“Antonio Machado se dejó desde niño la muerte, la muerte podre y quemasdá por todos los rincones de su alma y de su cuerpo. Tuvo siempre tanto de muerto como de vivo, mitades fundidas en él por arte sencillo. Cuando me lo encontraba por la mañana temprano, me creía que acababa de levantarse de la fosa. Olía, desde muy lejos, a metamorfosis. La gusanera no le molestaba, le era buenamente familiar… Poeta de la muerte, y pensado, sentido, preparado hora tras hora para lo muerto, no he conocido otro que como él haya equilibrado estos niveles iguales de altos y bajos, según y como; que haya salvado, viviendo, muriendo, la distancia de las dos únicas existencias conocidas, paradójicamente opuestas; tan unidas aunque los hombres nos empeñamos en separarlas, oponerlas y pelearlas… Acaso él fue, más que un nacido, un resucitado…”
Juan Ramón Jiménez
Conocemos y sentimos la imposibilidad temporal de llegar a leer toda la literatura que nos interesa. Por distintas razones hacemos viva en nosotros una pequeña parte de la sabiduría universal, mientras se nos van escapando una gran cantidad de textos, unas veces por desconocimiento de los mismos, otras por la continua elección a la que nos enfrentamos, en la que vamos dejando a un lado grandes obras que por circunstancias naturales no nos sentimos preparados para ellas o creemos que no nos encajan.
Todos hemos disfrutado en mayor o menor medida la poesía de Antonio Machado, cumbre sin par de la lírica española, pero muchas veces se nos ha escapado bajo su cuerpo metafórico el grueso de sus ideas sociales, políticas, humanísticas ó culturales. Tengo que reconocer que ignoraba casi totalmente su literatura en prosa; quizá su frontal oposición a la guerra civil y la dictadura incipiente llevó a que impidieran o retiraran de las escuelas todo vestigio de ella. Pero al descubrirla encontramos acaso al verdadero hombre comprometido con su época y sufridor de los hechos, cuya única salida para evitar su condena era el exilio.
Llevo conmigo un diablo –no el demonio de Sócrates-, sino un diablejo que me tacha a veces lo que escribo. Para escribir encima lo contrario de lo tachado; que a veces habla por mí y otras por él, cuando no hablamos los dos a la par, para decir en coro cosas distintas. ¡Un verdadero lío! Para los tiempos que vienen no soy yo el maestro que debéis elegir, porque de mí solo aprenderéis lo que tal vez os convenga ignorar toda la vida: a desconfiar de vosotros mismos.
Tampoco encontraréis en mis notas esa firmeza y seguridad en el tono de quien, al pensar, piensa de paso que piensa la verdad. No toméis demasiado en serio -¡cuántas veces os lo he de repetir!- nada de lo que os diga. Desconfiad sobre todo del tono dogmático de mis palabras. Porque el tono dogmático suele ocultar la debilidad de nuestras convicciones.
¿Fue Alfredo de Vigny quien dijo de los políticos que no merecían, por el hecho de gobernar bien o mal, mayor loa o censura que los cocheros por conducir hábil o zurdamente sus carruajes?… Desatemos cuanto haya en estas palabras de excesivo, menosprecio para los políticos y los cocheros, según casos y pueblos… Si el auriga sabe su oficio, sigamos con él y paguémosle puntualmente su salario. Si guía mal habrá que despedirlo… Mas… ¿qué haremos con un cochero loco o borracho que nos lleva a galope alegremente al precipicio? Habrá que arrojarlo a la cuneta del camino, después de arrancarle a la fuerza las riendas de la mano. Revolución se llama a esta fulminante jubilación de cocheros borrachos.
Las reliquias históricas que se dicen reveladas, nada tendrían que temer de nuestra Escuela de Sabiduría; porque nosotros no combatiremos ninguna creencia, sino que nos limitaríamos a buscar las nuestras. Nosotros solo combatimos, y no siempre de un modo directo, las creencias falsas, es decir, las incredulidades que se disfrazan de creencias. Usted puede creer en el infierno hasta achicharrarse en él anticipadamente, pero de ningún modo recomendar a su prójimo esa creencia sin una previa y decidida participación de usted en ella. Nosotros limitamos contra una sola religión, que juzgamos irreligiosa: la mansa y perversa que tiene encanallado a todo el occidente.
Llamémosle pragmatismo, para bautizar una ingeniosa creencia de filosofía. La palabra pragmatismo viene un poco estrecha a nuestro concepto, porque nosotros aludimos con ella a la religión natural de todos los granujas sin distinción de continentes. Quisiéramos nosotros contribuir, en la medida de nuestras fuerzas, a limpiar el mundo de hipocresía.
Estamos abocados a una catástrofe moral de proporciones gigantescas, en la cual solo quedan en pie las virtudes cómicas. Los políticos tendrán que aferrarse a ellas y gobernar con ellas. Nuestra misión es adelantarnos por la inteligencia a devolver su dignidad de hombre al animal humano.
Desconfiad del tópico “masas humanas”. Muchas gentes de buena fe lo emplean sin reparar que el tópico viene de manos enemigas: de la burguesía capitalista que explota al hombre y necesita degradarlo; algo también de
Escribir para las masas no es escribir para nadie, menos que nada para el hombre actual. Si os dirigís a las masas, el hombre, el cada hombre que os escuche no se sentirá aludido y necesariamente os volverá la espalda.
Nosotros no pretenderíamos nunca educar a las masas. A las masas que las parta un rayo. Nos dirigimos al hombre, que es lo único que nos interesa: al hombre en todos los sentidos de la palabra; al hombre en general y al hombre individual, al hombre esencial y al hombre empíricamente dado en circunstancias de lugar y de tiempo, sin excluir al animal humano en sus relaciones con la naturaleza. Pero el hombre masa no existe para nosotros. El concepto de masa no sirve para ayudarnos a definir al hombre, porque esa noción fisico-matemática no contiene un átomo de humanidad. Porque aquellos mismos que defienden a las aglomeraciones humanas frente a sus más abominables explotadores, han recogido el concepto de masa para convertirlo en categoria social, ética y aun estética. Y esto es francamente absurdo. Imaginad lo que podría ser una pedagogía para las masas. ¡La educación del niño-masa! Ella sería, en verdad, la pedagogía del mismo Herodes, algo monstruoso.
Para nosotros, la cultura no proviene de energía que se degrada al propagarse, ni es caudal que se aminore al repartirse; su defensa, obra será de actividad generosa que lleva implícita las dos más hondas paradojas de la ética: solo se pierde lo que se guarda, solo se gana lo que se da.
Enseñad al que no sabe; despertad al dormido; llamad a la puerta de todos los corazones, de todas las consciencias. Y como tampoco es el hombre para la cultura sino la cultura para el hombre, de tal suerte que solo el peso de la cultura puede repartirse entre todos, si mañana un vendaval de cinismo y elementalidad humana sacude el árbol de la cultura y se lleva algo más que sus hojas secas, no os asustéis. Los árboles demasiado espesos necesitan perder alguna de sus ramas, en beneficio de sus frutos. Y a falta de una poda sabia y consciente, pudiera ser bueno el huracán.
Antes de escribir un poema conviene imaginar al poeta capaz de escribirlo. Terminada nuestra labor, podemos conservar el poeta con su poema, o prescindir del poeta –como suele hacerse- y publicar el poema; o bien tirar el poema al cesto de los papeles y quedarnos con el poeta; o, por último, quedarnos sin ninguno de los dos, conservando siempre al hombre imaginativo para nuevas experiencias poéticas.
Pero, además, ¿pensáis que un hombre no puede llevar dentro de sí más de un poeta? Lo difícil sería lo contrario, que no llevase más que uno.
Después de la verdad, nada hay tan bello como la ficción. Los grandes poetas son metafísicos fracasados. Los grandes filósofos son poetas que creen en la realidad de sus poemas.
El escepticismo de los poetas puede servir de estímulo a los filósofos. Los poetas, en cambio, pueden aprender de los filósofos el arte de las grandes metáforas, de esas imágenes útiles por su valor didáctico e inmortales por su valor poético.
También de los filósofos pueden aprender los poetas a conocer los callejones sin salida del pensamiento, para salir –por los tejados- de esos mismos callejones. Sin el tiempo, esa invención de Satanás, sin ese que llamamos un maestro “engendro de Luzbel en su caída”, el mundo perdería la angustia de la espera y el consuelo de la esperanza. Y el diablo ya no tendría nada que hacer. Y los poetas, tampoco.
La poesía, aun la más amarga y negativa, era siempre un acto vidente, de afirmación de una realidad absoluta, porque el poeta cree siempre en lo que ve, cualesquiera que sean los ojos con los que mire. El poeta y el hombre. La experiencia vital le ha enseñado que no hay que vivir sin ver, que solo la visión es evidencia y que nadie duda de lo que ve, sino de lo que piensa. El poeta logra escapar de la zona dialéctica de su espíritu, irremediablemente escéptica, con la convicción de que ha estado pensando en la nada, entretenido con ese hueso que le dio a roer la divinidad para que pudiera pasar el rato y engañar su hambre metafísica.
Hay que tener los ojos muy abiertos para ver las cosas como son; aún más abiertos para verlas otras de las que son, más abiertos todavía para verlas mejores de lo que son. Yo os aconsejo la visión vigilante, porque nuestra misión es ver e imaginar despiertos, y que no pidáis al sueño sino reposo.
APÉNDICE
En una entrada anterior titulada " María Zambrano, Ganarse el Ser a través de la Vida", en que selecciono algunos textos recopilados de esta sublime malagueña por un grupo de especialistas, incluía el párrafo siguiente dentro de la autoría de María:
Ha sido al consultar un libro de prosas escogidas de Machado, cuando he encontrado estas mismas palabras por boca de su pseudonimo Juan de Mairena. No cabe duda que sería una cita tomada por ella del autor sevillano que le serviría de reflexión, ya que es anterior cronológicamente:
"El gran ojo que todo lo ve al verse a sí mismo es, ciertamente, un ojo ante las ideas. Pero las ideas no son las esencias mismas, sino su dibujo o contorno trazado sobre la negra pizarra del no ser. Hijas del amor y, en cierto modo, del gran fracaso del amor, nunca serían concebidas sin él, porque es el amor mismo o conato del ser por superar su propia limitación quien las proyecta sobre la nada".
“Dijo Dios: “Brote
y alzó su mano derecha
hasta ocultar su mirada.
Y quedó