Los hombres trabajan desde
una perspectiva errónea. La mejor parte del hombre es arada muy pronto y
convertida en abono para la tierra. Guiados por un destino aparente, comúnmente
llamado necesidad, acumulan tesoros que corromperán la polilla y la herrumbre y
acabarán robando los ladrones. Es una vida de tonto. Y todo por obedecer
ciegamente a un oráculo desatinado, que lanza piedras a sus espaldas sin ver ni
siquiera dónde caen.
La mayoría de los hombres,
por mera ignorancia y error, está tan preocupada por los cuidados ficticios y
las tareas rudas pero superfluas de la vida que no puede recoger sus mejores
frutos. En realidad, el hombre trabajador y esforzado carece de tiempo libre
para desarrollar una vida íntegra y propia. No tiene tiempo de ser otra cosa
que una máquina. ¿Cómo podría acordarse de su ignorancia –lo cual requiere de
un crecimiento- quien tiene que usar sus conocimientos tan a menudo? Las
mejores cualidades de nuestra naturaleza solo pueden conservarse mediante una
manipulación delicada. Y, sin embargo, ni a los demás, ni a nosotros mismos,
nos tratamos con esa dulzura. En realidad, la opinión pública es un débil
tirano si la comparamos con nuestra propia opinión. El destino de cada hombre
está determinado por lo que éste piensa de sí mismo.
La mayoría de los hombres
vive vidas de tranquila desesperación. Lo que llamamos resignación no es más
que una confirmación de la desesperanza. Incluso tras los llamados juegos y
diversiones de la humanidad se encuentra una desesperación tan estereotípica
como inconsciente. No suponen un verdadero esparcimiento, pues éste tan solo
llega después del trabajo. Una característica de la sabiduría es no hacer cosas
desesperadas.
Cuando consideramos cuál
es la finalidad principal del hombre, y cuáles son sus auténticas necesidades y
medios de vida, parecería que los hombres han elegido deliberadamente esta
forma de vivir porque la prefieren a cualquier otra. Sin embargo, ellos piensan
sinceramente que no existe elección. Solo las naturalezas activas y saludables
recuerdan que el sol se alza con claridad. Nunca es demasiado tarde para
renunciar a nuestros prejuicios. No se puede creer sin pruebas en ningún modelo
de pensamiento, o de acción, por antiguo que éste sea. Lo que hoy todo el mundo
repite o acepta como verdadero puede convertirse mañana en mentira, en una
opinión hecha de humo que algunos pensaron que era una nube que traería agua
fertilizadora para los campos.
Nos vemos obligados a
vivir siempre concienzudamente nuestra vida y negando la posibilidad de todo
cambio. Decidimos que éste es el único camino, pero hay tantos caminos como
radios pueden trazarse desde un centro. Cualquier cambio es un milagro digno de
ser tenido en cuenta; pero es también un milagro que ocurre a cada instante.
Cuando un hombre determina un hecho de la imaginación como un hecho para su
entendimiento, todos los hombres, a la larga, establecerán sus vidas sobre esta
base.
Estoy hablando sobre todo
para esa gran parte de los hombres que está disconforme, y se queja
perezosamente de la dureza de su destino, o de los tiempos que les ha tocado
vivir, cuando podría mejorarlos. También tengo en mente a aquellos que, en
apariencia, son ricos, pero que en realidad pertenecen a una clase
terriblemente empobrecida, que han acumulado basura, y no saben cómo hacer uso
o deshacerse de ella, y que de esta forma han construido sus prisiones de plata
y oro.
Quien avance confiado en
la dirección de sus sueños y acometa la vida tal como la ha imaginado recibirá
a cambio una gratificación que no le otorgará el tiempo ordinario. Dejará atrás
algunas cosas, cruzará una frontera invisible, lugares nuevos, universales y
más tolerantes comenzarán a regir en su interior y a su alrededor o se
modificarán las antiguas, interpretadas en su beneficio, en un sentido más
generoso, y vivirá con la libertad de la que gozan seres más elevados. Conforme
simplifique su vida, las leyes del universo parecerán menos complicadas y la
soledad ya no será soledad, ni la pobreza tal pobreza, ni la debilidad tal
debilidad. Si construye castillos en el aire, su obra no se perderá. Ahí están
bien edificados. Que tan solo ponga ahora los cimientos bajo esos castillos.
En relación al futuro y a
lo posible, deberíamos vivir sin inquietud y sin imágenes preconcebidas,
conservando nuestros contornos vagos y brumosos. La inestable verdad de
nuestras palabras debería traicionar y revelar continuamente la inadecuación del
resto del enunciado. Las palabras que expresan nuestra fe y nuestra piedad no
están definidas, y aun así resultan significativas y desprenden su aroma, como
el incienso, para las naturalezas superiores. ¿Por qué establecernos en el
nivel más bajo de nuestra percepción y alabarlo como el lugar del sentido
común? ¿Por qué hemos de apresurarnos desesperadamente por triunfar en empresas
desesperadas? Si un hombre no marcha al mismo paso que sus camaradas,
probablemente esté escuchando otro tambor. Que camine al ritmo de esa música,
aunque sea más comedida y lejana. No debemos encallar en una realidad hueca.
¿Construiríamos con gran esfuerzo un cielo de cristal azul sobre nuestras
cabezas si supiéramos con certeza que, una vez terminado, seguiríamos
contemplando el verdadero y etéreo cielo más allá, como si el primero nunca
hubiera existido?
No busquéis con tanta
ansia vuestro desarrollo, ni os sometáis a demasiadas influencias; solo
conseguiréis disiparos. Como la oscuridad, la humildad revela las luces
celestes. Las sombras de la pobreza y de la mediocridad se acumulan a nuestro
alrededor “y mirad, la creación se ensancha ante nuestros ojos”. La vida más
dulce es aquella que se acerca a los huesos. No podrás ser frívolo. Nada se
pierde en un nivel inferior por la grandeza expresada en uno superior. La
riqueza superflua solo adquiere lo superfluo. No hace falta dinero para comprar
lo que el alma necesita.
La luz que nos ciega es
nuestra oscuridad. Solo amanece el día para el que estamos despiertos. El
amanecer sigue aún su curso. El sol no es sino una estrella de la mañana.
Henry David Thoreau – Walden (Vida en los bosques)