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viernes, 5 de abril de 2013

Madre Teresa de los pobres, santidad a flor de piel. (González-Balado)






“Cada vez estoy más convencida de que la carencia de afecto es la peor de las enfermedades que puede soportar un ser humano. Se han inventado medicinas para curar la lepra y la tuberculosis. Pero a menos que haya manos dispuestas a servir y corazones disponibles para el amor, la enfermedad de no ser queridos resultaría incurable.

El amor es un fruto de estación en todo tiempo y que está al alcance de todas las manos. Todos lo pueden cosechar sin ninguna clase de limitaciones. Todos pueden alcanzar este amor por medio de la meditación, del espiritu de oración y de sacrificio, a través de una intensa vida interior.

No vivamos distraídos. Busquemos más bien en nuestra propia intimidad de manera que podamos ser capaces de comprender mejor a nuestros hermanos. Si queremos comprender mejor a aquellos en medio de los cuales nos corresponde vivir, tenemos antes que comprendernos a nosotros mismos.

Trabajar sin amor es una esclavitud. El amor tiene que cimentarse sobre el sacrificio. Tenemos que dar hasta sentir dolor.



Tratad de buscar a quienes os necesitan y de entablar con ellos un conocimiento personal. Haced por ellos las cosas pequeñas. Aquellas cosas para las que ningún otro tiene tiempo.

No es necesario desplazarse hasta lo suburbios para tropezar con la carencia de amor y encontrar la pobreza. En toda familia y vecindario existe alguien que sufre.

No debemos emitir juicios de condena, de murmuración. Ni siquiera permitirnos insinuación alguna capaz de herir a las personas. A lo mejor una persona nunca ha oído hablar del cristianismo, de manera que no sabemos qué camino ha escogido Dios para mostrarse a esa alma y cómo Él la está moldeando. Por eso mismo ¿quiénes somos nosotros para condenar a nadie?

Tenemos que amar a los que están más cerca de nosotros, en nuestra propia familia. De ahí el amor se esparce hacia todos los que tienen necesidad de nosotros. Tenemos que llegar a conocer a los pobres de nuestro entorno, porque solo conociéndolos seremos capaces de comprenderlos y de amarlos. Solo cuando los amamos podemos servirlos.



Los pobres, los leprosos, los marginados, incluso los alcohólicos, a quienes prestamos servicio, son gentes maravillosas. Muchos de ellos poseen una personalidad extraordinaria. Esta experiencia que nos viene de servirlos tenemos que comunicarla a personas que no la han podido disfrutar. Es una de las mayores recompensas de nuestro trabajo.

Mis años de servicio a los pobres me han ayudado a comprender que son justamente ellos quienes mejor comprenden la dignidad humana. Su principal problema no consiste en carecer de dinero, sino en no ver reconocido su derecho a ser tratados con humanidad y con amor.

Podemos a veces comprobar cómo vuelve la alegría a las vidas de los más desposeídos cuando se dan cuenta de que muchos de entre nosotros se preocupan por ellos, les demuestran su amor. Hasta su misma salud mejora, cuando están enfermos.

El desahucio no es solo de una habitación, de un cobijo, sino que existe el desahucio que reclama comprensión y bondad, que reclama alguien que abra su corazón para acoger al que se encuentra solo, al que carece de todo parentesco y afecto humano.



Tenemos que ir en busca de la gente que vive lejos o cerca.
Pobres materiales o pobres espirituales.
Pueden tener hambre de pan o hambre de amistad.
Pueden estar desnudos de ropas o del deseo de conocer las riquezas de amor que Dios les tiene.
Pueden carecer de un hogar o un cobijo de ladrillo o quizá de un refugio hecho de amor en nuestros corazones.


Cada uno de nosotros no somos más que simples instrumentos de Dios. Llevamos a término nuestra humilde tarea y desaparecemos”.



José Luis González-Balado – La sonrisa de los pobres. Anécdotas de Madre Teresa

2 comentarios:

  1. Si cada uno de nosotros tuviéramos un poquito sólo de lo que tenía esta mujer, otro gallo nos cantaría. Si todos nos preocupáramos por los demás y no por mirarnos el ombligo las cosas nos irían de otra manera. En fin.
    Un achuchón

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  2. Desde luego, Marisa, un poco de eso debemos de tener todos, pero es más cómodo ocuparnos de nuestros asuntos y que a los demás les parta un rayo. Hay quien cree que demostrar amor a los demás es síntoma de debilidad, o lo deja para un después impreciso pues ahora no tiene tiempo, o algún tipo de discriminación que se ha adquirido. Hemos creído que éramos seres separados, que cada uno es física y mentalmente independiente; solo cuando nos damos cuenta de que no es así y que todas las manifestaciones de vida son aspectos de la Unidad, nuestra relación con los demás empieza a cambiar radicalmente.

    Un fuerte abrazo!

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