Páginas

jueves, 22 de marzo de 2018

La meditación es mirar hacia dentro (Osho)



Existe una fuente en tu interior eternamente fresca, que jamás envejece, y no puedes aburrirte de ella. El hombre siempre mira las cosas lejanas; parece completamente ajeno a lo evidente, a lo que tiene cerca. Tú eres lo más próximo a ti, y por eso lo pierdes de vista. Y no hay forma alguna de alejarte de ti mismo. Tendrás que aprender el arte de entrar en ti mismo; tendrás que empezar a mirar hacia dentro. Eso es lo que llamamos meditación: no es sino mirar hacia dentro, para llegar al punto de la fuente misma de tu vida. Y una vez que hayas alcanzado tu fuente de la vida, no existirá el aburrimiento, y tu vida será una continua fiesta.

En lugar de escapar, adéntrate. Aproxímate a ti mismo para ver mejor. Nadie más puede ver tu realidad interior; solo tú puedes ver ese esplendor y esa magnificencia. Porque nadie más puede ver tu belleza interior, te condenan. No eres solo tú, casi todos corren con toda la rapidez que pueden, para huir de sí mismos. Adondequiera que vayas, serás tú mismo. Es el miedo a conocerse a sí mismo, el mayor miedo del mundo. No puedes huir de ti mismo. Por el contrario, tienes que aproximarte más, profundizar en tu ser, y olvidar ese tono de censura que te han transmitido en el transcurso de tu vida. La humanidad ha creado una situación muy extraña. En la que nadie se siente a gusto, en la que nadie puede relajarse, porque en cuanto te relajas te enfrentas contigo mismo. La relajación se convierte poco menos que en un espejo, y no quieres ver tu cara por lo mucho que te afectan las opiniones negativas de los demás.

Esa es una de las razones por la que las personas también tienen miedo a la soledad; necesitan multitudes, siempre quieren gente a su alrededor, quieren amigos. Les resulta muy difícil permanecer en silencio, tranquilos y solos. La razón es que en soledad te quedas contigo mismo, y has aceptado esas estúpidas ideas de que no hay nada valioso en ti. La soledad debería ser una de las mayores alegrías.



Todo se transmite durante siglos, pasa de una mano a otra. Ese es el juego del que tienes que salir, y la única forma de salir de él consiste en descubrir el respeto por ti mismo, en volver a lograr la dignidad que tenías cuando eras niño, cuando aún no estabas contaminado, cuando aún no estabas condicionado y envenenado por la sociedad ni por la gente que te rodeaba. Vuelve a ser niño y no huirás de ti mismo.
   La persona mundana huye de sí misma, y la persona que busca entra en sí misma para encontrar la fuente de la vida, la consciencia. Y cuando descubre esa fuente, no solo ha descubierto su fuente de la vida, sino la fuente de la vida del universo. Solo has de renunciar a una cosa: que es el pasado y nada más. Si eres capaz de renunciar al pasado te sentirás completamente renovado, recién nacido, y vivir en esa renovación es tal dicha, tal éxtasis que no se te ocurrirá escapar de ella ni un solo momento. Quien se conoce a sí mismo jamás se toma vacaciones. Pero la mayoría de las personas se comportan de una manera absurda. En ir hacia dentro está el secreto de toda la transformación alquímica de ser.

Los meditadores son los únicos que eliminan por completo el aburrimiento. La existencia los emociona de tal manera, se sienten tan emocionados con su consciencia, que la armonía que establecen con el pulso del universo, que no pueden aburrirse. Es algo que cambia a cada momento, cada momento es un universo nuevo, y cada momento es una nueva danza, una nueva canción, una nueva música que jamás habías oído.



En cuanto llevas luz al interior, desaparece la oscuridad. En el momento que empiezas a observar, el observador se irá fortaleciendo lentamente, y tu mente se irá debilitando. En cuanto comprende que el observador ha madurado, la mente se somete inmediatamente, como un buen criado. Entonces la mente se convence poco a poco de quién es quien manda. Y como es tu ama desde hace milenios, cuando intentas ser testigo se rebela, porque se ha olvidado por completa de que no es sino una criada. Llevas tanto tiempo ausente que no te reconoce. De ahí la lucha entre el testigo y los pensamientos.
   Pero al final vencerás tú, porque la naturaleza y la existencia quieren que tú seas el amo y la mente la criada. Las cosas están en armonía y entonces la mente no puede equivocarse. Entonces todo queda existencialmente relajado, fluyendo hacia su destino. No tienes que hacer nada; simplemente observar. La esencia consiste en presenciar. Solo existe una meditación, que consiste en el arte de ser testigo. Lo consigue todo, la transformación completa de tu ser. Te abre las puertas de la verdad, la divinidad y la belleza; de todo.

Presenciar, ser testigo es el mejor método para alcanzar la no-mente. Cuando una persona alcanza el estado de la no-mente, nada puede distraerle de su ser. Observar requiere cierto distanciamiento. Cuanto más observas, más se agranda la distancia. Cuanto mayor es la distancia, menos energía dedicas a tus pensamientos, y no tiene otra fuente de energía. Al cabo de poco tiempo empiezas a morir, a desparecer. En ese momento en que desapareces empiezas a vislumbrar la no-mente.



El logro definitivo es cuando la no-mente te rodea veinticuatro horas al día. Lo cual no significa que no puedes usar la mente; simplemente significa que la mente no puede usarte a ti.

   La no-mente parece una expresión muy sencilla, pero su significado exacto es iluminación, libertad,  liberación de toda atadura, la experiencia de ausencia de muerte y la inmortalidad. Cuando esa mente deja de estar en funcionamiento, pasan a formar parte de la mente del cosmos, de la mente universal. Cuando formas parte de la mente universal, tu mente individual funciona como una sierva obediente. Ha reconocido al amo, y transmite noticias de la mente universal a quienes aún están encadenados a la mente individual. En eso consiste su carisma, su poder, su magia.


Osho – La pasión por lo imposible

lunes, 19 de marzo de 2018

El Medio Divino (Teilhard de Chardin)




Vivimos en medio de la red de influencias cósmicas, como en el seno de la masa humana, o como en medio de las miríadas de estrellas, sin tomar conciencia de su inmensidad. Si queremos vivir la plenitud de nuestra humanidad nos es preciso superar esta insensibilidad que tiende a ocultarnos las cosas a medida que se hacen demasiado próximas y demasiado grandes. Vale la pena que hagamos el saludable ejercicio que consiste en seguir las prolongaciones de nuestro ser a través del Mundo. Quedaremos estupefactos al constatar cuánta es la extensión y la intimidad de nuestras relaciones con el universo.

El hombre solo escapa al terrible aburrimiento del deber monótono y banal enfrentándose con las ansiedades y la tensión interior de la “creación”. Por interesante y espiritual que sea, el trabajo es un alumbramiento doloroso. Crear u organizar energía material, verdad y belleza es un tormento interior que le roba la vida pacífica y replegada, donde propiamente anida el vicio del egoísmo y del apego. No solo debe el hombre saber abandonar su tranquilidad y su reposo, sino que le es preciso saber renunciar incesantemente, mediante formas mejores, a las prácticas primeras de su industria, de su arte, de su pensamiento. Detenerse a gozar, a poseer, sería una falta contra la acción. Una y otra vez hay que superarse, desprenderse de sí mismo, dejar tras uno, en cada instante, los proyectos más urgentes. El desasimiento no consiste solo en la sustitución continua de un objeto por otro del mismo orden. En virtud de un maravilloso poder ascendente encerrado en las cosas, cada realidad alcanzada y superada nos permite acceder al descubrimiento y a la prosecución de un nivel de calidad espiritual superior. Cuanto más nobles son los deseos y las acciones de un hombre, más avidez tiene de las cosas grandes y sublimes. Necesitará crear organizaciones generales, abrir caminos nuevos, defender grandes causas, descubrir Verdades, tener un ideal que sostener y mantener. Poco a poco, el gran soplo del Universo, que le penetró por el resquicio de una acción humilde, pero fiel, le dilata, le eleva, le transporta.



El hombre, al propio tiempo que se ve llevado por el desarrollo de sus fuerzas a descubrir metas cada día más elevadas, tiende a hallarse dominado por el objeto de sus conquistas, y acaba por adorar aquello contra lo que luchaba. Le subyuga la magnitud de lo que él ha desvelado y desencadenado. Y por su naturaleza de elemento se ve llevado a reconocer que, en el acto definitivo que ha de reunirse con el Todo, los dos términos de la Unión son desmesuradamente desiguales. Él, siendo el más pequeño, ha de recibir más que dar. Y es así que se halla preso por lo pensó apresar.

Si nos fijamos, vemos, en efecto, con cierto estremecimiento, que no ascendemos a la reflexión  y a la libertad más que por la finísima punta de nosotros mismos. Inmediatamente, más allá empieza una noche impenetrable y, no obstante, saturado de presencias: la noche de todo cuanto está en nosotros y en torno a nosotros, sin nosotros y a pesar de nosotros. En verdad, a partir de cierta distancia, todo es negrura y, sin embargo, todo está lleno de ser en torno a nosotros. He aquí las tinieblas cargadas de promesas y amenazas que habrá de iluminar y de animar con la Presencia Divina.



¿Qué ciencia podrá revelar al hombre el origen, la naturaleza, el régimen de la potencia consciente de su voluntad y de amor de que está hecha su vida? Sin duda no es ni nuestro esfuerzo, ni el esfuerzo de nadie en torno a nosotros, el que ha desencadenado esta corriente. No intentemos, pues, evadirnos del Mundo antes de tiempo. Sepamos orientar nuestro ser en el flujo de las cosas; y entonces, en lugar del lastre que nos llevaba  al abismo del placer y del egoísmo, sentiremos que de las criaturas surge un “componente” saludable, que siguiendo un proceso saludable nos dilatará, nos arrancará a nuestras mezquindades, nos impelirá imperiosamente hacia el acrecentamiento de nuestras perspectivas, hacia la renuncia de los sabrosos goces, hacia el gusto por bellezas cada vez más espirituales. La propia Materia, que parecía aconsejarnos el mayor placer y el menos trabajo, se habrá convertido para nosotros en un principio de menor goce y mayor esfuerzo.

Materia fascinante y fuerte, materia que acaricias y virilizas, ,materia que enriqueces y que destruyes –confiando en las influencias celestes que han perfumado y purificado tus aguas-, me abandono a tus poderosas capas. Arrástrame a tus encantos, nútreme con tu savia. Enduréceme con tu resistencia. Líbrame de tus amarguras. Y, en fin, por toda tú misma, divinízame.

Por el Medio Divino el contacto con la Materia purifica y la castidad florece como sublimación del amor. En el Medio Divino, el desarrollo lleva a la renuncia. El asimiento a las cosas nos aparta de cuanto tienen de caduco. La Muerte se convierte en una Resurrección.
    Ahora bien, si buscamos de dónde pueden venirle al Medio Divino tantas perfecciones sorprendentemente unidas entre sí, descubrimos que todas ellas derivan de una sola perfección “fontanal”, que podemos expresar de esta manera: Dios se descubre en todas partes, cuando le buscamos en nuestros tanteos, como un medio universal, en cuanto es el punto último en el que convergen todas las realidades. Cada elemento del mundo no subsiste sino a manera de un cono cuyas generatrices se enlazaran en Dios que la atrae. Por tanto, todas las criaturas no pueden ser consideradas sin que en lo más íntimo y más real de ellas no se descubra la misma realidad, una bajo la multiplicidad, inasible en su proximidad, espiritual bajo la materialidad.



Este foco, esta Fuente, están en todas partes. La Omnipresencia divina no es más que el efecto de su extrema espiritualidad. Y a la luz de este descubrimiento podemos reemprender nuestra marcha a través de las maravillosas sorpresas que nos reserva inagotablemente el medio Divino.


Establezcámonos en el Medio Divino. Nos encontraremos en lo más íntimo de las almas y en lo más consistente de la materia. Descubriremos, con la confluencia de todas las bellezas, el punto ultravivo, el punto ultrasensible, el punto ultraatractivo del Universo. Y, al mismo tiempo, sentiremos que se ordena sin esfuerzo, en el fondo de nosotros mismos, la plenitud de nuestras fuerzas.


Pierre Teilhard de Chardin – El Medio Divino

miércoles, 14 de marzo de 2018

El fin de la inteligencia es la felicidad (José A. Marina)




La opción profunda es tomarse en serio las cosas importantes –que son muy pocas– y reírse de todas las demás. Creo que en el ser humano funcionan dos grandes motivaciones contradictorias; una, la búsqueda del bienestar, que nos lleva a ser conservadores; otra, el deseo de ampliar nuestras posibilidades, que nos lleva a la invención, la exploración y el riesgo. El asunto está en cómo dosificar ambas cosas; para ambas necesitamos la ayuda de la comunidad. La búsqueda de la felicidad privada solo es posible integrándola en un proyecto colectivo que, a su vez, exige sacrificios a las personas concretas.

Ni existe la “libertad” en abstracto, ni somos “libres”. Lo más que podemos hacer es “liberarnos” de cosas: de la coacción ajena, del miedo, de las pasiones, de la ignorancia, de la pereza… A veces queremos liberarnos también de las responsabilidades, y eso es más peligroso, porque suele afectar a otras personas. Creo que ha habido una exaltación de la mediocridad, justificada por el miedo a los “superhombres”. Era una defensa de la igualdad de todos los seres humanos. Después de la lucha por la igualdad, ahora debemos empeñarnos en una “lucha por la distinción”. Somos iguales, tan solo, en los derechos fundamentales, y deberíamos serlo en la igualdad de oportunidades sociales a la hora de emprender la salida. Pero nunca en una igualdad de llegada, porque entre la salida y la llegada está el esfuerzo propio, la calidad, el mérito, la bondad y muchas más cosas que tenemos que recuperar.

La inteligencia se desarrolla mediante el esfuerzo personal y dentro de un contexto, tiene relación con inventar o descubrir nuevas posibilidades. Esto proporciona una visión abierta de la realidad, que está a medio definir, pendiente de lo que hagamos los seres humanos con ella. En efecto, el fin último de la inteligencia es la felicidad; el máximo grado de la inteligencia es la bondad, es el mejor medio de asegurar la felicidad personal y la dignidad de la convivencia. Lo que intento es definir y descubrir un modo de inteligencia más profundo que tiene como gran finalidad crear el mundo de la dignidad, de la justicia, y que consiga aumentar las posibilidades personales de todos.



Para no perder el ánimo hay que luchar, ante todo, contra la ley de la gravedad que nos hace siempre caer. Y en eso consiste la creación: en sacudir la inercia, mantener a pulso la libertad, nadar contracorriente, cuidar el estilo, decir una palabra amable, defender un derecho, inventar un chiste, hacer un regalo, reírse de uno mismo, tomarse en serio las cosas serias. Solo así podremos evitar el desánimo, mantener el vuelo.

   La tozudez y la obstinación no son comportamientos inteligentes. La voluntad es una negociación entre nuestros deseos, nuestros proyectos y el coeficiente de adversidad que pone la realidad. Una forma de conseguirlo es la creación de hábitos firmes. La “nueva voluntad” es el resultado de un proceso constructivo que se da en el tiempo. La voluntad es el modo inteligente de dirigir el comportamiento. No consiste siempre en esforzarse, empeñarse, obstinarse. Consiste en obedecer las indicaciones de la inteligencia. Unas veces habrá que esforzarse y otras que descansar, unas veces ser autosuficiente y otras pedir ayuda, unas veces luchar y otras prescindir. La gran inteligencia es tenaz y flexible, dramática y bienhumorada, racional y poética, lógica y psicológica. Hace falta una gran energía para pensar bien, un gran entrenamiento y una resistencia de cazador. El gran enemigo de la inteligencia es casi siempre la pereza.



La voluntad es la inteligencia aplicada a la motivación. Lo que pretendemos no es la voluntad por la voluntad, sino un comportamiento inteligente. La verdadera educación afectiva y ética debería conseguir una sintonía entre la personalidad y los valores adecuados, que éstos se realizaran sin esfuerzo.

Durante siglos en Occidente hemos pensado que la función principal de la inteligencia era conocer y que su culminación se encuentra en la ciencia. Ha sido un disparate y, sobre todo, ha contribuido a nuestra desdicha. Hemos glorificado a los científicos y a los técnicos, a pesar de que muchas veces resultan ignorantes vitales y afectivos. La inteligencia humana es esencialmente práctica. Su meta final es la felicidad y la dignidad de la convivencia. Los problemas prácticos no se resuelven cunado se conoce la solución, sino cuando se pone en práctica, que suele ser lo difícil.


La inteligencia que llamamos “ultramoderna” se ocupa de lo individual y de lo universal, del hecho y del sentimiento, de la ciencia y de la poesía, del conocimiento y de la acción. A eso me refiero cuando digo que su gran objetivo no es el conocimiento, sino la felicidad.

José A. Marina – Hablemos de la vida