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miércoles, 18 de enero de 2017

Espejos. Silencio Bar Sirena (Joaquín Romero Murube)




Espejos

El espejo es una de las pocas cosas que da todo lo que se le pide.

Hay espejos que sufren una verde, azulina, nostalgia del mar.

Los espejos no tienen más que un enemigo poderoso: el sol. ¡Qué lucha de rayos y fuego.

Es espejo es el hijo predilecto de la luz.

La profundidad en los espejos es la cuarta dimensión.

El genio es el hombre que llega a mirarse en el espejo del cielo.

Basta un espejo para desbaratar el mundo.

Los espejos son aficionados al espiritismo.

El cine es la vida que todos anhelamos fundida en un espejo.

Hay entre nuestras amistades una mujer deliciosa, desaparecida en sesgo, para siempre, por un espejo.

Los campesinos tienen miedo a la violenta desnudez de los espejos y los cubren con un traje de gasa rosa o celeste.

El hombre no sabe disimular el vicio femenino del espejo.

Los espejos tienen una intimidad cristalina de abuelas y antepasados inocentes.

Quien en su casa no tiene más familia que los habitantes de los espejos, vive muerto antes de morirse de verdad.

Los más bellos ensayos de suicidios se verifican en la guillotina del marco de los espejos.

Súbitamente se abren en el fondo de los espejos las más terribles interrogaciones.

Los cristales son espejos sin almas.

Existe el mártir de los espejos: Narciso.

En el río están los espejos atacados de prisa. El mar es el manicomio de los espejos. La luna, el camposanto de las lunas rotas y muertas de los espejos.

El espejo es el mayor enemigo de la soledad.

La única tristeza de los espejos es no tener voz.

Hay muertes ocasionadas por el veneno de los espejos: la de Venecia, entre otras.

Los espejos sitúan matemáticamente. Por eso la estética moderna puede ser definida como la estética del espejo.

La mujer que se vio en el primer espejo del mundo quedó privada de razón.

El Anticristo entrará en el mundo por la puerta del espejo.

El espejo es un encanto.

Un espejo sin luz produce la misma sensación que una mujer desnuda en la oscuridad.

Los espejos guardan el cadáver del aire.





Silencio Bar Sirena

El ocio me hace naufragar nuevamente, con la hora, el sol, la fiesta y la ausencia de tantas amistades y alegría, en este gran mar del espejo vecino, mar de la marinería de los licores, trasfondo y paisaje ultramarino adecuado a los aguardientes, a los cacaos, a los cócteles de química difícil. Naufrago en este mar seducido por la caricia del espejo desnudo, atraído, imantado por su serenidad absoluta de agua muerta o dormida que complementa, hasta el éxtasis, mi ocio, mi reposo, mi voluptuosa quietud. Yo, dios en este instante de la difícil soledad del bar, sobre la tierra, y, a un tiempo, en la superficie fiel, exacta y enemiga del espejo vecino, me ahogo, sumergiéndome poco a poco, con lentitud majestuosa, en la hondura del agua imaginaria, lecho de cristales de plumas, cárcel infinita del aire y de la luz. ¡Qué placer en la tarde de este domingo, atravesada en la semana como un folleto molesto entre nuestros libros buenos, sumergirse, hundirse, nadar, subir, bajar, flotar, jugar –tan inmóviles– sobre el agua del espejo, en el mar de la licorería rara, bogando hacia la isla de los whiskys con el motor de un sueño viajero! Es este uno de esos espejos nostálgicos que enjaulan al aire limpio, que biselan y rompen con su friso de agua verde o azul la simetría perpendicular y hostil de las paredes y los techos, y que en los fondos, hondos, guardan –doblados, torcidos como suicidas al comenzar la suerte del balcón a la calle; sobre el aire, o mejor, fuera del aire, del espacio normal– guardan, digo, estos espejos entre sus elásticas paredes a todos los paseantes del bar, trasegantes buscadores del ajenjo, los magnetizados por la copa verde, áurea o negra del licor de las madrugadas, los hombres buenos, santos, patriotas, del “mitad y mitad”, bocadillos de jamón, limonada, pastel, o –mejor gente todavía– seltz y visual a la adolescente cajera enjaulada. Todo, el gesto, y el trago, la mirada y la palabra, el cuerpo y la sombra, la voz y el eco, la rosa y el deseo, el humo, el silencio y hasta el ángulo de los huidizos pensamientos, todo queda hundido en el fondo del espejo del bar, ahogado en sus inclinadas aguas muertas, aguas verdeantes, aguas relucientes, aguas plateadas por el cuajo de tantas calmas y serenidades. Por este mar fingido de la pared del bar arriban los grandes navíos que llenan de humo y tropicales esencias los ámbitos poblados de presurosas gentes; por este gran espejo comienzan el desnivel y el desorden arquitectónico en las mareas de las altas borracheras de todos los Santiagos de todos los meses; por él huye ese hombre negro –luto en silencio– que desaparece sin que nadie lo haya visto salir por las puertas, y en sus aguas, por fin, se suicida también el adolescente que llega al final de una espesa noche de mayo, trémulo, sombra del horror, con los ojos encendidos en amores contrarios, horribles, porque el mundo se le ha abierto de pronto en el fondo de un misterio repugnante, y bebe el aguardiente más fuerte, el aguardiente de los grados infinitos que insensibilizan hasta el vértigo de los ojos, y lo arroja a uno al mar del espejo o a cualquier otro mar: indiferente.





…-¿Un rumor? ¿Agua? ¿Luz?... ¡Cuidado, cuidado! Abramos bien los ojos… ¡Sí, sí, en el mar, por la orilla, por la orilla del mar!... ¡Quietos! Sí, una sirena… una sirena… ¡¡Quietos!! Ha nacido, como la aurora., del silencio y la sombra… Una sirena, una sirena auténtica. Ha aparecido por el ángulo norte del espejo, digo del mar, por donde debe caer justamente el meridiano de Los Ángeles, de Hollywood… ¡Una sirena, sí, una sirena!... Ahora se sienta al borde las aguas. Se parece, claro, a todas sus otras hermanas, sirenas de la sombra: verdes los ojos y justa, fina la nariz sobre los labios frescos, frutales, llenos., y el cabello gris, áureo, rubio, revuelto, movido, arremolinado por la brisa marinera del anclado bar… ¡Qué alegría! El domingo me ha traído como regalo encerrado en la más difícil de sus horas, una sirena… ¿Habrá sobre el haz de la tierra persona alguna con mayor felicidad que la mía? ¡Una sirena de pintados labios y de ojos…! ¿cómo son los ojos?... ¡Qué felicidad! Yo oiré su canto pérfido y acabaré de morir, consciente –hombre moderno– de mi bello engaño, hecho mi cuerpo sombra apasionada de su huida. ¿Por dónde al mar de la sirenita? Ahora bebe una copa de pipermint… Ahora me mira: siento sus ojos clavados en mí –¡qué deliciosa muerte! – y tengo que correr los míos por el horizonte marino del espejo, en huida confusa, para no ahogarme prematuramente de miedos e impaciencias… ¿Por dónde a ella? ¿Por dónde a sus palabras, a sus ojos, a sus labios?.. Pero… ¿y la sirenita? ¿Dónde está ahora la sirena? ¿Ni sombra ya de su estancia? ¿Mar fingido, mar solitario otra vez? ¿Soledad?... ¡Soledad, sí, soledad llena de femenina ausencia!

(Se ha tornado todo el placer de las aguas en veneno, borrasca de la tarde. Hay que huir lejos., pronto, de estas playas, testigos de mi felicidad y de mi engaño. Hay que huir para sanar de la herida de la sirenita. Huir, huir, huir…)


Y luego, mientras el tranvía en su huida ciega y torpe me enseña, a través de los cristales de su japonesa arquitectura, la ciudad despoblada, tierna y amarilla de la tarde del domingo, doy gracias a mi señor don Apolo, director del trust de las liras azules, por haberme hecho poeta desde esta tarde, poeta verdadero, poeta terriblemente auténtico que ha gozado la presencia de una sirenita en el fondo marino –¡ay qué lejanía! – del espejo de un bar americano.


Joaquín Romero Murube – Sombra apasionada

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