¡Pongámosla
bien aderezada, por favor! Si es posible, esta vez antes de cien años, antes de
que el fétido olor del cadáver español nos provoque una indigestión permanente…
Si lo que resta de la personalidad regional andaluza
llegase a perecer, acabaría con ella la personalidad, la cualidad original
vinculada por cada uno de los hijos de Andalucía, cuyas afinidades, determinan
su agrupación natural en un mismo pueblo. A evitarlo debe conspirar el patriotismo
de todos los andaluces, teniendo en cuenta lo que dijimos sobre patriotismo y
dignidad patriótica. Es decir, en cuanto al patriotismo, que éste consiste en
aunar las condiciones de acuerdo con las leyes naturales; esto, es, adecuando
el solar a la mejor satisfacción de los ideales, fecundándolo y
embelleciéndolo, fortificando la personalidad y purificando sus virtudes y su
actividad, multiplicando su eficacia creadora y con ello su capacidad para el
triunfo, haciendo que el genio de Andalucía se explaye en las más grandes
creaciones.
Y en cuanto a la dignidad patriótica, téngase presente
que el mísero estado actual de Andalucía es indigno de la personalidad común;
que ésta está compuesta de la personalidad de los individuos que componen la
región; que la humillación de la región a cada uno de sus hijos comprende, por
lo que la dignidad de cada uno debe responder a la conservación y exaltación de
la dignidad regional.
Nosotros, penetrados de la herencia que nos legara la
inconsciencia o la culpa o el crimen o la cobardía de nuestros mayores:
penetrados de esta herencia de la nación cadáver, cuya historia veíamos solo
continuada por el fuego fantástico de aquellos factores inconscientes,
escuchábamos tristemente los gritos de ultratumba que anunciaban la crisis de
los partidos: la crisis fundamental del Régimen…
Y anunciamos con valor y firmeza: la crisis ha sido más
fundamental. Las crisis de ahora son crisis de fantasmas que en la nadidad de
la mente se abisman. La Crisis no fue de partidos ni de regímenes: fue crisis
de vitalidad. Se operó la gran crisis cuando España murió. Las crisis de ahora
son las de tránsito, son las que operan el desmoronamiento de la nación muerta.
Se nos miró con estupor. Se nos tacha de pesimistas primero;
de locos de atar, más tarde. ¿España muerta? Era cosa de reír ante una salida
seguramente inspirada por el ansia de espiritualidad, de quijotes dislocados.
¿España muerta? He aquí su territorio; he aquí que en él pululan millones de
hombres que se llaman españoles. He aquí múltiples instituciones económicas y
culturales y políticas que se dicen españolas: organismos de una vida, resortes
al servicio de un Poder…
Pero nosotros argüíamos imperturbables: toda realidad
viva lo es, en cuanto vincula de imperativos esenciales, dos fundamentales
distintos: el de conservación y el de superación. Una nación es una conciencia
y un sentimiento, una realidad viva en la conciencia y en el sentimiento de los
individuos que la componen. Españoles, ¿en dónde está España? Investigad
vuestra conciencia y vuestro sentimiento. ¿se encuentra en ellos esa realidad
viva? España es un territorio sin medios defensivos, a merced del primer
congreso internacional, que a los hombres de este territorio imponga su norma o
su ley. Españoles, ¿cuántos de vosotros y cuántas veces al día os sentís
seriamente inquietados por el instinto alarmado de conservación de España?
España es un compuesto de hombres paralizados, o mejor dicho, indiferentes, en
cuanto a la superación del conjunto en
todos los órdenes de la actividad. Entonces, ¿cuántos de vosotros y cuántas
veces al día ansiáis u os sentís capaces del sacrificio, por la superación, por
el progreso de ese compuesto nacional? ¿Quién de vosotros es capaz de sacrificar
un céntimo de su bolsillo o un instante de su tiempo por esa sombra sin esencia
que se llama España?
La vida del individuo se determina por un ideal, por una
finalidad cualquiera de mejoramiento o de cualquier índole. Esto mismo sucede
con los pueblos. Pueblo vivo, pueblo con ideal. Españoles, ¿queréis decirnos en
dónde está el ideal de España?, ¿en dónde la vida de sus organismos?, ¿en dónde
las eficiencias vitales de su poder? Un territorio yermo, unos cuantos millones
de hombres que se dicen españoles por el hecho fortuito de haber nacido en un
territorio es pañol, no por llevar en sí ni por sentir en sí a España, no por
vincular una conciencia nacional agotada para siempre. He aquí lo que de España
resta: Realidad sin instinto de conservación; sin instinto de superación; sin
concreciones de este instinto en la aspiración de un ideal. Realidad que es
apariencia de realidad. Realidad sin esencia. Realidad cadáver.
Y contábamos la doliente historia de la muerte de
España; y asegurábamos que creer que vivíamos en España, era continuar en
nosotros la fingida historia de un cadáver; historia de interna descomposición;
historia de externa quietud; historia que no es historia. No es el tiempo, es
la actividad quien viene a fraguar la historia de las realidades que viven…
Entonces nosotros, soldados conscientes y fervorosos de
la vida, quisimos luchar por ella en territorio español. ¿Cómo? ¿Acometiendo la
empresa estéril de resucitarla? ¿Acaso hay poder capaz de resucitar a los
muertos? No; y he aquí nuestro optimismo y nuestra razón, generaciones de
abúlicos fantasmas que danzáis alrededor del cuerpo inerte de una patria que
murió.
El viejo tronco desmochado apuntaba retoños nuevos.
Nacionalidades renacientes, impulsadas por el vigor de una savia, que no llegó
a absorber del todo la vida del cuerpo central, se rebelaban contra la muerte.
Y nosotros concentramos nuestro vivir en el de aquellos incipientes brotes; y
como los faquires indios, pusimos todo nuestro ser en el fervor evocador del
crecimiento de la vida nueva. Llegamos a proclamar la muerte de España, no como
justificación de nuestra inercia, no como desesperanza que fundamenta la
vergonzosa pasividad, sino como espoleo de nuestro coraje contra la victoria de
la negación; como hecho norma de nuestro proceder, ordenado a la creación gigante
de las patrias que ansiaban vivir. Así llegamos a formular uno de esos
apotegmas del regionalismo andaluz, que el tiempo de su promulgación os hacía
sonreír: “La vieja España murió. Resta viva una esperanza: la Federación de las
nacionalidades de Iberia.”
Blas Infante - El Ideal Andaluz (1915)
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