jueves, 23 de septiembre de 2010

PALABRAS X y XI

X


Puedes verme, puedes sentirme; espérame si quieres hacerlo. No soy como un objeto de museo, ni una estampa que miramos para ver si ya se puso amarilla. Soy como otros que pueden sentir como el más indefenso animal. Y como tal ser de vida intuitiva, oigo las pisadas a hombre y temo por mi fragilidad. Ni estoy pasado del tiempo que me ha tocado, ni quiero anticiparme a lo que no conozco. Pretendo actuar como tal ser humano, pero sin prejuicios universales que lleguen a perturbar mi camino.

Sin embargo, no cantéis alabanzas, ni temáis por mí muerte, porque ya lo haríais con retraso; estoy casi sin vida ya y todo lazo que intente atarme aquí podré disolverlo sin esfuerzo. Tendedme, sí, un lazo eterno al que pueda aferrarme para siempre. Entonces, pisad sobre mi tumba, para dar por terminadas mis ansias de expansión. Ya no estoy sustentado por mis ideas, que no fueron sino cables entrelazados que se desataron y se perdieron por el espacio, para ahora volver a mí y llorar por mi inutilidad. Los que me desearon encontrar de frente observaron cómo desaparecía sorteando sin rumbo fijo los obstáculos. Como animal acorralado, no estoy seguro sino en mi soledad, aún cuando proliferen ideales externos, que asumiré en otro momento. Canté sin saber de canciones, hablé sin conocer las palabras, ¡qué desdicha!, oí sólo lo que por dentro acontecía.

Y no puedo asegurar que estoy escribiendo ahora, no soy el dueño de mi mano que va formando frases. Los dedos hacen movimientos, surgen signos, no me fijo en como lo hacen. Así que cogemos un lápiz o un artefacto con tinta y, ya está, no sabemos cómo, pero al final vemos un montón de garabatos que no sabemos para qué llegaron allí. Prefiero no preocuparme de este misterio, aun sabiendo de que somos capaces de escribir como queramos, pero no lo que queremos. No deberíamos titular una obra escrita con nuestro nombre o pseudónimo. Sería más justo decir que tal mano dispuso los elementos a su antojo confabulándose con el papel, nuestro ser consciente y pensante no ha tenido nada que ver. ¿Quién puso las ideas? ¿Quién dotó a la mano de poder?

Lo peor del exceso de escritura es que ya no cabemos en tanta profusión de libros, en un ejército de manos distintas, incansables y ávidas de perfeccionarse, de conseguir una belleza de estilos sin considerar demasiado el fondo. Aún así, deberíamos establecer cada uno una póliza de seguros que amparara su deformación, basta una herida para producir resultados distintos, como se hace con las piernas de un bailarín, la voz de un cantante, incluso el cerebro de un jugador de ajedrez.

¡Tantas palabras hay formando frases que no dicen nada! Al revisarlas, a veces desisto en mis deseos de garabatear, creyendo que todas las necedades están escritas ya, que todo es una pura copia de lo que ya existe. ¡Ojalá no sea verdad!, en mi mente danza la idea de que el mundo es una gran máquina, cuya función es la de fabricar copias más o menos perfectas de distintos tipos de hombres, lanzarlos por todas partes y llenar el mundo de gente generando diferencias a partir del mismo patrón, generando una serie de embriones deformados de lo que fue en su día un molde perfecto: el primer espécimen de raza humana.

Después, en un arrebato de orgullo, titulamos una obra con nuestro nombre, cuando sólo son seguros y diferentes nuestros hechos, que jamás serán bien explicados en los libros, porque todo se debe al trabajo autómata de esas manos, tarea que nos es absolutamente ajena.




XI

Nos debatimos de forma inconsciente entre el aire que respiramos y su proceso de absorción, para purificar levemente la suciedad acumulada, que pide a gritos su renovación. No conozco el alcance de mi pensamiento, ni siquiera si existe algo distinto y profundo. Quizá seamos puras y simples apariencias, justo lo que los demás saben de nosotros. Es dudoso llegar al conocimiento de nosotros si resulta que no poseemos nada. Pero nos comprometemos con el pensamiento intentando detectar los cambios, profundizamos para no caer en la sensación de desencanto. Pienso lo que hago, no al revés; este constante actuar no sigue una línea fija, meditada y preexistente a la que obedezca la acción.

A veces me dicen que mis escritos son tan raros como mis actos, que son tan genuinamente míos que ningún otro podría emularlo. ¡Qué extraño les parezco! ¡Si supieran que es falso! Yo creo todo lo contrario, soy demasiado simple y común, o a mí me lo parece, y esa misma simplicidad me obliga e explicarla con conceptos ambiguos, dando una apariencia irreal. Puede que me camufle sinceramente en una hipotética personalidad que quisiera obtener, pero que de ninguna forma existe, sólo como posibilidad. Quizá sea debido al ansia perpetua de no pasar totalmente desapercibido, de que mi flexible incongruencia tiene un límite al que no sé llegar. En este trecho angustioso hay una actividad interna que desea hacer más ligero al cuerpo, de convertir en inexistentes a su vez al espacio y al tiempo, mientras me transporto a confines en los que las ideas dirigidas a ese yo que quedó detrás, y que anda a un paso tras de mí, ya no se desean asimilar.

Por otro lado, me convierto en una poderosa grabadora muda e inaccesible, que como tal no pregunta, ni responde con acento propio, ni siquiera puedo verla aunque soy yo, no puedo atravesar con la mirada para observar, sumidos en un movimiento eterno, esos engendros acumulados que parecen copias de algo natural. Entonces se me hace precisa la huida, sin ningún límite previsto, sin llegar a definir esos otros mundos a los que llego impulsado y que temo por desconocidos, aún ligados estrechamente al pasado y engendrados por él.

Cuando te sientes con algo duro al cuello que va apretando cada vez más, el instinto te ayuda a deshilacharlo aminorando su presión. Si logras soltarte momentáneamente y huyes sin rumbo buscando nuevas defensas que sirvan para repeler otros nuevos lazos, empiezas a creer en el futuro y te ríes a carcajadas del pasado fastidioso. Es así como consigues la fuerza para sacar provecho a los nuevos mundos por conquistar, y sientes una especie de felicidad porque el esfuerzo no fue en vano, incluso te asalta una inusual sensación de seguridad y tranquilidad, justo con el mismo cuerpo con el que antes manejabas peligrosamente armas mortales. Te sientes así dueño del mundo.

2 comentarios:

  1. Manu, la verdad es que escribes raro, pero me gusta. Tienes un coco o unas manos poco comunes. Y me gustan!
    Un besote

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  2. Me alegra mucho tu visita, siento la tardanza en la respuesta, porque entro muy poco en mi propia página! A veces yo no sé si me gusta o no lo que escribí, pero casi siempre me remueve un poco por dentro, encuentro algo nuevo en lo que meditar.

    Gracias, un abrazo.

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