lunes, 11 de septiembre de 2017

Vivo sin vivir en mí… (José María Izquierdo)





Ahí os envío unas cuartillas que quisieron expresar lo que sentía… y que lo expresaron a medias. Luego, al copiarlas… las modifiqué. Comprendí que el público no había de enterarse del sentido íntimo que tenían. Y no comprendiéndolas me parecía inútil, impropio publicarlas. Puede guardarlas aquel de vosotros, a quien menos estorben.


Vivo sin vivir en mí…

Y tan poca vida tengo,
que muero porque me muero…

Esta es mi paráfrasis –como mía triste y fría– del estribillo inglosable de la monja andariega y de la doctora mística.
Que muero… porque me muero… y quisiera vivir.
Que muero con el mal de la muerte… y no sé nada de la vida.
Y tan poca vida tengo… que vivo muriendo
y tan sin vida estoy… que vivo con la vida sin vida de la muerte.
Vivo sin vivir en mí.
Vivo fuera de mí. Enajenado…
Vivo muy dentro de mí mismo. Enmimismado
vivo conmigo sin vivir en mí, y en mí sin vivir conmigo
no vivo; muero…
Para vivir y no morir…

Vivo sin vivir en mí…
No me hallo en mí. Por mí… no hallo a mi yo. Yo no me hallo.
Mi cuerpo ¿es el cuerpo mío? Mi alma ¿es el alma mía?
Mi cuerpo no es el cuerpo de mi alma, ni mi alma es el alma de mi cuerpo.
Pero ¿acaso son míos este cuerpo y esta alma?
¿Quién soy yo? ¿Quién soy yo… extranjero en mi cuerpo, extraño de mi alma?
Este cuerpo que no es el mío-, este alma que no es mi alma-; ¿de quién son? Si son míos ¿por qué casados mueren y divorciados viven?
Así no me hallo… no me siento… ni me pienso… ni me quiero.
Así ¿cómo ser espontáneos?
Y así vivo muriendo.

Así me he pasado mi vida… así llegará mi muerte…
Sin que llegue mi hora… si gozar mi devenir…
Sin dejar de pasar… sin poder decir: ¡ahora!...
Y ahora…
Viviendo muero.

Vivo sin un deseo, sin una experiencia…
Y muero de una vaga emoción, por mi imposible ensueño.
Vivo lleno de un vacío interior. Sin un acto, sin una obra…
Y muero en medio del vacío exterior… de las cosas, de los sucesos…
Vivo de voliciones no queridas, de impensados pensamientos…
Sin un recuerdo perdurable… sin una esperanza realizada…
Con un pasado ingrato… y un porvenir esquivo…
y muero de… amor,… de amar… de amar el amor… el amor de amar.
Así me hallo,… así me siento,… así me pienso… así me quiero…
y así ¿cómo ser claro?
Y así muero viviendo.

Así he pasado por la vida… así llegaré a la muerte
sin llegar a parte alguna… Sin comprender mi destino
sin que pase la dicha… Sin poder decir: ¡hela aquí!
Y he aquí, cómo…
Muriendo vivo…
Vivo sin vivir en mí…





Vida sin vida… ¿cómo expresarla?
Muerte sin muerte… ¿cómo explicarla?
¿Cómo razonar… enajenado…?
¿Cómo dialogar ensimismado?
Sin espontaneidad ¿cómo manifestarse en el mundo de las formas?
Sin claridad ¿cómo conducirse por el mundo de los conceptos?

Expresar lo que sentimos y queremos, es una manera de dar
nuestra vida, de comunicarnos. Es una comunión de nuestra alma bajo una forma sensible.
Explicar lo que pensamos es un modo de librarnos del caos, de salir de nuestro yo. Es una revelación, un desdoblamiento, un desarrollo de nuestro espíritu…
Y ¿cómo darnos, si es tan pobre nuestra vida, y vivimos fuera de nosotros mismos?
¿Y cómo desdoblarnos, si no acertamos a salir de nosotros mismos, sino… para ir muriendo?
Vagando en la región de las abstracciones sentimentales –tan lejos del mundo sensible como del inteligible– ¿cómo triunfar en los negocios y brillar en sociedad?

Sin vida que dar y sin poder librarme de la muerte ¿dónde hallar la simpatía que nos haga amables? ¿dónde hallar la virtud que nos haga amados?
¿Cómo presentarnos en escena, si estamos idos…?
¿Cómo atender a los demás si permanecemos absortos?
Y si hasta el sonreír es para nosotros un esfuerzo, y la misma meridiana realidad es para nosotros nebulosa como un sueño, ¿podremos saborear y compartir el exquisito placer convival, como lo saborean y comparten, las almas amigas que son flor de elegancia y de gracia?




Este es mi cuento… El cuento de un hombre que perdió su nombre.

Este era un hombre que un día abandonó su cuerpo –en una esquina– para mas divagar, con el alma libre, por la región de las ideas puras.. Cuando quiso volver a su cuerpo… para contemplarse en los ojos azules de una mujer… halló que ni su cuerpo, ni su alma, servían para vivir la vida… Y desde entonces vive muriendo… y solo revive, para morir muy luego, cuando divisa una sonrisa, que rima con aquella otra que aureolaban unos ojos azules… o cuando percibe la música de un alma que le recuerda aquella edad en que era ingenuo y puro, como un niño… que era.


José María Izquierdo Martínez (1886-1922)