A nivel cuántico nada
perteneciente al mundo material queda intacto, todo el cosmos es como una luz
intermitente, todo el universo es un espejismo. No hay estrellas ni galaxias,
sino solamente campos de energía vibratoria que nuestros sentidos, demasiado
embotados y lentos, no pueden captar, dada la increíble velocidad a la que se
mueve la electricidad. Los destellos cuánticos son millones de veces más
rápidos de lo que podemos registrar, por lo que nuestros cerebros nos engañan
haciéndonos ver objetos sólidos que son continuos en el tiempo y el espacio, de
la misma manera que las imágenes de una película parecen moverse
constantemente.
Existimos en tanto que
protones destellantes en un vacío negro entre dos destellos, y este espectáculo
de luz incluye todo nuestro cuerpo, cada uno de nuestros pensamientos y deseos,
y cada uno de los acontecimientos en los que tomamos parte. En otras palabras,
estamos siendo creados una y otra vez, constantemente. El génesis ocurre ahora
y siempre ha ocurrido, pero ¿quién está detrás de esta creación sin fin? ¿De
quién es el poder mental o la visión capaz de desintegrar el universo y
volver a integrarlo en una fracción de segundo?
El poder de la creación
está más allá de la energía, una fuerza con la capacidad de convertir nubes
gaseosas de polvo en estrellas e incluso en ADN. En la terminología de la
física, nos referimos a este nivel precuántico como virtual. Cuando vamos más
allá de toda la energía no hay nada más que un vacío. La luz visible se
convierte en luz virtual, el espacio y tiempo reales se convierten en espacio y
tiempo virtuales. En el proceso se desvanecen todas las propiedades. La luz ya
no brilla, el espacio no cubre una distancia, el tiempo es eterno. Éste es el
útero de la creación, infinitamente dinámico y vivo, al que no pueden aplicarse
palabras como vacío, oscuro y frío. El campo virtual es tan inconcebible que
sólo el lenguaje religioso parece tocarlo todo.
A cada persona se le
permite tener alguna versión de Dios que parezca real. ¿Quien es Dios? ¿No
puede que sea sólo impersonal, un principio o un nivel de realidad, o un campo?
En nuestra búsqueda del único Dios perseguimos lo imposible. Seleccionamos una
deidad basada en nuestra interpretación de la realidad, y esta interpretación
esta arraigada en la biología. Si aceptamos que el mundo es como somos
nosotros, es lógico aceptar que Dios es como somos nosotros. Si no aceptamos
que somos multidimensionales no podemos comprender la noción de Dios. Dios no
puede ser solo lo que queremos, sino solamente la porción de él que percibimos
debe ser como deseamos, porque utilizamos nuestro propio cerebro, sentidos y
memoria.
Como somos el observador, es correcto
verlo a través de una imagen que para nosotros tenga sentido. La misma realidad
puede ser solo un símbolo para las obras de la mente de Dios y, en este caso,
la creencia primitiva que habla por todo el mundo antiguo pagano de que Dios
existe en cada brizna de hierba, en cada criatura e incluso en la tierra y en
el cielo, puede contener la mayor de las verdades. Llegar a esta verdad es el
fin de la vida espiritual, y cada fase de Dios nos lleva a un viaje cuyo punto
final es la total claridad, una sensación de paz que nada puede perturbar.
El hecho de que no estamos
confinados a nuestro cuerpo físico y a nuestra mente nos da razones para creer
en la existencia de una inteligencia cósmica que deja pasar la vida y nos
acerca a la mente de Dios. Pero como estamos hablando de fenómenos cuánticos,
no es correcto decir que hemos encontrado a Dios de la forma que encontraríamos
un libro perdido en el lugar donde olvidamos buscarlo. En el modelo cuántico no
hay interior ni exterior, y Dios no está más en nosotros que en cualquier otra
parte, ya que es sencillamente ilocalizable. Decir que vamos dentro a meditar,
a rezar o a encontrar a Dios es solo un convencionalismo. El lugar intemporal
en el que Dios existe no puede ser reducido a una dirección.
Sería imposible conocer a
Dios si él no quisiera que se le reconociese. Nada puede evitar que cada fase
de la espiritualidad sea un engaño. Según Aurobindo, Dios puede enviar flechas
de luz a nuestro mundo, pero van solamente en una dirección y podemos
recibirlas como impulsos de inspiración, aunque nuestros pensamientos no puedan
remontar su camino. Para volver al origen de los mensajes de Dios tendríamos
que utilizar la segunda atención, que es nuestra capacidad de saber una cosa
sin ningún tipo de información física, como la intuición, pero antes tenemos
que desprendernos del autoengaño. Para conocer a Dios personalmente tenemos que
penetrar en un límite que los físicos llaman "el horizonte de los
acontecimientos", que es la línea que divide la realidad netamente en dos.
Si el cerebro humano contiene su propio "horizonte de los acontecimientos",
también lo tiene el cosmos, debemos traspasarlo para encontrar la casa del
espíritu.
A nivel cuántico la
objetividad y la subjetividad se funden. El punto de fusión es el alma; por lo
tanto conocer a Dios se reduce a esto: nuestra mente choca contra una pared cuando
intenta pensar sobre el alma, del mismo modo que un fotón cuando se acerca a un
agujero negro; el alma se siente cómoda con la incertidumbre y acepta que
podamos estar en dos sitios, tiempo y eternidad. Simultáneamente, observa cómo
trabaja la inteligencia cósmica y no se preocupa por el hecho de que la fuerza
creativa esté fuera del universo.
La
mente se va acercando lentamente al alma, que reside en el límite del mundo de
Dios, en el horizonte de los acontecimientos. Puede llegar a darse el caso de
que lleguen a acercarse tanto que la mente y el alma no tengan otra opción que
fundirse, y, cuando esto sucede, para la mente será como si el caer en el mundo
de Dios fuera para siempre, una eternidad en consciencia de éxtasis. Desde el
punto de vista de Dios, esta fusión tiene lugar en una fracción de segundo y,
desde luego, si estamos por completo dentro del mundo de Dios, donde el tiempo
no tiene significado alguno, entonces resulta que este proceso nunca ha tenido
lugar, sino que la mente ha formado parte del alma desde el principio, aunque
sin saberlo.
Deepak Chopra - Conocer a Dios
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