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miércoles, 14 de marzo de 2018

El fin de la inteligencia es la felicidad (José A. Marina)




La opción profunda es tomarse en serio las cosas importantes –que son muy pocas– y reírse de todas las demás. Creo que en el ser humano funcionan dos grandes motivaciones contradictorias; una, la búsqueda del bienestar, que nos lleva a ser conservadores; otra, el deseo de ampliar nuestras posibilidades, que nos lleva a la invención, la exploración y el riesgo. El asunto está en cómo dosificar ambas cosas; para ambas necesitamos la ayuda de la comunidad. La búsqueda de la felicidad privada solo es posible integrándola en un proyecto colectivo que, a su vez, exige sacrificios a las personas concretas.

Ni existe la “libertad” en abstracto, ni somos “libres”. Lo más que podemos hacer es “liberarnos” de cosas: de la coacción ajena, del miedo, de las pasiones, de la ignorancia, de la pereza… A veces queremos liberarnos también de las responsabilidades, y eso es más peligroso, porque suele afectar a otras personas. Creo que ha habido una exaltación de la mediocridad, justificada por el miedo a los “superhombres”. Era una defensa de la igualdad de todos los seres humanos. Después de la lucha por la igualdad, ahora debemos empeñarnos en una “lucha por la distinción”. Somos iguales, tan solo, en los derechos fundamentales, y deberíamos serlo en la igualdad de oportunidades sociales a la hora de emprender la salida. Pero nunca en una igualdad de llegada, porque entre la salida y la llegada está el esfuerzo propio, la calidad, el mérito, la bondad y muchas más cosas que tenemos que recuperar.

La inteligencia se desarrolla mediante el esfuerzo personal y dentro de un contexto, tiene relación con inventar o descubrir nuevas posibilidades. Esto proporciona una visión abierta de la realidad, que está a medio definir, pendiente de lo que hagamos los seres humanos con ella. En efecto, el fin último de la inteligencia es la felicidad; el máximo grado de la inteligencia es la bondad, es el mejor medio de asegurar la felicidad personal y la dignidad de la convivencia. Lo que intento es definir y descubrir un modo de inteligencia más profundo que tiene como gran finalidad crear el mundo de la dignidad, de la justicia, y que consiga aumentar las posibilidades personales de todos.



Para no perder el ánimo hay que luchar, ante todo, contra la ley de la gravedad que nos hace siempre caer. Y en eso consiste la creación: en sacudir la inercia, mantener a pulso la libertad, nadar contracorriente, cuidar el estilo, decir una palabra amable, defender un derecho, inventar un chiste, hacer un regalo, reírse de uno mismo, tomarse en serio las cosas serias. Solo así podremos evitar el desánimo, mantener el vuelo.

   La tozudez y la obstinación no son comportamientos inteligentes. La voluntad es una negociación entre nuestros deseos, nuestros proyectos y el coeficiente de adversidad que pone la realidad. Una forma de conseguirlo es la creación de hábitos firmes. La “nueva voluntad” es el resultado de un proceso constructivo que se da en el tiempo. La voluntad es el modo inteligente de dirigir el comportamiento. No consiste siempre en esforzarse, empeñarse, obstinarse. Consiste en obedecer las indicaciones de la inteligencia. Unas veces habrá que esforzarse y otras que descansar, unas veces ser autosuficiente y otras pedir ayuda, unas veces luchar y otras prescindir. La gran inteligencia es tenaz y flexible, dramática y bienhumorada, racional y poética, lógica y psicológica. Hace falta una gran energía para pensar bien, un gran entrenamiento y una resistencia de cazador. El gran enemigo de la inteligencia es casi siempre la pereza.



La voluntad es la inteligencia aplicada a la motivación. Lo que pretendemos no es la voluntad por la voluntad, sino un comportamiento inteligente. La verdadera educación afectiva y ética debería conseguir una sintonía entre la personalidad y los valores adecuados, que éstos se realizaran sin esfuerzo.

Durante siglos en Occidente hemos pensado que la función principal de la inteligencia era conocer y que su culminación se encuentra en la ciencia. Ha sido un disparate y, sobre todo, ha contribuido a nuestra desdicha. Hemos glorificado a los científicos y a los técnicos, a pesar de que muchas veces resultan ignorantes vitales y afectivos. La inteligencia humana es esencialmente práctica. Su meta final es la felicidad y la dignidad de la convivencia. Los problemas prácticos no se resuelven cunado se conoce la solución, sino cuando se pone en práctica, que suele ser lo difícil.


La inteligencia que llamamos “ultramoderna” se ocupa de lo individual y de lo universal, del hecho y del sentimiento, de la ciencia y de la poesía, del conocimiento y de la acción. A eso me refiero cuando digo que su gran objetivo no es el conocimiento, sino la felicidad.

José A. Marina – Hablemos de la vida

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