a su fin con la comprensión de que no hay nadie para sufrir todo esto.


Alan Watts – Psicoterapia del Este, Psicoterapia del Oeste

lunes, 12 de septiembre de 2016

El fin de la alienación (Erich Fromm)




El hombre debe superar la enajenación, que lo convierte en un impotente adorador de ídolos. En la esfera psicológica eso significa que debe vencer las actitudes pasivas y orientadas mercantilmente que ahora lo dominan, y elegir en cambio una senda madura y productiva. Debe emerger de una orientación materialista y alcanzar un nivel en donde los valores espirituales –amor, verdad y justicia- se conviertan realmente en algo de importancia esencial. Pero cualquier tentativa de cambiar solo una sección de la vida, la humana o la espiritual, está condenada al fracaso.

Debemos pensar en los cambios económicos y políticos necesarios para vencer el hecho psicológico de la enajenación. No desperdiciaremos los progresos tecnológicos de la producción mecánica en gran escala y de la automación. Pero es menester que descentralicemos el trabajo y el estado a fin de darles “proporciones humanas”.
    En la esfera económica se requiere un socialismo democrático caracterizado por la dirección conjunta de todos los que trabajan en una empresa, a fin de dar lugar a su participación activa y responsable. En la esfera política, la democracia efectiva puede ser establecida cuando millares de pequeños grupos se traten cara a cara, que estén bien informados, que mantengan discusiones serias y cuyas decisiones se integren en una nueva “cámara de representantes o diputados”. Para un renacimiento cultural, deben combinarse la educación del trabajo para los jóvenes, educación para los adultos y un nuevo sistema de arte popular y ritual secular a través de toda la nación.



Así como el hombre primitivo era impotente ante las fuerzas naturales, así el hombre moderno está desamparado ante las fuerzas económicas y sociales que él mismo ha creado. Adora la obra de sus propias manos, reverencia los nuevos ídolos, y sin embargo jura por el Dios que le ordenó destruir todos los ídolos. El hombre solo podrá protegerse de las consecuencias de su propia locura creando una sociedad sana y cuerda, ajustadas a las necesidades del hombre; una sociedad en la cual se hallen arraigados por lazos fraternales y solidarios más que por ataduras de sangre y suelo; una sociedad que le ofrezca la posibilidad de trascender la naturaleza, mediante la creación antes que por la destrucción, en la cual cada uno tenga la sensación de ser él mismo al vivirse como el sujeto de sus poderes antes que por conformismo, donde exista un sistema de orientación y devoción que no exija la deformación de la realidad y la adoración de ídolos.

La construcción de una sociedad tal significa emprender la etapa siguiente: el fin de la historia “humanoide”, la fase en la que el hombre no ha llegado a ser plenamente humano. No significa el “fin de los días”, el “completamiento”, el estado de armonía perfecta donde el hombre esté libre de conflictos o problemas. Por el contrario, es destino del hombre que su existencia se halle acosada por contradicciones que está obligado a enfrentar, sin poder resolverlas jamás.
     Una vez que haya superado el estado primitivo de sacrificio humano, sea en la forma ritualista de las inmolaciones humanas o en la forma secular de la guerra, cuando haya sido capaz de regular su relación con la naturaleza de manera razonable en lugar de ciegamente, cuando las cosas se hayan convertido verdaderamente en sus servidores y no en sus ídolos, entonces tendrá ante sí los conflictos y problemas verdaderamente humanos, deberá ser temerario, valiente, imaginativo, capaz de sufrir y gozar, pero sus fuerzas estarán al servicio de la vida, no de la muerte. La nueva fase de la historia humana, si es que llega a ocurrir, no será un final sino un nuevo comienzo.



La nueva armonía es diferente de aquella del Paraíso. Se puede alcanzar solo si el hombre se desarrolla plenamente hasta llegar a ser verdaderamente humano; si es capaz de amar, si sabe la verdad y hace la justicia, si desarrolla la fuerza de su razón hasta un punto que lo libere de la esclavitud del hombre y la esclavitud de las pasiones irracionales.
    Cuando el hombre haya superado la escisión que lo separa de sus semejantes y de la naturaleza, entonces se hallará en paz con aquellos de quienes estaba separado. La paz es el resultado de una transformación del hombre en la que la unión ha tomado el lugar de la alienación. De allí que la idea de paz no pueda ser separada de la idea de que el hombre tome conciencia de su humanidad.

La idea de la nueva armonía del hombre con la naturaleza significa no solo el fin de la lucha del hombre contra la naturaleza sino también que la naturaleza no se apartará del hombre, convirtiéndose en cambio en la madre que es todo amor y alimento. Dentro del hombre la naturaleza dejará de ser lisiada, y fuera de él dejará de ser estéril.


La paz es algo más que la ausencia de lucha; es el logro de una armonía y unión verdaderas, es la experiencia de ser uno con el mundo y dentro de uno mismo; es el fin de la alienación, el retorno del hombre a sí mismo.


Erich Fromm – La condición humana actual

sábado, 10 de septiembre de 2016

Libertad: elegir con responsabilidad (Jorge Bucay)



La libertad, tal como la entiendo y la propongo, consiste nada más (y nada menos) que en la posibilidad o el derecho que tiene cada uno de elegir una (y a veces más de una) de las alternativas que se presentan en un determinado momento.
     La libertad es la capacidad de elegir dentro de lo posible. Esta libertad incluye y necesita, por supuesto, la honestidad de no calificar como imposible lo que no lo es, solamente para negar que descartara todas las otras opciones por mis principios, por mis temores o por mi conveniencia.
     La consecuencia de dar este paso hacia nuestra libertad consiste también en aceptar que algunas situaciones donde no podemos elegir son, en realidad, producto de una elección previa. Sin embargo, parece demasiado tentador para muchos decir que no se podía hacer otra cosa para disminuir así su responsabilidad en el resultado de su elección.

Declararse libre es dar el paso hacia nuestra definitiva autonomía, asumir el coste de mis decisiones, y aunque hoy me dé cuenta de que me equivoqué, aceptar que era posible hacer todo lo contrario y no lo hice, admitir que, de hecho, otros lo hicieron aunque siga pareciéndome de lo mas lógico haber hecho lo que hice.



Como en todas las cosas, los problemas empiezan en las pequeñas cosas. En nuestra vida cotidiana tu y yo hemos pasado, y seguiremos pasando, por esos momentos en los cuales, sin demasiada conciencia, decidimos renunciar a algunas libertades. ¿Que me cuesta –pensamos a veces– renunciar a mi elección? Después de todo nos decimos es un tema tan poco importante... ¿Para qué hacer de esto una cuestión de debate? –terminamos argumentando–. Además de ser ciertamente un tema menor... seguramente sea transitorio.
     E incluso respiramos hondo antes de dar por cerrado el asunto y nos conformamos con la renuncia a nuestro rumbo, convencidos de que la lucha por la libertad es la batalla de las grandes cosas, no de las minucias. Sin embargo, muchas veces estas ideas son el disfraz con el que escondemos la falta de energía al defender nuestras libertades.

Es importante ser capaz de desapegarse de algunas actitudes, pretensiones y caprichos, pero habrá que temer a las "pequeñas" renuncias cuando no son elegidas con nuestro corazón, con conciencia y con responsabilidad.
     Es necesario recordar que la libertad es tan importante como para no renunciar a ella ni siquiera un momento. El desafío puede sonar casi heroico, pero todos somos capaces de mostrar esa cuota de sana osadía.

Este paso es tan trascendente que para algunos pensadores lo que define el paso de ser un individuo a ser una Persona Adulta es justamente nuestra libertad. La capacidad de optar entre dos o más posibilidades y la responsabilidad que se debe asumir después de tomar cada decisión. Y aunque a veces no podremos elegir lo que pasa, podremos elegir como actuar frente a ello.



Es el derecho que me otorgo de elegir una u otra respuesta lo que me hace libre o esclavo (y no el alto precio que, con frecuencia, debo pagar por mi elección). Dar este paso será una manera de decidirnos a afrontar nuestra vida con absoluto protagonismo, con responsabilidad, sobre todo lo que nos ocurre, entendiendo los hechos de nuestra vida como una consecuencia deseada o indeseable de algunas de nuestras decisiones.

Soy responsable de las decisiones que tomo; por lo tanto, soy libre de quedarme o salir, de decir o callar, de insistir o abandonar, de correr los riesgos que yo decida y de salir al mundo a buscar lo que necesito.

En las circunstancias mas difíciles y en los momentos en que nos invade la sensación de haber perdido el rumbo, la certeza del resultado final es justamente lo que podrá hacernos recuperar la fuerza para hacer y para arriesgar; las motivaciones para avanzar, para desear, para insistir, para valorar el camino recorrido y para seguir luchando por lo que creemos.

Hacen falta coraje y solidez para enfrentarse a los precios que la sociedad querrá cobrarnos casi siempre por la osadía de enfrentarnos a ella, por la frescura de declararnos libres de decidir por nosotros mismos, por el desplante de desconocer la inviolabilidad de sus mandatos o por la insolencia de pedir explicaciones a las actitudes de los más poderosos.


Podemos y debemos animarnos a hacer, a preguntar, a protestar y a cuestionar, aún en minoría, frente a los caprichos de algunos o las injusticias de muchos; quizá con la única restricción de cuidar de que esa libertad sea ejercida dentro del estado de derecho, que no involucremos a quien no quiere estar involucrado, y que nuestra forma de protesta o de rebeldía no este diseñada para destruir a los que piensan diferente, sino para sumarlos a todos en la construcción de un mundo mejor.



Jorge Bucay - 20 pasos hacia adelante

jueves, 1 de septiembre de 2016

El Paraíso no está perdido (Facundo Cabral)




Vengo cuando hay que venir a decir lo que hay que decir, fundamentalmente que el paraíso no está perdido sino olvidado y que en una eternidad se puede empezar de nuevo.

Nadie es lo que no fue y nadie será lo que no es, es decir, que al futuro lo venimos planeando desde el pasado, entonces tenemos la edad de lo que recordamos y somos, ante todo, lo que amamos.

No tengo compromiso con lo que no amo, y menos con lo que no creo, tampoco con la mayoría, siempre dispuesta a ahogar al individuo, que es lo único verdadero. Me siento tan libre, tan dueño de mí, tan confiado en la vida que no temo cometer errores, es más, me divierten y me crecen. Tengo tanto que hacer conmigo que no me preocupa lo que digan los demás, que son lo de menos, una abstracción con la que nunca viviré. No me interesan las tradiciones y las costumbres, redes de las que hay que huir si uno quiere volar, que es el deber y el derecho cósmico del individuo. No es bueno lo estático en un mundo en constante movimiento, por eso no puede haber reglas fijas.

Todavía creo en la revolución fundamental, que es revolucionarse. En el camino siempre encuentro cosas que me enriquecerán, y andando al azar nunca hay rutina, todo es novedoso, entonces uno aprende a no dar nada por sentado, todo es una clave que nos lleva a otra cosa, así se desarrolla el olfato que siempre encuentra lo interesante.

Hay que tener menos para tenerse más. Como yo no tengo nada me salvo de la envidia. Si no consumes eres más libre, tienes más tiempo para vivir, para andar por todas partes, tranquilo, liviano, porque no hay nada que cuidar, entonces puedes ser un hombre, no un policía que cuida lo que tarde o temprano será basura.



Interrumpe la actividad mental para que vivenciemos la plenitud, para que sintamos lo universal, para que comprendamos que somos parte del todo, por eso cuando arrancamos una flor se mueve una estrella. Cuando la mente está inmóvil oímos completa la canción de la vida, sin las divisiones de la mente, danzamos con los otros y con el viento. Somos agua del mar, polvo de la tierra, vivenciamos que somos parte de Dios, que es todo lo que es.

Acciona en lugar de reaccionar, crea en lugar de contestar, libérate de los agotadores vicios de querer convencer y gustar, hazlo por ti, haz lo que quieras y te sentirás muy bien contigo mismo, que es lo que importa; entonces le darás más a los demás, vuelve a nacer pero ahora dentro tuyo, supera los apegos que te sacan del camino, sigue a tu corazón, al que no dejan de llamar las bellezas del mundo, nada te impide la consumación espiritual, tú sabes que ya es hora de ponerte en contacto con lo mejor tuyo, recuerda que en cada vida se realiza el todo y que hasta los actos más pequeños conforman la personalidad.

Dios no nos echó del Paraíso, estamos dentro de él, solo tenemos que darnos cuenta, abrir los ojos, y cambiar nuestra actitud frente a la vida, liberar a nuestra cabeza de la mala información, divorciarnos del inútil suicidio que es la culpa, deshacernos de lo cultural, que son datos generales, no individuales, que es donde vivenciamos la vida.

Si te quedas en lo seguro, si tienes miedo de sumarte a la corriente de la vida que nuca se detiene, tarde o temprano el hastío te adelantará la sombra de la muerte, el miedo traerá el aburrimiento y tu existencia será una maldición. Si le das la espalda a la búsqueda, al viaje inevitable, aumentará tu esclavitud, todo te resultará pesado porque pesadas son las cadenas de la sociedad, cárcel a la que se condenan los que le temen a la libertad y sus cambios permanentes, porque son permanentes las propuestas de la vida.

Abre la puerta a lo nuevo, entra con el corazón en la mano a la selva más oscura y más rica porque todo es novedad, no lo pienses, vale la pena cruzar el umbral, embarcarse en todas direcciones, solo yendo de extremo a extremo podrás saber que la verdad está en el promedio, que justicia es armonía de desiguales, y debes estar atento, porque en cualquier momento se te revelará por donde te dejará pasar el muro.

Ahora o nunca, lo que no hagas ahora no lo harás nunca porque este momento no volverá.



No te preocupes por la crisis, no es tan grave, la crisis te liberará de las cosas que te encadenan, que te rebajaron de creador a consumidor. La crisis te salvará del exceso que pudre y de lo artificial que idiotiza; gracias a la crisis estarás más acompañado, porque el capitalismo consiguió lo que no consiguió el comunismo, la igualdad, porque ahora somos todos más pobres, y al tener menos que cuidar serás más libre, tendrás más tiempo para vivir.

La mayoría busca afuera el paraíso perdido sin darse cuentas que lo lleva dentro, que no está perdido sino olvidado, la mayoría muere en lo desconocido por no animarse a vivir lo desconocido.

Festeja todo lo que suceda, celebra también tu tristeza y te sorprenderá el comprobar que tu actitud la transformará en alegría. Cuando descubras la vida, inevitablemente te enamorarás de ella, y el amor te hará tan poderoso que los milagros serán constantes. Vivir significa amar, amar es vivir, y el amor no espera nada a cambio, se alimenta de su propia plenitud; pero solo llega el amor, es decir, la vida, cuando se va el miedo.

Entrégate a la vida, no desoigas sus propuestas, ella te llevará al amor, es decir, al centro tuyo, el que se contacta con el corazón del universo, y por el amor conocerás la alegría, que es la luz que iluminará tu camino hacia la paz, el más alto don.

No niegues a la vida, afírmala viviendo, no te opongas al río, deja que te lleve al mar.


Tú decides el Infierno o el Paraíso, que también serán tu creación, el amor puede hacer de tu ahora y aquí un Paraíso, puedes amar hasta convertirte en lo que amas, es mas, hasta convertirte en el amor, pero elijas lo que elijas, Infierno o Paraíso, debes ser responsable de tu elección, debes hacerte cargo de lo que has elegido vivir, pero sé que cuando seas responsable, es decir, dueño de tu vidas, no se te ocurrirá elegir lo peor, no decidirás lo sombrío.


Facundo Cabral – El Paraíso no está perdido, sino olvidado