lunes, 16 de febrero de 2015

Luces y Sombras







































(Sol Y Sombra)

El sol fuera quemando
va el suelo,  el  techo,
el gaseoso asfalto,
el pie, la mano y el pelo,
la sonrisa y el pecado;
con el aire los sueños
el sol está quemando.

La sombra, dentro, quieta
y callada impregna
de frío y se serena,
contiene a la locura
extraña de las rejas,
y el temblor de su música,
y está la sombra quieta.

Sol y sombra engendran
una línea recta,
que divide su roja
y azul fosforescencia,
se besan y se tocan,
no es raro se repelan,

uno a otra se fusiona.


































Poesía y Fotos: Manuel Cintado

jueves, 12 de febrero de 2015

Sé como una nube blanca (Osho)


Toda la existencia es como una nube blanca: carece de raíces, de causalidad, de causa final, pero igual existe. Existe como un misterio. Una nube blanca no tiene un camino propio. Anda a la deriva. No tiene un lugar al cual llegar, un objetivo, un destino que realizar, un fin. Una nube blanca flota hacia donde el viento la lleve. Un sendero sin senda, un camino sin rumbo. No se resiste, no lucha; en movimiento, pero sin intencionalidad alguna. Simplemente existir; ésa es la meta.




La meta es aquí y ahora. Cuando la mente está en otra parte, la mente inicia su travesía. Entonces, comienza a pensar y así comienza el proceso. Si el futuro está allí, entonces la mente puede fluir y tener espacio para moverse. Un objetivo implica futuro, y el futuro, a su vez, implica tiempo. Pero como la mente no puede existir sin objetivos, sigue creando objetivos, aspira a encontrar algún sentido. Si los objetivos mundanos se pierden, la mente crea objetivos religiosos. Si el mundo de la competencia, del dinero, ya no sirve, entonces adquiere importancia otro mundo de nueva competencia, de religión, de logros. Pero solo puede ser religiosa una mente que no tiene objetivos. Pero eso significa que la mente ha dejado de ser una mente. Piénsate a ti mismo como una nube blanca, sin mente.

Dondequiera que estés, ésa es la meta. La meta no es algo que termina en algún punto, la meta es el recorrido. La meta es cada momento. Aquí tú eres un Buda, un ser iluminado. Aquí has tenido éxito. Aquí eres lo más perfecto que puedes. No hay nada más que conseguir. En este mismo momento, todo está allí, solo que no estás atento. Y no estás atento porque tu mente está en el futuro. No estás aquí. No eres consciente de lo que te está sucediendo en este momento. Y esto es lo que ha ocurrido siempre. En todo momento has sido un Buda. No ha dejado de ocurrir ni por un solo momento. Esto no puede dejar de ocurrir; así es la naturaleza misma, así son las cosas. ¡No te lo puedes perder!



Pero no eres consciente, y no puedes serlo, a causa de tener una meta en algún lado que conseguir, a causa de la creación de esa barrera y de la pérdida de lo que eres. Una vez que descubras esto, una vez que te des cuenta, una vez que tomas conciencia de ello, se te revela el misterio más grande de la existencia: que todos somos perfectos. Eso es lo que queremos decir cuando afirmamos que cada uno es Brahma, que cada uno es el alma, el alma final, divina. Tú eres eso, no es que debas transformarte en eso. Si no lo fueras ya, ¿cómo podrías transformarte en eso? Entonces, no es una cuestión de transformación: es una cuestión de revelación.

No hay que tomarse la vida como un problema. Cuando entras por esa vía, estás perdido. Una vez que piensas que la vida es un problema, nunca lo puedes resolver. Así es como se mueve la filosofía, y así es como la filosofía siempre se mueve erradamente. No hay filosofías correctas, no puede haberlas, pues la filosofía implica considerar la vida como un problema. La vida no es un problema, sino un misterio.

Una nube blanca es la cosa más misteriosa, de repente aparece, de repente desaparece. Ni siquiera por un momento se conserva la forma. Es cambiante, se transforma, como la corriente de un río. Es un flujo. Y así es la vida. ¿Has adquirido una forma o estás cambiando permanentemente? Eres un flujo, una nube, no tienes identidad. Si tomas conciencia de esto, te transformas en una nube sin forma, sin nombre. Y entonces te lanzas a la deriva.



Si puedes vivir la vida como si no vivieras, estás de mi lado. Y cuanto más existas, tanto más enfermo estarás. Cuanto menos existas, tanto más saludable estarás, tanto más ingrávido serás, tanto más divino y dichoso serás.

Busca el misterio en la vida. Dondequiera que mires (en las nubes blancas, en las estrellas de la noche, en las flores, en un río que corre) busca el misterio. Y cuando encuentres que allí hay un misterio, medita acerca de ello. Meditación significa: disuélvete ante ese misterio, aniquílate ante ese misterio, dispérsate ante ese misterio. Deja de existir y deja que el misterio sea tan total que te absorba. Y, de repente, una nueva puerta se abre y se obtiene una nueva percepción. De repente, el mundo terrenal de la división, de la separación, ha desaparecido, y un mundo diferente, completamente diferente, de unidad, aparece ante ti. Todo pierde sus límites.

Somos impotentes frente a un misterio. Esa es la razón por la cual nos pasamos la vida transformando los misterios en problemas. Porque con los problemas podemos hacer algo, sentirnos que tenemos el control. Con los misterios, nos enfrentamos a la muerte, y no hay control posible. Esta es la razón por la cual, mientras más matemático y lógico se torna el intelecto humano, tanto menos abiertas están las posibilidades de éxtasis a la mente humana; tanto menos es posible la poesía. Se pierde el romance; la vida se vuelve fáctica y deja de ser simbólica.


Entonces, cuando digo que mi camino es El Camino de las Nubes Blancas, se trata de un símbolo poético, como un indicio de profunda fusión en lo misterioso y en lo milagroso. Si tu yo desaparece, es porque te has transformado en la nube blanca.


Osho – Mi camino. El camino de las nubes blancas

lunes, 9 de febrero de 2015

El ser humano es un ente condicionado, dependiente, propicio a la manipulación (Juan G. Atienza)


El hombre es el engañado del cosmos. Somos engañados conscientemente como si estuviéramos ansiosos de engaño, de dependencia, como si estuviéramos ancestralmente necesitados de que otros nos saquen de nuestra radical inseguridad, aunque sea a costa de dominios, de imposiciones y de obediencias que hayan de marcarnos para siempre como esclavos de cuanto aceptamos como cosa superior.
   Curiosamente, el ser humano es el único animal que obedece a aquello que desconoce radicalmente. Parece como si el ser humano hubiera perdido definitivamente el sentido de su propia libertad y se hubiera plegado a todas las fuerzas que le arrastran irremisiblemente hacia la dependencia.



Si repasamos la historia comprobaremos que el devenir de la especie, desde sus albores, ha sido una constante sucesión de tensiones entre entidades minoritarias detentadoras de poder y una masa informe de gente incapaz de ejercer su legítimo e inalienable derecho a la libertad. El ser humano ha sido, y es, un ente condicionado, dependiente, propicio a la manipulación. Obedece por miedo y hasta con alegría a todo aquello que cree que le evita “la funesta manía de pensar” y le impone sus verdades por decreto.
   En esta tesitura, el hombre libre –y quiero decir realmente libre– se convierte en un proscrito, en un perseguido obligado al silencio. Y todo ello, ¿por qué? No hay respuesta autorizada. Y, si la hay, queda ahogada por los gritos de los que saben chillar mejor, o más fuerte.

Creo que puede establecerse un paralelismo claro y tajante entre esa Gran Manipulación Cósmica que incide en la naturaleza misma del hombre y esa otra menor, que se ejerce sin que tengamos conciencia clara de las entidades más o menos anónimas de nuestro entorno inmediato que la llevan a cabo.
   El ser humano vive en un mundo de apariencias. Nos movemos entre estas apariencias que nos transmiten los sentidos sin detenernos a pensar que efectivamente lo son; las tomamos vitalmente como reales, como auténticas e inamovibles. Y todo aquello que no encaja en esas coordenadas lo rechazamos por ilógico, por irreal,  por irracional y por imposible; o lo que es peor aún, lo admitimos sin rechistar, como manifestación de una presunta divinidad inalcanzable, todopoderosa y omnisciente, a la que solo por la fe y por las creencias –impuestas– podemos aprehender.



Esa Realidad nos está manipulando en unas coordenadas que normalmente somos incapaces no solo de alcanzar, sino de hasta entender. Pero su juego es exactamente igual al que ejercen sobre nosotros las entidades manipuladoras de nuestro propio mundo, hasta el punto de que nos es totalmente imposible distinguir sus límites. Como reacción frente a esta otra teología prefabricada sobre la otra Realidad, surge la ciencia académica, al menos, ese otro dogma pragmático y pretendidamente experimental que llamamos ciencia. Sus sacerdotes proclaman que todo debe poderse explicar por la razón. Es más, que aquello que no puede explicarse racionalmente no existe.
   El ser humano parece obligado inapelablemente a elegir entre estas dos dependencias primarias: o cree y acepta a ciegas la creencia, o se lanza a tumba abierta a confiar en una ciencia que juega a los bolos con la realidad aparente y niega lo que no ha pasado por el cedazo de su pragmatismo. El hombre “tiene que” creer o “tiene que” aceptar a los que dicen saber. Si no lo hace, o se condena o se le suspende.

Pero esos niveles –sociales, económicos, científicos, religiosos, o simplemente supersticiosos– no son más que el puro y simple reflejo de otra manipulación que llega desde la Otra Realidad y que es la que realmente configura y mediatiza el comportamiento humano en tanto que especie.
   Esas manipulaciones condicionan nuestro comportamiento y el ser humano navega durante toda su existencia en un mar de ciegas obediencias que, sin formar en modo alguno parte integrante de su naturaleza, delimitan su libertad de acción y hasta de evolución, condicionándole por donde quieren las fuerzas que pretender conformar las conciencias y condicionar los actos en su propio y exclusivo beneficio.



No es el conformismo la única y pasiva solución a las presiones manipuladoras, por el contrario, hay una solución, un camino –o varios– de liberación. El hombre tiene absoluta necesidad de comprender y asumir lo desconocido y el conocimiento que se le escamotea. Solo puede temerse lo que se ignora radicalmente. Solo se obedece a ciegas a lo que se teme.
   Si logramos vislumbrar la naturaleza de la otra Realidad o acceder a ella por voluntad propia, dejaremos de sentirla como fuerzas desconocidas e incontrolables que nos dominan. Ese hallazgo solo puede ser resultado de búsqueda y de encuentro por parte de cada individuo, porque la unión en grupo o sectas, sean del tipo que sean y por más que proclamen a los cuatro vientos la libertad del hombre como intención, camino y meta, conforman otra manera de dependencia en la que puede caer cualquiera que no haya desarrollado su voluntad liberadora, o su intención trascendente.

No olvidemos que la labor de los grandes maestros no consiste en enseñar, sino en ayudar a que cada cual encuentre libremente su propio camino. Solo así podrá el ser humano hallar el centro de su trascendencia. Y, al hallarlo, estará en condiciones de enfrentarse conscientemente con probabilidades de triunfo a la manipulación de que el género humano es objeto, intentando evitar nuestra lógica evolución.


Juan G. Atienza – La Gran Manipulación Cósmica