Este texto es distinto. Si se lee con detenimiento no es difícil percibir que tiene un estilo directo, que es de índole y condición diferentes. Es, como se ve, un documento poco común. En efecto, seguro que Ud. (con su enorme lucidez y precisión) descubre qué es lo que lo convierte en muy específico. ¿Qué es?
Pues intenten reconocerlo en estos textos:
Estos enormes seres probóscides con colmillos, que son un peligroso y temible enemigo con el que conviven los pueblos del islote, pues destruyen chozos y cultivos, tuvieron que ser reducidos uno por uno en un rincón del territorio. En ningún momento los guerreros interrumpieron multitud de incendios, ni el sonido ensordecedor de los bombos de pellejo de cordero, ni sus gritos, consiguiendo dirigirlos por un corredor obstruido en su término. Uno después de otro, en número de quinientos, vi que, siguiendo el sendero de su jefe y desconociendo su error, se vieron presos sin poder huir por ningún sitio.
Se escuchó un prolongado sonido de óboe y entendieron su sentido, subiendo todos sobre sus jumentos. El chico y el ruso consiguieron con dinero muchos de ellos y subieron en sus lomos difícilmente. El chico se entristeció viendo el jumento del ruso: lleno por todos sitios con onerosos cestos repletos de textos.
- No creo en lo fortuito-dijo el ruso, pretendiendo seguir con el hilo de su coloquio-. Fue por mor de un conocido que me envió por estos senderos, después de lo sugerido por un beduino, que…
Los lobos pueden moverse con mucho sigilo. El ruido que producen puede tener similitud con el de los “espíritus tímidos”. Primero retroceden y siguen como un espectro muy junto del ser que despertó su interés. Después, surgen de repente enfrente del ser y descubren medio rostro, viéndoles con un fulgente ojo desde el reverso de un tronco. Velozmente, el lobo, en un giro brusco y en un borroso revoltijo en el que difícilmente se pueden distinguir su níveo cuello y su velludo extremo, se pierde con el fin de retroceder y ponerse de nuevo en el dorso del intruso. Eso es ser un espectro.
Se confirmó que el Hechicero no murió, sino que sólo mudó su requisito por vivir, de evidente y visible que fue primero, en lúgubre, oculto y poco o menos que perceptible. Pero, ¡ pobre de quien se le topó recorriendo el bosque, o de pronto descubrió su rostro, encendido por un fulgor de nuestro lucero nocturno, o, sin verle, oyó su tono melodioso muy remoto, en el silencio del crepúsculo! Pues quien eso le sucedió, bien se le confundió el juicio, bien hubieron de sobrevenirle otros infinitos infortunios. De modo que, en veinte u otros muchos kilómetros en derredor, fue un dicho cierto el sostener que pudo ver u oír voces del hechicero todo el que circuló mustio y embebido, todo mozo ojeroso, negligente y triste, todo el que pereció muy pronto y todo el que se rindió o buscó su defunción.
Mi tío defendió un concepto muy curioso; sostuvo que todos irrumpimos en el mundo con un bolso de fósforos en nuestro interior, pero que no podemos encenderlos solos… es imprescindible el concurso de oxígeno y lumbre. De este modo el oxígeno, por ejemplo, viene del soplo de gente que queremos; lumbre puede ser todo tipo de sustento que ingerimos, bellos sones, mimos, voces o ecos que engendre el estruendo que incendie uno de los fósforos. Por un momento, nos recorre un intenso estremecimiento. Un tibio regocijo crece dentro de nosotros, diluyéndose conforme corre el tiempo, entre que sobreviene un nuevo estruendo que lo excite. Todos nosotros tenemos que descubrir lo que puede producirnos explosiones y subsistir, puesto que el humo que se despide de los fósforos encendidos es lo que nutre nuestro espíritu. Ese fuego, en resumen, es su sostén. Si uno no descubre en su momento qué sucesos producen esos estruendos, ese bolso de fósforos se humedece y puede que ni uno solo de los fósforos se incendie en el futuro.
Entre que me pongo tibio de churros, le pregunto si fue él el origen de mis recientes infortunios.
Responde que sí, pero que lo hizo con su mejor intención.
Lo útil del coloquio por medio del cerebro es que se pueden componer interlocuciones con el morro lleno.
Le pregunto por qué demolió el propósito de mi existir que yo mismo diseñé, convirtiéndome en un ser libertino en los ojos de todo el mundo y me responde que no pudo permitir el hecho de consumirme expendiendo licores en el chiringuito del señor Quini y su mujer Merchi, y mucho menos concluir en un enredo con mi inquilino del sexo opuesto, por mucho que el supuesto de que esto ocurriere, dijo con disimulo, es utópico, porque yo estuve conduciendo el idilio muy pobremente.
Tenemos otro mosqueo, después oímos el timbre. Fuimos. Es el vecino contiguo, que viene con enojo porque no le permitimos dormir. Dice que si queremos discutir, que es mejor que lo intentemos con pleno pulmón, como todo el mundo, que los gritos y objetos rotos no son molestos ,pero el coloquio sin sonidos se oye por el televisor, y no veis el tedio que produce.
Este sepulcro no se expone menos que otros con el correr del tiempo, con los efectos del rocío, del líquen y los excrementos de los seres que recorren el cielo. El líquido puro lo pone verde y el viento lo ennegrece. No reside muy junto de los senderos, no es cómodo el merodeo por ese sitio por lo crecido del césped. En el momento en que lo sumerjen los centelleos del sol, se le suben diversos reptiles. En derredor se mecen los brotes de trigo movidos por el viento, y después del invierno se oyen en los troncos los ruiseñores.
Este liso pedrusco sigue desnudo. Lo hendieron previendo sólo el destino del túmulo, esto es, siendo lo suficientemente extenso y estrecho que escondiese un difunto.
Ningún nombre se lee en él. Pero en tiempos precedentes, uno escribió en su lomo estos versos que se fueron volviendo ilegibles de goteos repetidos y polvo, y que posiblemente hoy estén deshechos:
Duerme. Si bien el destino fue con él juguetón,
él vivió. Murió en el momento en que perdió
su espíritu. El fin simplemente llegó,
como viene el crepúsculo después de irse el sol.
Lo desconocemos todo sobre cómo se constituye el Ciervo Etéreo (puede ser porque ningún hombre lo vio con nitidez), pero sí que estos funestos seres viven en sitios profundos, y no tienen otro deseo que irrumpir en pos del brillo del sol. Emiten voces de hombre y piden que los mineros los guíen. Primero, quieren seducirlos prometiéndoles oro y cobre. Si no funcionó este embuste, los Ciervos los persiguen, y entonces los hombres los recluyen firmemente en los hondos recovecos. Se dice del mismo modo que hubo hombres que sufrieron tormentos por los Ciervos.
El mito sostiene que si los ciervos emergen y les cubre el sol, se convierten en un líquido pestilente que puede destruir todo el territorio.
Es este un pueblo tórrido y luminoso, muy rico en olivos y cerdos (con perdón), con sus muros como envueltos de nieve, que me siguen doliendo los ojos si los recuerdo, con un zoco todo cubierto de pedruscos lisos, con su hermoso venero de tres chorros en su centro. En otro tiempo, en que me fui del pueblo, en que dejó de surgir el líquido elemento de sus orificios, empero, ¡qué esbelto!, ¡qué distinguido!, nos semejó ese venero con su vértice el perfil de un niño desnudo, con su recinto todo retorcido en su borde como los símbolos de los romeros. En el zoco se ubicó el consistorio, enorme y de rectos contornos como un estuche de puros, con un torreón en medio, y en su cúspide un reloj, lechoso como un cuerpo de comunión, detenido siempre en el tiempo como si el pueblo no requiriese de su servicio, sino sólo de su hermoseo.
Unos pocos de sus conocidos le creyeron medio loco, no entendieron cómo pudo ir por el mundo, con sumo deleite, refiriéndose siempre bien de su cónyuge. Expresó su devoción incluso en momentos íntimos, en los que discurrieron como consigo mismos en el rincón de un huerto o en el pórtico del templo.
Su consorte resultó ser un sujeto común y corriente, con sus imprescindibles indicios de pésimo humor, con su ineludible desprecio por el sustento corriente, con su repelente certidumbre de que el mejor momento de querer fue siempre el que eligiese, con sus eufóricos comienzos y sus éxodos nocturnos, con su perfecto discurso y su muy prudente desinterés entre lo que son y deben ser los hijos. Un cónyuge como otros. Por eso se dedujo sorprendente su condición de perpetuo idilio que se desprendieron de los ojos y el regocijo del tío Enrique.
Fue noche de plenilunio. Hubo de producirse un ciclón de nieve. Creo que cubrió por lo menos medio metro sobre el terreno reconocido por los reflectores. El timbre de silencio tocó como siempre en el nueve del reloj. Pocos minutos después oímos desde nuestro recinto, que entonces fue el seis, fuertes gritos de dolor y órdenes de los SS. Miré por donde percibir lo sucedido: entre el portón de introducción y el recinto once, como tres veces veinte metros de trecho, pude ver entre los copos de nieve y el fulgor de los focos un grupo informe de gente, en exilio, recibiendo golpes como si fuesen reses.
Después de eso no pudimos dormir. Mucho tiempo siguieron los golpes con empeño y no concluyeron los horribles gritos. Por si no fuese suficiente exhibición: esos perros gruñendo enfurecidos enfrente del cordón de presos.
¡Noche lúgubre! Estuvo lloviendo un diluvio, lloviendo, lloviendo, como si exprimiesen el cielo. Luz de búho y el gentío del referido Miguel vino cubierto de pieles y tembloroso sobre los jumentos. Los mulos torciéndose, ¡zuij! y se fueron de frente por el cieno. El frío hiriendo el cuerpo, por momentos se encendieron destellos de fuego, como el pecho de un Cristofué. ¡Y ruido de bombos y chuzos sin fin! Ese Miguel es un indio enorme, no bien dispuesto, gordo, llegó sobre los bordes del sendero y se hizo socio del Demonio, y por ese convenio no hubo quien le pudo vencer. Lucifer le sostiene el estoque. ¡Unión con Lucifer!
Si un hombre desconoce el doble origen del ser femenino y lo entiende por lo que supone, es muy seguro que sufriese desconcierto, pues desde que el origen indómito de lo femenino surge de lo profundo y en poco tiempo lo sentimos presente, frecuentemente tiene unos propósitos, unos intereses y unos sentimientos muy distintos de los que expresó en otros momentos.
Si pretende querer lo femenino, el hombre tiene que querer del mismo modo su origen indómito.
“El niño llegó entonces con los piececitos desnudos, que se volvieron rojos y grises del frío, sosteniendo en el vientre un bolso muy viejo, con montones de estuches de fósforos dentro, y mostró con sus dedos uno de ellos. No tuvo suerte hoy, ningún cliente se presentó y, por consiguiente, el niño no obtuvo ni un céntimo. El no comer en mucho tiempo, con frío y muy mísero vestido… ¡Pobre niño! Los copos de nieve se extienden en su copioso pelo rubio, que le desciende en preciosos bucles sobre el cuello. Pero no le preocupó su pelo, vio bullir luces por entre los vidrios de los edificios, el olor de los guisos percibiéndose por todos sitios. Es el 24 de Diciembre, y en este festejo reflexionó el infeliz niño”.
Yo, señor, no soy perverso, y puede que tuviese motivos suficientes de serlo. Los mismos cueros tenemos todos los hombres desde el comienzo, pero conforme crecemos el destino nos convierte como si fuésemos derretidos, y nos impele por senderos diferentes con el mismo fin: morir. Unos hombres son conducidos por senderos de flores, y otros hombres son impelidos por recorridos espinosos entre pinchos. Los primeros obtienen un “ver” sereno y el perfume de un feliz y risueño rostro inocente; estos otros sufren del sol violento del desierto y fruncen el ceño como los felinos por defenderse. Es muy diferente embellecerse el cuero con colorete y perfume, que coserse de signos que después no podremos suprimir.
Luego de oír seis toques en el reloj, después de beber un montón de té, me fui del centro de peregrinos, del que no recuerdo su nombre, pero sí lo recuerdo no muy lejos de Novocherkosk, en los terruños de los pueblos del Don. Hubo oscurecido y entonces, cubriéndome bien con un grueso curtido de piel y un poncho, me senté en el trineo junto del rostro de Elioshke. Me fijé en que no muy lejos del puesto de correos el tiempo pudiese ser menos frío y con poco viento. Cesó el goteo de nieve pero no pude ver luceros, y el cielo es como si estuviese enormemente junto y negro, no como el limpio terreno níveo que se extiende frente nuestros ojos.
Entornó de nuevo sus ojos, pero torpemente consiguió reconocer enfrente suyo el perfil de un médico con uniforme verde, uno de los muchos que en los últimos minutos vio por turnos desde su lecho. Incluso tener los ojos fijos unos segundos le supuso un enorme esfuerzo. Todo el confort e intrepidez que recientemente desembocó en su loco intento de deserción se esfumó muy pronto. Se sintió sufriendo como no recordó. Creyó que su cerebro produjese explosiones y retortijones de dolor, profundos como estoques introduciéndose por su cuerpo.
Voy corriendo con el deseo de volver pronto por mi piso, y los tornillos del techo se desprenden de mi bolsillo y se extienden por el suelo. Sé que debo detenerme y recogerlos, porque pueden destruir los soportes de todo coche que los pise, pero incluso el peligro de un reventón y el consiguiente choque múltiple no contienen mi propósito. Quiero irme por fin, quiero obstruir el portón y sentirme solo con el único ser vivo en el que confío: yo. Pero, torciendo en el stop de mi distrito… ¡veo el coche de Theodore puesto enfrente de mi piso!
Subimos de nuevo de nivel después de comer. Enfrente de nosotros se dibujó el perfil costero sin el menor temblor en su superficie, que el lucero de noche iluminó con su brillo. El enorme buque se deslizó, extendiendo por el cielo, que percibimos todo lleno de soles remotos, un reguero de humo negro; nos volvimos y vimos níveos torbellinos producidos por el movimiento del inmenso buque, los golpes de sus hélices removiendo el verde espumoso creímos que fuesen destelleos del lucero nocturno rompiéndose.
No recuerdo qué pensé. En mi mente conservo indeleble el dibujo del recinto: el dormitorio revuelto, el ropero desierto, un sol reluciente irrumpiendo por el portillo descubierto y mi cuerpo sobre el jergón deshecho, sosteniendo el escrito con los dedos, sintiendo mi preñez reciente entre que noto un chorro de sudor frío descendiendo por mis sienes. Los conceptos que en ese momento recorrieron mi mente, no sé si existieron o no produjeron vestigios porque desde ese momento no pude revivirlos.
José Gómez observó con regocijo que el cielo despuntó nítido y sin nubes en ese momento. En otro período no le hubiese supuesto ningún inconveniente el tiempo que hiciese. Es suficiente ponerse un sombrero si llueve o un viejo sobretodo que te preserve del frío. Pero ese lunes fue diferente en cierto modo, o esperó que lo fuese. En su existir monótono, en el vivir monótono de todos los ibéricos, un simple encuentro imprevisto puede convertirse en un evento distinto. Pocos minutos después temió ese encuentro insólito, no creyendo ser cierto. Pensó en el riesgo de que fuese un cruel chiste de uno de sus conocidos del periódico, de un error, de un equívoco. Pero no, el remite del sobre le demostró provenir de Londres. Leyó el escrito de nuevo entre sorbos de té en su oscuro dormitorio.
El joven se resistió desde muy pronto con los sordos deseos de sus progenitores. Rose se le reveló como un ser bello. Puede que un poco solemne, pero él supo que en su interior, los pocos momentos en que logró vivir muy próximo y se topó con su cuerpo en un breve pero perseguido encuentro, Rose fue como flor entre roquedos, que se extiende con el fulgor del sol ígneo.
Eso le hizo sentirse muy hombre, solo que en el primer progreso del codicioso novio junto ese pulmón estremeciéndose, Rose siempre produjo recelos.
Hoy puede ser un buen momento,
convéncete de ello,
sentirlo o que cruce sin fruto
depende mucho de creerlo.
Retén los minutos con hechos nuevos
que pueden surgir,
y recíbelos como si fuesen
motivos por existir.
No toleres que se esfume,
surge y consume
los sucesos por entero.
Hoy puede ser un buen momento,
duro con él.
Hoy puede ser un buen momento
donde todo interese por descubrir,
si lo dispones como el último
que te quede por vivir.
El último mono, es como siempre me dice quien me engendró en ciertos momentos decisivos, y no me lo dice porque investigue los orígenes del hombre. Me lo dice en el momento previo de sentir yo el coscorrón de turno. Me enfurece el que me tilde como el último mono, del mismo modo que le enfurece que en el pueblo me designen como el Miope. Es curioso que nos molesten motes distintos, siendo los dos del mismo origen.
El Imbécil es mi sobrinito, el único que tengo. Mi tío me reprende si le digo el Imbécil, pero no existe ningún mote que él considere oportuno… Se me ocurrió poco después de verle siendo bebé. Me llevó mi tío por los comercios, siendo yo muy pequeño, recuerdo que me pusieron lentes enormes y un mozo del puesto de legumbres me dijo:
“Pobrecillo, con lo pequeño que es”
Entenderéis como los hombres,
heridos por los perjuicios que ellos mismos se imponen,
prescinden de los bienes que les envuelven, que no oyen ni ven:
son pocos los que consiguen eludir su infortunio.
Ese es el destino que entorpece el espíritu de los hombres,
como juguetes de niños que recorren por uno y otro sitio,
oprimidos por sufrimientos sin número:
porque sin prevenirlo les hiere el Odio,
su congénito y triste socio,
quien no debe ser ofendido, sino cederle el turno y huir de él.
El cultivo del mejillón no es lo que fue en otro tiempo. Entonces, los que con duro esfuerzo recogieron mejillones de modo intensivo fueron solo expertos. Pero en el presente son los domingueros quienes en ciertos períodos de Julio cogen mejillones como gozo propio y exclusivo. Y peor, sin respeto del ciclo de reproducción. El observó de todo desde tiempos remotos. Cómo sirviéndose de un cepillo destruyen los símbolos femeninos y rehúyen los controles, cómo emprenden el expolio de cubos de otros e incluso se sumergen con el fin de coger con sus redes los mejillones de los cubos del prójimo. Por momentos se cuestionó dónde nos conduce todo si ni entre los cosecheros de mejillón reside el menor indicio de honor. Un hecho que comprobó, es que un pillo sustituyó un buen número de mejillones del interior de su red por un litro de buen vino. Ese chorizo, por lo menos, dio signos de un poco de rectitud o, en su defecto, de sentido del humor.
Dicen los viejos futboleros
que un 6 de Diciembre creció su ilusión.
Del río Betis tomó su nombre
y lo defendió con pundonor.
Ejemplo de mi pueblo,
estirpe verde y níveo de Heliópolis,
un espíritu que vive rugiendo ¡Betis!
Siguiéndolo por los mundos victorioso.
Y es por eso que hoy vengo feliz,
bético seré incluso si muero.
bético seré incluso si muero.
De Torre del Oro presumo orgulloso,
si veo mi Betis en el Olimpo.
Mi Betis, Betis, Betis,
permaneceremos juntos en el sur,
disfrutemos del glorioso escudo,
orgullo del fútbol en el universo.
¡Oh, mísero de mí! ¡Oh, infeliz!
Consumidme, cielos, pretendo
puesto que decidís sobre mí,
qué delito cometí
sobre vosotros existiendo;
pero si viví, entonces entiendo
en qué delito incurrí.
Suficiente motivo promovió
vuestro rigor justiciero;
pues el delito superior
del hombre es que se engendró.
Sólo quiero inquirir,
por redimir mis desvelos
(poniendo en su sitio, cielos,
el delito de existir)
en qué os pude ofender
puesto que me destruís del todo.
¿No existieron los otros?
Pues si los otros existieron,
¿qué privilegios tuvieron
que no gocé de ningún modo?
Surge el colibrí, y con los colores
que imprime su bello vuelo,
en poco tiempo es espejo,
o conjunto de flores,
que con etéreos sones
se cierne muy veloz,
resistiendo el rumor
del nido que dejó en sosiego:
¿y teniendo yo espíritu pleno
tengo menos permisión?
En un pueblo de Toledo, de cuyo nombre no tengo recuerdo, no hizo mucho tiempo que vivió un noble de los de rejón en perchero, escudo envejecido, rocín enjuto y lebrel corredor… Un puchero con menos cordero que ternero, cocido de noche, duelos y desconsuelos los jueves, centeno los viernes, puede que un pichón de resto los domingos, viendo consumidos los dos tercios de su peculio.
El otro tercio consistió en vestido de fieltro, perniles de velludo en los festejos, con sus borceguíes de lo mismo, y el resto del tiempo enlucido con su vellori de finísimo hilo.
Qué bueno, Manu! No los olvidarás nunca!
ResponderEliminarBesotes madrileños para un sevillano muy buena gente!
Gracias Marmopi, un recuerdo de lo bien que lo hemos pasado con este juego. Se me ocurre la opción de redactar con ellos un texto normal, sin consultar el original por supuesto.
ResponderEliminarUn abrazo!
¡Jajaja, eso es amor por el juego,Manu!. Muy buena idea....¡Qué tiempos aquellos de todoslosforos!
ResponderEliminarUn abrazo.
Pocas veces suelo mirar atrás...siempre intento soltar lastre, pero con tu manera de escribir da gusto recordar.
ResponderEliminarSaludos, Manuel!
Saludos Atlántida y Gloriana. Espero que miremos hacia adelante y os pueda ver de nuevo en el juego literario mejor que conozco.
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